REFLEXIONES SOBRE EL
PODER (2):
LA PASIÓN Y EL AMOR
El mando, a diferencia de la violencia,
obliga a la gente a hacer lo que quiere. La violencia nos impone lo que no
queremos.
1.
-En
el fondo –reanudó sus reflexiones en voz alta- es posible librarse de las
pasiones que nos ciegan. Pero esa liberación suele ser dolorosa. Las pasiones
son velos que cubren no sólo las razones, sino, sobre todo, los sentimientos;
los tapan, los adormecen, no les dejan expresarse. Una cosa es amar
apasionadamente, siempre que el amor sea delicado, y otra el apasionamiento que
convierte el amor en algo burdo, tosco, pobre y bruto. La pasión bruta nos
ciega, pero a veces, si no las razones, el dolor, consiguen devolverle la
vista. Mas ese dolor debe tener autoridad sobre nosotros; no puede ser un dolor
violento. El comendador, en el momento de recibir el castigo, exclamaba:
Me
ha dejado la herida
pedir
perdón a un vasallo.
Pedir perdón.
Para pedir perdón hay que ser consciente de nuestras culpas; y para darse cuenta
de ellas tenemos que habernos quitado los velos que las ciegas pasiones nos
habían echado encima, tapándonos los ojos: los ojos del alma, que era la que no
podía ver.
Y
resumió acto seguido su punto de vista:
-Por
el placer y el dolor, el mundo se mete en nosotros dejándonos ciegos. Los ojos
nos dejan ver el mundo. La razón vislumbra partes del mundo que los ojos no ven.
Los sentimientos vuelven a ser placer y dolor cribados por las mallas de la
razón, como el colador criba el té para limpiarlo de impurezas. Y las pasiones
son sentimientos que han derribado la criba en la que fraguaban toda su
delicadeza. Rebelándose contra la inteligencia, las pasiones son placer y dolor
que quieren ser primarios, pero no pueden; y no pueden porque, por muy irracionales
que sean, han crecido sobre el humus de la razón; aunque ese humus sean los
despojos de la razón perdida.
Se
había metido en honduras que muy pocos de sus alumnos eran capaces de entender.
De repente se dio cuente a intentó rectificar.
-En
fin, vamos a dejarlo en un ejemplo más simple para entendernos. La vida es ante
todo placer y dolor. Vivir es sentir el pinchazo de una rama, gozar con la
caricia de la hierba, experimentar el dolor de una aguja que se nos clava en el
brazo, de una llama mordiéndonos el dedo... Sentir hambre, sentir sed, sentir
frío. Darnos un manotazo donde nos ha picado un insecto, disfrutar del placer
del aire meciéndose entre las ramas, el frescor del agua en los días de verano,
el calor del fuego en las noches frías, el canto del pájaro...
2.
-La
pasión es una vuelta al primitivismo. Es como si una persona, atenazada entre
sus redes, se convirtiera en esponja. No lo llega a ser del todo, porque su
cerebro sigue siendo humano. Pero muchas de sus conexiones se han cerrado, o
hacen cortocircuito, y su mente se vuelve ciega para cosas elementales que
cualquier persona desapasionada podría ver.
-¿Pero entonces quiere decir que las pasiones
son malas?- se atrevió a decir Silvia. En su mirada había impaciencia, una
curiosidad impaciente; como un deseo, no sólo intelectual, vital; un deseo de
ver claridad en unas ideas que la estaban confundiendo.
Juan
conocía muy bien la sensibilidad tan fina que anidaba en la mente de Silvia.
Supo rápidamente lo que la estaba preocupando. Se apresuró a tranquilizarla.
-No,
Silvia. No es todo completamente blanco ni completamente negro. Las pasiones
son velos que no nos dejan pensar, que no nos dejan ver. Velos a veces finos
como tules, casi transparentes. Otras veces son opacos, pero delgados también.
Y muchas, muchas veces, son cortinas espesas que se interponen entre nosotros y
el sol. Pero a veces llamamos pasiones a los sentimientos intensos. Cuando
amamos mucho amamos apasionadamente; mas esa pasión no tiene por qué anular
nuestro pensamiento, nuestra percepción del mundo, nuestra voluntad. Este
segundo tipo de pasiones son, para entendernos, sentimientos fuertes y
profundos; vivirlas y gozarlas es síntoma de salud. Pero nosotros estábamos
hablando de otras pasiones que son auténticas enfermedades del alma; que ciegan
nuestro entendimiento y nuestra voluntad, y nos cierran a la vivencia de los
sentimientos más sublimes; que rebajan nuestro grado de sensibilidad, y
nuestros afectos se vuelven más toscos, más primarios, más simples; burdos, que
no sencillos; porque para sentir la sencillez de la vida nuestra mente debe
vivir sensaciones muy elaboradas.
Juan
Luis echó mano a su cuaderno, que estaba sobre la mesa, y buscó unas citas para
proseguir:
-Mira,
aquí tengo una frase que viene muy bien al caso. Es de Lope de Vega. Pertenece
a Fuenteovejuna. En un momento de la
obra dice Manrique (uno de los personajes):
Pondré
límite a su exceso,
si
el vivir en mí no cesa.
La pasión,
Silvia, es un exceso. Una cosa es sentir mucho y otra, muy distinta, un sentir
excesivo. Gustarle a uno mucho el cine es bonito; pero vivir obsesionado a
todas horas con la misma película es una enfermedad. No es lo mismo vivir
enamorado del cine que no vivir porque el cine no te deja. Ser un apasionado del
cine es una cosa; no ser tú porque te ciega la pasión del cine es otra muy
distinta. Distingamos, pues, entre dos formas de pasión: una es sentir mucho;
la otra, sentir demasiado; yo pienso que los estoicos hablaban de esta última;
pero al confundirlas, su pensamiento se ha vuelto racionalismo exagerado, tan
apasionado como las pasiones que rechazaba: por eso el estoicismo quizá no sea
auténtica sabiduría.
Ahora
el sol brillaba cálidamente sobre un hermoso azul celeste.
-Si
la salud es equilibrio, el exceso lo rompe: y es la enfermedad. El exceso es
malo, y casi, casi, podríamos decir: el exceso es el mal. La maldad es la
exageración de los sentimientos; es una verdadera patología. El problema es que
todo lo malo nos atrae, precisamente por ser excesivo. El exceso es un imán con
una fuerza de sugestión muy grande. Es tentador. Lo mismo que Ulises y las
sirenas, dice una mujer en la comedia de Peribáñez:
Repara
que
son sirena los hombres,
que
para matarnos cantan.
Fijaos qué
curioso: las cosas que nos hacen daño suelen ser atractivas. El mal se disfraza
de bien. En la tradición cristiana el mal suele encarnarse en el diablo; y el
diablo cambia de aspecto como el camaleón, es un lobo con piel de cordero, una
sirena que, con sus cantos maravillosos, nos atrae para perdernos; si
sucumbimos a ellos desembarcaremos en una isla donde seremos convertidos en
cerdos; Pinocho, abandonado al placer fácil, al placer sin límite, a todos los
excesos, es transformado en burro y condenado a trabajar: a trabajar para
otros, olvidado de sí mismo; a trabajar sin tregua, esforzándose sin fin: a
trabajar en exceso. Un placer excesivo nos lleva a un excesivo sufrimiento.
Y
entonces en su pensamiento se cerró el bucle:
-Recordad
que estábamos hablando del poder. Fecundado por la razón, el poder es la
encarnación de la justicia: el buen gobierno. Pero si lo fecundan las pasiones
(los vicios) no será sino un mal gobierno; un gobierno injusto. Un poder
paralizado que actúa a la deriva, guiado por el mal que lo atrae con engaños; y
el placer que el poder produce a la postre se convierte en hartazgo,
desilusión, pesadez. Fijaos bien, el placer nos da vida, pero su exceso nos la
quita.
Juan
leía la cita en sus papeles:
-¿Tan
dormido estáis, Llorente?
-Pardiez,
Bartol, que quisiera
que
en un año amaneciera
cuatro
veces solamente.
Juan
recordaba que en los tebeos de su infancia Bartolo era el as de los vagos. La
pereza. Las pocas ganas de trabajar. Vivir dormido: vivir a ciegas. Querer que
un año tuviese cuatro días para que el resto del año fuese de noche. Dormir,
holgazanear, estar en la cama. Vivir poco porque estás durmiendo, empobrecer tu
vida. Quitar de tu horizonte miles de experiencias porque prefieres estar
tumbado; sin hacer nada. Y darte cuenta luego de que no has disfrutado porque
para disfrutar hay que levantarse primero. La pereza, empobreciendo tu
horizonte, empobrece el de los demás. El vago se hace arrastrado, porque de
otra forma no se gana dinero sin trabajar; y al arrastrarse se vuelve un
baboso, se vende al poderoso, se vuelve un payaso, se vuelve servil.
3.
Hizo,
al llegar aquí, una pausa didáctica. Quería enumerar varias cosas. Quería
llamar la atención.
-Otra
causa de corrupción es el miedo. Escuchemos lo que se dice en Peribáñez -leyó
la cita entre sus apuntes-:
Yo,
si viese algún ruido,
cuéntame
por desmayada.
Tiemblo
una espada envainada,
desnuda,
pierdo el sentido.
El miedo nos
detiene para reflexionar, permitiéndonos actuar con prudencia. Pero cuando es
excesivo nos paraliza. El miedo no se atreve a nada, en todo quiere tomar
precauciones, y está dispuesto a venderse con tal de no sufrir daño. Obedecemos
a quien nos amenaza. El miedo, convertido en cobardía por el exceso, nos vuelve
serviles; y estamos otra vez con el gusano parásito que pudre la manzana del
poder.
Juan
abreviaba intentando terminar. Sus palabras eran ahora una carrera contra el
reloj.
-Lo
más triste de todo es que las pasiones que nos enferman el alma (como el miedo
y la pereza) sólo sobreviven mediante el engaño. Y el engaño es el instrumento
que utiliza el poder para perpetuarse. Volvamos a Lope de Vega y a Peribáñez. Al comendador le oímos decir:
Que
su villana aspereza
no
se ha de rendir por ruegos,
por
engaños ha de ser.
Y en otro lugar también leemos:
Que
en trigo de amor no hay fruto,
si
no se siembra dinero.
Pero
sonó el timbre. Sus palabras fueron interrumpidas por la desbandada general.
Silvia y Cristal se sintieron contrariadas, pero también tuvieron que
marcharse. Abajo esperaba el autobús.
4.
-Recapitulemos.
El mando y la violencia son las dos formas de poder que conocemos. El mando, a
diferencia de la violencia, obliga a la gente a hacer lo que quiere. La
violencia nos impone lo que no queremos: por lo tanto coarta nuestras fuerzas,
reprime nuestros deseos, limita nuestra percepción. Tanto quien manda como
quien obedece viven presos de una pasión, una enfermedad, un exceso: el vicio.
El vicio mina nuestra salud y nos va destruyendo poco a poco. El miedo y la
pobreza son dos de sus manifestaciones, y el engaño es su instrumento. Las
pasiones rebajan nuestra alegría, nos ponen límites antinaturales, ponen
sequedad en nuestra vida. Los sentimientos son destruidos por las pasiones. Un
sentimiento tan sublime como el amor llega a quedar reducido a cenizas por el
engaño. Y el interés. Si el trigo del amor sólo da frutos sembrando dinero, es
que ese trigo está desnaturalizado; del amor sólo le queda la cáscara; el grano
ya está seco; el amor, si es capaz de comprarse, es sólo un pálido reflejo de
sí mismo, una espiga vana. Y si hay un amor tan fuerte que no se rinde por
dinero sino por ruegos, por engaños ha de ser:
Amor
en ausencia larga
hará
el efecto que suele
en
piedra el curso del agua.
Ésa es la
treta del comendador. El amor es piedra imposible de domeñar. Pero si dejamos
pasar el tiempo, al cabo la piedra se rodará; el amor se limará con el tiempo;
la resistencia que ofrece acabará puliendo sus asperezas. El amor es víctima del
tiempo, aunque sea el amor verdadero; por muy apasionado que sea. Pero las
pasiones desordenadas despojan al amor de su belleza y lo transforman en cardo
hostil.
Amor
es guerra, y cuanto piensa, ardides.
Así piensa el
indigno comendador de Ocaña. Su pasión por el poder limita su horizonte. La sed
de mandar lo vuelve insensible. Y hasta el sentimiento que le conmueve crece
sobre una falta de sensibilidad. Ciego al sentir de los otros, sólo vibra con
lo que le afecta. Y por eso, a la vez que engaña a los demás, se engaña a sí
mismo. Con la astucia y la treta no puede doblegar el amor de Casilda. No puede
lograr que Casilda, para quererle a él, deje de amar a Peribáñez. Y no
comprende por qué; la pasión le ha nublado el alma, le ha quitado las entendederas.
Debe resignarse a contemplar el retrato que ha mandado pintar, ya que no puede
contemplarla a ella.
Pues
con el vivo no puedo,
viviré
con el pintado.
Y así, la
pasión sume su vida en un mundo de ficciones. Pero esas ficciones no son sueños
que amplían su horizonte, sino fantasías castradoras que lo limitan. La razón,
raptada por las pasiones, ha hecho de él un ciego incapaz de ver. Y el mundo
que está ahí, aunque él no lo vea, lo arrastra con sus realidades, frente a las
que sus ficciones no pueden nada. Instalado en un mundo de mentiras, sustentado
en el engaño de los demás, es una roca que acabará siendo derribada por la
realidad resuelta en olas. Las olas de la verdad son incontenibles. Y la
mentira tiene las patas muy cortas.
El
cielo, sobre sus cabezas, estaba tan alegre como el día anterior. La mañana, de
tonos blancos sobre el horizonte, transitaba por los grises hasta llegar a un
azul radiante, limpio, cristalino, casi transparente. Arriba, en el cenit,
aquel azul diáfano estaba tachonado de manchas largas y estrechas, como
pinceladas de acuarela, surcando las aguas de aquel hermoso cuadro. Aquella luz
alegre bañaba de alegría los rostros de la gente llenándolos de vida. Eran las
diez de la mañana.
-El
dinero, los ruegos, la astucia. Dos caras certeras reviste la astucia: la
ocasión; y el engaño. El dinero no puede nada, pues que el amor tiene otros
intereses. Los ruegos, si despiertan la piedad (que es la pena), pueden llegar
a debilitarlo, pero el amor es más fuerte. El engaño puede llegar a vencerlo. Y
la ocasión también. Ya lo decía mi padre: quien quita la ocasión quita el
peligro. Alejar a los enamorados durante largos años puede ser eficaz para
debilitar el amor, pero no para desviar el amor sobre otros. El dinero, los
ruegos y las tretas son ficciones utilizadas para hacer el mal. Al final, el
malvado vive en un mundo de ficciones. Como no puede conseguir lo que busca,
tiene que sustituirlo por su retrato, pálido reflejo de la realidad; y el
comendador de Ocaña, resignado a tener que estar sin Casilda, manda pintarla en
un cuadro para que le haga compañía. Al final vive en un mundo de ficciones. Un
mundo de sombras donde la realidad palidece. Una existencia devaluada. Una
caverna.
Juan
se detuvo un poco mientras sus ojos se perdían en el aire. Buscaban, sin duda,
un hilo para pensar.
(Continuará)
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