sábado, 17 de septiembre de 2016

Sobre la amistad




SOBRE LA AMISTAD

 

La amistad es el bien más preciado que nos han dado los dioses.
(Cicerón)


            No sé lo que es un amigo, pero lo siento: lo mismo que sentimos la luz aunque no sepamos que es energía electromagnética, y que el burgués de Molière hablaba en prosa sin saberlo, así también nos sentimos amigos sin saber qué es eso. Así que he recurrido al diccionario de latín (donde aparece la palabra “amicitia”) y al de griego (donde me he topado con la palabra “philía”, que utilizaba muchas veces Aristóteles).
            “Amicitia” significa, ante todo, alianza: buenas relaciones. Podemos llevarnos bien con los demás y entonces nos hacemos amigos; o llevarnos mal y seremos enemigos, y pelearemos. En este primer sentido ser amigos es lo mismo que vivir en paz. Pero claro, con esto solo no nos basta: ¿podemos decir que un león es amigo de la hierba sólo porque no se la come ni se pelea con ella? ¿Acaso la vaca es enemiga de la hierba? El granjero cuida a sus animales, pero solamente para comérselos.
            La “philía” griega significa también amistad, y se entiende ahora como benevolencia: de “bene” (bien) y “volo” (querer): ser amigo de alguien es querer el bien para esa persona, y en eso consiste quererlo bien. ¿Pero es que se puede querer mal a alguien? ¿No es lo mismo querer a una persona que quererla bien? Pues no: querer es desear, buscar, y uno lo mismo puede buscar las cosas buenas como las malas. Ser amigo de alguien, o sea quererlo bien, puede significar por lo menos tres cosas.
            Proteger. Querer es proteger, no se puede querer algo o querer a alguien sin preocuparse por su seguridad; los amigos, que nos quieren, nos son favorables, nos son propicios, un amigo es el que siempre te va a ayudar. En ese sentido el pastor no es amigo de su rebaño, porque no lo cuida por el bien del rebaño, sino por el bien del pastor; muchos hombres quieren a sus mujeres para tenerlas como esclavas, para que ellas les sirvan, aunque sean desgraciadas. Pero ¿por qué puede uno querer el bien de los demás aun a costa del bien propio? ¿Por qué llega uno a sacrificarse por el prójimo? ¿Qué tienen los amigos para que les demos nuestra ayuda sin pedir nada a cambio?
            Valor. Querer es valorar. Una persona querida es una persona amada, muy valiosa para nosotros, tan valiosa que sentimos aprecio por ella. Quiero entender el aprecio como lo contrario de poner precio. El pastor vende sus ovejas, las valora más para sacar más tajada de ellas, pero el amigo no vende a sus amigos, no los tasa, no les pone precio, no los utiliza; si alguien viene para aprovecharse de mí es que no es mi amigo. Vender a los seres que queremos es lo mismo que traicionarlos, hacerles creer que los queremos cuando no es así, y traicionar su confianza es hacerles perder la fe que tenían en nosotros: un amigo es alguien en quien podemos tener fe. ¿Qué queremos para los amigos a quienes protegemos porque los valoramos por encima de todo sin ponerles precio?
            Agradarles. Queremos hacerles la vida placentera, queremos para ellos las cosas que les gusten, que les deleiten, todo lo que les encanta y les resulta ameno. Los amigos no nos entristecen nunca, al contrario: nos entretienen. Pero no creamos que un amigo debe ser un payaso cuya única misión es entretenernos; y si tampoco sabe contar chistes, no le vamos a echar la culpa de no ser gracioso; al amigo hay que respetarlo como es, y si de verdad es nuestro amigo procurará hacernos agradables las cosas que requieren su esfuerzo, no evitarnos el esfuerzo nunca; si estamos tristes y no nos apetece reír, él, con toda su buena voluntad nos obligará a buscar la risa y no la ruina, nos empujará por la senda del optimismo aunque se nos haga cuesta arriba, nos mostrará que está medio lleno el vaso que ahora nos parece medio vacío, nos hará sentir que la vida es valiosa y apetecible y combatirá nuestra tendencia a mandarlo todo a paseo porque en ese momento estamos hundidos; un buen amigo, aunque no sea divertido, sabrá mostrarte que la vida es divertida. A veces, para ayudar a la gente que se abandona, hay que obligarla a hacer lo que no le apetece pero necesita: el mal amigo dirá que sí a todo lo que le pides; el buen amigo dirá que no cuando lo que le pides está mal; por eso decimos muchas veces: quien mal te quiere te hará reír, quien bien te quiere te hará llorar. Agradar a una persona a la que no valoramos es tratarla como chusma, como los emperadores agradaban a las muchedumbres dándoles pan y circo. Pero agradar a quien valoramos supone obligarle a ver más allá de sus narices: para que comprenda que lo que ahora le divierte mañana puede causarle daño, y para evitarle que se hunda le obligará a hacer cosas que de momento no le agradan, pero que mañana le harán más libre. Valorar a los amigos es la mejor forma de protegerlos; protegerlos, muchísimas veces, hasta de ellos mismos, porque ellos mismos pueden ser a veces sus peores enemigos.
            Y si obramos así seremos confidentes de nuestros amigos. Confidentes: de confianza. Confiarán en nosotros porque sabrán que no vamos a traicionarles nunca, nos contarán sus cosas para poder salir de los baches, porque las cosas que callamos suelen ser un lastre para nosotros: el lastre que no deja subir al globo, la carga que frena al camión y no le deja avanzar, el peso que abruma al burro y le quita todas sus fuerzas. 

 

            Por eso la amistad es afecto, y el afecto es lo que nos afecta, lo que nos conmueve y emociona. No podemos permanecer insensibles cuando nuestros amigos nos cuentan sus desgracias. Ni podemos dejar de alegrarnos cuando lo que les pasa es bueno. Ser amigo es meterse dentro del pellejo de los otros, reír con ellos, sentir con ellos, pero no hundirse con ellos cuando ellos son incapaces de salir a flote: porque entonces tú deberás quitar la niebla de sus ojos y lograr que vean la salida. Le cuentas tus penas a una máquina y apretarás la palanca para que te dé la solución, pero te quedarás frío; y lo que te diga la máquina, por muy lógico que sea, no te dará alegría, ni te llenará de satisfacción, ni te sentirás amigo suyo; un amigo siente contigo, te escucha y te comprende, pero mira el boquete para que no te hundas, arreglará el barco para hacerte ver los peligros y evitará el naufragio si tú no lo evitas; y sentirá tus penas, pero no desde tus tristezas: las sentirá desde su alegría, porque el amigo no está ahí para hundirse contigo, sino para salvarte con él. Cosa imposible es, como decía Sabina, ayudar a quien no quiere dejarse ayudar.
            Hemos visto cómo el significado de la amistad ha acabado solapándose con el del amor; y es que en el fondo vienen a ser lo mismo. Una amistad con sexo es lo que normalmente llamamos amor (como abreviatura de amor erótico). Y el amor sin el sexo es amistad. Lo que solemos llamar amor incluye los ingredientes de deseo y pasión, y esos ingredientes, cuando no están referidos al sexo, también forman parte de la amistad. Ese amor tranquilo que buscaba Aristóteles es “philía” en griego; y “filius” es, en latín, hijo; todavía hoy, en Puertollano, las madres llaman “filios” a los chicos cuando les quieren regañar. Un amigo, como un hijo, es un hermano que siente y vive como nosotros, un espejo transparente donde todos nos podemos mirar: el amor fraterno es de los más dulces y entrañables que existen; por eso me gusta tanto el saludo que se dan los hombres en Perú; como si fueran espejos donde se miran, y todo lo bueno se lo dieran en un abrazo, y exhalan generosidad aunque no tengan nada, quizá sea por eso, aunque sólo sea de palabra, que se llaman hermanos en vez de amigos.

                  Para mi buena amiga Agustina, que muy bien podría ser mi hermana. 

 

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