TEORÍA DE LA
INTELIGENCIA MOTIVADA
Se le
ocurrió una especie de teoría. Sería algo así como la teoría de la
inteligencia motivada. No sabemos por qué, pero a cada uno nos
interesan cosas diferentes; parte de ese interés puede deberse a la educación
que recibimos, a las influencias de la gente, a nuestra vivencias personales;
pero hay otra parte que viene con nosotros al mundo. No se trata de talentos.
La naturaleza, ¿dios?, nos trae a la vida con unos gustos más o menos
definidos. Fernando disfrutaba con los números; sin embargo Iñigo, por más que
se los inculcara su padre, y con los más variados juguetes (bloques multibase,
regletas, garbanzos, palotes, ábaco), se desentendía de ellos.
Iñigo
tenía sobrada inteligencia. En casa razonaba acertadamente, y hasta con
destellos de genialidad, en los temas más variados. Captaba argumentos y
detalles de una película que se les escapaban a los demás; te resumía un libro
con rapidez, o un capítulo, aunque otras veces su discernimiento (o su
atención) se trababa en la lectura. En
cierta ocasión, en el museo vaticano, visualizó en un cuadro líneas y figuras
cuya conjunción realzaba a unos personajes frente a otros; e Ignacio quedó
maravillado cuando se lo oyó decir. Otras veces tuvo destellos de intuición
hasta en cálculos matemáticos. Pero en clase suspendía en matemáticas, calaba
en física, se frenaba en química, tropezaba en sintaxis, vacilaba en idiomas,
aprobaba con mediocridad pudiendo sacarse notables y sobresalientes... Sólo
sobresalía en biología; porque la biología le gustaba.
Luis
le daba vueltas y, cuantas más vueltas le daba, más se sorprendía. No había más
vuelta de hoja; uno puede tener una inteligencia que le haga apto para muchas
cosas, pero como sólo una le guste, fracasa en todas las demás; aunque valga
para ellas. El gusto es el motor de la existencia. Uno puede tener combustible
para ir por muchos caminos, pero sólo irá por donde le pide el cuerpo; o el
ánimo, que es lo mismo.
Bruscamente
la mente de Luis se sintió atravesada por un rayo, y fue una iluminación que le
hizo entender de repente; un flash que le descubrió conexiones que tenía a la
vista, pero sin verlas. Unos nacen con el gusto por divertirse; otros, con amor
al trabajo. A éstos los llaman trabajadores; a los primeros los llaman vagos. Y
sin embargo éstos no tienen mérito por haber nacido trabajadores, ni aquéllos
culpa por detestar el trabajo. Cada uno viene al mundo a desarrollar sus
gustos; es el mundo el que nos cataloga luego a todos, según los valores de la
época en que nacimos. El que tiene la suerte de tener gustos acordes con la
época, tendrá suerte; el que no, sentirá que le abocan al fracaso.
La
naturaleza no nos da a todos los mismos talentos. Ni la historia las mismas
oportunidades.
La
naturaleza tampoco nos da los mismos gustos. Ni la historia les da a todos los
gustos las mismas oportunidades.
La
naturaleza no nos da a todos las mismas energías. Los mismos ánimos. Y a veces
los ánimos se despiertan con la historia.
Hay
quien tiene talentos valorados en el mundo: o no. Hay quien tiene gustos que el
mundo valora: o no. Los talentos guiados por los gustos son inteligencias
motivadas; y a eso lo llamamos vocación. Luego hay épocas que valoran el
dinamismo (ser pasivos, abúlicos y obedientes es en esos tiempos venir abocados
al fracaso); o viceversa.
¿Y
qué es la lentitud? ¿Una falta de dinamismo o un dinamismo oculto de la
intuición? La intuición, en su rapidez, es a veces lentitud de la inteligencia.
Pero la sociedad no quiere a los lentos, los llama tontos; hoy día lo que vale
es la rapidez. Y Descartes avisaba de que llegan más lejos los que van más
despacio sin apartarse de la meta que los que van de prisa pero no saben adónde.
Partido a partido, diría el cholo Simeone. Pasito a paso. Vale más saborear las
cosas cuando se tiene una inteligencia motivada. Lo otro, correr por correr, es
como la comida que se indigesta: que no se acaba de digerir, y sólo se traga.
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