A VUELTAS CON KANT (1):
FÍSICA Y METAFÍSICA
1. Las matemáticas y la física.
-La
primera pregunta que se hace Kant es: ¿qué puedo saber?
Un
silencio espeso recorría los rincones de la clase.
-Helga,
¿lo sabes tú?
Helga
miraba con desparpajo; Juan entendió rápidamente el mensaje. Era lista,
desenvuelta, estaba dotada de un gran sentido práctico; sin embargo le faltaba
inteligencia para la teoría, talento para la contemplación.
-Mírame
–dijo Juan-. ¿Qué ves?
Helga no
sabía qué contestar. Cristina, junto a ella, languidecía. Juan prosiguió.
-El
conocimiento es como la caza. Hace falta un animal corriendo y un arma para
capturarlo: puede ser un perro, un dardo, una escopeta, una cerbatana…
Dependiendo de cómo sea el arma que empleemos así será la pieza que capturemos.
No puedo cazar moscas a cañonazos: el propio peso de la bala destruirá la
mosca. De igual modo hay formas de conocimiento que destruyen el objeto que
queremos conocer. Cada arma debe ser adecuada para cada tipo de presa. Porque si
hay armas que destruyen, también hay armas que son tan inocuas para algunos
tipos de animales que no conseguirían cazarlo. El conocimiento debe usar armas
eficaces, ni tan inútiles que no permitan descubrir cosas, ni tan potentes que destruyan el objeto que
estudiamos.
Juan miró
brevemente, extendiendo el silencio entre los alumnos.
-Imaginaos
–prosiguió- que estoy pescando con una red. Si extiendo una red de malla
grande, por ejemplo una malla mayor que mi puño –Juan extendió la mano- lo
normal será que no coja sardinas: lo cual no quiere decir que no las haya;
cogeré peces de mayor tamaño que la malla de mi red, pero no los pequeños. Los
peces pequeños están ahí pero no puedo cogerlos, y no puedo saber que existen a
menos que utilice otra red con una malla más fina; por ejemplo, tan fina que me permita cazar
sardinas; de todas formas quizá todavía deje escapar el plancton. Pues bien: la
red es el órgano que tenemos para captar la realidad; siempre habrá realidades
que no puedan ser captadas por ese órgano, y se escurrirán entre sus mallas
como se escurre el agua cuando la queremos coger con la mano.
Juan
calló de nuevo, buscando las ideas en su cabeza. Nadie lo quiso interrumpir.
-La
realidad es lo que tenemos ahí, delante: el mundo que nos rodea. Si tenemos
gafas capaces de captar las ondas que hay entre el rojo y el violeta, lo
veremos todo en color; si no, lo veremos en blanco y negro; y si nuestras gafas
captan lo que hay antes del rojo, lo veremos en infrarrojo, o veremos las cosas
también en ultravioleta. –Juan hizo el gesto de ponerse unas gafas de sol-. Si
me pongo unas gafas ahumadas lo veré todo oscuro.
Paró de
nuevo, haciendo una pausa didáctica. Después cogió una tiza y dibujó un ojo en
el encerado.
-Ésta es
la retina. Tiene conos y bastoncillos que permiten captar distintos tipos de
luz. Son como nuestras gafas. Los peces tienen células que sólo captan el azul
y el verde. ¿Significa eso que el mundo sólo es de dos colores? No: esos son
los colores de su mundo, no del nuestro, ni tampoco del mundo en sí. Nuestro
mundo es según los órganos que tenemos para captarlo: tenemos ojos para los
colores, oídos para las ondas cortas y hasta muy cortas, en ultravioleta.
Nosotros oímos, pero los murciélagos captan ruidos que no puede captar nuestro
oído: los ultrasonidos. ¿Cómo es el mundo de verdad? ¿Como el nuestro, como el
de los peces, o como el de los murciélagos? Bueno, el mundo objetivo, real, no
es de ninguna de esas maneras; lo que nos aparece es sólo la parte del mundo
que podemos captar: el resto es incognoscible; al menos para nosotros, porque
no tenemos órganos para cogerlo. ¿Sería posible que algún tipo de ser tuviese
órganos para captar el mundo en su totalidad? No lo sé.
Se llevó
la mano al mentón, como buscando una idea. Sus ojos se encendieron arrastrados
por la inspiración: que es como una claridad donde fluyen las ideas y las
podemos ver. Y su voz, atrapada por el flujo, era una ola que la arrastraba;
habló entonces sin detenerse, como un palo llevado por el agua a una gran velocidad.
-El mundo
que nos rodea nos golpea por todas partes y cada golpe es un estímulo: pues
bien, sólo conocemos aquellos estímulos que tenemos órganos para captar. Los
órganos de los sentidos son como poros por donde penetra la realidad y la
realidad queda atrapada en ellos; fijada, impresionada, dejando una huella
antes de marcharse, como en una fotografía en una placa sensible. Esa huella es
una reproducción, una imagen, un fantasma, un espectro. Como las sales de plata
que impresionan la película fotográfica dejando un negativo de la realidad
exterior. Esos espectros son sombras del mundo: representaciones, huellas, no
presencia en estado puro. La realidad es una multitud de estímulos de los
cuales sólo algunos dejan huella en nosotros. Esas huellas son la parte de la
realidad que podemos conocer. Esos estímulos son sensaciones. El mundo es un
caos de sensaciones. Como cuando te mareas y todo te da vueltas, y se confunden
los sonidos y los colores, los olores y las formas y el tacto, todo se confunde
en nuestra mente como si fuera una masa caótica que nos envuelve en la pérdida
de la conciencia, de los sentidos y de la razón. ¿Y cuándo recuperamos la
conciencia?
Hizo otra
pausa didáctica levantando el dedo índice para continuar.
-Cuando
recuperamos la noción del espacio y del tiempo. ¿Vosotros sois capaces de
percibir el espacio?
-¿Qué?
–dijo Babiana.
-Sentirlo.
¿Podéis sentir el espacio que tenéis a vuestro alrededor?
-¡Claro!
–continuó Babiana-. Yo siento el cielo estrellado en las noches sin nubes.
-No
–corrigió Juan Luis-. Lo que ves son las estrellas: no el espacio. El espacio
es el vacío que hay entre los astros. En realidad sentimos la presencia de los
objetos, no del vacío.
-Es
verdad –dijo Helga-. Nadie puede ver el vacío.
-Porque
no es nada. Y nadie puede sentir la nada. Luego el espacio es imperceptible; no
lo podemos notar; no lo podemos sentir.
-Qué
curioso… -dijo Julián sumido en su ensimismamiento. Entonces prosiguió
Juan Luis:
-El
espacio no podéis sentirlo porque no forma parte del mundo; el espacio está en
vosotros; es esa red de pesca de la que hablábamos antes. Y como no forma parte
de la realidad que nos rodea, no existe el espacio exterior.
Juan
dibujó tres óvalos en el encerado.
-Son los
canales semicirculares. Están en el oído interno. Cada uno está orientado en
una de estas tres direcciones: largo, ancho y alto. Están huecos, y por su
interior circula un líquido que nos hace sentirnos inmersos en el espacio. Si
este líquido deja de fluir, dejamos también de sentir el espacio y sentiremos
vértigo. Es lo que pasa cuando nos mareamos. El mareo son sensaciones sin
espacio. La percepción es la organización de nuestras sensaciones en el seno
del espacio. Y el espacio, que no forma parte de la realidad, es un recipiente
donde se van colocando nuestras sensaciones. Las sensaciones son la realidad, el
espacio es el cubo donde se guardan las sensaciones, que son como chorros de
agua venidos del exterior. Todos esos estímulos son el contenido: un flujo de
presencias que dejan huella en nosotros, un caos de sensaciones. Pero el
espacio, como lugar que les sirve de recipiente, es una forma que las
configura, como el vaso, la jarra o la botella dan forma al agua que echamos
dentro. Y esa forma no está en la realidad, la damos nosotros, somos nosotros
los que ponemos el recipiente (botella, jarra, vaso) que moldea la forma de la
realidad. La forma, pues, no está en el mundo, nosotros se la ponemos al mundo
como ponemos unas ropas sobre el cuerpo para vestirlo. Como el espacio no forma
parte del mundo no forma parte tampoco de nuestra experiencia, es anterior a
ella, como un receptáculo o cubo sin el cual no podríamos recoger la
experiencia que nos viene como un vértigo de sensaciones. Es, dice Kant, una
forma a priori de nuestra sensibilidad; un cubo, una red, un sistema de
coordenadas. Es como si fuéramos con los tres ejes de las coordenadas
galileanas andando por el mundo.
-¿Y si
viéramos el espacio plano?– dijo Julián.
-Pues
entonces es como si fuésemos con los dos ejes de las coordenadas cartesianas;
como si no tuviésemos tres canales semicirculares en el oído interno sino dos
–borró uno con el canto de la mano en el dibujo de la pizarra-, y lo veríamos
todo en dos dimensiones. El mundo para nosotros sería plano.
-Creo que
hay algunos animales que lo ven todo plano- dijo Julián.
-Me
parece que sí –contestó Juan Luis-. No sé qué animales son. Pero nosotros, los
seres humanos, tenemos visión estereoscópica. Lo vemos todo en tres
dimensiones, podemos distinguir la profundidad. –Juan miró a sus alumnos; los
miraba sin verlos, ensimismado-. Recordad algún momento en que os hayáis
mareado. Haced memoria. El mareo, el vértigo, es como si los colores y las
formas y los sonidos y los olores se mezclaran en un todo confuso, un batiburrillo
sin concierto: el caos de sensaciones del que hablaba Kant.
-¡Es
verdad! –dijo Julián-. Pues vas a tener razón.
-Ahora
recordad qué os sucedió cuando se os pasó el mareo. ¿No fue como si de pronto
todos vuestros estímulos se ordenasen de nuevo en el espacio?
-Sí, sí,
no hay duda –repuso Julián.
-El caos,
el vértigo, el mareo, son sensaciones sin espacio: contenido sin forma,
sustancia sin continente. La conciencia es el espacio recuperado.
Julián, y
posiblemente Helga y Babiana, habían abierto la boca, relajados por la
admiración. Juan prosiguió su relato, que era como una aventura; una
exploración del conocimiento; un viaje entre enigmas que iban siendo
desvelados.
-Pues
Kant dice que hay otra forma a priori de nuestra sensibilidad. Hay algo más que
espacio. Hay tiempo. El tiempo no está en las cosas; está en nosotros. ¿Alguien
ha sentido pasar el tiempo?
-¡Sí!
–dijo Babiana-. Yo.
-¿Estás
segura? –dijo Juan Luis-. ¿Has visto pasar el tiempo? ¿De verdad?
-¡Claro!
Mira, he crecido. El año pasado tenía un año menos.
-Perdona,
tú no has visto pasar el tiempo. Porque el tiempo no existe fuera de ti. Puedes
ver los colores porque los tienes delante, pero no puedes ver el pasado y el
futuro; sólo ves el presente, que es sensación organizada en el espacio. Tú no
ves pasar el tiempo. Sin embargo si miras una foto del año pasado, te notarás
cambiada. Pero tú no has sentido que cambiabas. Sólo sientes los cambios cuando
ya se han producido, no mientras se producen.
-Como-
dijo Helga- cuando un conocido ve a tu hermano pequeño y dice: ¡cómo ha crecido
en tres meses! Sin embargo tú, que has estado tres meses con él, no lo has
visto crecer. No te has dado cuenta de que crecía.
-Exacto
–prosiguió Juan Luis-. No vemos pasar el tiempo: lo sentimos pasar. Y el mismo
tiempo, que para uno ha sido largo (porque se aburría), para otro, que se lo
estaba pasando bien, ha pasado como una exhalación; le ha parecido que volaba,
no lo ha visto pasar. Porque el tiempo es subjetivo y lo que para unos es corto
para otros es largo. Y es que no existe el tiempo exterior, el tiempo absoluto,
que decía Newton. El tiempo está en nosotros, por eso lo sentimos pasar según
nuestros estados de ánimo.
-¿El
tiempo también es una forma a priori de nuestra sensibilidad? –preguntó Julián.
-Eso es
–contestó Juan Luis-. El tiempo es un recipiente, una jarra, un vaso. Como el
espacio. Dirá Schopenhauer (y luego lo aceptará Nietzsche) que el tiempo es la
forma de nuestro sentido interno, y el espacio de nuestro sentido externo. Por
eso la música, que es un arte del tiempo, nos parece más íntima que la pintura,
que es arte del espacio.
Todos callaron, admirativos. Juan prosiguió.
-Hay
quien dice que existen las percepciones extrasensoriales: eso es un
contrasentido; existen percepciones que
captamos a través de sentidos cuya existencia desconocemos, pero los
conoceremos algún día. Y lo mismo que sentimos las cosas, podemos hacer que las
cosas nos sientan a nosotros: es decir, podemos moverlas. Sentir las cosas es
ser movidos por ellas; moverlas es lograr que las cosas nos sientan a nosotros.
Podemos mover los objetos con el cuerpo, y hay quien dice también que con el
pensamiento: telekinesia.
Julián
permanecía mudo. Absorto. Entusiasmado.
-Percibir
es ordenar sensaciones en el espacio. Una percepción es un fenómeno. O sea la
unión de un contenido (un conjunto de estímulos, de sensaciones) y una forma o
continente (el espacio y el tiempo). Pero la realidad tiene muchas caras,
muchos aspectos, muchas capas: algunos de ellos son tan sutiles que ninguno de
los órganos de nuestro cuerpo puede sentirlos; pues bien, las caras de la
realidad que no podemos conocer son el mundo desconocido. El mundo desconocido
puede que algún día lo lleguemos a conocer; o puede que siempre sea
inaccesible, misterioso: Kant lo llamaba númeno. El númeno es la realidad en sí
misma, lo que hay dentro de las apariencias; o detrás de ellas. El universo que
conocemos es lo que hemos conseguido captar con nuestros telescopios. Pero
buena parte del universo es materia oscura; “dark” en inglés no significa aquí
desprovisto de luz, sino inaccesible; o sea que en realidad no es materia
oscura, sino materia desconocida: ¿sería eso el númeno del universo?
Todos
callaron.
-Juan
–dijo Julián, como saliendo de un sueño-. ¿Dices que no existe el espacio
objetivo?
-Según
Kant no –contestó Juan Luis-. El espacio está en nosotros.
-Sin
embargo podemos decir que el espacio como forma a priori, como forma de la
percepción, es un negativo, reflejo o copia del espacio exterior. O sea que
percibimos en tres dimensiones porque tenemos un órgano que nos orienta
tridimensionalmente; y tenemos un órgano así porque la naturaleza, que nos ha
creado, contiene un espacio así. Los canales semicirculares no podrían existir si no fueran un reflejo,
una copia, de una estructura tridimensional que está en la naturaleza.
-Mm…
Juan se
quedó pensando. Se agarraba el mentón con los dedos pulgar e índice de su mano
derecha.
-¿Correcto?
-Correcto
–dijo sin salir de su ensimismamiento-. Pero no creo que Kant estuviese de
acuerdo.
-¿No lo
estaría?
-No. Kant
piensa que el mundo es tridimensional porque así es nuestra forma a priori del
espacio: nuestro oído interno. El espacio objetivo, como contenido de
percepción, no existe.
-Pero
nosotros podemos decir que sí, ¿verdad?
-Mm… Sí,
desde luego.
-Y tendría
sentido, ¿verdad?
-Verdad.
-Entonces
sería posible que existieran espacios de más dimensiones. Por ejemplo el de
Riemann.
-Sí, si
existiera una forma a priori, un órgano de nuestro cuerpo, que contuviera esa
estructura del espacio.
-¿Y
siempre tiene el mundo facetas que no podemos conocer?
-Según
Kant, sí. Detrás de todo fenómeno hay siempre un númeno. Detrás de todas las
manifestaciones del mundo hay siempre una parte del mundo que no se puede
manifestar.
-La
realidad en sí.
-El
númeno. Lo inaccesible. Lo misterioso. Toda realidad tiene siempre un lado
enigmático.
-Curioso.
Muy curioso. Apasionante.
-Ahora
–dijo Juan, como saliendo bruscamente de un sueño- suponed que yo percibo esta
mesa. Es un conjunto de sensaciones (color, forma, sonido, textura…) atrapado
en un espacio. Ahora me doy la vuelta –Juan se giró dándoles la espalda,
mirando hacia la pared-. ¿Pensáis que creo que la mesa sigue estando ahí
detrás, aunque no la vea?
-¡Anda,
pues claro, qué bobada! –contestó precipitadamente Babiana.
-Pues que
no te parezca tan evidente. Fijaos bien. Ahora, que no percibo la mesa porque
estoy vuelto de espaldas, estoy pensando en ella. ¿Qué es pensar?
-¿Pensar
con imágenes? –preguntó Julián.
-No,
pensar en conceptos.
-O sea,
razonar.
-Eso es.
-Pues…
-Julián se rascaba la cabeza.
-Primero
hay que saber qué es un concepto –se volvió hacia ellos-. Yo os miro y veo que
todos tenéis dos piernas. Y por abstracción, generalizando, digo que todos los
alumnos de segundo de bachillerato son bípedos. El concepto de bípedo lo he
sacado de la experiencia: es una generalización empírica.
Los
alumnos asentían sin mover la cabeza.
-Ahora
vamos a examinar el concepto de sustancia. Desde los griegos sabemos que
sustancia es lo que permanece detrás de los cambios. Pero por experiencia
sabemos que todo cambia, y nada permanece. El concepto de sustancia no lo hemos podido sacar de la experiencia.
¿De dónde lo hemos sacado?
Hubo un
silencio incómodo. Por fin, titubeando, Julián se atrevió a sugerir:
-De… ¿la
cabeza?
-Sí. Pero
el espacio y el tiempo eran formas a priori de nuestra sensibilidad. La
sustancia lo es de nuestra inteligencia; o, como dice Kant, de nuestro
entendimiento-. Juan los miró en silencio durante un breve instante-. Las
formas a priori del entendimiento reciben el nombre de categorías. Pues bien
–les volvió a dar la espalda, mirando hacia la pared-, yo he visto esa mesa,
ahora que me he dado la vuelta ya no la veo; y sin embargo sé que sigue ahí.
¿Por qué?
No se
atrevieron a responder.
-¿Cómo sé
que sigue ahí?
Se sentía
el peso del silencio.
-Porque
el fenómeno mesa, que es el contenido que yo tengo en la conciencia, lo he
vestido con la categoría de sustancia: y, como la sustancia permanece, yo sé
que la mesa sigue allí, aunque ya no la sienta; aunque me haya vuelto de
espaldas.
-¿Aunque
dejes de verla?
-Aunque
deje de verla. Ahora no siento la mesa, ahora la pienso; y pensar es envolver
la percepción en una forma a priori, en una categoría.
-Pues no
lo entiendo –dijo Cristina.
Juan
pensaba.
-A ver,
¿cómo puedo explicarlo?- Estuvo meditabundo, buscando sus ideas; no tardó mucho
en encontrarlas-. Ya sé. Suponed que la realidad es un cuerpo al que quiero
vestir. Las formas a priori son ropas: las de la sensibilidad (que son el
espacio y el tiempo) son la ropa interior; las del entendimiento (que son las
categorías: por ejemplo la categoría de sustancia) son la ropa de calle. Pensar
es envolver los fenómenos en los ropajes del entendimiento; de la inteligencia.
-Me
parece que comprendo… -dijo Helga.
-Imaginad
que tenéis delante al hombre invisible. No lo podéis ver: es un númeno. Si lo
vestís con una camisa creeremos que tiene dos brazos, si le ponemos un pantalón
tendrá dos piernas: que lo veamos con brazos o con piernas, según la ropa que
le hayamos puesto, son dos manifestaciones distintas de la misma realidad; dos
fenómenos del mismo númeno.
-Claro…
-dijo Babiana, como abstraída.
-A ver,
chicos –los despertó Juan, sacándolos de sus ensueños-, vamos a recapitular un
poco. La realidad en sí es un númeno. Cada manifestación de la realidad es un
fenómeno, o sea la suma de los estímulos que produce en nosotros (las sensaciones)
más el espacio y el tiempo. El espacio y el tiempo son formas a priori, y hemos
visto que los conocimientos a priori son universales y necesarios: por
consiguiente el estudio del espacio (la geometría) y del tiempo (la aritmética)
son ciencias.
Carraspeó
un poco.
-Estamos
hablando del conocimiento a través de los sentidos, que es la sensibilidad: es
el conocimiento sensible de Platón. Pues bien, sensibilidad, o sensación, se
dice en griego “esthesis”; al estudio del conocimiento a través de las sensaciones
lo llama Kant estética: estética trascendental. Ojo, no confundáis esta palabra
con el sentido moderno que tiene, que es el de filosofía del arte. En Kant la
estética no es la parte de la filosofía que reflexiona sobre el arte, sino la
que se ocupa del conocimiento, y del conocimiento sensible; la palabra
“estética” significará filosofía del arte algo más tarde, con Baumgarten.
Juan
volvió a carraspear.
-Después
del conocimiento sensible distingue Platón el conocimiento inteligible: el de
las categorías; la parte de su libro donde lo estudia se llama analítica
trascendental.
Juan
sintió seca la garganta y tosía; tuvo que pedir un caramelo.
-¿Alguien
tiene un caramelo para chupar, o un chicle? De tanto hablar toso continuamente.
Si tuviera un vaso de agua lo bebería, pero no lo tengo.
Nadie
tenía chicles. Ni caramelos. Todos se disculparon. Entonces Juan se vio
obligado a ir al lavabo; tras beber unos cuantos sorbos sintió que su garganta
se aclaraba; quería explicar la tercera
parte de la teoría del conocimiento, la dialéctica trascendental, pero
sonó el timbre. Iba a mirar el reloj cuando e sorprendió la hora. En cualquier
otra clase le habían dejado con la palabra en la boca pero allí eran pocos, y
sobre todo eran menos impacientes. De modo que pudo dejar apuntado el tema que
quedaba para el día siguiente y se despidió.
2. La metafísica.
-Si veis
un hombre con abrigo seguro que adivináis lo que tiene debajo; diréis que un
pantalón, y quizá una chaqueta o un jersey. Y debajo del pantalón quizás
adivinéis que lleva calzoncillos.
Juan
sobrevoló el aula con la mirada. Se divertía adivinando las miradas de
inteligencia; de picardía.
-Sin
embargo –prosiguió-, al ponerme un calzoncillo no sé todavía lo que me voy a
poner encima; quizá unos pantalones, si voy a salir a la calle; o un pijama, si
me voy a quedar en casa. Y si hace frío, también sé lo que me voy a poner sobre
el jersey: un abrigo. Qué prenda me vaya a poner dependerá del tiempo que haga,
de la circunstancia que me rodee; también de la estructura de la ropa, que
exige que bajo el abrigo vaya una chaqueta y bajo la chaqueta una camisa, pero
no al revés; nadie se pone una chaqueta encima del abrigo ni una camisa encima
de la chaqueta. La moda puede cambiar algunas cosas (puede que las camisas se
lleven algún día por encima de los jerseys; pero esa moda no durará mucho;
porque, entre otras cosas, la lana pica a veces y lo normal es que protejamos
la piel poniéndonos una camisa debajo; además, habría que hacer las camisas más
amplias que los jerseys, y entonces dejarían de ser camisas).
Descansó
un poco. Miró por la ventana y vio bambolearse al árbol bajo la fuerza del
viento. Después prosiguió.
-La
sensibilidad es una camisa y el entendimiento es un jersey; por eso las
categorías envuelven al espacio y al tiempo, y no al revés.
Caminaba
de un lado para otro de la pizarra, deambulando. Ahora se paró. Se paró mirando
a los alumnos, como si con su silencio quisiera acentuar lo que había dicho.
-Yo veo
manchas de colores, aromas y sonidos; los envuelvo en espacio y tiempo (como el
pescadero envuelve los peces en papel) y después meto el papel en una bolsa:
esa bolsa es la categoría de sustancia. Después me pongo a pensar que esa
sustancia concreta (ese pez), que es una merluza, se parece a la lubina, al
cazón, a la morena; y construyo la categoría de pez comparando entre sí muchos
peces diferentes. Y luego, comparando peces, aves y mamíferos, construyo la
categoría de vertebrado (también con anfibios y reptiles). Peces, aves, anfibios
y vertebrados son categorías, taxones, géneros, clases; cada una de ellas,
extraídas de la experiencia, es un concepto empírico. Pero la categoría de
sustancia, ya lo hemos visto, no la hemos sacado de la experiencia: la hemos
sacado de nuestro entendimiento; por eso es un concepto puro.
Carraspeó
un poco, tapándose la boca con el puño.
-Cuando
conocemos los objetos sentimos la necesidad de agruparlos según las
características que comparten. La merluza, la lubina y el mero son peces. Los
peces son vertebrados. Los vertebrados son animales. Los animales son seres
vivos. Los seres vivos son seres. Y al conjunto de los seres en el
espacio-tiempo lo llamamos mundo.
Ahí se
detuvo. Se calló por un momento, encogiéndose, y después saltó con el cuerpo,
sin levantar los pies, para darles énfasis a sus palabras.
-Como
podéis ver, cada clase de objetos es más amplia que la anterior. La de los
vertebrados engloba a las de los mamíferos y los peces, y es por lo tanto más
extensa. Y vamos englobando los conceptos en conceptos cada vez más amplios, y
todos los conceptos los hemos construido observando los animales y después
pensando en lo que hemos observado. Pero el concepto de mundo no lo hemos
podido sacar de la realidad. No, porque los peces los podemos observar pero
nadie ha visto nunca el mundo. Porque estamos en él, y para verlo completo
habría que salir fuera, como no se puede ver un bosque cuando estamos entre los
árboles. Sí: los árboles no nos dejan ver el bosque, las casas no nos dejan ver
la ciudad. Los seres no nos dejan ver el mundo. Estamos en el mundo y para
verlo habría que salir de él, pero entonces nos iríamos a otro mundo, y el
lugar donde ahora estamos dejaría de ser el mundo para convertirse en una parte
de él. En otras palabras: el concepto de mundo no procede de la experiencia.
Recordad que los juicios científicos son sintéticos a priori. El concepto de
mundo es a priori, porque es un concepto puro. No lo hemos creado por
abstracción a partir de los seres que observamos. Pero no es sintético. Es
decir, que no tiene contenido. Un fenómeno es un envoltorio de espacio y tiempo
sobre un caos de sensaciones. Un concepto es una o varias categorías
envolviendo fenómenos. Pero la idea de mundo es un envoltorio que no envuelve
nada, como si hiciéramos un paquete vacío; como si regaláramos un paquete que
dentro no tiene regalo.
Se volvió
a tapar la boca con el puño y volvió a carraspear. Las ideas fluían a gran
velocidad por su mente y no quería perder tiempo ni para toser.
-El mundo
es un concepto vacío, porque no se refiere a nada que hayamos podido observar.
Hablaremos, a lo sumo, de la porción de mundo que veo desde donde estoy, pero
no del mundo donde estoy mientras miro: porque, por definición, el observador
no puede verse a sí mismo. El observador no forma parte de lo observado. El
fotógrafo no aparece en la fotografía. (En la fotografía que hace él, por su
puesto; pueden fotografiarlo otros). Además, el mundo es la totalidad de los
seres que hay, y de los hechos. Nadie lo ha visto todo. Hay gente, como Darwin
y Humboldt, que han visto muchas cosas pero nadie puede jactarse de haberlo
visto todo. Koyré, que era un estudioso de la ciencia, decía que hemos pasado
del mundo cerrado al universo infinito. El mundo es ahora el universo. O el
multiverso, como se empieza a decir ahora. Los límites de la existencia se han
ensanchado.
Cogió una
tiza y escribió en el encerado las palabras “alma”, “mundo” y “dios”.
-Estos
son tres conceptos puros –dijo-. Ninguno procede de la experiencia. Más bien
proceden de nuestra cabeza, sin que los hayamos podido sacar de ningún otro
sitio: estaban ahí en el momento de nacer. El concepto de mundo reúne todo lo
que hay fuera de mí. El concepto de alma unifica todo lo que hay dentro de mí.
El alma y el mundo están unidos en la idea de dios. Es como una pirámide porque
toda la experiencia se organiza en torno a dos grandes conceptos (alma y mundo)
que no proceden de ella; por lo tanto están vacíos; es como si sus lazos con la
experiencia estuvieran rotos. Y el alma y el mundo se unifican en un concepto
todavía más vacío que ellos, que es el concepto de dios. Alma, mundo y dios son
como abrigos que dentro no tienen ropa; como si dentro no hubiera nada. –Se
pasó los dedos por las comisuras de los labios-. Esos tres conceptos los
estudia la metafísica, por eso la metafísica está vacía; la metafísica no una
ciencia. Y la respuesta a la pregunta “¿qué puedo saber?” es desoladora.
Podemos saber matemáticas y física, porque son ciencias. Pero no podemos saber
metafísica. No podemos saber nada acerca de dios. Al llegar a la metafísica la
razón se vuelve loca, puede demostrar una cosa y su contraria. La demostración
de la existencia de dios no vale para nada porque podemos demostrar con la
misma exactitud que dios no existe. Al llegar a la metafísica la razón se
vuelve irracional. Es un instrumento del que no nos podemos fiar, porque daría
cada vez respuestas diferentes a las mismas preguntas. ¿Nos podríamos fiar de
un metro que se dilatase en verano y se encogiese en invierno? No, ¿verdad?
Para que una unidad de medida sea útil tendría que tener siempre la misma
longitud. Tampoco nos fiaríamos de una persona que nos dijese que para ir a
París habría que tomar a la derecha, y un minuto después nos dijese que a la
izquierda. La razón, cuando se vuelve metafísica, se desorienta. Dice cosas
diferentes sobre lo mismo, desvaría. Como si dijésemos que la luz está apagada
y encendida a la vez. Nadie se fía de las personas que se contradicen. La razón
metafísica se contradice. La razón física, no; ni la matemática. Pero los
problemas que más nos preocupan son los metafísicos: justamente los que no
podemos resolver. Kant no puede evitar un
sabor amargo cuando llega a esta conclusión, y se ve obligado a aceptarla,
al término de la crítica de la razón pura.