sábado, 22 de abril de 2017

A VUELTAS CON KANT (2): LA ÉTICA Y EL AMOR






A VUEL TAS CON KANT (2):
LA ÉTICA Y EL AMOR
  

1. La moral.

            -¿Qué debo hacer?
            -¿Eh?
            Babi experimentó una sacudida, zarandeada por la pregunta. A Juan le entraron ganar de sonreír.
            -Tranquilos –dijo-, no es por vosotros. Es la segunda de las preguntas que se hacía Kant.
            De pronto se dieron cuenta y respiraban aliviados. Era verdad. Desde primero de bachillerato estudiaban aquellas famosas preguntas kantianas. Juan prosiguió.
            -¿Qué debo hacer? O más acertadamente: ¿cómo debo actuar? La cuestión es cómo actuar en el mundo para obrar bien. Pero ¿qué es obrar bien? El bien, para Platón, iluminaba los caminos de la verdad. Pero no sabemos qué hay que hacer para obrar bien. ¿Tú lo sabes, Babiana?
            Babiana se echaba para atrás, haciendo no con la cabeza.
            -Cristina, ¿lo sabes tú?
            -¿Yo? No, desde luego.
            -¿Julián?
            -Me temo que no lo sé. Parece difícil.
            -Kant creyó dar con la solución. Recordad que exigía siempre que utilizáramos juicios a priori, esto es, independientes de la experiencia: y por lo tanto infalibles. Veamos si eso también ocurre con la moral. Para obrar bien, según esto, habría que actuar como si no estuviésemos en el mundo. Como si no tuviéramos intereses. Como si el resultado de mis acciones a mí no me afectara. Veámoslo con un ejemplo: yo tengo que juzgar a un joven por robo, y descubro que ese joven es mi hijo; pues bien, si soy juez, tendría que juzgarlo como si no fuera mi hijo; y dictar sentencia como si a mí me resultara indiferente. O sea, actuar como si yo estuviese fuera del mundo, como si el resultado de mis acciones no  me influyera, esto es una decisión a priori: sin tener en cuenta mi experiencia, que es el contexto de todo lo que me rodea.
            Juan prosiguió después de tomarse un respiro.
            -A diferencia de la ciencia, que nos dice cómo es el mundo, la ética nos dice cómo debe ser. Por eso no se limita a describirlo, sino que nos da órdenes para cambiarlo. Una orden es un mandato, un mandamiento, o, como decía Kant, un imperativo. Por ejemplo, no matarás. Cada religión tiene sus mandamientos (o sus prohibiciones, que son mandamientos en negativo). Pues bien, el cristianismo tiene diez. Los incas tenían tres. Y vosotros: ¿cuántos tenéis?
            Miró al árbol cuyas ramas bailaban, mecidas suavemente al leve rumor del viento. Detrás estaba el cemento del patio, las canastas, los dibujos en el suelo: un mundo de deberes y de reglas.
            -Kant explica en qué consiste el imperativo hipotético. Tiene la siguiente estructura: “si quieres, debes”. Si quieres vivir, debes comer. Pero ¿y si estoy desesperado y no quiero vivir? ¿Tengo derecho a dejar de comer? ¿Qué pasaría entonces? 
 

            Juan comprobó que los alumnos sintonizaban con su pensamiento.
            -Mi obligación es comer, aunque le haya perdido el gusto a la vida. Porque el deber no puede depender de los deseos. Resultaría entonces que los que quieren vivir tendrían la obligación de vivir, y los que no quieren no la tendrían. Pero eso es inadmisible. Las normas deben valer para todos, no sólo para algunos. Recordad que las leyes deben ser universales y necesarias. Universales: todo el mundo tiene obligación de cumplirlas; nadie escapa a la responsabilidad de vivir. Necesarias: es imposible que sea de otro modo; no tendría sentido que la ética estuviera basada en la renuncia a la vida.
            Carraspeó.
            -De modo que las normas son independientes de la experiencia: se deben cumplir aunque a mí no me apetezca; ser válidas en todo momento, igual cuando nos benefician que cuando nos perjudican. Dicho de otro modo: el imperativo no puede ser hipotético; debe ser categórico. Debemos cumplir categóricamente con nuestro deber sean cuales sean las circunstancias.
            Ahora hizo una pausa didáctica.
            -La ética de Kant no tiene contenido. Sus imperativos obligan categóricamente nos apetezca o no. A vosotros no os apetece estudiar, pero es vuestra obligación hacerlo. No hace falta que nos pongan las cosas divertidas para que nos entren ganas de aprenderlas; de hecho, la televisión lo hace todo divertido y no por eso estamos obligados a hacer lo que nos dice; es más, la mayoría de las veces no hay que hacerlo. Desgraciadamente en este mundo no están en sintonía el deber con el querer. Nos apetece comer chorizo, jamón, bacon, hamburguesa... pero debemos comer fruta, verdura, legumbres y fibra. Hasta tal punto esto es así, que recordaréis que Aristóteles llegó a afirmar que para obrar bien había que hacer más bien lo contrario de lo que nos apetece. Sin embargo hay una diferencia entre Aristóteles y Kant: ¿sabéis cuál es?
            Todos callaron.
            -Que Aristóteles buscaba la virtud porque nos trae buenas consecuencias; sobre todo la felicidad. Mientras que Kant quiere que cumplamos con nuestro deber independientemente de las consecuencias. La ética de Aristóteles es teleológica, finalista (también podemos decir: consecuencialista). Mientras que la de Kant es deontológica, porque busca el deber por el deber, independientemente de que sus consecuencias sean buenas o malas. Pues bien: las éticas que te dicen lo que debes hacer son unas éticas materiales. Por ejemplo el cristianismo. Si quieres ir al cielo debes cumplir los mandamientos; pero si no te interesa el paraíso puedes olvidarte de ellos; porque el deber depende del deseo, y donde no hay deseo no hay deber. El deber, por el contrario (dice Kant), no busca ningún premio; debemos cumplir con nuestro deber aunque nadie nos regale nada; y aunque no nos apetezca.
            Juan hijo una pausa con la tiza en la mano. Luego se volvió al encerado y dibujó un círculo.
            -Esto es una moneda. Por un lado tiene la cara y por otro la cruz. En la cara están nuestros deseos, las tentaciones, el placer: chorizo, pereza, tabaco, alcohol. En la cruz están las consecuencias: colesterol, fracaso, borrachera, adicción. Aun así, Kant no rechaza las tentaciones para no caer en la trampa que nos tienden: recordad que a Kant no le importan las consecuencias. Kant las rechaza porque impiden que las normas valgan para todos (porque si cada uno tiene sus propios deseos, cada uno debería tener también sus propios deberes). Por eso las éticas no pueden ser materiales; no pueden tener contenido, no deben decirnos lo que debemos hacer. La ética kantiana es formal. En lugar de decirnos qué hacer, debe aclararnos cómo obrar. Y ¿cómo debemos obrar? Sin utilizar a los demás en beneficio propio. Si me hago amigo tuyo, es porque te aprecio: no para que me enseñes matemáticas. Por eso es inmoral la prostitución, y la tortura; la primera porque utilizamos a las personas como objetos de placer, y la segunda porque las usamos para sacarles información. No hay ningún mandamiento en la ética de Kant; pero, hagáis lo que hagáis, siempre debéis tratar a los demás como personas, no como cosas. 
 

            -¿Y qué es una persona? –preguntó Julián.
            -Una persona es un ser digno.
            -¿Y qué es la dignidad? –volvió a inquirir Julián.
            -Lo contrario del precio. Los objetos tienen precio, pero las personas no: ni se compran ni se venden. A la prohibición de comprar o vender es a lo que llamamos dignidad. Las personas tienen dignidad, por eso también la esclavitud, como la manipulación, la prostitución o la tortura, es inmoral.
            Julián sacudió la cabeza en señal de aquiescencia.
            -Ser persona es tener dignidad, pero ¿por qué somos personas? Porque somos libres. ¿Y de dónde viene nuestra libertad? De la razón. La razón nos hace libres. Si un perro tiene ganas de orinar, orina: esté donde esté; pero nosotros nos aguantamos buscando el lugar ideal y el momento adecuado. Y podemos decidir porque pensamos con razones. Los animales, por lo general, no buscan razones para actuar, y actúan por impulso. Pues bien, Kant llama autonomía a la capacidad de obrar libremente, y reserva el nombre de heteronomía para la acción realizada por capricho; una acción dependiente de los deseos, del apetito, de la tentación, del instinto. La ética kantiana es una ética de los seres libres, no de los que no pueden tomar decisiones; en Kant, por lo tanto, no oiremos hablar de derechos de los animales, sino solamente de los derechos humanos.
            Juan escribió en el encerado dos palabras: “universal”; “necesaria”.
            -En resumen: la ética de Kant es universal; por eso el imperativo categórico dice así: “obra de tal manera que siempre puedas querer que tu máxima se convierta en ley universal”. O lo que es lo mismo: lo que quieras para ti debes quererlo para todo el mundo. Hay un viejo refrán castellano que se le parece mucho. Dice así: “lo que no quieras para ti no lo quieras para otro”.
            Luego señaló con la tiza la palabra “necesaria”.
            -La ética kantiana también exige que el imperativo categórico sea necesario, que no pueda ser distinto de cómo es. He aquí esta segunda máxima: “trata a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los demás, siempre como un fin y nunca como un medio”. Lo podemos decir también en castellano viejo: “nadie es más que nadie”. Porque todos somos iguales. Valer más o menos es lo mismo que tener precio, y ya hemos visto que las personas no lo tienen.
            -Pero entonces –objetó Julián- está prohibido el trabajo asalariado. El patrono no tiene derecho a utilizar al obrero como mano de obra.
            -Eso es verdad –contestó Juan-: el patrono no tiene derecho a reducir al obrero a la mera condición de fuerza de trabajo, explotado y embrutecido. Lo debe tratar como persona; y es lo que hace al firmar un contrato en el que el obrero, libremente, le vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Pero lo trata siempre como persona, reconociéndole sus derechos, respetándolo en su dignidad. Un obrero no tiene por qué ser un objeto, sino una persona que trata con el patrono, en tanto que personas, de igual a igual. En tanto que personas –Juan le ponía el énfasis levantando el dedo índice-. No en tanto que expertos, pues en lo relativo a la experiencia, como no es un a priori, hay jerarquías y diferencias. El experto debe mandar sobre el que no sabe. Y el que no está preparado debe respetar la autoridad del que lo está. Porque, si no, no funcionaría nada. Debe mandar el que sabe, y eso es correcto. Y somos iguales en todo lo que no depende de la experiencia: es una igualdad a priori, y es sintética; o al menos sí que debiera serlo; para ajustarse a los requisitos que había marcado la razón pura.



2. El amor. 

            Después del toque del timbre Juan Luis salió a pasear. Estaba libre. Ante él estaba el espacio que se abría ante sus ojos. Estaba el pinar. Y también el tiempo: una hora que tenía por delante, antes de que el timbre sonara de nuevo. Dejó los libros en su mesa y cogió su manzana. Y al morderla, un chorro de sabor fresco le llenó la boca, y el agua fragante escapó de sus papilas y se expandió por su cerebro. Aquella sensación silvestre lo llenó de felicidad. Mientras mordía la manzana, espontáneamente, llegó a su mente un pensamiento inesperado; y era que, sin saber cómo, quizá porque le vino por sorpresa, el bienestar del cuerpo se había trocado en bienestar del alma; la alegría de una sensación le había producido alegría en el sentimiento, que había terminado inesperadamente  en sentimiento feliz.
            Subió entre los pinos. El frescor de la brisa, alegrándolo por fuera, agrandaba la alegría que ya sentía por dentro. Se sintió ligero, y su mente, embotada ligeramente por el peso de la clase, se volvió ingrávida y echó a volar. Y manaron pensamientos de palabras que habían surgido en clase. El amor. El amor era, seguramente, una impaciente necesidad de dar. Y de recibir. El amor carnal. ¿No era eso usar en beneficio propio el cuerpo de una mujer? No. También la mujer lo necesitaba a él, a su cuerpo, en beneficio propio. ¿Entonces amar era ceder voluntariamente su propio cuerpo? ¿Entregarse? ¿Esclavizarse? No: mi cuerpo es instrumento de tu placer, pero sólo si tu cuerpo es instrumento del mío. Tu placer sólo es alegre si va acompañado de mi placer; de lo contrario es un placer triste. Al entregar nuestros cuerpos (sin pedir nada a cambio) esperamos que el placer corporal libere nuestro espíritu, deshaciendo sus ataduras como nos liberaba, al morderla, el frescor de la manzana; pero esa liberación, desatada por una descarga corporal, sólo tenía alegría si producía la liberación del otro. El placer triste es un placer vacío, semejante al que experimentamos cuando compramos el sexo, pagando con unas monedas lo que no se puede comprar: la alegría; alegría de tenerte cuando tengo tu cuerpo, porque tú me lo has entregado; ni te lo he pagado ni te lo he quitado, sino que me lo has dado. El darte yo y el darme tú no ha sido una compraventa, porque nadie ha exigido nada; cada uno se ha exigido a sí mismo lo que el otro necesitaba pero no le podía exigir, so pena de convertirlo todo en una compraventa, en un intercambio comercial. En un negocio cada uno defiende sus propios derechos. En el amor, sin embargo, cada uno defiende los derechos del otro. Por eso no es un negocio. Y al hacerlo, yo respeto a la persona amada sintiéndola digna en el estar conmigo. En la venta del sexo, sin embargo, no se está con una persona, sino que la usamos; no la respetamos, la despreciamos; y, lejos de quererla, la rechazamos; estamos deseando pagar para no compartir ningún momento con ella, porque nos sobra. 


            El amor produce en mi persona un reparto de papeles: mi deseo me mueve a satisfacer mis necesidades, pero mi voluntad me pide satisfacer las de mi compañera. Mi deseo quiere disfrutar, y se defiende; mi voluntad quiere que ella disfrute, y la defiende a ella. La defensa apasionada del deseo y la pasión desbocada de defenderla, unidas en un mismo brote, son las dos caras de una misma moneda: la una no puede existir sin la otra; la unión entusiasta de esos dos impulsos es lo que llamamos amor. Y ese sentimiento es sublime.
            Pasaba Juan Luis entre los pinos y su mente cambiaba de idea. Las hojas, zarandeadas por el aire, bullían en las copas como bullían los pensamientos en su cabeza. No utilizar a las personas en beneficio propio: el imperativo categórico. Al amar, yo no utilizo a mi amada para beneficiarme, porque no la obligo a hacer el amor cuando a ella no le apetece; por el contrario, mi deseo se enciende cuando se enciende el deseo de ella, y si el de ella no se enciende mi deseo se apaga; o se vuelve triste, y entonces se vuelve triste la falta de deseo de ella, y seguramente su deseo se alegra. Amar es compenetrarse hasta el sentido, hasta la médula; es sentir pasión cuando se apasiona, volviéndose alegre, a mi tiempo el deseo de ella.
            No: amar no era utilizar a otra persona, sino compartir con ella necesidades y satisfacciones, imbricándolas íntimamente en la sustancia de nuestro ser. Es vibrar por simpatía, cuando vibra una guitarra si se pulsa otra guitarra, otra cuerda. El amor, por tanto, no es tan solo la libertad del ser; es la libertad de dos seres vibrando con la pasión que tienen dentro; una vibración libre, conjugada, espontánea, que se funde en las entrañas; y las entrañas del otro se convierten en las entrañas de uno mismo. Una libertad sin pasión no es amor; para que haya amor la libertad tiene que llenarse de contenido, tiene que tener un ser que se expande y un ser para expandirse, tiene que ser sensación y sentimiento libre, tiene que ser una libertad plena. Dejar libre a una naturaleza vacía es abandonarla a su suerte, incapaz de vivir la vida porque no ha aprendido, hundida en la desolación del mundo, y ya no es libertad sino soledad, desesperación, sufrimiento, abatimiento y pena.               


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  


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