DE LA PROPAGANDA
Los
hechos son evidentes cuando concuerdan con lo que pasa; pero a veces los hechos
son sustituidos por signos saboteados por los publicistas, y la verdad real se
transforma en realidad aparente que ya no concuerda con lo real: Manuel Vázquez
Montalbán lo llama la “no-verdad”, y lo escenifica en unas palabras que él mismo
atribuye a la madre de Groucho Marx: “pusieron el este al oeste y el norte en
el sur. Tampoco estaba en su sitio el centro del cielo, ni el de la tierra. Nos
calzaron con zapatos que andaban al revés y nos colocaron en caminos que jamás
saldrían del laberinto. Metieron aceite en los acueductos y lágrimas en los
oleoductos. Llovía de la tierra hacia las nubes y al respirar morías asfixiado.
Era imposible ver el futuro más allá de la cortina de banderas y recuperar la
confianza humana”.
Los
hechos llegan a falsearse de tal manera que no tenemos evidencia de la
no-verdad, es decir del engaño: evidencia de la ficción de lo evidente. El
creador de esas evidencias cuya falsedad no captamos es, según Vázquez
Montalbán, el intelectual prostituido. La persona sometida a ideología cree
ciegamente en los valores eternos que le son inculcados; tiende a “justificar
la última moralidad de lo que hace por la evidencia de lo que ya está hecho”,
como dice Pepe Carvalho; niega que se pueda hacer a los demás lo que a uno no
le gustaría que le hicieran “salvo si lo haces en interés de la mayoría” (para
lo cual es preciso inventarse mayorías inexistentes); y Vázquez Montalbán pone
en boca del imaginario señor Phuta las siguientes palabras: “he creado un nuevo
estilo de empresario: comercializo mercancía progresista y ayudo a transformar
el mundo”, o sea: “cambiar para que nada cambie”. Si la realidad está deformada
por los espejos que nos la muestran (uno de esos espejos es la televisión), la
única escapatoria es “que se rompan los espejos donde os trucan la imagen” y
recuperar “el habla frente al televisor”.
Pero
Vázquez Montalbán imagina también un extraño personaje al que llama “Bacterioon”.
Se trata de una sustancia bactericida pulverizada en el aire cuyo efecto más
evidente es la destrucción. “Bacterioon es la sustancia del relativismo y de la
duda de la propia duda”, que en el fondo no es más que el miedo al cambio
resistiendo al asalto de la razón y constituido en “retaguardia de la
no-verdad”; lo más curioso es que, según Vázquez Montalbán, este ente nebuloso
es una sustancia “manipulada por un cerebro fanático antihistórico” que de momento
“se disfraza de escepticismo, pero pronto sacará su pistola”. Todos aquellos
que, desde la derecha o la izquierda, combatan las ficciones propagandísticas
de la no-verdad, no son más que agentes de Bacterioon. Ya decía Platón que
había que evitar que los jóvenes manejaran la dialéctica, porque la emplean en
destruirlo todo mediante una crítica nefasta y raramente la usan para construir
nada. Lenin también hablaba de la enfermedad infantil del comunismo, que es el
izquierdismo. El problema es que Platón acierta con el diagnóstico, pero no con
el tratamiento: pues el remedio contra la razón que se destruye a sí misma no
es precisamente la censura, sino más razón y más dialéctica (de lo contrario no
nos esperará a la vuelta de la esquina más dialéctica que la de los puños y las
pistolas).
También
es verdad lo que se dice cuando concuerda con la lógica de los hechos y de las
palabras. No es vedad que las especies evolucionen mejorándose si lo
decimos desde Darwin, para el cual no existe una evolución
lineal, sino ramificada; esa afirmación es incompatible con la teoría y no se
pueden admitir simultáneamente las dos; una de las dos está equivocada. Tampoco
se puede admitir que la España de 2017 sea un Estado fascista y decirlo desde
una televisión (TV3) intervenida por el Estado (cuando una de las
características del famoso fascismo es precisamente la censura informativa); o
en Cataluña hay libertad de expresión o el Estado español es fascista, pero las
dos cosas no se pueden sostener a la vez.
Pintar
en un mismo cuadro cosas incoherentes es como hacer un collage: juntar y pegar
trozos de papel que no tienen nada en común, para crear, con mentiras fragmentarias,
una verdad en el conjunto; verdad que, al no poder sostenerse sobre sus patas,
es también una mentira. Lo que falta es el nexo natural de los fragmentos; lo
que sobra, el nexo artificial que le ha puesto la propaganda. Estos collages se
caracterizan por una ausencia de sintaxis, como cuando juntamos un caballo y un
cuerno para formar un unicornio; y así, yo digo que voy a la capital sin
especificar que voy a la de Castilla-La Mancha y los demás me buscarán en
Madrid, no en Toledo; o Mao aplaude “a los que aplauden, mientras a su
alrededor le abanican con el libro de sus propios pensamientos”; lo propio del
populismo es ensalzar al pueblo al que se pisotea aplaudiéndole su ignorancia
mientras el pueblo, manipulado, aplaude a quien le está engañando. Al
desaparecer las conexiones reales de las cosas se ha formado una amalgama, y
sobre esa amalgama crea el publicista conexiones inexistentes para vendernos el
producto: transformando la lógica en amalgama, la realidad en collage y la
verdad en no-verdad, nadamos en un “archipiélago de signos” donde brilla, como
decía Octavio Paz, “el resplandor de lo vacío”.
La
propaganda repite lo que es tan evidente que no hace falta decirlo,
convirtiendo la lógica en absurdo (Ionesco tuvo la idea del teatro del absurdo
cuando descubrió, aprendiendo francés con el método Assimil, que el techo está
arriba y el suelo está abajo). Otras veces repite cosas incompatibles que es
evidente que son absurdas, y sin embargo las aprendemos como verdades (como
cuando el gran hermano dice en 1974 que
“la guerra es la paz”, o el policía le enseña a su prisionero que “2+2=5). Y
otras conjugan cosas inconexas que el consumidor repetirá como si estuvieran
conectadas (Manuel Vázquez Montalbán las parodia en la siguiente amalgama de
consignas publicitarias y patrióticas: “la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa.
Consuma productos españoles. España es la Patria mía y la patria de mi raza,
mira hacia el Nuevo Mundo y al Viejo vuelve la espalda. Las vacas del pueblo ya
se han escapao. Asturias patria querida. Vino, sol, Historia… ¿Quién compra?”).
Parodiando esos collages Vázquez Montalbán muestra los ingredientes de su
identidad catalana: “amb la sang dels castellans ens farem tinta vermella” y
“tots som pops, tots som pops, la victòria ens crida a tots”; ingredientes que,
como no podía ser menos, cristalizan en el “Club de fútbol Barcelona”. Y se
inventa el “novellage”, un estilo de novela enteramente formado por collages
con un triple objetivo: el primero, como “un nuevo género literario” para
ilustrar literariamente las papelinas de fish and chips de todo el imperio
británico”; el segundo, crear un “estilo subnormal” que reproduzca, en una
suerte de escritura demente, el sabotaje de los signos perpetrado por la
propaganda; y el tercero, que ese estilo sea una vacuna que nos cure de la
idiotez inyectando la idiotez misma en dosis críticas.
Lo
que se dice es verdad cuando concuerda con lo que se hace. Para eso quien tiene
poder de hablar crea una estructura que le permita dominar mediante la palabra:
Vázquez Montalbán la llama “el Sistema”, y la caracteriza como una estructura
de instituciones, leyes y doctrinas ordenada racionalmente por la burguesía. A
la burguesía la caracteriza como una vieja dama que se niega a envejecer. Y
así, el Sistema, sustancia viscosa que imprime carácter a cuanto roza, como
Bacterioon, transforma el conflicto en competición; en vez de luchar a muerte
con el proletariado, la burguesía juega con él, engañándolo para recuperarlo
para el sistema; “allí estaba en apariencia planteado un partido de rugby, con
el bolchevismo y la III Internacional”, pero en realidad se jugaba al fútbol
con el capitalismo y la cultura de masas. La razón, en el Sistema, ha sido el
espejo fiel de la burguesía, pero ella, que ha envejecido y, como la madrastra
de Blancanieves, le niega sus vejeces al espejo, cambia de espejo. Ahora truca
las respuestas y sólo quiere la mentira, multiplicando “sus afeites para la
piel marchita”.
El
resultado es el Supersistema. En el Supersistema se transforma la verdad en
no-verdad (la lectura de la prensa diaria nos hace cruzar la frontera de la
no-verdad); la lógica se transforma en absurdo, se desconecta y produce
amalgama (y, al imponer una normalidad ajena a la lógica, se refugia en una lógica subnormal; de esta manera
aparece el intelectual subnormal,
peón de la cultura de masas, cuya misión es conectar cosas inconexas sin la
menor verosimilitud), y de este modo la noticia se transforma en mito, y el más
útil de los mitos es el del final feliz,
que se transmite “a través de una red de antenas, radios, periódicos,
televisión, anuncios que martillean continuamente las noticias”; así, en el
imaginario colectivo del mundo albertzale, cuando se lograra un cambio en el
marco legal I(es decir, cuando se lograra la independencia), bruscamente y por
arte de magia desaparecerán todos los males de los vascos. La edad de oro injertada en el futuro desde el pasado.
La
información manipulada se convierte en propaganda. También el lenguaje
manipulado. La propaganda hace que existen las cosas nombradas, aunque no
existan de verdad; y así, bastará con que se nombre una cosa para que exista, y
ser será desde entonces ser nombrado: el verbo hecho carne y el dictador, que es
quien maneja el lenguaje, será el sustituto de dios, pues sólo podrá existir lo
que está en su voluntad.
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