VERDI SOBRE LOS PASOS DE MACHADO
Unos días más tarde reanudó esta
conversación que había sido interrumpida por el timbre; y lo hizo con un poema
de Antonio Machado.
Al
olmo viejo hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
-¿Qué dice? Está describiendo el
viejo árbol. Lo pinta en el Duero, cuyas orillas tanto ha cantado el corazón
del poeta; lo pinta con un ejército de hormigas trepando por sus ramas secas;
cubierto de telarañas en su hueco corazón, abierto el pecho al abismo de sus
entrañas huecas; cubierto de musgo en su corteza blanca, el tronco carcomido;
lo pinta desolado, solitario y desierto, sin los pájaros que anidan en su
regazo con sus hermosos trinos. Lo derribará el hacha, el carpintero lo
convertirá en yugo; arderá en la hoguera de alguna mísera caseta; lo arrancará
la tormenta, lo tronchará el vendaval; lo arrancará el río, atravesando los
valles, y lo empujará hacia el mar. Pero le han salido brotes verdes en su
retorcida corteza, en el corazón abierto, en el pecho herido; y eso ha hecho
temblar el corazón del poeta.
Mi
corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Levantó la vista con el libro
todavía abierto. Volvió a mirar a los chicos, que miraban, unos con brotes
verdes en los ojos, otros con la mirada seca, el pecho mudo, el corazón vacío.
-Ya hemos visto lo que nos dice el
poeta. Pero ahora nos preguntamos: ¿qué es lo que nos quiere decir? Para
responder a esta pregunta tenemos que saber lo que hace. Y lo que hace es
estremecerse con las palabras. No escribe describiendo simplemente las cosas
que ve, como lo haría un científico; escribe poniendo sentimiento en ellas, de
modo que cada una le haga vibrar; y el lector vibra, al leer, como vibraba el
poeta en el momento en que lo escribía. No es un científico, es un poeta; en
sus palabras no hay que buscar la verdad, sino la belleza. La verdad pudo ser
sólo un punto de partida. ¿Vio realmente este olmo cuando se puso a escribir
sobre él? Probablemente sí, pero no lo sabemos; pudo ser una idea que se había
ocurrido; o un olmo antiguo, que le vino a la memoria a instancias del corazón.
Vete a saber… Pero lo que importa no es si vio de verdad este olmo; lo que
importa es si se acercó a él con la belleza en la mano; si consiguió estremecer
con sus palabras cuando la visión del árbol a él mismo lo estremecía.
-Desde luego –contestó Ilse; y su
voz parecía tímida.
-¿Cómo lo consigue? ¿Qué hace con las palabras? Las distribuye armoniosamente, como si fueran manchas de color, y su pluma es el pincel que va ordenándolas en un cuadro; las cosas, hechas sustantivos, se llenan de adjetivos porque tienen luz, color, relieve, sonido, y oímos el silencio como una manta invisible extendida por el campo. Describe los más mínimos detalles capaces de despertar el sentimiento: el rayo, el musgo, el polvo, el tronco carcomido, los pájaros que no están y las hormigas y arañas que sí están; no describe el árbol con la sequedad del científico, limitándose a presentar las cosas tal y como son; lo describe convirtiéndolo en portavoz de sus sentimientos, despertando la melancolía en el crescendo de su evocación. Y luego, con la imaginación, anticipa lo que será de él cuando pase el tiempo; en lo que quedará convertido el tronco seco del árbol. ¿Y para qué lo hace?
-Para que sintamos en el tronco la
presencia de la muerte –prosiguió-. Y en medio de ella, como un milagro,
apareen unas hojas con las lluvias de abril. Esas hojas son el refugio de la
esperanza. En las situaciones difíciles, cuando parece que todo está perdido,
no hay que desesperar. Siempre hay brotes verdes.
Sus palabras fueron interrumpidas
por un suspiro.
-¿Qué hace el poeta? Describe un
árbol. ¿Qué quiere hacer? Despertar la esperanza. ¿Y cómo lo hace? Creando
emoción y belleza. El crítico, cuando tiene ante los ojos este poema, ya ha
contestado a estas preguntas. La primera, desde luego, era la primera: ¿qué
dice? El crítico ha comparado lo que dice el autor con lo que ocurre en la
realidad: y no ha podido responder; no sabe si el olmo del que habla ha
existido de verdad; no se trata, pues,
de juicios de hecho. Si la verdad aristotélica no nos interesa ¿qué es entonces
lo que nos interesa aquí? La esperanza. Y la belleza. Se trata, por lo tanto,
de juicios de valor. ¿Y qué valores son los que aquí aparecen? No se trata de valores
morales, no; Machado no nos dice, como en las fábulas, lo que debemos hacer. Ni
nos habla tampoco de lo que es conveniente, no son valores pragmáticos los que
afloran aquí, ni técnicos tampoco; tampoco nos dice cómo hay que hacer las
cosas, como si fuera una receta o un manual de instrucciones. No. Aquí nos
habla de la esperanza; y de la belleza; son valores vitales.
Carraspeó quedamente.
-Estamos analizando un poema, y al
hacerlo nos hemos convertido en críticos. Hemos descubierto que había que relacionar
lo que dice el poeta con lo que quiere decir, y para eso hemos tenido que
observar cómo lo dice. Dice (habla) del olmo y en el fondo quiere hablar de la
esperanza; lo dice con imágenes, con epítetos, más que con referencias. Y ahora
nos preguntamos: ¿por qué habla del olmo para hablar de la esperanza? ¿No será
que la referencia está en la esperanza y no en el tronco? ¿Será verdad que está
necesitado de esperanza? Y si la necesita, es porque está sufriendo. ¿Por qué
sufre Antonio Machado? Busquemos en su biografía. Veamos lo que le ocurría
hacia la época misma en que compuso el poema. Buscamos y encontramos. Leonor.
Leonor era una chica joven que se casó con el poeta. Y el poeta la quería, la
adoraba. Tenía apenas dieciocho años cuando se casó con ella. Y enfermó de
tuberculosis. Los médicos eran muy pesimistas con respecto a su salud, y el
poeta estaba desesperado. Necesitaba esperanza. Necesitaba creer. Y ahora
comprendemos verdaderamente el poema.
Mi
corazón espera.
Esperaba estremecido el corazón de
Machado:
otro milagro de la primavera.
Sonaron, dentro de la clase, algunos
aplausos. Después sonaron otros y el sonido de las palmas fue en crescendo.
Juan acalló los ruidos bajando repetidamente los brazos, meciéndolos en el
aire, con las palmas hacia abajo.
-¡Silencio! –lo dijo como un grito
amortiguado por su propio susurro-. ¡Chst! ¡Silencio! ¡Están dando clase en las
aulas de al lado! ¡No debemos molestar!
Y por su pecho corría una nebulosa de placer, sorprendido él mismo y repentinamente halagado. La sorpresa de haber llegado al corazón de los chicos. Lo inundó de plenitud. Por su barriga le subió un cosquilleo.
-¿Conocéis a Giuseppe Verdi? –Juan
sabía que no-. Verdi era un compositor italiano. Entre sus óperas más famosas
está “Nabucco”, que es la palabra italiana para decir “Nabucodonosor”. En ella
relata la cautividad de Babilonia. El pueblo hebreo camina al destierro,
perdida la esperanza, abandonando sus casas y el país donde creció, y el
pensamiento se llena de tristeza con la evocación emocionada de la patria: este
episodio se retrata en un fragmento que lleva por título “Va pensiero”.
Juan había llevado un radiocassette
y lo tenía sobre la mesa. Pulsó un botón y sonó un lamento. Las sillas de los
alumnos enmudecieron de repente. La magia de Machado resurgió en las voces del
pueblo desterrado, se extendió por todo el espacio y ocupó los corazones,
rezumando por las ventanas. Las palabras de Juan, explicando la atmósfera del
coro, prendió la llama del sentimiento y los chicos se mecían de manera casi
imperceptible al son de las voces soñolientas. Acabó el coro. Y la magia, como
jirones de una nube retenida en el cielo, permaneció flotando. Y Juan aprovechó
ese momento de duende para rematar la faena.
-¿Qué dice Verdi? Cuenta la
cautividad del pueblo hebreo. ¿Ocurrieron realmente aquellos hechos? Sí; era
una verdad histórica. Pero ¿qué hace Verdi con las palabras, como las dice?
Despertando el sentimiento. Y ¿qué quiere conseguir, qué pretende hacer?
Aquí Juan hizo un silencio poético
sujetando la emoción. Lo hizo sujetar un rato, no demasiado, como el que está
encendiendo fuego para que prenda la llama. Y cuando lo hubo conseguido reanudó
el hilo de su explicación, el hilo de su pensamiento.
-Le pasó algo parecido a lo que le había pasado a Machado. La verdad de
Verdi no era interesante por lo que le pasó al pueblo judío sino por lo que le
estaba pasando al pueblo italiano. Italia estaba invadida por los austriacos. Y
cuando la gente escuchaba en la ópera el “Va pensiero” se levantaba al unísono
reflejando, en su identificación con el pueblo judío, su rebeldía contra el
yugo austriaco. El “Va pensiero” se convirtió en una canción de protesta, en
una canción patriótica. Y la verdad de los personajes se convirtió en la voz
del público, la voz del autor, y la cautividad de Babilonia se convirtió en un
lamento de la cautividad que estaba padeciendo por aquel entonces el pueblo
italiano.
Un silencio estremecedor paralizó
los corazones. Los alumnos se sintieron, por un momento, los hebreos que
caminaban apesadumbrados hacia Babilonia. Y Juan demostró así que, en contra de
lo que ellos mismos creían, cuando se explica bien a los jóvenes de entonces,
analfabetos de la música, también les gustaba la ópera.
Juan dejó durar las emociones que habían estado suspendidas, flotando en el aire, hasta que fueron disolviendo sus últimos ecos. Poco a poco volvió la realidad a la clase. Todavía resonaban en el silencio, como cantos de sirena, las voces yertas de la poesía. Sólo que no eran cantos de sirena. Eran los cantos que, en vez de matar, resucitaban; los cantos que llenaban el espacio de placer, cargando las baterías de la vida y alimentando las fuerzas que impulsaban el desarrollo; el hechizo, la magia de la que no había que huir, sino que salvaba; los hermosos cantos que nunca encontraríamos en Homero.
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