CONSTANCIA, PERSEVERANCIA E INGELIGENCIA
MOTIVADA
Todas las acciones tienen un origen,
una meta y un camino. Su origen siempre es una necesidad. Si nos pasamos la
vida lamentándonos del estado de necesidad en que nos encontramos, estaremos
resignándonos antes de tiempo: puede ser por pereza o por pusilanimidad; si,
por el contrario, buscamos remedio a nuestros problemas, seremos personas
decididas; valientes, resolutivas. Supongamos ya que nos hemos decidido:
constancia será el esfuerzo por mantenernos en el camino, siempre pendientes de
la meta; esa meta que nos atrae, como un imán. Y cuando sentimos peligrar esa
meta y nos empeñamos en perseguirla antes de que se vaya, seremos
perseverantes. Todo buen entrenador (Zidane, Guardiola, Simeone, Emery, Mendilíbar,
Ancelotti) debe ser valiente y decidido, pero realista, a la hora de plantearse
las metas. Posiblemente Simeone sea un ejemplo de constancia: pasito a paso,
sin prisas, pero sin pausas; partido a partido. Y Sergio Ramos representa,
quizás, la perseverancia de quien no se rinde cuando todo está perdido; o
parece que lo está, pero sólo lo parece.
Constancia es mantenerse en el
esfuerzo; perseverar es mantener el objetivo, aun cuando parezca que se aleja
(ya lo dijeron los del 68: “sed realistas, pedid lo imposible”). En los dos
casos se busca una meta, pero quien es constante persiste atendiendo al
esfuerzo, mientras que quien persevera persiste atendiendo a la meta. En el
fondo, son dos perspectivas del mismo hecho: la constancia, mirando a la meta,
se centra en no salirse del camino; la perseverancia, mirando al camino, se
centra en no apartarse de la meta; y si la constancia se mantiene a lo largo
del trayecto, la perseverancia se refuerza cuando se acaba el tiempo y nos
vamos alejando de la meta; para ambas cosas hace falta tener el ánimo fuerte.
El Real Madrid disputaba con el
Atlético de Madrid la final de la copa de la Champions. Al finalizar el
partido, ganaba el Atlético por uno a cero; quedaban sólo cinco minutos de
descuento. Cualquier otro se habría desanimado y hubiera dado el partido por
perdido. Pero el Real Madrid no. El Real Madrid jugó a la desesperada, peleando
cada jugada como si fuera la última, arrastrado por la pasión del triunfo que
se le escapaba, en una lenta agonía que trepidaba en la pelota como un
vendaval. Al final vino el gol; y al garbo y la grandeza de Sergio Ramos le
hizo eco la pequeñez de Cristiano Ronaldo, que hacía ostentación de fuerza
cuando abatía sin mérito a un enemigo vencido. El agónico empeño por sacar tiempo
al tiempo y por vencer, a la desesperada, el peso de la adversidad ha
caracterizado una época del Madrid que se resistía; fuerza endemoniada
batiéndose el cobre fue, en esos lances, un luchador apasionado; en toda
justicia podríamos erigirlo en símbolo de la perseverancia.
Pero esos alumnos que desde el principio no creen en
la victoria se han rendido antes de
empezar a luchar. Los hay, incluso, que parecen valientes al plantearse retos,
pero, apenas empieza el trabajo, se desinflan y abandonan: ¿para qué voy a
estudiar –dicen- si de todas formas voy a suspender? Tales alumnos son un
ejemplo de inconstancia. ¿Puede la enamorada confiar en un joven que ha dado
muestras de desinflarse a la primera de cambio? ¿En una joven cuyas promesas se
deshacen apenas y se olvida de su novia apenas conoce a otra chica? ¿Qué clase
de constancia es esa? ¿Qué valor tienen las palabras de quien, aplazando
siempre el esfuerzo para más tarde, jura y perjura que el próximo esfuerzo ya
será el definitivo?
Constancia son las hormigas que, pacientemente, van
llevando provisiones al hormiguero sin desfallecer nunca. Constancia es la
madre que está al pie del cañón, cuidando de su bebé, a pesar del cansancio,
del dolor de espalda y de las pocas horas de sueño. Constancia es el esfuerzo
de quien, día a día, estudia poco a poco para preparar un examen y no piensa
nunca en abandonar.
Por el contrario, quien te promete una y otra vez lo
mismo y te falla continuamente no es constante. Quien tiene que hacer una dieta
y dice todos los días que porque empiece un día más tarde no va a pasar nada,
ése es inconstante. Quien tiene diez entrenamientos y de esos diez falta a
cinco porque hace frío, ése es un inconstante. La falta de constancia tiene que
ver con la pereza. Toda promesa requiere la constancia de quien se compromete.
No podemos confiar en quien no cumple lo que promete, porque quien no cumple no
inspira confianza; la constancia es, pues, un rasgo que nos empuja a creer en
alguien.
Recordémoslo: perseverar es dejarse atraer por la meta
que se aleja; la constancia también consiste en eso, pero la visión de la meta
es más bien lejana y lo que nos atrae cuando somos constantes es el poderoso
imán del camino en el que estamos; la constancia es esfuerzo, pero la
perseverancia es pasión. Y es que perseverar es mantener la constancia cuando
aparecen dificultades en el camino.
Solemos conocer mejor las cosas cuando nos preguntamos
por lo que no son: por sus contrarios. ¿Qué es lo contrario de la constancia?
La pereza; no es constante el ocioso, el haragán, el vago. Mientras que lo
contrario de la perseverancia es la pusilanimidad; no ser perseverante es ser
cobarde o flojo (sin entender por cobardía una actitud culpable, sino solamente
el temor que procede de la falta de ánimo). La falta de constancia es falta de
fuerza para trabajar; la falta de perseverancia es una falta de fuerza acompañada
de una falta de fe; porque la constancia, que empieza con el esfuerzo por
conseguir algo, puede convertirse, cuando aprieta la dificultad, en un mero esfuerzo
por el esfuerzo, como una inercia anímica, olvidándose incluso de la meta; y la
perseverancia es, más que un empeño por esforzarse, esa otra forma de inercia
anímica que se deja llevar por la meta, que nos anima y obsesiona,
envolviéndonos en una pasión: el esfuerzo constante es una ascesis, una lucha
consigo mismo; y el esfuerzo perseverante es una agonía, una lucha con las
circunstancias; evidentemente, uno deja de perseverar cuando se rinde y se
vuelve inconstante cuando lo abandonan las fuerzas del ánimo (flojera) o de la
voluntad (abulia); quien no se esfuerza es abúlico o perezoso, y en los dos
casos siente la frustración de no estar contento consigo mismo; y quien no
persevera se ha rendido porque la presión de las circunstancias es fuerte, y a
la frustración de no haber sido fuerte se une la de haber sufrido demasiada la presión
del mundo contra el que ha tenido por luchar. Ser constante es casi una forma de
ser; ser perseverante es más bien un acto de fe y una forma de actuar.
Ramón y Cajal fue constante en su empeño, perseveró
estudiando las neuronas hasta el final. Darwin también fue metódico y constante
en el Beagle durante su viaje a través del mundo, observando todas las especies
de animales y vegetales que caían en su mano; y perseveró en su lucha contra la
adversidad, que tomó la forma de intolerancia religiosa, beligerante con la
ciencia. Lo mismo cabe decir de Pasteur y Lutero, metódicos en su lucha, movidos
por la fe, por esa creencia en lo que uno hace convertida en pasión, en confianza,
en vitalidad. Los habitantes de Sarajevo, asfixiados por el cerco de las tropas
serbias, supieron resistir; y fue su perseverancia la que les dio la victoria,
creyendo siempre que vencerían cuando nadie daba un céntimo por ellos;
queriendo creer, cuando la superioridad militar serbia era apabullante, que
David podría vencer a Goliath. Lo mismo les pasó a los habitantes de Numancia.
La perseverancia no conduce siempre al triunfo, sino a persistir en la lucha
cuando todo parece perdido; unas veces lo conseguimos, otras no: decimos,
entonces, que estamos ofreciendo una resistencia numantina.
Pero el tesón de perseverar en el esfuerzo es una
virtud vital que no necesariamente tiene que ver con la justicia. Abimael
Guzmán, Hitler y el ISIS perseveraron hasta su último aliento en conseguir lo
que querían, pero fueron unos criminales. Y Pol Pot. Y Stalin. Ser tenaz es una
cualidad moral indisociable de la primera. Don Quijote es un ejemplo de
justicia y tenacidad. Y Sócrates. Y Jesucristo. Hitler y Stalin fueron ejemplos
de tenacidad injusta. Y todos aquellos idealistas que se derrumban a la primera
de cambo lo son de justicia sin tenacidad. Tan nefasto es ser justo sin ser
perseverante como ser perseverante sin ser bueno.
La perseverancia requiere de la constancia auxiliada
por la fe (no una constancia inerte); y la constancia requiere de la paciencia
como la fe te da el entusiasmo sobre el que se construye la voluntad; aunque
otras veces es el esfuerzo de la voluntad el que produce entusiasmo. La sumisión
que producen las religiones, desertando del esfuerzo porque no hace falta que
tú te preocupes (dios va a hacer las cosas por ti), tiene su contrapartida en
un proverbio cristiano: ayúdate y dios te ayudará. Las mujeres de Jerusalén,
como requiere el ejemplo de Job, son resignadas; se abandonan y quieren ser
pacientes sin ser constantes; sin ser esforzadas; es verdad que hay que pensar
dos veces las cosas, y hasta veinte, antes de hacerlas; pero también lo es que
una vez que lo hemos pensado, no hay que dejar para mañana lo que podamos hacer
hoy; hay que practicar la paciencia de la inteligencia, pero sin desligarla,
cuando ya nos hemos decidido, del ímpetu de la pasión; uno de los pilares de la
perseverancia es el entusiasmo.
Una leyenda china nos habla de cómo Yukón desplazó una
montaña: empresa que parecía imposible; pero con mucha paciencia, y sin dejar
de perseverar, creyéndose que lo lograría poco a poco, carretilla a carretilla,
metódicamente, fue sacando tierra de un sitio para llevarla hasta otro; y al
término de su vida consiguió desplazar la montaña. Ser paciente no es renunciar
a tus derechos, sino invertir el tiempo sin desanimarte en tu lucha por
realizarlos.
También nos dice Descartes que hay que ser metódicos
y, una vez que conocemos el camino, no dejar de caminar; y advierte que llegan
mucho más lejos los que caminan lentamente que los que corren pero se apartan
de él. Ser constantes no tiene que ver con la rapidez, sino con la
clarividencia; la constancia se consigue estando orientados, sabiendo en todo
momento dónde estamos, y no perdiendo nunca las ganas de caminar. Partido a
partido, como dice Simeone; sin prisas, sí, pero sin pausas; adaptarse al
camino no quiere decir dejar de caminar.
Es verdad que unos nacen con el ánimo fuerte mientras que
otros parece que nacieran desanimados. Esto tiene que ver con la genética, y el
que nace flojo no tiene la culpa de su flojera mientras que quien nace optimista
no tiene tampoco mucho mérito por ello: sólo tiene que dejarse llevar por su
naturaleza. Pero quien nace flojo (y en eso está su mérito) tiene que luchar
contra la flojera, supliendo su falta de ánimo con la fuerza de la voluntad. El
ánimo es la fuerza que se te da, y la voluntad es la fuerza que te creas. Todos
tenemos dentro un depósito de energía, y en algunos sucede que esta energía de
partida es escasa; pero un coche con poca gasolina puede rentabilizar esta
escasez mejorando su maquinaria: la voluntad es la maquinaria del espíritu; y sirve
para aumentar nuestra fuerza vital, y con ella nuestras ganas de vivir, cuando
ésta es escasa. En este punto recordamos a Nietzsche: el dolor es un
potenciador de la acción cuando no tenemos suficiente fuerza en el instinto; en
este caso, como cuando los retos del mundo son demasiado fuertes, hay que usar la
inteligencia para reforzar nuestra maquinaria espiritual, y por lo tanto vital,
para potenciar nuestras fuerzas: precipitarlas por un tobogán y liberar el
instinto; ese impulso inicial lo llaman los biólogos energía de activación; y
tiene mucho que ver con un esfuerzo titánico; si nos empeñamos en desplegar ese
esfuerzo, una vez que hemos conseguido arrancar, todo será más fácil.
Hay que ser fuertes en el momento de decidirnos;
fuertes en mantenernos en nuestro esfuerzo; y fuertes en buscar la meta. Soñar
es ver un objetivo; decidirse es encontrar el camino para llegar a él; ser
constante es mantenerse en el camino; y perseverar es no perder de vista el
objetivo, sobre todo cuando aprieta la dificultad, El trabajo de las
hormigas-obrera es un esfuerzo paciente y constante; y el de las
hormigas-soldado, perseverancia todavía más fuerte cuando las termitas invaden
el hormiguero y parece que lo pueden arrasar.
Recordemos lo que hemos dicho; si tienes poder en el
ánimo, no te costará avanzar; y si tienes fortaleza en la inteligencia, no
avanzarás a ciegas (como hace el toro que se estrella los cuernos contra el
burladero). El ánimo es una fuerza que nos sale de dentro y la voluntad es esa
fuerza metida en la inteligencia, porque con el ánimo nacemos, ya lo hemos
visto, pero la voluntad la tenemos que fabricar. Hay gente que nace deprimida y
gente que ya es fuerte antes de nacer, antes de tomar su primera decisión; y
gente que ya es vieja antes de nacer, mientras otra se sigue manteniendo joven
aunque se esté muriendo. Lo importante es fabricar energía cuando la naturaleza no te ha dado la suficiente; pero
esa poca que te ha dado tú puedes, y debes, convertirla en energía de
activación. Lo mismo que tenemos tono muscular tenemos que fabricarnos un tono
vital.
Hay voluntades animosas y voluntades desanimadas: las
primeras son desbordantes; las segundas, titánicas; no es la falta de ánimo,
sino de voluntad, lo que hace a las personas desvitalizadas. Porque si la falta
de ánimo es voluntad desmoralizada, la falta de voluntad es inteligencia desmotivada;
es la búsqueda de alicientes lo que hace que la inteligencia se desarrolle; y
ella, en agradecimiento también, potenciará, de rebote, las ganas de vivir.
En fin, resumiéndolo todo, podemos decir que hay dos
ideas de la razón: la aristotélica y la nietzscheana; para Aristóteles tenemos
que someternos a la razón; para Nietzsche (como diría el jedi), a la fuerza.
Pero es una fuerza racional y razonada; racional, porque viene de la razón; y
razonada, porque la busca; hay que ser racional usando la razón, razonando para
la vida.
Lo racional es la vida, y vivir es un combinado de
instinto y de inteligencia; la inteligencia puede ser razonada cuando llegamos
a una conclusión partiendo de unas premisas, e intuitiva cuando, sin tener
conciencia de las premisas, encontramos la conclusión (la conclusión es una
decisión que debemos tomar; que la tomemos o no, depende de la fuerza que
tengamos en el instinto). Podríamos decir que la intuición es el instinto que
conoce; y el instinto, la intuición que se ha desbordado fuera del conocimiento
para ponerse a vivir, actuando de acuerdo con él.
Lo racional es la vida. Intuir, no
sólo razonar. Fuerza para concluir, que nos lleva a terminar lo empezado.
Terminar. Finalizar. El fin es el final, el término de una acción; pero también
es la meta, la dirección que ha tomado; y la meta, además de ser un objetivo (un
ideal), es un camino que conduce a él. La razón es el camino para vivir, y el
camino de la conclusión está en las premisas; mas toda premisa contiene una
promesa y por eso la razón está viva (en el Evangelio, con mucha clarividencia,
se dice: “yo soy la luz”, pero se dice también acto seguido: “yo soy el
camino”. Cualquier camino no vale para llegar a la luz, el fin no justifica los
medios, al revés de lo que decía Maquiavelo).
La fuerza de la razón es la voluntad. La fuerza de la
intuición es el ánimo. El ánimo y la voluntad son la vida, y cuando el pulso
vital es alto, tienes la moral alta, como el Alcoyano. Sólo que, entre estar
desmoralizado y ser iluso, hay un pulso alto basado en la realidad, siempre en
su camino hacia el ideal: a eso, y no a la existencia quimérica, es a lo que
llamamos tener alta la moral.
Si el ánimo es lo que mueve a la razón, la fuerza de
la razón también nos da ánimos; y la percepción de lo real. Y es que la razón
no sólo es el camino, también es una reserva de fuerza moral. ¿Qué nos
encontramos en ese camino? Constancia. Perseverancia. Y muchas ganas de luchar.
Sin olvidarnos nunca de que la lucha no es la guerra, sino el deporte (que logra la victoria sin destruir al
adversario). El adversario se construye, construye sus fuerzas, fortificándose,
emulando, innovando, proyectándose en el mundo, gracias al equipo que le acaba
de ganar.
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