sábado, 24 de enero de 2015

Más allá de Darwin.




MÁS ALLÁ DE DARWIN 


            Avanzar con dificultad. Las últimas generaciones han sido difíciles para los parántropos. Desde que desapareció la selva comen raíces duras, apenas ramas y no tienen tregua; la sabana se ha ido regando con sus cadáveres, agónicos, exhaustos, que se pelan al viento y dejan al descubierto sus crestas sagitales: como los australopitecos. Los australopitecos peinan la tierra y van devorando los restos de la selva. Poca cosa. Una hembra pasea su hambre con la dura cadencia de su barriga hinchada: ese hijo no nacerá; un niño sufre agarrado al brazo de su padre. Muchas lunas hace que desaparecieron los árboles. El frío se los llevó a la nada. El cambio climático los sorprendió con su brutalidad. Vivían entre las ramas, saltando con sus cuatro manos, regodeándose en sus carreras, entre comida abundante, dominando el espacio. Ahora no tienen apenas donde hincar el diente.

            La vida es lucha de la esencia con la existencia; aunque la esencia es, todo hay que decirlo, la parte más profunda de la existencia. La existencia es adaptación, supervivencia, pero la esencia es desarrollo y plenitud: vida; vida verdadera.

            La esencia es lo que somos. Un perro es un mamífero que ladra, la sal común es cloruro sódico, la fuerza es masa por aceleración; la esencia de las cosas es su naturaleza, su consistencia. ¿Su autenticidad? ¿Qué son las nubes? ¿En qué consisten? ¿Cuál es su naturaleza? Ésa es su esencia: aquello de lo que están hechas, su forma y composición, su consistencia natural.

            La existencia es donde estamos. Por ejemplo, yo estoy en el mundo; don Quijote brotó de la mente de Cervantes. Yo tengo una existencia material, pero la existencia de don Quijote es mental. Cada mundo tiene sus leyes. La existencia de don Quijote en el mundo del pensamiento no es la misma que la que tengo yo en el mundo de la materia.

            Diremos, entonces, que la esencia de las cosas es su consistencia (puesto que ser algo es consistir en ese algo). ¿Qué es una estrella? ¿En qué consiste? ¿Cuál es su naturaleza? Pues bien, la esencia de las cosas está en lucha con su existencia. La esencia de algo es su naturaleza. Su existencia es la naturaleza del mundo donde está. La naturaleza de las cosas está en lucha con el mundo donde viven: eso es lo que dijo Darwin. Lucha por la vida, por la existencia; que no es verdaderamente lucha por vivir, sino por sobrevivir.

            Parece que la evolución natural hace que cada especie acabe siendo lo que necesita para existir. Un dinosaurio no tiene plumas; pero si las necesita en el medio donde vive, le acabarán saliendo; así surgieron los pájaros. La necesidad crea el órgano, o más bien la función; modifica los órganos que tiene para que puedan desarrollar funciones nuevas; y así, las extremidades de los mamíferos se vuelven aletas cuando se transforman en ballenas.

            La necesidad cambia las funciones de los órganos; si hay una flor con un cáliz profundo, aparecerá un insecto con un pico largo para que pueda libar su néctar: esto lo vio Darwin. Para que se realice una función hacen falta dos estructuras complementarias: el cáliz y el pico, en este caso. La naturaleza hace que las estructuras se vayan complementando a lo largo de la evolución. Y lo hace, como vio Darwin, por selección natural. La naturaleza no busca tener determinadas formas, sino que se transforma al azar hasta que una de esas transformaciones, casualmente, coincide con lo que necesitaba: al estar adaptada al medio, con esta necesidad satisfecha, puede sobrevivir.


             Los seres de la naturaleza son de dos clases: agobiados y agoniatras.

            Los agobiados (de agon, lucha, y bios, vida) luchan por sobrevivir; su esencia es su adaptación, porque no pueden ser más de lo que el mundo les deja ser; como una cebolla, su ser está hecho de capas superpuestas, y cada capa es una naturaleza distinta, una esencia; los seres agobiados no sobreviven si no se amoldan a los límites del mundo, y deben aplazar para más tarde la emergencia de su naturaleza: porque la existencia es el trampolín de la esencia; plegarse a lo que hay, ser forzados sin ser devorados, es, por una extraña paradoja, el primer paso para dominar; dominamos a la existencia después de haber quedado atrapados en ella; después de que ella nos haya sojuzgado, maniatado; perdemos la libertad de acción hasta un punto de inflexión en que la propia evolución hace que volvamos a recuperarla. El ser agobiado lucha por vencer los peligros que lo agobian: de ahí su nombre.

            Entonces se transforman en agoniatras. Llegados a ese punto los seres vivos, como un pollo dentro del cascarón, pueden romper la envoltura de la existencia y sacar poco a poco lo que tienen dentro. Los agoniatras se derraman por el mundo, materializan sus posibilidades, modelan el mundo a su imagen, se desarrollan: ahora su esencia es la parte más profunda de su existencia. Tener éxito es, para el ser agobiado, simplemente resistir; sobrevivir; para el agoniatra es realizarse con los planos y materiales que tiene dentro: desarrollarse. Uno sobrevive adaptándose, pero vive desarrollándose. No hay seres en el mundo que luchen por el mero placer de luchar: se lucha por tener éxito, por conseguir lo que uno se propone, por hacer realidades con sus deseos.

            Para que haya vida hacen falta dos cosas: el instinto (Schopenhauer) y la ocasión (Darwin); el disimulo aparece entre ellos no sólo como una forma intermedia, sino como un instrumento de ambos. Veámoslas una por una.

            (1) La esencia es adaptación. (Lucha).

            El mundo de los agobiados es el de la existencia, el de estar en el mundo: vivir es adaptarse, y la adaptación conjuga el azar que crea ocasiones con la necesidad (que crea funciones nuevas con los viejos órganos); el motor del ser es la existencia. Para los agobiados, ser es lo mismo que existir, y nadie puede desarrollar lo que tiene dentro si no le deja el mundo que lo selecciona para la vida o para la muerte; la vida es lucha; es el mundo de Darwin.

            (2) La esencia es lo más profundo de la existencia. (Erotismo).

            El mundo de los agoniatras es el de la esencia, el del ser, aunque sea en contra del mundo: vivir es consistir, sacar a la luz lo que tenemos dentro, desarrollarse; el desarrollo es evolución de nuestra existencia impulsada por las ganas de ser, no por la resignación a la existencia que tenemos; aquí el motor de la existencia es el ser. Si en el mundo del agobio la vida es lucha, en el de la agoniatría es erotismo: deseo. Frente a la adaptación, cuyos motores eran la ocasión y la necesidad, el motor es aquí la voluntad en el sentido de Schopenhauer: en los seres inferiores es un instinto atávico, una fuerza vital, pulsión de vida más que de supervivencia; y en los seres superiores es la conciencia. La fuerza vital es finalidad, y frente a la finalidad consciente se levanta la finalidad instintiva, que es el deseo; el deseo es juego (diversión, placer), pero también necesidad: las mismas necesidades que en el mundo del agobio buscaban satisfacerse con las funciones que les eran propias, en el mundo de la agoniatría se satisfacen obteniendo placer; comer, por ejemplo, sirve para quitar el hambre (necesidad vital), pero también para sentir placer (fuerza vital).
           
            (3) La esencia falsa vive en una existencia verdadera. (Disimulación).
           
            O al revés. Es el mundo de los nicófagos, de la existencia aparente en el ser falso: ser no es existir, se es lo contrario de lo que se muestra, se supone que lo que parece (lo aparente, la existencia) es lo que es (la esencia); nada es lo que parece, aunque lo creamos. Hay tres formas de nicofagia:

            a) El mimetismo: propio de la historia, la existencia patética, el drama. Son los animales que se camuflan para subsistir, ya sea engañando a sus presas (para comérselas) o a sus depredadores (para escaparse de ellos).

            b) La impostura: propia de la vida ética. Es el engaño de quien pretende haber superado el estado de vida agobiada sin haber llegado a la agoniatría, y disimula la frustración de no ser esforzándose en parecerlo: para que otros lo crean; porque si lo creen, le dispensarán los honores que necesita su vanidad, disfrutando por adelantado de una satisfacción antes de haberla merecido; movido por la voluntad de placer, que hace trabajar a la conciencia como un instinto atávico.

            Para el agoniatra el mayor placer es el mérito, y la satisfacción de la propia obra bien hecha; para el nicófago, el placer más importante es el aplauso del público; hay nicófagos que son también auténticos agoniatras, como Cristiano Ronaldo.

            c) La simulación: propia de la ética y la historia, pero también del juego, del arte, de la mística. Es ver por anticipado lo que se quiere desarrollar, como un boceto, un proyecto. Es la actividad propia del desarrollo, liberado de las necesidades de su adaptación; propia, por lo tanto, de la finalidad liberada del azar: del erotismo.


            Si contamos el tiempo en millones de años en lugar de contarlo por generaciones, la naturaleza se abre paso. La necesidad vital busca una estructura lógica para satisfacerse, y acaba encontrándola: pero tiene que esperar a que surja la ocasión. En esa lucha desesperada, las víctimas necesitan (necesidad vital) protegerse de sus depredadores; y lo pueden hacer (necesidad lógica) envolviéndose en esqueletos mineralizados; pero esto no puede hacerse en cualquier momento: hay que esperar a que llegue la ocasión; y la ocasión llega (inevitablemente, aunque por casualidad) cuando aumenta la cantidad de oxígeno en la atmósfera y cambia la composición química de los océanos: que, al llenarse de calcio, forman sales con el oxígeno disuelto en el agua y hacen  posible la formación de los esqueletos. Si preguntamos luego por qué disminuyó la escasez de oxígeno que había en la atmósfera primitiva, la respuesta es sorprendente: por la actividad fotosintética de las cianobacterias; que permitieron la aparición de esqueletos solamente por azar, pero desde una estructura lógica, ineluctable y necesaria: que el oxígeno, el calcio, los halógenos y el agua son los ingredientes de las sales, y eso produjo, curiosamente, la ocasión que las presas llevaban millones de años esperando en su lucha contra los depredadores.

            La teoría darwiniana explica muy bien la adaptación, pero no explica el desarrollo; da cuenta del azar, la ocasión y la necesidad, pero no del erotismo que impregna la sustancia de la vida, que introduce la finalidad entre las fuerzas evolutivas; porque la evolución (su propio nombre lo sugiere) es adaptación, pero sobre todo desarrollo. La lucha desesperada también fue lucha erótica, y previamente había sido pseudoerotismo; porque el ser pasó de confundirse con el existir a ser una envoltura que contiene a la existencia. De cómo los seres agobiados se convirtieron en agoniatras y fueron capaces de saltar desde un mundo patético a un mundo ético, estas dos tesis darán cuenta de ello.

            (1) Primera tesis: Darwin es necesario, pero no suficiente.

            Necesario. La naturaleza es lucha por la vida y supervivencia del más adaptado; la selección natural es, así, lucha por la existencia.

            Insuficiente. La esencia es la parte más profunda de la existencia. Yace en el fondo de ella, no viene desde fuera. La esencia, como parte de la existencia, es proyecto, meta, ideal de perfección; en el punto de partida está, como proyecto (y por tanto como esperanza), el punto de llegada; pero el ideal de perfección sólo aparece en la medida que el entorno lo permite, dado que unas veces el entorno es terreno bien abonado, y otras obstáculo contra el que luchar.

            La vida es lucha por existir, pero también por consistir; instinto de conservación, pero también de plenitud; lucha, pero sobre todo erotismo: esencia en lucha con la existencia. Detrás de la visión trágica de la vida (que emana de Darwin) palpita una visión optimista de la vida, pues que la evolución sería una búsqueda cada vez más atinada de la felicidad.

El ideal está preformado en el germen, pero sólo se va manifestando en la medida en que el mundo lo permite. Y es que la epigénesis, en la evolución, no crea formas: selecciona las que ya están formadas.


(2) Segunda tesis: la historia es el progreso hacia los orígenes.

Dentro del individuo hay un fondo esencial, que es su naturaleza, y un fondo existencial que es su historia.

La vida es una semilla de la naturaleza que hay que plantar en la historia; crecerá si el terreno le da los nutrientes necesarios. En la naturaleza humana están los instintos de la especie, y entre ellos están los sentimientos éticos. La historia es una lucha por plantar la esencia en el mundo.

La esencia de la humanidad está en las profundidades de su fondo ontológico, que contiene los derechos humanos. Así pues, los derechos humanos no son una conquista y una invención de la historia, sino una aparición de la naturaleza que  estaba ya ahí, pero oculta tras las necesidades del existir, que no los dejaban exteriorizarse.

La historia es la epifanía de los derechos humanos. La revolución francesa sólo es un capítulo de esa epifanía.

            El instinto de Schopenhauer anda en busca de la ocasión. Las necesidades que laten en él se encuentran con las necesidades del mundo, y este encuentro es como una fecundación que engendra todas las formas; el mismo instinto que en un lugar da origen a los reptiles en otro alumbra a los mamíferos; el mismo reptil que aquí se arrastra por la tierra allí se trueca pterodáctilo surcando los aires, y más allá topándose con el agua se vuelve plesiosaurio; el mismo instinto que en una atmósfera sin oxígeno a duras penas puede protegerse, en otra con cianobacterias engendrará caparazones calcáreos y protecciones acorazadas. El mundo como voluntad y representación, que diría Schopenhauer. La esencia es como una cebolla que contiene todas las formas; sólo afloran a la existencia las que son compatibles con el medio, las que resultan del encuentro del instinto con la selección natural. Por eso la vida es una migración en busca de paisajes; paisajes que saquen a la luz las potencias más fecundas, las formas más delicadas: las más perfectas. Vencerá la selección natural y habrá que adaptarse, pero otras veces vencerá el instinto y se desarrollará aun a costa de la naturaleza. La vida se abre camino contra todo pronóstico. El ideal acabará plantado en la realidad porque echa raíces en ella, y sus raíces serán más fuertes: su realidad será mayor si tiene raíces profundas.  

            Cuando, hace dos millones de años, se produjo en África un cambio climático, desaparecieron los árboles y la selva fue sustituida por la sabana. Los prehomínidos tuvieron que bajar a tierra firme y no necesitaron ya sus cuatro manos: las extremidades traseras se convirtieron en pies y las delanteras, que ya no les servían para saltar entre las ramas, las utilizaron para manejar objetos. Esto sucedió al tiempo que, faltos de alimentos vegetales, empezaron a comer carne. Los nutrientes cárnicos están más elaborados que los vegetales, y el organismo no necesita ya tanto intestino para digerirlos; la energía sobrante fue empleada para alimentar el cerebro, que poco a poco aumentó de tamaño: es la hipótesis del órgano costoso; el cerebro y el intestino son los dos órganos que más energía requieren, y si el intestino libera una parte de la que utilizaba, es el cerebro el que la aprovecha. Fue así como, de una manera casual, su tamaño fue en aumento al tiempo que la mano quedaba libre para actuar conjuntamente con él. El resultado fue un desarrollo espectacular de la inteligencia. 


            El homínido inteligente era capaz de visualizar las herramientas antes de fabricarlas. Y las herramientas fabricadas, forzando nuevos retos, facilitaron el desarrollo del cerebro. Fue así como la naturaleza impulsó la cultura y ésta, a su vez, prolongó el desarrollo de la naturaleza. Pero la cultura es lamarckiana: lo que aprendemos lo transmitimos a nuestra descendencia. Y la naturaleza es darwiniana: no se transmite lo que se aprende. Por una extraña paradoja, la emergencia de la inteligencia hizo que en el proceso de la evolución acabaran colaborando dos mecanismos incompatibles, el de Darwin y el de Lamarck; curiosamente.

            Además, los mamíferos empezaron orientándose en el mundo gracias al olfato; de hecho, una parte muy importante de su cerebro corresponde al bulbo olfatorio. Después se desarrolló la vista, y la vida en los árboles obligó a dominar la visión en tres dimensiones para controlar el espacio y evitar las caídas. Pues bien, la inteligencia no habría podido surgir en un mundo percibido por el olfato; se desarrolló más bien cuando la vista dio paso al oído y aparecieron en el cerebro las áreas de Broca y Wernicke, responsables del lenguaje articulado; y cuando se elevó la laringe facilitando la fonación.

El mundo es la emergencia biológica de la razón, y no se puede reducir la razón a deducción. La razón es capacidad de encontrar significados, orientándose entre signos, y se manifiesta en la inteligencia (donde es consciente de sí misma) y en la intuición (donde no lo es). La actividad intelectual es, por tanto, una de sus manifestaciones, pero no la única. La razón es unidad de lógica y experiencia: la lógica aporta coherencia; la experiencia, como conjunto de objetos coherentes que asaltan nuestra percepción,  aporta verosimilitud y realismo, y reposa sobre la costumbre.

            Anthropos, en griego, es el ser humano. El estudio del ser humano es una antropología. La trama de la esencia en el existir es, evidentemente, el tronco metafísico que subyace a toda antropología.






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