sábado, 25 de junio de 2016

Pueblo y democracia




PUEBLO Y DEMOCRACIA  

 

            Si recapituláramos el concepto de democracia, encontraríamos que hay por lo menos dos ámbitos en los que puede manifestarse: el estudio y la política. Para que el estudio sea eficaz la investigación debe conjugar dos modalidades de acción: la cátedra y la investigación; el estudioso imparte cátedra: cuenta lo que sabe; pero también participa en seminarios (reuniones donde cada uno aporta sus ideas): el seminario es una auténtica democracia intelectual; democracia porque es una formación entre iguales; intelectual porque su objeto no es decidir, sino conocer; estudiar y no actuar.
            La democracia política se expresa a través de elecciones o a través del diálogo. El diálogo produce una democracia deliberativa. Ésta puede ser de tres clases:
a)      Deliberación lógica: son los debates fríos y desalmados, propios de los expertos.
b)      Deliberación visceral: son diálogos de sordos que no tienen ni pies ni cabeza: vacíos de razones; y se habla en ellos con las tripas antes que con el corazón.
c)      Deliberación cordial: los diálogos están llenos de razones vitales.
Cuando el diálogo es cordial suele haber consenso; pero los consensos son imposibles cuando se habla a ciegas, y entonces es necesario votar para llegar a acuerdos: acuerdos que no se respetarán casi nunca, porque la misma ceguera que ha provocado las elecciones provocará seguramente que lo que se elija, si no corresponde a nuestros intereses, sea papel mojado.
Las elecciones (o democracia electiva) son una situación donde, aunque a veces votemos sobre cuestiones en torno a las cuales no hay consenso, muchas veces votamos desconociendo lo que votamos; dejándonos llevar por la corriente, la propaganda, las encuestas. Unas veces votamos con la cabeza (atendiendo a razones); otras con el corazón (dejándonos llevar por los ideales); y otras con las tripas (y nos mueven entonces los intereses). Puede haber intereses a secas, ideales que nos interesen y razones contenidas en los ideales; el círculo de los intereses contiene al de los ideales, que contiene, a su vez, al de las razones; y eso significa que hay intereses que no son ideales y también que hay intereses e ideales irracionales.
Los intereses, los ideales y las razones viven en la democracia deliberativa. En los diálogos fríos sólo hay razones; en los viscerales, si son ciegos, sólo hay intereses, y en los cordiales se juntan la razón, el ideal y los intereses. Los primeros transforman la deliberación en una tecnocracia; los segundos son demagogia y los últimos, por fin, democracia verdadera. Es muy fácil construir tecnocracias y demagogias; lo verdaderamente difícil pero terriblemente enriquecedor y creativo, es construir democracias.
Centrémonos ahora en lo que ha dado en llamarse “voz del pueblo”: ¿qué es? A falta de saber lo que es el pueblo hablaremos de “la gente”. No es lo mismo un consejo de accionistas, un mitin, una reunión de militantes, un partido de fútbol, un grupo de borrachos, unas turbas encolerizadas que una clase de geografía. ¿Cuál de esos grupos representa más al pueblo? Por ponerlo de otra manera: ¿no son “pueblo” todos esos grupos de personas tan variopintas? ¿Cómo tienen que estar reunidas para poder llamarse “pueblo”? Es más: cualquier individuo de cualquiera de esos grupos, cuando está solo en su casa, ¿sigue siendo parte del pueblo? ¿En qué medida? Los ricos y los pobres ¿son todos el mismo pueblo? ¿No llamamos pueblo a la gran mayoría de personas desfavorecidas, por oposición a los pocos ricos afortunados y poderosos? La misma persona que, en la manifestación, grita en contra de la discriminación de los extranjeros, puede que a sus hijos los aparte de los extranjeros en la escuela. Los mismos votantes de izquierda que pedían antes igualdad y solidaridad, ahora votan a la extrema derecha, que no se siente solidaria de los extranjeros y exige que no se les trate igual que a los nacionales. ¿Cuál de esas versiones de la gente es el pueblo? 

 

Hay gente que atiende a razones y gente que vive entre sueños. Cuando hablamos de razones pensamos más bien en la lógica, y llamamos logos al razonamiento que se comporta como una razón descarnada y fría; y vive en un mundo donde lo real queda reducido a lo pragmático, a intereses materiales y tangibles, ajenos a toda sensibilidad humana. Es el mundo de los curas y barberos que aparece en don Quijote.
Otra gente vive inmersa en sus sueños; y busca, más que razones, relatos: historias embriagadoras, quimeras y desvaríos; es el reino del mito. No son razón descarnada como la que animaba a los pragmáticos sino carne irracional: reacción espontánea, reflejo encendido, impulso ciego. Es el mundo del mythos frente al logos, mundo del relato supersticioso, de la credulidad y el sometimiento: del fanatismo.
Y hay, también, gente que vive entre relatos traspasados por la lógica. Ni son razón sin carne ni carne irracional, son razón encarnada (encardinada más bien, para no confundir esa palabra con el color encarnado). Viven de ilusión, de utopía. La ilusión tiene la cordura que le falta al fanático, pero también el corazón que le falta al lógico; y es corazón soñando mundos posibles, no imposibles mundos incompatibles con la justicia: monstruosas quimeras. Hace falta que las razones creen sueños; que de los sueños salgan razones; y que la realidad sembrada de sueños no dé a luz terribles monstruos, sino ideales hermosos. 

 

Pero eso no nos aclara sobre lo que debemos entender por pueblo. Es una abstracción, una idea trascendental, un concepto que posiblemente no se refiera a nada. El pueblo no es una suma de individuos en el mismo sentido en que el bosque es una suma de árboles; lo mismo que, más allá de los árboles que se suman, el bosque es un ecosistema creado por el vivir juntos que comparten todos, también el pueblo es, más allá de los individuos que lo integran, un ecosistema de convivencia. Llamamos pueblo al espíritu de convivencia que hay en cada individuo; no formamos pueblo cuando nos unimos a los demás, sino que somos pueblo cuando nacemos individualmente; somos animales sociales; somos seres racionales, y por tanto razonables, dialogantes y justos; seres cordiales, y el corazón se nos disuelve en cordura; que es el  maridaje de la razón con el sentimiento, lógica atada al corazón, conectando con sus nervios y sus vasos, bebiendo de sus fuentes. El pueblo es el equivalente colectivo de la humanidad; humanidad que echa sus raíces en un territorio, donde la energía y la cordura se funden en un abrazo.
Pero mucha gente cree que el pueblo es el que sufre. La masa de los pobres, los solitarios, los desheredados y parados, los perseguidos, los abandonados, los olvidados en las escuelas y hospitales, los que no tienen casa, los desprotegidos, son el pueblo: eso no es verdad, porque bastaría con encontrar protección para dejar de serlo; si esto fuera así el estado del bienestar construiría ciudadanos y acabaría con el pueblo; tener reconocidos nuestros derechos y atendidas nuestras necesidades acabaría con nuestras calamidades y ya no seríamos pueblo (si es que seguimos pensando que el pueblo es el que sufre).
Un pobre es parte del pueblo; pero si se asocia con otros pobres para atacar a otros más pobres que él ¿seguiría siendo pueblo? Un trabajador que está en paro, y que ataca e incluso mata a otros trabajadores en paro como él que sólo son culpables de haber nacido en otro país, ¿seguiría siendo pueblo? Una persona sin techo que sale de la pobreza y, cuando tiene casa, pisotea a quienes no la tienen sin acordarse de que él no la tuvo un día ¿seguiría siendo pueblo? Un retornado que les niega sus derechos a los inmigrantes sin acordarse de que él también fue emigrante un día ¿seguiría siendo pueblo? Un hombre o una mujer que fueron acosados y se volvieron acosadores cuando salieron del acoso ¿seguirían siendo pueblo? ¿Sería pueblo quien, sumido en la indigencia, gana millones a la lotería y se le endurece el corazón y se niega a compartir con los indigentes la milésima parte de lo que ha ganado? Parece que estamos de acuerdo en que los inversores voraces que se enriquecen en bolsa a costa de los recortes de la gente humilde, que pierde médicos, maestros, escuelas, ambulancias, autobuses y tantos derechos sociales: ésos que se enriquecen a su costa, no serían pueblo; porque el pueblo es un estado de ánimo más que una condición social, es una sensibilidad ética, un espíritu de solidaridad, una disposición a apiadarse en lugar de condenar, un alegrarse por la suerte de los otros, un no despreciar la felicidad ajena si nos falta a nosotros, un interés por no sentir que te quitan lo que le dan a él también en lugar de dártelo a ti solo: quienes sienten y piensan así serían verdaderamente pueblo; por eso el pueblo siempre brilla por su ausencia aunque haya mucha gente junta: que no es lo mismo la gente, que la muchedumbre, que el pueblo. Ha desaparecido el pueblo: sólo queda la masa. 
  
 



Los mismos que hoy agitan la frialdad de la lógica llamando tontos a quienes no la dominan: esos mismos fueron pobres un día, y a falta de cabeza pensaron con el estómago. Llamaron logos a la fría razón, mito a la sinrazón ardiente: y así, la filosofía nació cuando el esqueleto de la razón acabó con el esqueleto de la vida.
Pero el logos es algo más que razón sin cuerpo: es, sobre todo, razón hecha carne; surgió la filosofía cuando la sinrazón, en lugar de combatir a la razón, se unió con ella; cuando la vida primitiva y cruel se fue civilizando con los relatos de la vida; y esos relatos contenían razones escondidas en los poros por donde habían entrado, y la lógica aún no se había vuelto contra la vida. Primero fue la violencia y luego la palabra. Y la palabra contenía lógica pero también música, y se hizo filósofa al tiempo que poeta, hasta que los filósofos decidieron prescindir de la música y separaron a la filosofía de la vida: así también ocurrió con la democracia. Una democracia deliberativa, con cerebro donde tuvo el corazón, es razón sin vida y esqueleto sin carne: si a eso lo llamamos dialogar entonces el diálogo es el fin de la democracia; no resucitará hasta que el corazón vuelva al cerebro, y sea su sombra, y el sentimiento se cargue de razones, y la razón no piense como las máquinas, y las muchedumbres, las masas, no sean la gente confundida con las piedras, y la palabra feliz salga por fin de los labios del pueblo, y la humanidad recobre las raíces éticas que latían subterráneas: sólo entonces se esfumarán la demagogia y la tecnocracia; y las razones volverán, plantadas en la vida; y los clamores del pueblos serán entonces verdadera democracia. 

 



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