sábado, 15 de abril de 2017

Constancia, perseverancia e inteligencia motivada



 CONSTANCIA, PERSEVERANCIA E INGELIGENCIA MOTIVADA

 

            Todas las acciones tienen un origen, una meta y un camino. Su origen siempre es una necesidad. Si nos pasamos la vida lamentándonos del estado de necesidad en que nos encontramos, estaremos resignándonos antes de tiempo: puede ser por pereza o por pusilanimidad; si, por el contrario, buscamos remedio a nuestros problemas, seremos personas decididas; valientes, resolutivas. Supongamos ya que nos hemos decidido: constancia será el esfuerzo por mantenernos en el camino, siempre pendientes de la meta; esa meta que nos atrae, como un imán. Y cuando sentimos peligrar esa meta y nos empeñamos en perseguirla antes de que se vaya, seremos perseverantes. Todo buen entrenador (Zidane, Guardiola, Simeone, Emery, Mendilíbar, Ancelotti) debe ser valiente y decidido, pero realista, a la hora de plantearse las metas. Posiblemente Simeone sea un ejemplo de constancia: pasito a paso, sin prisas, pero sin pausas; partido a partido. Y Sergio Ramos representa, quizás, la perseverancia de quien no se rinde cuando todo está perdido; o parece que lo está, pero sólo lo parece.
            Constancia es mantenerse en el esfuerzo; perseverar es mantener el objetivo, aun cuando parezca que se aleja (ya lo dijeron los del 68: “sed realistas, pedid lo imposible”). En los dos casos se busca una meta, pero quien es constante persiste atendiendo al esfuerzo, mientras que quien persevera persiste atendiendo a la meta. En el fondo, son dos perspectivas del mismo hecho: la constancia, mirando a la meta, se centra en no salirse del camino; la perseverancia, mirando al camino, se centra en no apartarse de la meta; y si la constancia se mantiene a lo largo del trayecto, la perseverancia se refuerza cuando se acaba el tiempo y nos vamos alejando de la meta; para ambas cosas hace falta tener el ánimo fuerte.
            El Real Madrid disputaba con el Atlético de Madrid la final de la copa de la Champions. Al finalizar el partido, ganaba el Atlético por uno a cero; quedaban sólo cinco minutos de descuento. Cualquier otro se habría desanimado y hubiera dado el partido por perdido. Pero el Real Madrid no. El Real Madrid jugó a la desesperada, peleando cada jugada como si fuera la última, arrastrado por la pasión del triunfo que se le escapaba, en una lenta agonía que trepidaba en la pelota como un vendaval. Al final vino el gol; y al garbo y la grandeza de Sergio Ramos le hizo eco la pequeñez de Cristiano Ronaldo, que hacía ostentación de fuerza cuando abatía sin mérito a un enemigo vencido. El agónico empeño por sacar tiempo al tiempo y por vencer, a la desesperada, el peso de la adversidad ha caracterizado una época del Madrid que se resistía; fuerza endemoniada batiéndose el cobre fue, en esos lances, un luchador apasionado; en toda justicia podríamos erigirlo en símbolo de la perseverancia. 

 

Pero esos alumnos que desde el principio no creen en la victoria se han  rendido antes de empezar a luchar. Los hay, incluso, que parecen valientes al plantearse retos, pero, apenas empieza el trabajo, se desinflan y abandonan: ¿para qué voy a estudiar –dicen- si de todas formas voy a suspender? Tales alumnos son un ejemplo de inconstancia. ¿Puede la enamorada confiar en un joven que ha dado muestras de desinflarse a la primera de cambio? ¿En una joven cuyas promesas se deshacen apenas y se olvida de su novia apenas conoce a otra chica? ¿Qué clase de constancia es esa? ¿Qué valor tienen las palabras de quien, aplazando siempre el esfuerzo para más tarde, jura y perjura que el próximo esfuerzo ya será el definitivo?
Constancia son las hormigas que, pacientemente, van llevando provisiones al hormiguero sin desfallecer nunca. Constancia es la madre que está al pie del cañón, cuidando de su bebé, a pesar del cansancio, del dolor de espalda y de las pocas horas de sueño. Constancia es el esfuerzo de quien, día a día, estudia poco a poco para preparar un examen y no piensa nunca en abandonar.
Por el contrario, quien te promete una y otra vez lo mismo y te falla continuamente no es constante. Quien tiene que hacer una dieta y dice todos los días que porque empiece un día más tarde no va a pasar nada, ése es inconstante. Quien tiene diez entrenamientos y de esos diez falta a cinco porque hace frío, ése es un inconstante. La falta de constancia tiene que ver con la pereza. Toda promesa requiere la constancia de quien se compromete. No podemos confiar en quien no cumple lo que promete, porque quien no cumple no inspira confianza; la constancia es, pues, un rasgo que nos empuja a creer en alguien.
Recordémoslo: perseverar es dejarse atraer por la meta que se aleja; la constancia también consiste en eso, pero la visión de la meta es más bien lejana y lo que nos atrae cuando somos constantes es el poderoso imán del camino en el que estamos; la constancia es esfuerzo, pero la perseverancia es pasión. Y es que perseverar es mantener la constancia cuando aparecen dificultades en el camino.
Solemos conocer mejor las cosas cuando nos preguntamos por lo que no son: por sus contrarios. ¿Qué es lo contrario de la constancia? La pereza; no es constante el ocioso, el haragán, el vago. Mientras que lo contrario de la perseverancia es la pusilanimidad; no ser perseverante es ser cobarde o flojo (sin entender por cobardía una actitud culpable, sino solamente el temor que procede de la falta de ánimo). La falta de constancia es falta de fuerza para trabajar; la falta de perseverancia es una falta de fuerza acompañada de una falta de fe; porque la constancia, que empieza con el esfuerzo por conseguir algo, puede convertirse, cuando aprieta la dificultad, en un mero esfuerzo por el esfuerzo, como una inercia anímica, olvidándose incluso de la meta; y la perseverancia es, más que un empeño por esforzarse, esa otra forma de inercia anímica que se deja llevar por la meta, que nos anima y obsesiona, envolviéndonos en una pasión: el esfuerzo constante es una ascesis, una lucha consigo mismo; y el esfuerzo perseverante es una agonía, una lucha con las circunstancias; evidentemente, uno deja de perseverar cuando se rinde y se vuelve inconstante cuando lo abandonan las fuerzas del ánimo (flojera) o de la voluntad (abulia); quien no se esfuerza es abúlico o perezoso, y en los dos casos siente la frustración de no estar contento consigo mismo; y quien no persevera se ha rendido porque la presión de las circunstancias es fuerte, y a la frustración de no haber sido fuerte se une la de haber sufrido demasiada la presión del mundo contra el que ha tenido por luchar. Ser constante es casi una forma de ser; ser perseverante es más bien un acto de fe y una forma de actuar. 

 

Ramón y Cajal fue constante en su empeño, perseveró estudiando las neuronas hasta el final. Darwin también fue metódico y constante en el Beagle durante su viaje a través del mundo, observando todas las especies de animales y vegetales que caían en su mano; y perseveró en su lucha contra la adversidad, que tomó la forma de intolerancia religiosa, beligerante con la ciencia. Lo mismo cabe decir de Pasteur y Lutero, metódicos en su lucha, movidos por la fe, por esa creencia en lo que uno hace convertida en pasión, en confianza, en vitalidad. Los habitantes de Sarajevo, asfixiados por el cerco de las tropas serbias, supieron resistir; y fue su perseverancia la que les dio la victoria, creyendo siempre que vencerían cuando nadie daba un céntimo por ellos; queriendo creer, cuando la superioridad militar serbia era apabullante, que David podría vencer a Goliath. Lo mismo les pasó a los habitantes de Numancia. La perseverancia no conduce siempre al triunfo, sino a persistir en la lucha cuando todo parece perdido; unas veces lo conseguimos, otras no: decimos, entonces, que estamos ofreciendo una resistencia numantina.
Pero el tesón de perseverar en el esfuerzo es una virtud vital que no necesariamente tiene que ver con la justicia. Abimael Guzmán, Hitler y el ISIS perseveraron hasta su último aliento en conseguir lo que querían, pero fueron unos criminales. Y Pol Pot. Y Stalin. Ser tenaz es una cualidad moral indisociable de la primera. Don Quijote es un ejemplo de justicia y tenacidad. Y Sócrates. Y Jesucristo. Hitler y Stalin fueron ejemplos de tenacidad injusta. Y todos aquellos idealistas que se derrumban a la primera de cambo lo son de justicia sin tenacidad. Tan nefasto es ser justo sin ser perseverante como ser perseverante sin ser bueno.
La perseverancia requiere de la constancia auxiliada por la fe (no una constancia inerte); y la constancia requiere de la paciencia como la fe te da el entusiasmo sobre el que se construye la voluntad; aunque otras veces es el esfuerzo de la voluntad el que produce entusiasmo. La sumisión que producen las religiones, desertando del esfuerzo porque no hace falta que tú te preocupes (dios va a hacer las cosas por ti), tiene su contrapartida en un proverbio cristiano: ayúdate y dios te ayudará. Las mujeres de Jerusalén, como requiere el ejemplo de Job, son resignadas; se abandonan y quieren ser pacientes sin ser constantes; sin ser esforzadas; es verdad que hay que pensar dos veces las cosas, y hasta veinte, antes de hacerlas; pero también lo es que una vez que lo hemos pensado, no hay que dejar para mañana lo que podamos hacer hoy; hay que practicar la paciencia de la inteligencia, pero sin desligarla, cuando ya nos hemos decidido, del ímpetu de la pasión; uno de los pilares de la perseverancia es el entusiasmo. 

 

Una leyenda china nos habla de cómo Yukón desplazó una montaña: empresa que parecía imposible; pero con mucha paciencia, y sin dejar de perseverar, creyéndose que lo lograría poco a poco, carretilla a carretilla, metódicamente, fue sacando tierra de un sitio para llevarla hasta otro; y al término de su vida consiguió desplazar la montaña. Ser paciente no es renunciar a tus derechos, sino invertir el tiempo sin desanimarte en tu lucha por realizarlos.
También nos dice Descartes que hay que ser metódicos y, una vez que conocemos el camino, no dejar de caminar; y advierte que llegan mucho más lejos los que caminan lentamente que los que corren pero se apartan de él. Ser constantes no tiene que ver con la rapidez, sino con la clarividencia; la constancia se consigue estando orientados, sabiendo en todo momento dónde estamos, y no perdiendo nunca las ganas de caminar. Partido a partido, como dice Simeone; sin prisas, sí, pero sin pausas; adaptarse al camino no quiere decir dejar de caminar.
Es verdad que unos nacen con el ánimo fuerte mientras que otros parece que nacieran desanimados. Esto tiene que ver con la genética, y el que nace flojo no tiene la culpa de su flojera mientras que quien nace optimista no tiene tampoco mucho mérito por ello: sólo tiene que dejarse llevar por su naturaleza. Pero quien nace flojo (y en eso está su mérito) tiene que luchar contra la flojera, supliendo su falta de ánimo con la fuerza de la voluntad. El ánimo es la fuerza que se te da, y la voluntad es la fuerza que te creas. Todos tenemos dentro un depósito de energía, y en algunos sucede que esta energía de partida es escasa; pero un coche con poca gasolina puede rentabilizar esta escasez mejorando su maquinaria: la voluntad es la maquinaria del espíritu; y sirve para aumentar nuestra fuerza vital, y con ella nuestras ganas de vivir, cuando ésta es escasa. En este punto recordamos a Nietzsche: el dolor es un potenciador de la acción cuando no tenemos suficiente fuerza en el instinto; en este caso, como cuando los retos del mundo son demasiado fuertes, hay que usar la inteligencia para reforzar nuestra maquinaria espiritual, y por lo tanto vital, para potenciar nuestras fuerzas: precipitarlas por un tobogán y liberar el instinto; ese impulso inicial lo llaman los biólogos energía de activación; y tiene mucho que ver con un esfuerzo titánico; si nos empeñamos en desplegar ese esfuerzo, una vez que hemos conseguido arrancar, todo será más fácil.

 

Hay que ser fuertes en el momento de decidirnos; fuertes en mantenernos en nuestro esfuerzo; y fuertes en buscar la meta. Soñar es ver un objetivo; decidirse es encontrar el camino para llegar a él; ser constante es mantenerse en el camino; y perseverar es no perder de vista el objetivo, sobre todo cuando aprieta la dificultad, El trabajo de las hormigas-obrera es un esfuerzo paciente y constante; y el de las hormigas-soldado, perseverancia todavía más fuerte cuando las termitas invaden el hormiguero y parece que lo pueden arrasar.
Recordemos lo que hemos dicho; si tienes poder en el ánimo, no te costará avanzar; y si tienes fortaleza en la inteligencia, no avanzarás a ciegas (como hace el toro que se estrella los cuernos contra el burladero). El ánimo es una fuerza que nos sale de dentro y la voluntad es esa fuerza metida en la inteligencia, porque con el ánimo nacemos, ya lo hemos visto, pero la voluntad la tenemos que fabricar. Hay gente que nace deprimida y gente que ya es fuerte antes de nacer, antes de tomar su primera decisión; y gente que ya es vieja antes de nacer, mientras otra se sigue manteniendo joven aunque se esté muriendo. Lo importante es fabricar energía cuando la  naturaleza no te ha dado la suficiente; pero esa poca que te ha dado tú puedes, y debes, convertirla en energía de activación. Lo mismo que tenemos tono muscular tenemos que fabricarnos un tono vital.
Hay voluntades animosas y voluntades desanimadas: las primeras son desbordantes; las segundas, titánicas; no es la falta de ánimo, sino de voluntad, lo que hace a las personas desvitalizadas. Porque si la falta de ánimo es voluntad desmoralizada, la falta de voluntad es inteligencia desmotivada; es la búsqueda de alicientes lo que hace que la inteligencia se desarrolle; y ella, en agradecimiento también, potenciará, de rebote, las ganas de vivir.
En fin, resumiéndolo todo, podemos decir que hay dos ideas de la razón: la aristotélica y la nietzscheana; para Aristóteles tenemos que someternos a la razón; para Nietzsche (como diría el jedi), a la fuerza. Pero es una fuerza racional y razonada; racional, porque viene de la razón; y razonada, porque la busca; hay que ser racional usando la razón, razonando para la vida.
Lo racional es la vida, y vivir es un combinado de instinto y de inteligencia; la inteligencia puede ser razonada cuando llegamos a una conclusión partiendo de unas premisas, e intuitiva cuando, sin tener conciencia de las premisas, encontramos la conclusión (la conclusión es una decisión que debemos tomar; que la tomemos o no, depende de la fuerza que tengamos en el instinto). Podríamos decir que la intuición es el instinto que conoce; y el instinto, la intuición que se ha desbordado fuera del conocimiento para ponerse a vivir, actuando de acuerdo con él.
            Lo racional es la vida. Intuir, no sólo razonar. Fuerza para concluir, que nos lleva a terminar lo empezado. Terminar. Finalizar. El fin es el final, el término de una acción; pero también es la meta, la dirección que ha tomado; y la meta, además de ser un objetivo (un ideal), es un camino que conduce a él. La razón es el camino para vivir, y el camino de la conclusión está en las premisas; mas toda premisa contiene una promesa y por eso la razón está viva (en el Evangelio, con mucha clarividencia, se dice: “yo soy la luz”, pero se dice también acto seguido: “yo soy el camino”. Cualquier camino no vale para llegar a la luz, el fin no justifica los medios, al revés de lo que decía Maquiavelo).
La fuerza de la razón es la voluntad. La fuerza de la intuición es el ánimo. El ánimo y la voluntad son la vida, y cuando el pulso vital es alto, tienes la moral alta, como el Alcoyano. Sólo que, entre estar desmoralizado y ser iluso, hay un pulso alto basado en la realidad, siempre en su camino hacia el ideal: a eso, y no a la existencia quimérica, es a lo que llamamos tener alta la moral.
Si el ánimo es lo que mueve a la razón, la fuerza de la razón también nos da ánimos; y la percepción de lo real. Y es que la razón no sólo es el camino, también es una reserva de fuerza moral. ¿Qué nos encontramos en ese camino? Constancia. Perseverancia. Y muchas ganas de luchar. Sin olvidarnos nunca de que la lucha no es la guerra, sino el deporte  (que logra la victoria sin destruir al adversario). El adversario se construye, construye sus fuerzas, fortificándose, emulando, innovando, proyectándose en el mundo, gracias al equipo que le acaba de ganar. 

 





No hay comentarios:

Publicar un comentario