FENOMENOLOGÍA (1): COSMOFANÍA
(EL ORIGEN DEL MUNDO)
1. EL UNIVERSO ES LA FENOMENOLOGÍA DE LA RAZÓN.
El cosmos es el conjunto formado por el huevo cósmico y el universo.
El huevo cósmico es una bola de neutrones, de energía y masa
descomunales, que precedió al big bang; en ella hay partículas y radiaciones
mezcladas de manera confusa.
El universo es todo lo que surge con esa gran bola de fuego que
anuncia la creación; se escinde en anataxia y fainotaxia (respectivamente mundo
de la causalidad –materia inerte- y mundo de la finalidad –materia viva-).
1. Huevo cósmico.
Es posible que en el principio de los
tiempos hubiera una huevo que contuviera todos los huevos; una semilla que
contuviera todas las semillas; un germen lleno de todos los gérmenes habidos y
por haber. En aquel tiempo no había tiempo, aquel huevo era el ser dormido,
plegado sobre sí mismo, ajeno a toda manifestación; es como si el ser fuera su
propio agujero negro. El ser estaba congelado y no envejecía porque estaba
fuera del tiempo: era un huevo cósmico.
2. Cronofanía.
Entonces se abrió: los científicos lo
llaman big bang, una gran explosión; pero quizá fuera mejor llamarlo una gran
expansión, un despliegue en el espacio, una progresiva siembra de todas sus
semillas: ése fue el primer instante del universo, la aparición del tiempo, la cronofanía.
3. Fenomenología.
Después, dentro del tiempo, aparecieron
las formas del ser y eso fue la fenomenología.
La fenomenología fue primero anataxia (causalidad); después, como finalidad, fue
fainotaxia.
La gran explosión (o cronofanía) fue en
realidad una gran siembra. El mundo antes de nacer era un huevo cósmico que
contendría todas las formas en moldes materiales antes de sembrarse en el
vacío; es decir, antes de llenarse de energía y convertirse en cuerpos. Primero
fue explosión de energía, luego concentración de materia, y por último
explosión de vida.
La fenomenología es la historia del
mundo (vale decir, del universo): empieza en la anataxia y culmina en los
estadios últimos de la fainotaxia.
2. CRONOFANÍA.
Es el origen del tiempo. Encontramos
en la filosofía agustiniana la idea de que dios creó el tiempo y, dentro del
tiempo, creó el mundo; de manera similar diremos que la cronofanía precede a la
fenomenología: el tiempo surge antes que las formas en las que se manifiesta la
energía. Sabemos, por el efecto doppler, que las estrellas se alejan de
nosotros; eso significa que antes del origen del tiempo todo lo que hay en el
universo se encontraba concentrado en un grano diminuto: pues bien, ese grano
inicial, gran semilla del universo, es lo que llamamos el huevo cósmico.
La cronofanía empieza con la gran
explosión. Hace mil cuatrocientos millones de años. Antes el ser estaba dormido
y, cuando se duerme, el tiempo sigue unas leyes distintas del estado de
vigilia. Hay sueños profundos y sueños REM en la naturaleza; sueños
paradójicos; y momentos en los que el sopor produce ensoñaciones y momentos en
que el sopor duerme, pero no sueña. Antes de la gran explosión todas las complementariedades
del mundo yacían dormidas en una suerte de sueño platónico; donde las formas
todavía no tienen materia porque la materia no ha aparecido. Pero sí hay
energía. Vida latente. Erotismo expectante.
Recordemos que el huevo cósmico está hecho de envoltorios.
El envoltorio externo, el primero que hay dentro de la bola de neutrones,
contiene las formas lógicas y matemáticas; el teorema de Pitágoras, el número
pi, las relaciones de Tales; y las secciones cónicas y toda la geometría de
Euclides; y Lobatchevski, Saccheri, Gauss, las geometrías no euclidianas; y la
lógica no bivalente que guarda dentro la bivalencia clásica.
Ésa es la necesidad lógica. Dentro está la necesidad inerte, que es la tendencia:
mundo mineral, mundo de los seres pasivos, anataxia
(ontotaxia, o mundo del contacto: propio de la taxosfera). Lo primero que hay
dentro de las matemáticas (o detrás de ellas, en el envoltorio siguiente) es el
automatismo. Detrás del mundo de Parménides
yace el mundo de Heráclito: tendencia al movimiento, pero movimiento inerte en
primera instancia; aunque más que inerte habría que llamarlo ciego; y más que
ciego, alejado de lo fortuito: necesario. Es el mundo en que los seres buscan
automáticamente su complementario, su media naranja; sólo que los seres todavía
no están vivos (la tendencia es energía dirigida por la necesidad lógica; lo
que llamamos inercia es en realidad animación, como postulaba el hilozoísmo de
los milesios).
Hilozoísmo. El universo de la
anataxia es animación. Pero aún no es energía cinética, la vis viva que
encontramos en Leibniz sería más bien energía interna, y ni siquiera, porque la
energía interna es el movimiento de los átomos y en la gran explosión ni siquiera hay átomos todavía: sólo hay nucleones. Es la era hadrónica, que dura 10-4 segundos (o sea, la
diezmillonésima parte de un segundo). Es un momento fugaz. Un “hágase la luz”
que produce el génesis. Luz. Los nucleones nadan, efectivamente, en una sopa de
fotones. Y esa fuerza que mana de todos, anterior a la energía interna, bien
podría llamarse vis viva como pensó Leibniz: “vis”, fuerza, energía en
movimiento; “viva”, animada como sugiere la palabra “zoon”; pero todavía no es
materia (“hylé”), todavía no es hilozoísmo; es más bien la génesis del
hilozoísmo, la primera fase en la que se manifiesta.
3. COSMOFANÍA.
Detrás de la cronofanía viene la cosmosfera: la evolución cósmica. Después de la gran explosión, en la que aparece
el tiempo, surgen, no ya las distintas formas del tiempo, sino las distintas
formas de la energía (o vis viva) que aparece en el tiempo. Impulso de la
tendencia. Lo que atrae a la energía son las formas matemáticas contenidas en
las formas lógicas contenidas en el primer envoltorio del ser: ese que estalló
durante la gran explosión. El huevo cósmico se fragmenta en miríadas de
nucleones. Y cada nucleón es como un huevo cósmico completo, pero muy pequeño,
y cada fotón en un huevo todavía más diminuto. Es como si, al proyectarse fuera
de sí, en el espacio vacío, el huevo cósmico se estirara, abriéndose, y se
partiera en fragmentos cada uno de los cuales contuviera todas las capas de las
que está hecho; que se vuelven a cerrar sobre sí mismas y cada fragmento fuera una réplica del
huevo; semejante a las hidras, que cuando las cortamos cada fragmento regenera
una hidra completa: todo están en todo, como diría Anaxágoras; y cada todo se
desarrolla con arreglo a una de sus partes; por eso, aunque todos los seres del
universo contengan por así decirlo el mismo genotipo, cada uno se despliega
según un fenotipo diferente.
3.1. Origen de
la materia.
La primera fase de la cosmosfera es
el origen de la materia. Ya hemos
visto que primero fue la era hadrónica. Después, durante quince minutos, se
produce la era leptónica: todo se
llena de electrones y protones nadando en una sopa de fotones; y la cantidad de
electrones es la misma que la de fotones. Evidentemente, cada protón y cada
electrón contienen el mismo genotipo cósmico: el del huevo del que proceden;
pero tienen distinto fenotipo; distinto tamaño, distinta masa, distinta carga.
Le sucede la era radiativa, en que disminuye la cantidad de fotones y los
electrones toman el protagonismo en el control de la expansión del universo;
fotones y protones pasan a ser comparsas, actores de reparto, y conjuntamente
conforman el decorado de esta parte de la historia. Con la gran explosión nació
el tiempo, pero también el espacio; antes del huevo cósmico era una bola
compacta nadando en el vacío exterior; al fragmentarse empezó a llenarse de
espacio, de vacío, y a medida que avanzaba su expansión el vacío fue ocupando
más espacio dentro del ser, y el ser cada vez se abría más, no sólo
fragmentándose, sino ahuecándose en los seres que iban naciendo.
El espacio del huevo cósmico estaba
prefigurado en su capa externa, que contenía geometría y aritmética, es decir
espacio y tiempo. Al abrirse esa primera capa apareció, como un escenario, el
espacio-tiempo, y en él empezaron a regarse las sucesivas capas que empezaron a
abrirse dentro del huevo; se sembraron como semillas, y en esa siembra el
centro de mando dejó de ser la semilla universal (el huevo cósmico) para
trasladarse, como núcleos, a cada uno de los fragmentos de ser que iban apareciendo:
es como si al principio todo fuera un ombligo universal y al fragmentarse cada
trozo fuera a la vez una tarjeta magnética y un cajero; y cada tarjeta se fuera
introduciendo a lo largo del universo en distintos cajeros.
Si la primera capa contenía las
formas lógico-matemáticas, la segunda contenía la vis viva; y la tercera contendría,
lo veremos después, modelada por las anteriores, la energía cinética. La
primera capa exterior se abrió por presión de la segunda; como un huevo se
abre, rompiendo la cáscara, por la presión del pollo, maduro, que está llamando
a la puerta.
3.2. Origen de
los elementos.
Así concluye la primera fase de la cosmofanía: el origen de la materia.
Después viene la segunda: el origen de
los elementos. Sabemos que la luz consiste en radiaciones electromagnéticas
de corta y muy corta longitud de onda (a diferencia del sonido). Sabemos
también que un protón es un núcleo de hidrógeno. Los protones y electrones que
nadaban en la luz en la era radiativa no podían formar átomos por exceso de
temperatura, que se medía en miles de millones de grados: núcleos y electrones
tenían que transitar separados. Pero cuando bajó la temperatura a tres mil
grados los núcleos recuperaron su cortejo de electrones, captándolos en el
medio ambiente; se forman así átomo elementales: los de hidrógeno y helio, que
llenan el universo; los elementos pesados tendrán que esperar a que nazcan las
galaxias y exploten las estrellas.
Es la era estelar, que dura todavía. La fuerza primordial (vis viva, como
la hemos llamado), repartida en cargas opuestas entre protones y electrones, se
reúne nuevamente impulsada (atraída más bien) por la estructura matemática que
funciona como código genético; y es esa estructura formal, la del espacio, la
que hace que, al unirse en el núcleo, las partículas desarrollen las fuerzas
nucleares (interacciones fuerte y débil) y los electrones desarrollen los
campos electromagnéticos; si tomáramos a Einstein como referencia, diríamos que
en el espacio-tiempo, fruto del espacio matemático (geometría y aritmética
respectivamente), crecen las fuerzas de la materia al orientarse la fuerza
primordial; y esas fuerzas, a su vez, modifican el espacio cuando se ponen en
marcha.
El
calentamiento gravitacional en el centro de las estrellas gigantes permite la
formación de elementos más pesados que el helio: carbono, oxígeno, neón,
hierro. Pero se necesita una explosión realmente grande (cuando una estrella
implosiona como nova o supernova) para sintetizar los elementos más pesados
(como el uranio); las supernovaciones los arrojan al espacio y de ellos se
forman otras estrellas o planetas; así, cada nueva generación de estrellas y
planetas se construye con las cenizas de la anterior. Podemos decir que los
elementos se crean de los neutrones, el hidrógeno y el helio en gigantescos
hornos estelares. Roland Omnès (p. 160) compara a las gigantes rojas con
“gigantescos hornos de alquimia donde el hierro se transmuta en oro”.
4. GEOFANÍA.
La goesfera es el mundo de la evolución molecular. Se confunde
parcialmente con la evolución cósmica, en la medida en que para que surjan los elementos
tienen que haber surgido previamente las estrellas. Comienza con el sistema
solar (eón hádico: desde hace 4.500 millones de años hasta hace 3.8000),
con el que se forma la tierra. Poco a poco se va formando la geosfera, con una
gran actividad volcánica que arroja al espacio metano, amoniaco y otros gases
tóxicos: éstos forman la atmósfera; paralelamente se ha ido formando la
hidrosfera; de la interacción entre ambas surgirán las primeras células
procariotas.
Le energía primordial, contenida en
el huevo cósmico, ha ido impulsando sucesivamente la aparición de la fuerza
electromagnética, después la fuerza nuclear, y por último las fuerzas atómicas
e interatómicas (por ejemplo, la fuerza de van der Waals). Con la aparición de
las primeras estrellas también se desarrollará la fuerza gravitatoria.
Para ello ha sido necesario que la
temperatura bajara a tres mil grados, desde los miles de millones de grados
iniciales. De modo que en el principio, apenas se produjo la cronofanía, todo
estaba lleno de luz y calor; de fotones y de caos. La luz era energía de mucha
calidad; el calor es energía de calidad ínfima. Hemos comparado a las estrellas
con unos hornos gigantescos. En los hornos se quema el combustible para
fabricar objetos nuevos; y así, para que se produzca hierro, es necesario que
se quemen neutrones, hidrógeno y helio. La luz, por el contrario, es energía de
alta calidad. Es como si, con el calor, se consumiera gasolina para producir
gases tóxicos, y con la luz se consumieran gases tóxicos para producir luz.
Pero en el calor de los hornos
estelares se producen elementos pesados; ahora bien, para que eso sea posible
la temperatura ha tenido que bajar desde los miles de millones de grados
iniciales. Una vez fabricados los elementos pesados, en la geofanía estos
elementos se ordenan a través de campos gravitatorios. Las estrellas conforman
las galaxias. Una de esas estrellas, el sol, ha dado lugar a la tierra.
El huevo cósmico era un orden
perfecto en el cosmos. Pero con la aparición del universo después de la
cronofanía ese orden se ha ido llenando de espacio; y para crear nuevos focos
ordenados se ha tenido que producir mucho desorden; las estrellas, para ordenar
leptones y bosones en átomos gigantescos (comparados con el hidrógeno), han
tenido que degradar mucha energía; ya veremos después que en la geosfera, para
crear vida (es decir moléculas, más que gigantescas, de tamaño descomunal), ha
tenido que degradarse mucha más energía aún. La energía se degrada cuando ya no
puede utilizarse. Un objeto situado sobre una mesa puede producir movimiento;
cuando, después de haberse caído, llega al suelo, ya no se puede mover; así
también el mundo, cuando va gastando su energía, la va degradando; y llegará un
momento en que toda la energía del cosmos ya no se pueda utilizar: será la
muerte térmica. El universo habrá perdido todo su movimiento. Se habrá enfriado
para siempre.
Cabe forjar una conjetura muy
atrevida: que la energía que se va utilizando es la que apareció con la
cronofanía, no la anterior; ésa que hemos llamado energía primordial (que
funciona también como materia prima) queda intacta. La cronofanía fue la
aparición del tiempo. Aparición de la luz. Ahora la muerte térmica será la
desaparición del tiempo, su momento de máxima lentitud, la desaparición del
movimiento: cronoletargia. “Fanía” quiere decir aparición, y es algo así como
desvelamiento (“a-letheia”). “Letargia” quiere decir ocultación (“lethé”);
desaparición de todas las manifestaciones del ser. Al enfriarse el mundo y, por
lo tanto, desaparecer el tiempo, el mundo volvería a replegarse en un huevo
cósmico; el universo se contraería eliminando el espacio de su interior; y el
ser volvería a su estado de realidad expectante, invisible, oculto como si
fuera materia oscura. La aparición del ser (que podemos llamar ontofanía) iría
acompañada de la desaparición de gran parte de su presencia (la materia oscura,
que junto a la energía oscura bien podríamos llamar ontoletargia: ocultación,
que no desaparición, del ser).
El principio de entropía sería
entonces una propiedad del universo. No del huevo cósmico. Y durante la
ontofanía las distintas partes del ser, llenándose de espacio, irían
construyendo miles, millones de huevos cósmicos, réplicas del ser primigenio
que irían repitiéndose hasta el infinito; como si el primitivo ser, mirándose
en el espacio, se reflejara millones de veces, tal un espejo roto que se
refleja a sí mismo en cada uno de sus trozos.
Con la cronofanía se crea la
entropía. Y esto sucede cuando la energía primordial se va degradando en cada
una de sus manifestaciones (desde el fotón hasta la molécula). En el origen del
mundo surgen las partículas, que son primero filamentos delicados: cuando el
huevo cósmico se abre para expulsar cada hebra de su ser, y son las primitivas cuerdas
de las que brotan los primeros corpúsculos; semejantes a las cuerdas de un
violín, de una guitarra, o de un piano, que van desgranando la música del
universo). Para que esos cuerpos diminutos se puedan encontrar hace falta que
se crucen en su expansión, en su caída; a esa inclinación con respecto a la
vertical, si nos atenemos a una metáfora antropomórfica, Epicuro la llamó
clinamen; nosotros sabemos (o intuimos) que era un medio que facilitaba los
contactos entre los cuerpos: primero fue una sopa de fotones; y al final acabó
siendo, simplemente, el agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario