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sábado, 2 de enero de 2016

La Impertinencia de la lechuza: Kant




 

LA IMPERTINENCIA DE LA LECHUZA (2): EL CASO DE KANT.

            He aquí que vuelve con nosotros la impertinencia de la lechuza. Esa que se empeña en decir las cosas al revés de como las sabemos. ¿Y si Sócrates no hubiera sido intelectualista? ¿Y si no existieran las proposiciones sintéticas a priori? ¿Y si existieran las proposiciones analíticas a posteriori en vez de ellas? 
            La lechuza impertinente se empeña en darle la contraria a la historia de la filosofía, volviéndola heterodoxa. En las líneas que siguen examinaremos el caso de Kant.

 
KANT Y LAS PROPOSICIONES ANALÍTICAS A POSTERIORI 

 

1. Las Proposiciones analíticas: naturaleza.

            Kant no define bien el concepto de proposición analítica. Le atribuye correctamente la característica de tener el predicado en el sujeto, pero falla al suponer que son formas vacías de todo contenido. Lo que él define es el concepto de proposición analítica a priori, no el de proposición analítica.
            Contrariamente a lo que piensa Kant, las proposiciones analíticas sólo tienen el predicado incluido en el sujeto; sin más. Kant no ha sabido o no ha querido ver que esas proposiciones son de dos clases: una es la estructura lógica que contienen, que caracteriza a las proposiciones analíticas a priori; y otra es el contenido empírico, que se superpone a esa estructura, y que constituye las proposiciones analíticas a posteriori.
            Las proposiciones analíticas a priori son innatas, y contienen el arte de pensar, porque consisten en formas o estructuras lógicas; nosotros venimos al mundo con las leyes lógicas en la cabeza, y esas leyes son verdaderas aunque no las apliquemos. Todos sabemos que el todo es mayor que cada una de sus partes sin necesidad de comprobarlo con ejemplos (como que un árbol es mayor que las raíces que contiene). La forma lógica es su propio contenido: un rosario de cuentas donde se ve que cada cuenta es más pequeña que el rosario entero. Las expresiones “forma lógica” y “contenido lógico” son equivalentes; las formas, aquí, son cajas vacías.
            También son analíticas a priori las expresiones cuyo predicado es la doble negación del sujeto. Al decir que “cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo” estamos diciendo: primero, que la vida es lo contrario de la muerte (vida = no-muerte, muerte = no-vida); y segundo, que morir es lo contrario de estar vivo (no-vida = no-no-muerte).
            Kant yerra al no ver que las proposiciones que no son innatas (las proposiciones a posteriori) también pueden ser analíticas: lo son por observación y, posteriormente, por definición; por ejemplo, si descubro que la sangre contiene glóbulos rojos, tendré que definir “sangre” como “plasma + glóbulos rojos + otra cosa”, y por lo tanto decir que “la sangre contiene glóbulos rojos” es una tautología; es como decir que el conjunto formado por plasma + glóbulos rojos + otra cosa contiene glóbulos rojos; y se puede resolver, a la vista está, por análisis.
            Cuando observo que las mariposas, las hormigas y las mantis tienen tórax y tres pares de patas puedo inventarme la palabra “insecto” para designar a esa clase de animales; y concluir que la araña no es un insecto, porque no tiene tórax sino cefalotórax, y tampoco tiene tres pares de patas sino cuatro. La expresión “los coleópteros son insectos” es analítica por definición; porque sabemos que “insecto = tórax + tres pares de patas” y “coleóptero = tórax + tres pares de patas + constructor de bolas de barro” (por ejemplo, un escarabajo): salta a la vista que la verdad o falsedad de esta proposición se puede determinar por análisis, aunque su contenido no sea lógico, sino empírico. Tales proposiciones son analíticas en virtud de la definición de sus términos; y si no son evidentes en sí mismas son, sin embargo, evidentes para la cultura; su evaluación lógica no es universal, porque depende del universo del discurso. 

 

            Otro error de Kant es pensar que, porque las proposiciones sintéticas son informaciones con contenido, las analíticas deben ser formas vacías de contenido; pues el análisis no es lo contrario de la síntesis, ambos no son conjuntos disyuntos; no estamos oponiendo dos cosas contrarias, sino comparando dos cosas distintas; lo distinto no tiene por qué ser contrario, aunque sí contradictorio. Las formas analíticas pueden no contener nada (y son formas a priori, formas lógicas); o contener informaciones (contenidos empíricos): dicho de otro modo, el análisis puede versar sobre formas solas o sobre formas con informaciones.
            El siguiente error es identificar la infalibilidad con el innatismo. Que una proposición sea a priori significa, para Kant, que es universal y necesaria; eso es así solamente si lo concebimos como una tautología: decir que el ser humano piensa de manera no contradictoria no quiere decir que necesariamente la realidad lo sea; y nuestro pensamiento bivalente no procede de nuestra mente, sino de nuestra mentalidad (si definimos “mentalidad” como “contenido histórico de la mente”); así, no somos bivalentes porque la bivalencia sea la única forma posible de pensamiento racional, sino porque vivimos en una época dominada por la lógica aristotélica; el propio Kant se confundió al decir que la lógica ya había salido acabada de la mente de Aristóteles.
            Las estructuras lógicas de la mente son infalibles, aunque cada época las reviste con su propia mentalidad; de tal manera que cuando habla de contenidos a priori, Kant cree estar hablando de nuestra naturaleza cuando en realidad está hablando de nuestra cultura; una cultura es el desarrollo histórico de una parte de nuestra naturaleza; la parte de nuestra cultura que le interesa aquí es la lógica de su tiempo, la de su época.
            De modo que las proposiciones a priori son seguras si tratan del pensamiento puro, no ligado a la cultura; y aun así deben ser relativizadas (por ejemplo, la lógica no contradictoria ha sido desplazada por las lógicas paraconsistentes).
            Las proposiciones analíticas pueden ser a priori (pero no necesariamente); pueden ser seguras (en virtud de la definición de sus términos, aunque sean empíricos); y pueden estar vacías (pero junto al análisis de las formas también hay análisis de sus contenidos: de las informaciones). Lo único seguro es que en el análisis el predicado está contenido en el sujeto; los demás requisitos de Kant no son imprescindibles.
            Sigamos con la crítica a Kant: lo que la realidad pone, según él, es el contenido; y lo que ponemos nosotros es el recipiente para recogerlo (que es un a priori porque no procede de la experiencia): Ya sabemos que la primera parte de esta afirmación es válida siempre que no exijamos que los contenidos tengan que expresarse sin análisis; y la segunda, si no exigimos que ese recipiente que nosotros ponemos sea sólo innato, a priori, producto de nuestra mente; puede ser también producto de nuestra mentalidad, y por lo tanto experiencia, contenido dado a posteriori, existencia; si la mente es nuestra esencia, las mentalidades son nuestra existencia, y las naturalezas existen en la medida en que están desplegadas en el espacio y el tiempo; mente y mentalidad son nuestras maneras de ver el mundo; hay, pues, junto a los a prioris de nuestra mente, a prioris de nuestra mentalidad; el recipiente epistemológico con el que recogemos la realidad tiene posos en el fondo; posos que no han sido puestos por nuestra mente, sino por la propia realidad mental en la que vivimos.
            Y por último, si nuestra mente es racional (es decir, capaz de producir pensamientos universales y  necesarios), también lo debe ser la mente de los animales; sólo que de manera latente, y esto en diversos grados según la especie de que se trate. El león que se coloca en la dirección contraria al viento para no ser detectado por su presa piensa de manera racional, sólo que su pensamiento es intuitivo más que consciente: se da cuenta de lo que debe hacer, no de porqué debe hacerlo; el león no conoce las leyes de la naturaleza que explican que para no ser descubierto debe colocarse a un lado y no a otro de donde sopla el viento; ni tampoco conoce las leyes de la lógica con la que piensa. 

 

2. Las proposiciones sintéticas: historia.

            En toda proposición analítica hay una parte lógica y otra empírica. La parte lógica (mero receptáculo mental) le confiere su carácter infalible; la parte empírica se impregna de él como contenido analizado.
            Las proposiciones sintéticas solamente contienen parte empírica. Como tales, no se pueden predecir, no son seguras; son, o sorpresivas (cuando descubrimos cosas que no esperábamos), o probables (cuando nos descubren fenómenos que corresponden a conclusiones de razonamientos inductivos) o predecibles (cuando nos descubren fenómenos predichos por análisis). Hay, por lo tanto, tres clases de proposiciones sintéticas: las que proceden del análisis (proposiciones deductivas), las que proceden de una síntesis (proposiciones inductivas y analógicas) y las que no proceden ni del análisis ni de la síntesis (proposiciones existenciales).
            Las proposiciones existenciales no son seguras, ya hemos visto que pueden ser o sorpresivas, o probables, o predecibles. Las ranas son anfibios porque así los hemos descubierto, pero podría haber ocurrido, si hubieran sido otras las circunstancias epigenéticas y ambientales, que los renacuajos no respiraran por branquias; los sapiens son mamíferos, pero podría haber ocurrido, si en el cretácico no hubiera caído un meteorito, que procediéramos de los dinosaurios o de los reptiles; y podría haber ocurrido también que los ácidos nucleicos no tuvieran bases nitrogenadas. Sin embargo, es imposible que hubiera habido nunca gases nobles que tuvieran más de dos electrones y menos de ocho en su capa de valencia.
            Volvamos ahora sobre las proposiciones existenciales. A veces en ellas llega a confundirse el carácter analítico con el sintético: son las proposiciones históricas y de ficción; por ejemplo, don Quijote ¿seguiría siendo don Quijote si no hubiera usado un bacín de barbero?; y Guillermo de Normandía ¿seguiría siendo él mismo si no hubiera sido el conquistador? ¿O Jaime I de Aragón?
            También hay que distinguir, entre las proposiciones existenciales, las que corresponden a fenómenos actuales (presencias) y las que corresponden a momentos del tiempo no presente (representaciones, si pertenecen al pasado, y predicciones y anticipaciones, si pertenecen al futuro). Hoy tenemos tormenta; en tiempos de Felipe II hubo una tormenta y por eso se hundió la armada invencible; siento que mañana va a llover; lloverá mañana, porque la luna tiene cerco; lloverá en cualquier momento porque sopla el aire, las nubes están bajas y oscuras y los pájaras vuelan bajo.
            Muchas veces las presencias funcionan como representaciones. Sucede cuando son vestigios del pasado, ya sean paleontológicos o arqueológicos; o cuando materializan cualquier eslabón de una cadena, deductiva o inductiva; tales representaciones permiten anticipar nuevos descubrimientos si son sometidas al análisis. Por ejemplo, una pieza dental puede ser situada dentro de una cadena (lógica o cronológica) que conecta a los homínidos con los australopitecos, o a los neandertales con los sapiens: tal es el caso de los parántropos y los denisovanos.
            Volvamos sobre las proposiciones cuyo carácter sintético o analítico no estaba definido. Don Quijote se encontró un día un bacín de barbero; a partir de aquel día, nadie que lo hubiera visto así habría podido dejar de identificarlo con don Quijote: lo que indica que nuestra identificación no depende ahora de nuestra naturaleza, sino de nuestra historia. Nada hay en la reina católica que tuviera que ver con la expulsión de los judíos; analizando su naturaleza, no encontramos nada de ello; pero analizando el tiempo en que vivió, sí; es más, si hubiera muerto años antes habría pasado a la historia como protectora de los judíos.
            Y es que las proposiciones existenciales pueden ser de dos tipos: esenciales, o históricas; las primeras son propias de las ciencias de la naturaleza (como el descubrimiento del bosón de Higgs); y las segundas lo son de la ficción o de la historia (como los casos de don Quijote y la reina católica). El Cid Campeador es Cid porque así lo llamaron los musulmanes; y campeador porque ganó muchas batallas; examinando la naturaleza de Rodrigo no habríamos encontrado en ella ni a un señor (“sidi”) ni a un guerrero victorioso, sino tan sólo la potencia de serlo; es el estudio de su vida, de su historia, el que permite comprobar si realizó o no esas potencias; como decía Ortega y Gasset, no se trata aquí de biología, sino de biografía. La biografía de un personaje arroja cosas que fueron, pero que pudieron no haber sido; si Rodrigo de Vivar, en una de sus escenas de caza, hubiera cogido una pulmonía, nunca se habría convertido ni en cid ni en campeador.
            Las proposiciones históricas no conservan la identidad de los predicados referidos al sujeto (que se rigen por una lógica secuencial); las presencias cambian con el tiempo: pero no cambian según las reglas de la naturaleza, que son invariables (como cuando se oxida un trozo de hierro); sino que cambian según las reglas de la historia, que sustituyen la necesidad por la libertad conjugada con el azar. Libertad: Héctor eligió aceptar el desafío de Aquiles. Azar: pudiera haber ocurrido que a Aquiles le hubiera dado un desmayo y Héctor habría resultado vencedor. En la ficción de Homero la necesidad reaparece en forma de dioses, que guían a los personajes como marionetas: eso es lo que diferencia a la historia de la mitología o de la leyenda. También el azar quiso que una hoja de tilo, cayéndole a Sigfrido en la  espalda,  impidiera que esa zona del cuerpo se bañara con la sangre del dragón: y fue invulnerable en todas las partes del cuerpo menos en ella.
            En otras palabras: la naturaleza define a las cosas por análisis; la historia las define por síntesis. Hay que distinguir, aquí, entre el análisis y la síntesis como formas de conocimiento y como formas de la realidad; lo primero nos remite a Kant, y es epistemología; lo segundo es ontología, y nos acerca a Hegel o a las leyes naturales, según creamos o no en la dialéctica. Lo primero tiene que ver con la aparición de las cosas a nuestro conocimiento (fainología) y lo segundo con los avatares de la evolución de la realidad (fenomenología): el primer neologismo evita la confusión, cuando hablamos de fenomenología, de Husserl o Merleau Ponty con Hegel.
            La historia se convierte en una ciencia cuando a sus objetos (biografías, representaciones y anticipaciones) les podemos aplicar el análisis; en caso contrario se queda en mero relato, descripciones y narraciones desprovistas de valor explicativo. 


sábado, 28 de febrero de 2015

Lo que es la ciencia para Kant.






LO QUE ES LA CIENCIA PARA KANT


            -Recordaréis que toda la filosofía se resume para Kant en tres preguntas: qué puedo saber, qué debo hacer y qué me cabe esperar; empecemos por la primera.
            Juan se pasó los dedos por las comisuras de los labios mirando por la ventana. Esos silencios en él equivalían a un punto y aparte. Era como terminar un párrafo y empezar el siguiente. Más que un párrafo, una parte de un capítulo; una sección.
            -¿Qué puedo saber? En la biblioteca de Hume había libros de física y era bueno guardarlos. También nos podrían ser útiles los libros de matemáticas. Pero los de metafísica (sugería Hume) había que arrojarlos al fuego, porque no hacen más que sembrar en nuestras cabezas enredo y confusión. Sin embargo Kant quería salvar la metafísica. Él la consideraba la parte más noble del saber, y para salvarla había que demostrar que era digna de confianza. De modo que la pregunta estaba lanzada: ¿es la metafísica una ciencia?
            Ése era el gran reto. Y mientras miraba al aire de la habitación deteniéndose en un punto del espacio, sin llevar su mirada hasta la pared, hilvanó sus cavilaciones.
            -Para eso tendríamos que saber lo que es la ciencia. Todo lo que podemos decir lo expresamos en forma de oraciones; o como decía Kant, usando una palabra de Aristóteles: de juicios. Un juicio es la unión de un sujeto y un predicado; por ejemplo “yo como”. Y un predicado es un verbo acompañado de complementos; por ejemplo, “como pan”. Pues bien, los juicios de la ciencia ¿son de fiar? Hay que pensar que sí, porque si no, no nos habríamos fiado de lo que dicen los científicos. Normalmente nos creemos lo que dicen los astrónomos, pero no  siempre creemos a los astrólogos, adivinos y charlatanes; solemos creer a los médicos más que a los curanderos, y a los técnicos más que a los magos. ¿Por qué? ¿Qué hay en las palabras de un astrónomo, un médico y un técnico que no haya en las de un astrólogo, un curandero y un mago? ¿Por qué la palabra de unos tiene más crédito que la de otros? Respondemos habitualmente que por boca de unos habla la ciencia, y por la de otros no. Pero ¿qué tiene la ciencia para inspirarnos tanta confianza?
            Juan se detuvo un momento para respirar.
            -Kant pensaba en la ciencia como la garantía máxima del saber. Podríamos creer a un científico más que a un cura. Porque por boca de uno habla la razón y por boca de otro habla la fe, y para Kant todas nuestras creencias deben ser razonables. De acuerdo con la religión, sí, pero no a costa de la razón.
            Los alumnos escuchaban concentrados.
            -¿Y cómo habla la ciencia? ¿Cómo están hechos sus juicios, sus afirmaciones y negaciones, cómo separan con acierto lo verdadero de lo falso? Dicho de otro modo: los juicios de la ciencia deben ser infalibles; infalible quiere decir universal y necesario. Universal. Que valga siempre y en todas partes; ¿os imagináis que la ley de la gravedad funcionara en mi casa y no en la del vecino? Y necesario: que no puede ser de otro modo. ¿Os imaginéis que los cuerpos cayeran hacia arriba en lugar de caer hacia abajo? Si así fuera flotaríamos en el espacio hasta salir de la atmósfera, a lugares donde no habría oxígeno y no podríamos respirar.
            Carraspeó.
            -En tiempos de Kant todos estaban sorprendidos por la física de Newton. Les parecía que ningún conocimiento podría tener un grado mayor de perfección. ¿Y cómo es la física de Newton? ¿Cómo están hechas sus afirmaciones? Sus afirmaciones (sus juicios) son, ya lo hemos visto, universales y necesarios. Os voy a dar un ejemplo de juicio universal y necesario: “cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo”.
            Helga, Cristina y Julián se rieron a destajo.
            -Claro, tenéis razón en reíros. Suponed que llegáis a casa y vuestros padres os preguntan qué habéis aprendido en clase. Y vosotros contestáis que cinco minutos antes de morir todavía estaréis vivos. Y entonces, después de reírse en vuestras narices, os dirán: ¿y para eso vais a la escuela? No les faltará razón. Porque los juicios infalibles, aunque sean universales y necesarios, no nos enseñan nada que no sepamos ya. No amplían nuestro conocimiento. No nos sirven para aprender.
            Juan hizo de nuevo una pausa didáctica.
            -Pero resulta que los juicios de la ciencia son infalibles sin ser vanos. A los juicios vanos los llamamos verdades de perogrullo. Que un hombre viudo es un hombre cuya mujer ha muerto, que las dos menos cuarto es la una cuarenta y cinco o que cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo, son perogrulladas. Se ríen de nosotros cuando hablamos así. Pero que las plantas se alimentan por fotosíntesis, que Demóstenes resistió a Filipo o que la torre Eiffel está en París: eso sí que son conocimientos que amplían nuestra cultura. Pero tienen un inconveniente: no son seguros; no son infalibles, no son universales y necesarios. La torre Eiffel está en París hoy, pero no lo estaba hace doscientos años; y además podría no estarlo; podría haber ocurrido que no le hubieran encargado a Eiffel que la construyera. Demóstenes también podría haber nacido en otro sitio, y no habría combatido la invasión de Filipo. Y las plantas también podrían haberse alimentado sin fotosíntesis: por fermentación, por ejemplo.
            Juan miró al reloj y se tapó la boca. Después prosiguió su explicación abriendo los brazos. 


             -Ése es el dilema: o aprendemos cosas nuevas que no son seguras, o cosas seguras que no son nuevas. Suponed que sois antropólogos y vais al Amazonas. Entrevistáis a los indios y anotáis todo lo que os cuentan. ¿Vais a volver a la universidad, escribir un libro y contar todo lo que os han dicho? ¿Cómo sabéis que no os han engañado? ¿O que no se han equivocado en lo que os decían? Para que os tomen en serio en la universidad es necesario que lo que digáis cumpla dos requisitos. El primero es que sean cosas nuevas, que nadie las conozca: a nadie se le va a ocurrir inventar ahora la dinamita; y el segundo es que esas novedades sean de fiar, o sea que podáis estar seguros de ellas. Pero, como ya hemos visto, si nuestros conocimientos son seguros no nos enseñan nada nuevo, y si son novedosos no tenemos la garantía de que sean seguros. Da la impresión de que la ciencia es imposible.
            Juan carraspeó un poco. Se le estaba secando la boca. Y tenía que abreviar, porque se le acababa el tiempo. Volvió a mirar el reloj.
            -Kant lo resolvió con una varita mágica: los juicios de la ciencia son novedosos y seguros; no son afirmaciones hechas a la ligera. Ahora vamos a ver lo que significan estas dos palabras.
            Abrió los brazos mientras hacía otra pausa didáctica.
            -Algo es novedoso cuando el predicado no está incluido en el sujeto. Helga –señaló hacia ella con el dedo-, tu jersey es rojo. Pero en la naturaleza de Helga no está el jersey rojo; mañana quizá venga vestida de azul y seguirá siendo Helga. Cuando pensamos en ella pensamos necesariamente en un ser bípedo, inteligente y de sexo femenino, pero no necesariamente en una chica vestida de rojo. “Helga viste de rojo” es un juicio: su predicado no expresa una característica de Helga, sino que es algo que se le añade, que no forma parte de ella; ese juicio es la síntesis de un sujeto (Helga) y un predicado (su ropa roja): es un juicio sintético.
            Todos escuchaban con atención; pero ninguno tomaba apuntes. Juan proseguía.
            -Los juicios sintéticos aportan informaciones novedosas, pero no son seguros. Si yo digo que Helga viste de rojo y vosotros la habéis visto ayer, ¿pensaréis que digo la verdad? Puede que sí. O puede que no. Que Helga vista hoy de rojo no es seguro. Es sólo probable.
            Juan levantó el dedo para proseguir.
            -Ahora fijaos en los juicios infalibles. Por ejemplo, que antes de morir todavía estaré vivo. El predicado (estar vivo) forma parte de la naturaleza del sujeto (yo antes de mi muerte). No se le añade, sino que está ahí. Para ver si es verdad no hay necesidad de verme, bastará con analizar el sujeto y dentro de él encontraremos el predicado: es un juicio analítico. Los juicios analíticos son seguros, pero no nos enseñan nada. No hay nada en ellos que nos aporte experiencias nuevas, y en realidad nos quedamos como estábamos.
            Juan bajó las manos para apoyarlas sobre la mesa.
            -Los juicios analíticos son seguros, pero están vacíos; suelen ser juicios a priori, porque no necesitamos recurrir a la experiencia para conocer lo que dicen; no son fruto de la observación, sino que los sabemos de nacimiento. Son conocimientos innatos.
            Nueva pausa didáctica.
            -Los juicios sintéticos nos hablan de lo que vamos aprendiendo en nuestra experiencia cotidiana, ya sea porque no paramos de observar lo que nos rodea, o porque nos lo cuentan otros que lo han visto: eso quiere decir que son juicios a posteriori, fruto de nuestra experiencia. Pero los juicios a posteriori no son seguros.
            Juan se detuvo un momento para encadenar estas dos ideas.
            -Kant sostiene que hay juicios que son seguros y nos enseñan cosas: son los juicios de la ciencia; unos juicios sintéticos a priori. Amplían nuestro conocimiento (por eso son sintéticos), pero al mismo tiempo son seguros (por eso son a priori). La ley de la inercia es un juicio sintético, porque antes de que nos la enseñaran no la conocíamos; y es a priori porque nunca falla; por eso es un juicio científico.
            Ahora daba vueltas de una pared a otra, de la puerta a la ventana; estaba la pizarra a su lado, y tenía las manos en los bolsillos.
            -Los juicios a priori proceden de nuestra naturaleza. Tienen una estructura lógica, contienen el arte de pensar: por eso son innatos; nosotros venimos al mundo con las leyes lógicas en la cabeza, y esas leyes son verdaderas aunque no las apliquemos. Otras especies animales no tienen una estructura de pensamiento racional como la nuestra. Un perro, por ejemplo, no puede poner un molde lógico a las representaciones que tiene de la realidad. Pero nosotros sí. Cada ser vivo tienen sus esquemas mentales, que son como moldes de magdalenas; la realidad es una masa de magdalenas y la misma masa la vemos unos y otros de forma distinta, según sea la forma de los moldes que le ponemos. El conocimiento tiene dos partes: la realidad en sí misma, que viene a ser como una masa amorfa; y la jaula en la que la atrapamos, que tiene forma predeterminada y, al darle forma, la moldea. Lo que la realidad pone es el contenido: las cosas que aprendemos, el contenido sintético. Y lo que ponemos nosotros es el recipiente para recogerlo, que es a un priori porque no procede de la experiencia; es el cubo con el que vamos a recoger los datos de la experiencia, igual que cuando cogemos con un cubo el agua de lluvia. Si nadie tiene cubos y vasos, será muy difícil que recoja agua del cielo.
            Juan había ido calculando lo que faltaba para que sonase el timbre. Faltaba poco. Los últimos minutos de clase los empleó en explicar cómo encadenaría el próximo día la epistemología kantiana con lo que les acababa de explicar. Y como una espada de Damocles, cuando tenía que sonar el timbre, sonó.