sábado, 10 de septiembre de 2016

Fenomenología (1): Cosmofonanía (El origen del mundo)




FENOMENOLOGÍA (1): COSMOFANÍA
(EL ORIGEN DEL MUNDO)


 

1. EL UNIVERSO ES LA FENOMENOLOGÍA DE LA RAZÓN.

            El cosmos es el conjunto formado por el huevo cósmico y el universo.
            El huevo cósmico es una bola de neutrones, de energía y masa descomunales, que precedió al big bang; en ella hay partículas y radiaciones mezcladas de manera confusa.
            El universo es todo lo que surge con esa gran bola de fuego que anuncia la creación; se escinde en anataxia y fainotaxia (respectivamente mundo de la causalidad –materia inerte- y mundo de la finalidad –materia viva-).


1.      Huevo cósmico.

Es posible que en el principio de los tiempos hubiera una huevo que contuviera todos los huevos; una semilla que contuviera todas las semillas; un germen lleno de todos los gérmenes habidos y por haber. En aquel tiempo no había tiempo, aquel huevo era el ser dormido, plegado sobre sí mismo, ajeno a toda manifestación; es como si el ser fuera su propio agujero negro. El ser estaba congelado y no envejecía porque estaba fuera del tiempo: era un huevo cósmico.


2.      Cronofanía.

Entonces se abrió: los científicos lo llaman big bang, una gran explosión; pero quizá fuera mejor llamarlo una gran expansión, un despliegue en el espacio, una progresiva siembra de todas sus semillas: ése fue el primer instante del universo, la aparición del tiempo, la cronofanía

 
 
3.      Fenomenología.

Después, dentro del tiempo, aparecieron las formas del ser y eso fue la fenomenología. La fenomenología fue primero anataxia (causalidad); después, como finalidad, fue fainotaxia.
La gran explosión (o cronofanía) fue en realidad una gran siembra. El mundo antes de nacer era un huevo cósmico que contendría todas las formas en moldes materiales antes de sembrarse en el vacío; es decir, antes de llenarse de energía y convertirse en cuerpos. Primero fue explosión de energía, luego concentración de materia, y por último explosión de vida.
La fenomenología es la historia del mundo (vale decir, del universo): empieza en la anataxia y culmina en los estadios últimos de la fainotaxia.


2.  CRONOFANÍA.

            Es el origen del tiempo. Encontramos en la filosofía agustiniana la idea de que dios creó el tiempo y, dentro del tiempo, creó el mundo; de manera similar diremos que la cronofanía precede a la fenomenología: el tiempo surge antes que las formas en las que se manifiesta la energía. Sabemos, por el efecto doppler, que las estrellas se alejan de nosotros; eso significa que antes del origen del tiempo todo lo que hay en el universo se encontraba concentrado en un grano diminuto: pues bien, ese grano inicial, gran semilla del universo, es lo que llamamos el huevo cósmico.
            La cronofanía empieza con la gran explosión. Hace mil cuatrocientos millones de años. Antes el ser estaba dormido y, cuando se duerme, el tiempo sigue unas leyes distintas del estado de vigilia. Hay sueños profundos y sueños REM en la naturaleza; sueños paradójicos; y momentos en los que el sopor produce ensoñaciones y momentos en que el sopor duerme, pero no sueña. Antes de la gran explosión todas las complementariedades del mundo yacían dormidas en una suerte de sueño platónico; donde las formas todavía no tienen materia porque la materia no ha aparecido. Pero sí hay energía. Vida latente. Erotismo expectante.
            Recordemos que el huevo cósmico está hecho de envoltorios. El envoltorio externo, el primero que hay dentro de la bola de neutrones, contiene las formas lógicas y matemáticas; el teorema de Pitágoras, el número pi, las relaciones de Tales; y las secciones cónicas y toda la geometría de Euclides; y Lobatchevski, Saccheri, Gauss, las geometrías no euclidianas; y la lógica no bivalente que guarda dentro la bivalencia clásica.
            Ésa es la necesidad lógica. Dentro está la necesidad inerte, que es la tendencia: mundo mineral, mundo de los seres pasivos, anataxia (ontotaxia, o mundo del contacto: propio de la taxosfera). Lo primero que hay dentro de las matemáticas (o detrás de ellas, en el envoltorio siguiente) es el automatismo. Detrás del mundo de Parménides yace el mundo de Heráclito: tendencia al movimiento, pero movimiento inerte en primera instancia; aunque más que inerte habría que llamarlo ciego; y más que ciego, alejado de lo fortuito: necesario. Es el mundo en que los seres buscan automáticamente su complementario, su media naranja; sólo que los seres todavía no están vivos (la tendencia es energía dirigida por la necesidad lógica; lo que llamamos inercia es en realidad animación, como postulaba el hilozoísmo de los milesios).
            Hilozoísmo. El universo de la anataxia es animación. Pero aún no es energía cinética, la vis viva que encontramos en Leibniz sería más bien energía interna, y ni siquiera, porque la energía interna es el movimiento de los átomos y en la gran explosión ni siquiera hay átomos todavía: sólo hay nucleones. Es la era hadrónica, que dura 10-4 segundos (o sea, la diezmillonésima parte de un segundo). Es un momento fugaz. Un “hágase la luz” que produce el génesis. Luz. Los nucleones nadan, efectivamente, en una sopa de fotones. Y esa fuerza que mana de todos, anterior a la energía interna, bien podría llamarse vis viva como pensó Leibniz: “vis”, fuerza, energía en movimiento; “viva”, animada como sugiere la palabra “zoon”; pero todavía no es materia (“hylé”), todavía no es hilozoísmo; es más bien la génesis del hilozoísmo, la primera fase en la que se manifiesta. 

 
                                                
 3. COSMOFANÍA.

            Detrás de la cronofanía viene la cosmosfera: la evolución cósmica. Después de la gran explosión, en la que aparece el tiempo, surgen, no ya las distintas formas del tiempo, sino las distintas formas de la energía (o vis viva) que aparece en el tiempo. Impulso de la tendencia. Lo que atrae a la energía son las formas matemáticas contenidas en las formas lógicas contenidas en el primer envoltorio del ser: ese que estalló durante la gran explosión. El huevo cósmico se fragmenta en miríadas de nucleones. Y cada nucleón es como un huevo cósmico completo, pero muy pequeño, y cada fotón en un huevo todavía más diminuto. Es como si, al proyectarse fuera de sí, en el espacio vacío, el huevo cósmico se estirara, abriéndose, y se partiera en fragmentos cada uno de los cuales contuviera todas las capas de las que está hecho; que se vuelven a cerrar sobre sí  mismas y cada fragmento fuera una réplica del huevo; semejante a las hidras, que cuando las cortamos cada fragmento regenera una hidra completa: todo están en todo, como diría Anaxágoras; y cada todo se desarrolla con arreglo a una de sus partes; por eso, aunque todos los seres del universo contengan por así decirlo el mismo genotipo, cada uno se despliega según un fenotipo diferente.


3.1. Origen de la materia.

            La primera fase de la cosmosfera es el origen de la materia. Ya hemos visto que primero fue la era hadrónica. Después, durante quince minutos, se produce la era leptónica: todo se llena de electrones y protones nadando en una sopa de fotones; y la cantidad de electrones es la misma que la de fotones. Evidentemente, cada protón y cada electrón contienen el mismo genotipo cósmico: el del huevo del que proceden; pero tienen distinto fenotipo; distinto tamaño, distinta masa, distinta carga.
            Le sucede la era radiativa, en que disminuye la cantidad de fotones y los electrones toman el protagonismo en el control de la expansión del universo; fotones y protones pasan a ser comparsas, actores de reparto, y conjuntamente conforman el decorado de esta parte de la historia. Con la gran explosión nació el tiempo, pero también el espacio; antes del huevo cósmico era una bola compacta nadando en el vacío exterior; al fragmentarse empezó a llenarse de espacio, de vacío, y a medida que avanzaba su expansión el vacío fue ocupando más espacio dentro del ser, y el ser cada vez se abría más, no sólo fragmentándose, sino ahuecándose en los seres que iban naciendo.
            El espacio del huevo cósmico estaba prefigurado en su capa externa, que contenía geometría y aritmética, es decir espacio y tiempo. Al abrirse esa primera capa apareció, como un escenario, el espacio-tiempo, y en él empezaron a regarse las sucesivas capas que empezaron a abrirse dentro del huevo; se sembraron como semillas, y en esa siembra el centro de mando dejó de ser la semilla universal (el huevo cósmico) para trasladarse, como núcleos, a cada uno de los fragmentos de ser que iban apareciendo: es como si al principio todo fuera un ombligo universal y al fragmentarse cada trozo fuera a la vez una tarjeta magnética y un cajero; y cada tarjeta se fuera introduciendo a lo largo del universo en distintos cajeros.
            Si la primera capa contenía las formas lógico-matemáticas, la segunda contenía la vis viva; y la tercera contendría, lo veremos después, modelada por las anteriores, la energía cinética. La primera capa exterior se abrió por presión de la segunda; como un huevo se abre, rompiendo la cáscara, por la presión del pollo, maduro, que está llamando a la puerta.

 

3.2. Origen de los elementos.

            Así concluye la primera fase de la cosmofanía: el origen de la materia. Después viene la segunda: el origen de los elementos. Sabemos que la luz consiste en radiaciones electromagnéticas de corta y muy corta longitud de onda (a diferencia del sonido). Sabemos también que un protón es un núcleo de hidrógeno. Los protones y electrones que nadaban en la luz en la era radiativa no podían formar átomos por exceso de temperatura, que se medía en miles de millones de grados: núcleos y electrones tenían que transitar separados. Pero cuando bajó la temperatura a tres mil grados los núcleos recuperaron su cortejo de electrones, captándolos en el medio ambiente; se forman así átomo elementales: los de hidrógeno y helio, que llenan el universo; los elementos pesados tendrán que esperar a que nazcan las galaxias y exploten las estrellas.
            Es la era estelar, que dura todavía. La fuerza primordial (vis viva, como la hemos llamado), repartida en cargas opuestas entre protones y electrones, se reúne nuevamente impulsada (atraída más bien) por la estructura matemática que funciona como código genético; y es esa estructura formal, la del espacio, la que hace que, al unirse en el núcleo, las partículas desarrollen las fuerzas nucleares (interacciones fuerte y débil) y los electrones desarrollen los campos electromagnéticos; si tomáramos a Einstein como referencia, diríamos que en el espacio-tiempo, fruto del espacio matemático (geometría y aritmética respectivamente), crecen las fuerzas de la materia al orientarse la fuerza primordial; y esas fuerzas, a su vez, modifican el espacio cuando se ponen en marcha.
El calentamiento gravitacional en el centro de las estrellas gigantes permite la formación de elementos más pesados que el helio: carbono, oxígeno, neón, hierro. Pero se necesita una explosión realmente grande (cuando una estrella implosiona como nova o supernova) para sintetizar los elementos más pesados (como el uranio); las supernovaciones los arrojan al espacio y de ellos se forman otras estrellas o planetas; así, cada nueva generación de estrellas y planetas se construye con las cenizas de la anterior. Podemos decir que los elementos se crean de los neutrones, el hidrógeno y el helio en gigantescos hornos estelares. Roland Omnès (p. 160) compara a las gigantes rojas con “gigantescos hornos de alquimia donde el hierro se transmuta en oro”. 

 

4. GEOFANÍA.

            La  goesfera es el mundo de la evolución molecular. Se confunde parcialmente con la evolución cósmica, en la medida en que para que surjan los elementos tienen que haber surgido previamente las estrellas. Comienza con el sistema solar (eón hádico: desde hace 4.500 millones de años hasta hace 3.8000), con el que se forma la tierra. Poco a poco se va formando la geosfera, con una gran actividad volcánica que arroja al espacio metano, amoniaco y otros gases tóxicos: éstos forman la atmósfera; paralelamente se ha ido formando la hidrosfera; de la interacción entre ambas surgirán las primeras células procariotas.
            Le energía primordial, contenida en el huevo cósmico, ha ido impulsando sucesivamente la aparición de la fuerza electromagnética, después la fuerza nuclear, y por último las fuerzas atómicas e interatómicas (por ejemplo, la fuerza de van der Waals). Con la aparición de las primeras estrellas también se desarrollará la fuerza gravitatoria.
            Para ello ha sido necesario que la temperatura bajara a tres mil grados, desde los miles de millones de grados iniciales. De modo que en el principio, apenas se produjo la cronofanía, todo estaba lleno de luz y calor; de fotones y de caos. La luz era energía de mucha calidad; el calor es energía de calidad ínfima. Hemos comparado a las estrellas con unos hornos gigantescos. En los hornos se quema el combustible para fabricar objetos nuevos; y así, para que se produzca hierro, es necesario que se quemen neutrones, hidrógeno y helio. La luz, por el contrario, es energía de alta calidad. Es como si, con el calor, se consumiera gasolina para producir gases tóxicos, y con la luz se consumieran gases tóxicos para producir luz.
            Pero en el calor de los hornos estelares se producen elementos pesados; ahora bien, para que eso sea posible la temperatura ha tenido que bajar desde los miles de millones de grados iniciales. Una vez fabricados los elementos pesados, en la geofanía estos elementos se ordenan a través de campos gravitatorios. Las estrellas conforman las galaxias. Una de esas estrellas, el sol, ha dado lugar a la tierra.
            El huevo cósmico era un orden perfecto en el cosmos. Pero con la aparición del universo después de la cronofanía ese orden se ha ido llenando de espacio; y para crear nuevos focos ordenados se ha tenido que producir mucho desorden; las estrellas, para ordenar leptones y bosones en átomos gigantescos (comparados con el hidrógeno), han tenido que degradar mucha energía; ya veremos después que en la geosfera, para crear vida (es decir moléculas, más que gigantescas, de tamaño descomunal), ha tenido que degradarse mucha más energía aún. La energía se degrada cuando ya no puede utilizarse. Un objeto situado sobre una mesa puede producir movimiento; cuando, después de haberse caído, llega al suelo, ya no se puede mover; así también el mundo, cuando va gastando su energía, la va degradando; y llegará un momento en que toda la energía del cosmos ya no se pueda utilizar: será la muerte térmica. El universo habrá perdido todo su movimiento. Se habrá enfriado para siempre.
            Cabe forjar una conjetura muy atrevida: que la energía que se va utilizando es la que apareció con la cronofanía, no la anterior; ésa que hemos llamado energía primordial (que funciona también como materia prima) queda intacta. La cronofanía fue la aparición del tiempo. Aparición de la luz. Ahora la muerte térmica será la desaparición del tiempo, su momento de máxima lentitud, la desaparición del movimiento: cronoletargia. “Fanía” quiere decir aparición, y es algo así como desvelamiento (“a-letheia”). “Letargia” quiere decir ocultación (“lethé”); desaparición de todas las manifestaciones del ser. Al enfriarse el mundo y, por lo tanto, desaparecer el tiempo, el mundo volvería a replegarse en un huevo cósmico; el universo se contraería eliminando el espacio de su interior; y el ser volvería a su estado de realidad expectante, invisible, oculto como si fuera materia oscura. La aparición del ser (que podemos llamar ontofanía) iría acompañada de la desaparición de gran parte de su presencia (la materia oscura, que junto a la energía oscura bien podríamos llamar ontoletargia: ocultación, que no desaparición, del ser).
            El principio de entropía sería entonces una propiedad del universo. No del huevo cósmico. Y durante la ontofanía las distintas partes del ser, llenándose de espacio, irían construyendo miles, millones de huevos cósmicos, réplicas del ser primigenio que irían repitiéndose hasta el infinito; como si el primitivo ser, mirándose en el espacio, se reflejara millones de veces, tal un espejo roto que se refleja a sí mismo en cada uno de sus trozos.
            Con la cronofanía se crea la entropía. Y esto sucede cuando la energía primordial se va degradando en cada una de sus manifestaciones (desde el fotón hasta la molécula). En el origen del mundo surgen las partículas, que son primero filamentos delicados: cuando el huevo cósmico se abre para expulsar cada hebra de su ser, y son las primitivas cuerdas de las que brotan los primeros corpúsculos; semejantes a las cuerdas de un violín, de una guitarra, o de un piano, que van desgranando la música del universo). Para que esos cuerpos diminutos se puedan encontrar hace falta que se crucen en su expansión, en su caída; a esa inclinación con respecto a la vertical, si nos atenemos a una metáfora antropomórfica, Epicuro la llamó clinamen; nosotros sabemos (o intuimos) que era un medio que facilitaba los contactos entre los cuerpos: primero fue una sopa de fotones; y al final acabó siendo, simplemente, el agua. 

 






No hay comentarios:

Publicar un comentario