Hace ya tanto
tiempo…
PERESTROIKA
Vientos
de cambio vienen de Rusia. Perestroika. Transformación. Vientos de cambio
vienen del este. Perestroika. Glasnost. Vientos que soplan de las estepas, de
los Urales; desde el desierto helado de Siberia, desde el Volga, desde el Don.
Desde Moscú a San Petersburgo, desde Armenia hasta Bering. Vientos que soplan
sobre el céfiro y se vierten sobre Europa, incontenibles, en su ímpetu
arrollador. Vientos que soplan sobre los cosacos y los derriban en las estampas
inmemoriales (Espronceda, Gogol). Ni Taras Bulba ni los cosacos del desierto
derramarán sangre sobre Europa; no llevarán muerte, ni desolación. El viento
que sopla no es de cosacos en armas sino de luchadores pacíficos; forjadores
del cielo, corazones de sueños, sembradores de ilusión. Las armas que soplan no
son espadas, sino palabras. Los sables que están blandiendo son los sables del
pensamiento, los puñetazos de la idea, los colores del sentimiento, las razones
de la crítica, la conversación.
Vientos
de cambio vienen de Rusia: perestroika; transformación. El céfiro, soplando con
ánimo cansado, ve cómo las razones sin vida manosean las repúblicas; privadas
de sentimiento, degradadas en la burocracia, en inoperante aburrimiento, en
desolación. Del este soplan los vientos del cambio; surgidos del aburrimiento
infame de una gerontocracia, de los huesos fosilizados de un dinosaurio, de la
momia del que fue un partido joven, de la justicia petrificada, de la pesadilla
de los sueños, de la revolución.
Desde Rusia
soplan los vientos del cambio: transparencia; glasnost. En el recuerdo quedaron
la opacidad informativa, la guillotina de las censuras, los recortadores de
palabras, los laberintos del secreto, el disimulo, la ocultación. El céfiro
sopla con luz y taquígrafos. Pero los aires del país de las estepas traen luz
en las palabras, diálogo sin esclerosis, taquígrafos sin burocracia,
transparencia sin petrificar. Las palabras, vacías de contenido, yacen en los
parlamentos enredando las ideas, oscureciendo las realidades, ante la mirada
atenta de los taquígrafos que sacan a la luz la oscuridad. Pero en Rusia,
cansadas de tanta momia, las gentes han resucitado a los muertos y devuelven a
las palabras la vida que perdieron; en los despachos de los ministerios, a manos
de la nomenclatura, en los palacios del zar.
Vientos
de cambio vienen desde Rusia y no son los cosacos de Espronceda; es el corazón
salvaje del amor, que se desparrama: que en el principio era el verbo y el
verbo se hizo carne, porque venía de la carne; y el verbo estaba iluminado,
resucitaba entre las sombras y emergía en las tinieblas; desde la tumba de las
palabras, del espíritu, de las razones, del sentimiento, del corazón. El
corazón de Europa recibirá este soplo juvenil que regenera como en el pasado
recibió la nube trágica de Chernóbil; y el espíritu soplará sobre las palabras,
despertará de su sueño a las perdidas carnes, se zafará de los cadáveres,
revivirá sobre la tierra; y se llenarán de alma las palabras de la radio, de
los libros, de la calle; de los presidentes, de los parlamentos, de los
leguleyos; de los mercados donde compra la gente, de los hospitales; de los
periódicos, de los templos, de la televisión.
Vientos
de cambio soplan desde el este. Y al resucitar en Rusia entre los muertos, la
palabra sacudirá la esclerosis de occidente; y se estremecerán los vientos del
oeste, se refrescará el céfiro, la inteligencia volverá a fluir en las palabras
cristalizadas, será la resurrección. Vientos de perestroika empapados en el
cambio; y la lucha del corazón sustituirá a la de las espadas, se olvidarán los
ruidos de sables (que están tronando desde el suelo, agazapados en las sombras,
amenazando con irrumpir para sembrar el fuego, la sangre, la destrucción). Pero
los vientos frescos pueden con las momias y la juventud se enfrenta con la
muerte. Vientos de cambio se vierten sobre Europa y en ellos está la palabra.
Vientos de cambio soplan desde el este, vientos de lucha. Transparencia.
Regeneración.
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