viernes, 1 de junio de 2018

DE LA PROPAGANDA





DE LA PROPAGANDA   


             Lo que se dice es verdad cuando concuerda con lo que se hace (por ejemplo, cuando cumplimos una promesa); también lo es cuando concuerda con lo que pasa (a eso se le llama informar); también algo es verdad cuando, sin poderlo comprobar directamente, encaja con la lógica de los hechos, es decir, con otras cosas que ya se han dicho o se han hecho anteriormente (que la policía española entre a saco en Cataluña no encaja con el interés de España por dar una buena imagen internacional ante la deriva catalana); también es verdadero lo que funciona (un reloj en la pared, por ejemplo, no es un reloj, sino un decorado, si no sirve para dar la hora); por último, habría que decir, para ir terminando, que algo es verdad si lo que denotan las palabras no es contradictorio con lo que connotan, ya sea verbalmente, ya con los lenguajes paraverbales (es decir, con el tono o el gesto: Alfredo Amestoy decía con la imagen –unas monjas utilizando en la España de los años 60 una ordeñadora eléctrica que muy pocos ganaderos tenían entonces- lo contrario de lo que las monjas decían con las palabras –a saber, que ellas eran pobres-; y lo hacía en una superposición de mensajes donde la palabra se desdecía en la imagen).
            Los hechos son evidentes cuando concuerdan con lo que pasa; pero a veces los hechos son sustituidos por signos saboteados por los publicistas, y la verdad real se transforma en realidad aparente que ya no concuerda con lo real: Manuel Vázquez Montalbán lo llama la “no-verdad”, y lo escenifica en unas palabras que él mismo atribuye a la madre de Groucho Marx: “pusieron el este al oeste y el norte en el sur. Tampoco estaba en su sitio el centro del cielo, ni el de la tierra. Nos calzaron con zapatos que andaban al revés y nos colocaron en caminos que jamás saldrían del laberinto. Metieron aceite en los acueductos y lágrimas en los oleoductos. Llovía de la tierra hacia las nubes y al respirar morías asfixiado. Era imposible ver el futuro más allá de la cortina de banderas y recuperar la confianza humana”.
            Los hechos llegan a falsearse de tal manera que no tenemos evidencia de la no-verdad, es decir del engaño: evidencia de la ficción de lo evidente. El creador de esas evidencias cuya falsedad no captamos es, según Vázquez Montalbán, el intelectual prostituido. La persona sometida a ideología cree ciegamente en los valores eternos que le son inculcados; tiende a “justificar la última moralidad de lo que hace por la evidencia de lo que ya está hecho”, como dice Pepe Carvalho; niega que se pueda hacer a los demás lo que a uno no le gustaría que le hicieran “salvo si lo haces en interés de la mayoría” (para lo cual es preciso inventarse mayorías inexistentes); y Vázquez Montalbán pone en boca del imaginario señor Phuta las siguientes palabras: “he creado un nuevo estilo de empresario: comercializo mercancía progresista y ayudo a transformar el mundo”, o sea: “cambiar para que nada cambie”. Si la realidad está deformada por los espejos que nos la muestran (uno de esos espejos es la televisión), la única escapatoria es “que se rompan los espejos donde os trucan la imagen” y recuperar “el habla frente al televisor”. 


            Pero Vázquez Montalbán imagina también un extraño personaje al que llama “Bacterioon”. Se trata de una sustancia bactericida pulverizada en el aire cuyo efecto más evidente es la destrucción. “Bacterioon es la sustancia del relativismo y de la duda de la propia duda”, que en el fondo no es más que el miedo al cambio resistiendo al asalto de la razón y constituido en “retaguardia de la no-verdad”; lo más curioso es que, según Vázquez Montalbán, este ente nebuloso es una sustancia “manipulada por un cerebro fanático antihistórico” que de momento “se disfraza de escepticismo, pero pronto sacará su pistola”. Todos aquellos que, desde la derecha o la izquierda, combatan las ficciones propagandísticas de la no-verdad, no son más que agentes de Bacterioon. Ya decía Platón que había que evitar que los jóvenes manejaran la dialéctica, porque la emplean en destruirlo todo mediante una crítica nefasta y raramente la usan para construir nada. Lenin también hablaba de la enfermedad infantil del comunismo, que es el izquierdismo. El problema es que Platón acierta con el diagnóstico, pero no con el tratamiento: pues el remedio contra la razón que se destruye a sí misma no es precisamente la censura, sino más razón y más dialéctica (de lo contrario no nos esperará a la vuelta de la esquina más dialéctica que la de los puños y las pistolas).
            También es verdad lo que se dice cuando concuerda con la lógica de los hechos y de las palabras. No es vedad que las especies evolucionen mejorándose si lo decimos  desde  Darwin, para el cual no existe una evolución lineal, sino ramificada; esa afirmación es incompatible con la teoría y no se pueden admitir simultáneamente las dos; una de las dos está equivocada. Tampoco se puede admitir que la España de 2017 sea un Estado fascista y decirlo desde una televisión (TV3) intervenida por el Estado (cuando una de las características del famoso fascismo es precisamente la censura informativa); o en Cataluña hay libertad de expresión o el Estado español es fascista, pero las dos cosas no se pueden sostener a la vez.
            Pintar en un mismo cuadro cosas incoherentes es como hacer un collage: juntar y pegar trozos de papel que no tienen nada en común, para crear, con mentiras fragmentarias, una verdad en el conjunto; verdad que, al no poder sostenerse sobre sus patas, es también una mentira. Lo que falta es el nexo natural de los fragmentos; lo que sobra, el nexo artificial que le ha puesto la propaganda. Estos collages se caracterizan por una ausencia de sintaxis, como cuando juntamos un caballo y un cuerno para formar un unicornio; y así, yo digo que voy a la capital sin especificar que voy a la de Castilla-La Mancha y los demás me buscarán en Madrid, no en Toledo; o Mao aplaude “a los que aplauden, mientras a su alrededor le abanican con el libro de sus propios pensamientos”; lo propio del populismo es ensalzar al pueblo al que se pisotea aplaudiéndole su ignorancia mientras el pueblo, manipulado, aplaude a quien le está engañando. Al desaparecer las conexiones reales de las cosas se ha formado una amalgama, y sobre esa amalgama crea el publicista conexiones inexistentes para vendernos el producto: transformando la lógica en amalgama, la realidad en collage y la verdad en no-verdad, nadamos en un “archipiélago de signos” donde brilla, como decía Octavio Paz, “el resplandor de lo vacío”.


            La propaganda repite lo que es tan evidente que no hace falta decirlo, convirtiendo la lógica en absurdo (Ionesco tuvo la idea del teatro del absurdo cuando descubrió, aprendiendo francés con el método Assimil, que el techo está arriba y el suelo está abajo). Otras veces repite cosas incompatibles que es evidente que son absurdas, y sin embargo las aprendemos como verdades (como cuando el gran hermano dice en 1974 que “la guerra es la paz”, o el policía le enseña a su prisionero que “2+2=5). Y otras conjugan cosas inconexas que el consumidor repetirá como si estuvieran conectadas (Manuel Vázquez Montalbán las parodia en la siguiente amalgama de consignas publicitarias y patrióticas: “la Virgen del  Pilar dice que no quiere ser francesa. Consuma productos españoles. España es la Patria mía y la patria de mi raza, mira hacia el Nuevo Mundo y al Viejo vuelve la espalda. Las vacas del pueblo ya se han escapao. Asturias patria querida. Vino, sol, Historia… ¿Quién compra?”). Parodiando esos collages Vázquez Montalbán muestra los ingredientes de su identidad catalana: “amb la sang dels castellans ens farem tinta vermella” y “tots som pops, tots som pops, la victòria ens crida a tots”; ingredientes que, como no podía ser menos, cristalizan en el “Club de fútbol Barcelona”. Y se inventa el “novellage”, un estilo de novela enteramente formado por collages con un triple objetivo: el primero, como “un nuevo género literario” para ilustrar literariamente las papelinas de fish and chips de todo el imperio británico”; el segundo, crear un “estilo subnormal” que reproduzca, en una suerte de escritura demente, el sabotaje de los signos perpetrado por la propaganda; y el tercero, que ese estilo sea una vacuna que nos cure de la idiotez inyectando la idiotez misma en dosis críticas.
            Lo que se dice es verdad cuando concuerda con lo que se hace. Para eso quien tiene poder de hablar crea una estructura que le permita dominar mediante la palabra: Vázquez Montalbán la llama “el Sistema”, y la caracteriza como una estructura de instituciones, leyes y doctrinas ordenada racionalmente por la burguesía. A la burguesía la caracteriza como una vieja dama que se niega a envejecer. Y así, el Sistema, sustancia viscosa que imprime carácter a cuanto roza, como Bacterioon, transforma el conflicto en competición; en vez de luchar a muerte con el proletariado, la burguesía juega con él, engañándolo para recuperarlo para el sistema; “allí estaba en apariencia planteado un partido de rugby, con el bolchevismo y la III Internacional”, pero en realidad se jugaba al fútbol con el capitalismo y la cultura de masas. La razón, en el Sistema, ha sido el espejo fiel de la burguesía, pero ella, que ha envejecido y, como la madrastra de Blancanieves, le niega sus vejeces al espejo, cambia de espejo. Ahora truca las respuestas y sólo quiere la mentira, multiplicando “sus afeites para la piel marchita”.
            El resultado es el Supersistema. En el Supersistema se transforma la verdad en no-verdad (la lectura de la prensa diaria nos hace cruzar la frontera de la no-verdad); la lógica se transforma en absurdo, se desconecta y produce amalgama (y, al imponer una normalidad ajena a la lógica, se refugia en una lógica subnormal; de esta manera aparece el intelectual subnormal, peón de la cultura de masas, cuya misión es conectar cosas inconexas sin la menor verosimilitud), y de este modo la noticia se transforma en mito, y el más útil de los mitos es el del final feliz, que se transmite “a través de una red de antenas, radios, periódicos, televisión, anuncios que martillean continuamente las noticias”; así, en el imaginario colectivo del mundo albertzale, cuando se lograra un cambio en el marco legal I(es decir, cuando se lograra la independencia), bruscamente y por arte de magia desaparecerán todos los males de los vascos. La edad de oro injertada en el futuro desde el pasado.
            La información manipulada se convierte en propaganda. También el lenguaje manipulado. La propaganda hace que existen las cosas nombradas, aunque no existan de verdad; y así, bastará con que se nombre una cosa para que exista, y ser será desde entonces ser nombrado: el verbo hecho carne y el dictador, que es quien maneja el lenguaje, será el sustituto de dios, pues sólo podrá existir lo que está en su voluntad.







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