viernes, 5 de marzo de 2021

DE LOS NOMBRES

 

 

LA VENTANA DE CRISTAL

De los nombres

 


            Tener nombre es tener identidad, ser único. Caballeros andantes hay muchos pero Amadís de Gaula no hay más que uno. Si hablo de “ése” puedo estar hablando de muchas personas pero “ese que ama a Dulcinea” sólo puede ser don Quijote. Un individuo no nos interesa, pero un nombre nos llama la atención.

 

Cuando los romanos diezmaban a los ejércitos mataban a uno de cada diez soldados en la fila; cuando mataban a un hóplita su lugar lo ocupaba el que había detrás, y no importaba si se llamaba Antonio, Pepe o Juan o si era hijo de Reme, de Manuela o de Isabel. Ser un individuo, ocupar un lugar o no tener nombre es lo mismo que si lo que importara no fueras tú, sino el lugar que ocupas en la sociedad.

 

            Tener un nombre es ser alguien, de lo contrario no eres nada. Quien no tiene nombre es un cualquiera y se puede intercambiar por otro, como lo mismo da qué cuaderno me vendas porque todos me valen, todos me van a dar igual.

 

Y ser un don nadie es ser, como cantaba Jacques Brel, el siguiente de la lista, el siguiente del que viene después. ¿Quién eres tú? El siguiente. ¿Y tú quién eres? El que viene detrás. ¿Pero quién viene detrás? Da lo mismo, lo único que nos interesa es  que esté detrás. ¿Cómo se llama? “El siguiente”. Lo llamamos “el siguiente”. Aparte de ser el siguiente es un cero a la izquierda, un engranaje de la maquinaria, nada más; lo importante es la maquinaria, los engranajes los venden en la tienda y todos se pueden cambiar.

 

            Eres uno de tantos, uno cualquiera, el que no vale nada; el que si se pierde nadie lo echa de menos porque siempre va a haber quien ocupe su lugar. Y como no eres nadie sólo eres un lugar en el mundo, una mota de polvo, un grano de arena, no vales más que los otros y nada mereces, eres lo mismo que cualquiera que venga detrás.

 

            Nadie es más que nadie. De nacimiento. Ni Goya ni Cervantes ni Julio César, ni Cristo mismo en tanto que hombre, valen más de lo que valgo yo. Todos somos iguales.

 

Pero nadie es como yo. Ni el hombre más grande del mundo valdrá para mi madre lo que yo valgo porque si falto en el mundo, nadie en su pecho podrá ocupar mi lugar. Ninguno será como yo y nadie valdrá más (aunque tampoco valga menos) de lo que yo valgo; y aunque no merece morir nadie para que yo viva, mi historia es diferente de cualquier historia y mis méritos sólo son míos, y por eso merezco que me valoren por lo que soy y no por lo que otros hayan hecho o dejado de hacer; por eso no me valen los castigos colectivos.  

 


            Nadie es más que nadie por nacimiento, pero en la vida nadie es como yo. El mérito de ser digno me lo han regalado y por eso todos somos iguales, pero el mérito de ser único me lo he ganado yo y me lo ha entregado tu alma: por eso valgo más para los míos, y aunque yo sea igual que otros no por eso voy a ser uno cualquiera. Soy persona y no individuo, y el valor de haber nacido no puede confundirse con el valor de haber sido alguien para alguien.

 

            Eres un policía, ¿quién eres? Un número; es lo único que hay en tu placa de identidad. Estás en la cola, ¿quién eres? El siguiente: a nadie de la cola le importa otra cosa. Estás en el cine, ¿quién eres? Alguien que ha comprado una entrada, nada más le importa al portero. Quién seas es indiferente, lo único que importa es qué eres aquí: un policía, uno que está en la cola, un cliente, un espectador. Que seas Carmen, Antonio, Pedro o Inés no le importa más que a quien te importa; para los otros eres uno más.

 

            No ser anónimo es lo mismo que tener nombre. Dulcinea, don Quijote, Octavio, Sócrates son individuos porque cada uno es uno de tantos; también son personas porque ninguno vale más que otro; y son únicos porque don Quijote es el único que quiere a Dulcinea, Sócrates es el único que marcó a Platón y Octavio es el único que creó el imperio de Roma. Y aunque todos valen lo mismo como personas, como personajes unos valen más que otros y Sócrates y don Quijote fueron excelentes, y Octavio destacó por su grandeza en la ambición y por su instinto sanguinario, y destacó, en suma, por su ínfima catadura moral.

 

            Tener un nombre es ser importante, ser individuo y no sólo persona, poder ser juzgado por tus méritos, por tus acciones; la insignificancia de ser individuo se eleva hasta la grandeza de tener importancia individual: es cuando el individuo ya no será uno de tantos, y cuando sea único ya nadie podrá ocupar su lugar.

 

            He observado a muchas mujeres hablar de sus maridos sin nombrarlos. “Se me ha muerto”, dicen, “vino  borracho a casa”, “¿habrá llegado ya?” ¿Y quién se ha muerto, quién ha venido borracho, quién ha llegado ya? Él. ¿Quién es él? Nadie. En el fondo no es nadie. Uno cualquiera, uno que se casó contigo y desde entonces dejó de hacer méritos para ti. Por eso ahora no le pones nombre. Para ti no es más que “él”. Un ser anónimo que vive contigo y hace tiempo que dejó de tener nombre. Y aunque nunca lo vas a cambiar por otro (al fin y al cabo os une la costumbre de aburriros), ya no será nada para ti; y nunca te importará más que la escoba, el armario o la mesa, que están ahí porque están y no porque hayan hecho méritos; porque hay que ganarse el derecho de valer y el mérito de poder seguir estando donde se está.

 


 

1 comentario:

  1. Tan cierto... eres alguien o un don nadie, eres tanto y eres poco, pero con el nombre y mucho más te ganas un ser para el mundo entero. Rescato:"porque hay que ganarse el derecho de valer y el mérito de poder seguir estando donde se está".

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