MÁS ALLÁ DE DARWIN
Avanzar
con dificultad. Las últimas generaciones han sido difíciles para los
parántropos. Desde que desapareció la selva comen raíces duras, apenas ramas y
no tienen tregua; la sabana se ha ido regando con sus cadáveres, agónicos, exhaustos,
que se pelan al viento y dejan al descubierto sus crestas sagitales: como los
australopitecos. Los australopitecos peinan la tierra y van devorando los
restos de la selva. Poca cosa. Una hembra pasea su hambre con la dura cadencia
de su barriga hinchada: ese hijo no nacerá; un niño sufre agarrado al brazo de
su padre. Muchas lunas hace que desaparecieron los árboles. El frío se los
llevó a la nada. El cambio climático los sorprendió con su brutalidad. Vivían
entre las ramas, saltando con sus cuatro manos, regodeándose en sus carreras,
entre comida abundante, dominando el espacio. Ahora no tienen apenas donde
hincar el diente.
La
vida es lucha de la esencia con la existencia; aunque la esencia es, todo hay
que decirlo, la parte más profunda de la existencia. La existencia es
adaptación, supervivencia, pero la esencia es desarrollo y plenitud: vida; vida
verdadera.
La
esencia
es lo que somos. Un perro es un mamífero que ladra, la sal común es cloruro
sódico, la fuerza es masa por aceleración; la esencia de las cosas es su
naturaleza, su consistencia. ¿Su autenticidad? ¿Qué son las nubes? ¿En qué
consisten? ¿Cuál es su naturaleza? Ésa es su esencia: aquello de lo que están
hechas, su forma y composición, su consistencia natural.
La
existencia
es donde estamos. Por ejemplo, yo estoy en el mundo; don Quijote brotó de la
mente de Cervantes. Yo tengo una existencia material, pero la existencia de don
Quijote es mental. Cada mundo tiene sus leyes. La existencia de don Quijote en
el mundo del pensamiento no es la misma que la que tengo yo en el mundo de la
materia.
Diremos,
entonces, que la esencia de las cosas es su consistencia (puesto que ser algo
es consistir en ese algo). ¿Qué es una estrella? ¿En qué consiste? ¿Cuál es su
naturaleza? Pues bien, la esencia de las cosas está en lucha con su
existencia. La esencia de algo es su naturaleza. Su existencia es la
naturaleza del mundo donde está. La naturaleza de las cosas está en lucha con
el mundo donde viven: eso es lo que dijo Darwin. Lucha por la vida, por la
existencia; que no es verdaderamente lucha por vivir, sino por sobrevivir.
Parece
que la evolución natural hace que cada especie acabe siendo lo que
necesita para existir. Un dinosaurio no tiene plumas; pero si las necesita en
el medio donde vive, le acabarán saliendo; así surgieron los pájaros. La
necesidad crea el órgano, o más bien la función; modifica los órganos que tiene
para que puedan desarrollar funciones nuevas; y así, las extremidades de los
mamíferos se vuelven aletas cuando se transforman en ballenas.
La
necesidad cambia las funciones de los órganos; si hay una flor con un cáliz
profundo, aparecerá un insecto con un pico largo para que pueda libar su
néctar: esto lo vio Darwin. Para que se realice una función hacen falta dos estructuras
complementarias: el cáliz y el pico, en este caso. La naturaleza hace que las
estructuras se vayan complementando a lo largo de la evolución. Y lo hace, como
vio Darwin, por selección natural. La naturaleza no busca tener determinadas
formas, sino que se transforma al azar hasta que una de esas transformaciones,
casualmente, coincide con lo que necesitaba: al estar adaptada al medio, con
esta necesidad satisfecha, puede sobrevivir.
Los
seres de la naturaleza son de dos clases: agobiados y agoniatras.
Los
agobiados (de agon, lucha, y bios, vida) luchan por sobrevivir; su
esencia es su adaptación, porque no pueden ser más de lo que el mundo
les deja ser; como una cebolla, su ser está hecho de capas superpuestas, y cada
capa es una naturaleza distinta, una esencia; los seres agobiados no sobreviven
si no se amoldan a los límites del mundo, y deben aplazar para más tarde la
emergencia de su naturaleza: porque la existencia es el trampolín de la esencia;
plegarse a lo que hay, ser forzados sin ser devorados, es, por una extraña
paradoja, el primer paso para dominar; dominamos a la existencia después de
haber quedado atrapados en ella; después de que ella nos haya sojuzgado,
maniatado; perdemos la libertad de acción hasta un punto de inflexión en que la
propia evolución hace que volvamos a recuperarla. El ser agobiado lucha por
vencer los peligros que lo agobian: de ahí su nombre.
Entonces
se transforman en agoniatras. Llegados a ese punto los seres vivos, como un pollo
dentro del cascarón, pueden romper la envoltura de la existencia y sacar poco a
poco lo que tienen dentro. Los agoniatras se derraman por el mundo,
materializan sus posibilidades, modelan el mundo a su imagen, se desarrollan:
ahora su esencia es la parte más profunda de su existencia. Tener
éxito es, para el ser agobiado, simplemente resistir; sobrevivir; para el
agoniatra es realizarse con los planos y materiales que tiene dentro:
desarrollarse. Uno sobrevive adaptándose, pero vive desarrollándose. No hay seres
en el mundo que luchen por el mero placer de luchar: se lucha por tener
éxito, por conseguir lo que uno se propone, por hacer realidades con
sus deseos.
Para que haya vida
hacen falta dos cosas: el instinto (Schopenhauer) y la
ocasión (Darwin); el disimulo aparece entre ellos no sólo como una
forma intermedia, sino como un instrumento de ambos. Veámoslas una por una.
(1)
La esencia es adaptación. (Lucha).
El
mundo de los agobiados es el de la existencia, el de estar en el mundo:
vivir es adaptarse, y la adaptación conjuga el azar que crea ocasiones con la necesidad
(que crea funciones nuevas con los viejos órganos); el motor del ser es la
existencia. Para los agobiados, ser es lo mismo que existir, y nadie
puede desarrollar lo que tiene dentro si no le deja el mundo que lo selecciona para
la vida o para la muerte; la vida es lucha; es el mundo de Darwin.
(2)
La esencia es lo más profundo de la existencia. (Erotismo).
El
mundo de los agoniatras es el de la esencia, el del ser, aunque sea en
contra del mundo: vivir es consistir, sacar a la luz lo que
tenemos dentro, desarrollarse; el desarrollo es evolución de nuestra
existencia impulsada por las ganas de ser, no por la resignación
a la existencia que tenemos; aquí el motor de la existencia es el ser.
Si en el mundo del agobio la vida es lucha, en el de la agoniatría es erotismo:
deseo. Frente a la adaptación, cuyos motores eran la ocasión y la necesidad, el
motor es aquí la voluntad en el sentido de Schopenhauer: en los seres inferiores
es un instinto atávico, una fuerza vital, pulsión de vida más que
de supervivencia; y en los seres superiores es la conciencia. La fuerza
vital es finalidad, y frente a la finalidad consciente se levanta la finalidad
instintiva, que es el deseo; el deseo es juego
(diversión, placer), pero también necesidad: las mismas necesidades que en el
mundo del agobio buscaban satisfacerse con las funciones que les eran propias,
en el mundo de la agoniatría se satisfacen obteniendo placer; comer, por
ejemplo, sirve para quitar el hambre (necesidad vital), pero también para
sentir placer (fuerza vital).
(3)
La esencia falsa vive en una existencia verdadera. (Disimulación).
O
al revés. Es el mundo de los nicófagos, de la existencia aparente
en el ser falso: ser no es existir, se es lo contrario de lo que se muestra, se
supone que lo que parece (lo aparente, la existencia) es lo que es
(la esencia); nada es lo que parece, aunque lo creamos. Hay tres formas de
nicofagia:
a)
El
mimetismo: propio de la historia, la existencia patética, el drama. Son
los animales que se camuflan para subsistir, ya sea engañando a sus presas
(para comérselas) o a sus depredadores (para escaparse de ellos).
b)
La
impostura: propia de la vida ética. Es el engaño de quien
pretende haber superado el estado de vida agobiada sin haber llegado a la
agoniatría, y disimula la frustración de no ser esforzándose en parecerlo: para
que otros lo crean; porque si lo creen, le dispensarán los honores que necesita
su vanidad, disfrutando por adelantado de una satisfacción antes de haberla
merecido; movido por la voluntad de placer, que hace trabajar a la conciencia
como un instinto atávico.
Para
el agoniatra el mayor placer es el mérito, y la satisfacción de la
propia obra bien hecha; para el nicófago, el placer más importante es el
aplauso del público; hay nicófagos que son también auténticos
agoniatras, como Cristiano Ronaldo.
c)
La
simulación: propia de la ética y la historia, pero también
del juego,
del arte,
de la mística. Es ver por anticipado lo que se quiere desarrollar,
como un boceto, un proyecto. Es la actividad propia del desarrollo, liberado de
las necesidades de su adaptación; propia, por lo tanto, de la finalidad
liberada del azar: del erotismo.
Si
contamos el tiempo en millones de años en lugar de contarlo por generaciones,
la naturaleza se abre paso. La necesidad vital busca una estructura lógica para
satisfacerse, y acaba encontrándola: pero tiene que esperar a que surja la
ocasión. En esa lucha desesperada, las víctimas necesitan (necesidad vital)
protegerse de sus depredadores; y lo pueden hacer (necesidad lógica)
envolviéndose en esqueletos mineralizados; pero esto no puede hacerse en
cualquier momento: hay que esperar a que llegue la ocasión; y la ocasión
llega (inevitablemente, aunque por casualidad) cuando aumenta la cantidad de
oxígeno en la atmósfera y cambia la composición química de los océanos: que, al
llenarse de calcio, forman sales con el oxígeno disuelto en el agua y
hacen posible la formación de los esqueletos.
Si preguntamos luego por qué disminuyó la escasez de oxígeno que había en la
atmósfera primitiva, la respuesta es sorprendente: por la actividad
fotosintética de las cianobacterias; que permitieron la aparición de esqueletos
solamente por azar, pero desde una estructura lógica, ineluctable y
necesaria: que el oxígeno, el calcio, los halógenos y el agua son los
ingredientes de las sales, y eso produjo, curiosamente, la ocasión que las
presas llevaban millones de años esperando en su lucha contra los depredadores.
La teoría darwiniana explica muy bien la adaptación,
pero no explica el desarrollo; da cuenta del azar, la ocasión y la necesidad,
pero no del erotismo que impregna la sustancia de la vida, que introduce la
finalidad entre las fuerzas evolutivas; porque la
evolución (su propio nombre lo sugiere) es adaptación, pero sobre todo
desarrollo. La lucha desesperada también fue lucha erótica, y previamente había
sido pseudoerotismo; porque el ser pasó de confundirse con el existir a ser una
envoltura que contiene a la existencia. De cómo los seres agobiados se
convirtieron en agoniatras y fueron capaces de saltar desde un mundo patético a
un mundo ético, estas dos tesis darán cuenta de ello.
(1)
Primera tesis: Darwin es necesario,
pero no suficiente.
Necesario.
La naturaleza es lucha por la vida y supervivencia del más adaptado; la
selección natural es, así, lucha por la existencia.
Insuficiente.
La esencia es la parte más profunda de la existencia. Yace en el fondo de ella,
no viene desde fuera. La esencia, como parte de la existencia, es proyecto,
meta, ideal de perfección; en el punto de partida está, como proyecto (y por
tanto como esperanza), el punto de llegada; pero el ideal de perfección sólo
aparece en la medida que el entorno lo permite, dado que unas veces el entorno
es terreno bien abonado, y otras obstáculo contra el que luchar.
La
vida es lucha por existir, pero también por consistir; instinto de
conservación, pero también de plenitud; lucha, pero sobre todo erotismo:
esencia en lucha con la existencia. Detrás de la visión trágica de la vida (que emana de Darwin) palpita una visión optimista de la vida, pues que
la evolución sería una búsqueda cada vez más atinada de la felicidad.
El ideal está preformado en el germen, pero sólo se va
manifestando en la medida en que el mundo lo permite. Y es que la epigénesis,
en la evolución, no crea formas: selecciona las que ya están formadas.
(2) Segunda tesis: la historia es el progreso hacia los orígenes.
Dentro del individuo hay un
fondo esencial, que es su naturaleza, y un fondo existencial que es su historia.
La vida es una semilla de la
naturaleza que hay que plantar en la historia; crecerá si el terreno le da los
nutrientes necesarios. En la naturaleza humana están los instintos de la
especie, y entre ellos están los sentimientos éticos. La historia es una lucha
por plantar la esencia en el mundo.
La esencia de la humanidad está
en las profundidades de su fondo ontológico, que contiene los derechos humanos.
Así pues, los derechos humanos no son una conquista y una invención de la
historia, sino una aparición de la naturaleza que estaba ya ahí, pero oculta tras las
necesidades del existir, que no los dejaban exteriorizarse.
La historia es la epifanía de
los derechos humanos. La revolución francesa sólo es un capítulo de esa
epifanía.
El
instinto
de Schopenhauer anda en busca de la ocasión. Las necesidades que laten en él
se encuentran con las necesidades del mundo, y este
encuentro es como una fecundación que engendra todas las formas;
el mismo instinto que en un lugar da origen a los reptiles en otro alumbra a
los mamíferos; el mismo reptil que aquí se arrastra por la tierra allí se
trueca pterodáctilo surcando los aires, y más allá topándose con el agua se
vuelve plesiosaurio; el mismo instinto que en una atmósfera sin oxígeno a duras
penas puede protegerse, en otra con cianobacterias engendrará caparazones
calcáreos y protecciones acorazadas. El mundo como voluntad y representación,
que diría Schopenhauer. La esencia es como una cebolla que
contiene todas las formas; sólo afloran a la existencia las que son
compatibles con el medio, las que resultan del encuentro del instinto
con la selección natural. Por eso la vida es una migración en busca de
paisajes; paisajes que saquen a la luz las potencias más fecundas, las
formas más delicadas: las más perfectas. Vencerá la selección natural y habrá
que adaptarse, pero otras veces vencerá el instinto y se desarrollará aun a
costa de la naturaleza. La vida se abre camino contra todo pronóstico. El
ideal acabará plantado en la realidad porque echa raíces en
ella, y sus raíces serán más fuertes: su realidad será mayor si tiene raíces
profundas.
Cuando, hace dos
millones de años, se produjo en África un cambio climático, desaparecieron los
árboles y la selva fue sustituida por la sabana. Los prehomínidos tuvieron que
bajar a tierra firme y no necesitaron ya sus cuatro manos: las extremidades
traseras se convirtieron en pies y las delanteras, que ya no les servían para
saltar entre las ramas, las utilizaron para manejar objetos. Esto sucedió al
tiempo que, faltos de alimentos vegetales, empezaron a comer carne. Los
nutrientes cárnicos están más elaborados que los vegetales, y el organismo no
necesita ya tanto intestino para digerirlos; la energía sobrante fue empleada
para alimentar el cerebro, que poco a poco aumentó de tamaño: es la hipótesis
del órgano costoso; el cerebro y el intestino son los dos órganos que más
energía requieren, y si el intestino libera una parte de la que utilizaba, es
el cerebro el que la aprovecha. Fue así como, de una manera casual, su tamaño
fue en aumento al tiempo que la mano quedaba libre para actuar conjuntamente
con él. El resultado fue un desarrollo espectacular de la inteligencia.
El
homínido inteligente era capaz de visualizar las herramientas antes de
fabricarlas. Y las herramientas fabricadas, forzando nuevos retos, facilitaron
el desarrollo del cerebro. Fue así como la naturaleza impulsó la cultura y
ésta, a su vez, prolongó el desarrollo de la naturaleza. Pero la cultura es
lamarckiana: lo que aprendemos lo transmitimos a nuestra descendencia. Y la
naturaleza es darwiniana: no se transmite lo que se aprende. Por una extraña
paradoja, la emergencia de la inteligencia hizo que en el proceso de la
evolución acabaran colaborando dos mecanismos incompatibles, el de Darwin y el
de Lamarck; curiosamente.
Además,
los mamíferos empezaron orientándose en el mundo gracias al olfato; de hecho,
una parte muy importante de su cerebro corresponde al bulbo olfatorio. Después
se desarrolló la vista, y la vida en los árboles obligó a dominar la visión en
tres dimensiones para controlar el espacio y evitar las caídas. Pues bien, la
inteligencia no habría podido surgir en un mundo percibido por el olfato;
se desarrolló más bien cuando la vista dio paso al oído
y aparecieron en el cerebro las áreas de Broca y Wernicke, responsables del
lenguaje articulado; y cuando se elevó la laringe facilitando la fonación.
El mundo es la emergencia
biológica de la razón, y no se puede reducir la razón a deducción. La razón es
capacidad de encontrar significados, orientándose entre signos, y se manifiesta
en la inteligencia (donde es consciente de sí misma) y en la intuición (donde
no lo es). La actividad intelectual es, por tanto, una de sus manifestaciones,
pero no la única. La razón es unidad de lógica y experiencia: la lógica aporta coherencia;
la experiencia, como conjunto de objetos coherentes que asaltan nuestra
percepción, aporta verosimilitud y
realismo, y reposa sobre la costumbre.
Anthropos,
en griego, es el ser humano. El estudio del ser humano es una antropología. La
trama de la esencia en el existir es, evidentemente, el tronco metafísico que
subyace a toda antropología.
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