PUEBLO
Y DEMOCRACIA
Si
recapituláramos el concepto de democracia, encontraríamos que hay por lo menos
dos ámbitos en los que puede manifestarse: el estudio y la política. Para que
el estudio sea eficaz la
investigación debe conjugar dos modalidades de acción: la cátedra y la
investigación; el estudioso imparte cátedra: cuenta lo que sabe; pero también
participa en seminarios (reuniones donde cada uno aporta sus ideas): el seminario es una auténtica democracia intelectual; democracia
porque es una formación entre iguales; intelectual porque su objeto no es
decidir, sino conocer; estudiar y no actuar.
La democracia política se expresa a través de elecciones o a través del diálogo.
El diálogo produce una democracia deliberativa. Ésta puede ser
de tres clases:
a)
Deliberación
lógica: son los debates fríos y
desalmados, propios de los expertos.
b)
Deliberación
visceral: son diálogos de sordos que
no tienen ni pies ni cabeza: vacíos de razones; y se habla en ellos con las
tripas antes que con el corazón.
c)
Deliberación
cordial: los diálogos están llenos
de razones vitales.
Cuando
el diálogo es cordial suele haber consenso; pero los consensos son imposibles
cuando se habla a ciegas, y entonces es necesario votar para llegar a acuerdos:
acuerdos que no se respetarán casi nunca, porque la misma ceguera que ha
provocado las elecciones provocará seguramente que lo que se elija, si no corresponde
a nuestros intereses, sea papel mojado.
Las elecciones (o democracia
electiva) son una situación donde, aunque a veces votemos sobre cuestiones en
torno a las cuales no hay consenso, muchas veces votamos desconociendo lo que
votamos; dejándonos llevar por la corriente, la propaganda, las encuestas. Unas
veces votamos con la cabeza
(atendiendo a razones); otras con el corazón (dejándonos llevar por los ideales); y otras con las tripas (y nos mueven entonces los intereses). Puede haber intereses a
secas, ideales que nos interesen y razones contenidas en los ideales; el
círculo de los intereses contiene al de los ideales, que contiene, a su vez, al
de las razones; y eso significa que hay intereses que no son ideales y también
que hay intereses e ideales irracionales.
Los
intereses, los ideales y las razones viven en la democracia deliberativa. En
los diálogos fríos sólo hay razones; en los viscerales, si son ciegos, sólo hay
intereses, y en los cordiales se juntan la razón, el ideal y los intereses. Los
primeros transforman la deliberación en una tecnocracia; los segundos son demagogia
y los últimos, por fin, democracia
verdadera. Es muy fácil construir tecnocracias y demagogias; lo verdaderamente
difícil pero terriblemente enriquecedor y creativo, es construir democracias.
Centrémonos
ahora en lo que ha dado en llamarse “voz del pueblo”: ¿qué es? A falta de saber
lo que es el pueblo hablaremos de “la gente”. No es lo mismo un consejo de
accionistas, un mitin, una reunión de militantes, un partido de fútbol, un
grupo de borrachos, unas turbas encolerizadas que una clase de geografía. ¿Cuál
de esos grupos representa más al pueblo? Por ponerlo de otra manera: ¿no son
“pueblo” todos esos grupos de personas tan variopintas? ¿Cómo tienen que estar
reunidas para poder llamarse “pueblo”? Es más: cualquier individuo de
cualquiera de esos grupos, cuando está solo en su casa, ¿sigue siendo parte del
pueblo? ¿En qué medida? Los ricos y los pobres ¿son todos el mismo pueblo? ¿No
llamamos pueblo a la gran mayoría de personas desfavorecidas, por oposición a
los pocos ricos afortunados y poderosos? La misma persona que, en la
manifestación, grita en contra de la discriminación de los extranjeros, puede
que a sus hijos los aparte de los extranjeros en la escuela. Los mismos
votantes de izquierda que pedían antes igualdad y solidaridad, ahora votan a la
extrema derecha, que no se siente solidaria de los extranjeros y exige que no
se les trate igual que a los nacionales. ¿Cuál de esas versiones de la gente es
el pueblo?
Hay
gente que atiende a razones y gente que vive entre sueños. Cuando hablamos de
razones pensamos más bien en la lógica, y llamamos logos al razonamiento que se
comporta como una razón descarnada y fría; y vive en un mundo donde lo real
queda reducido a lo pragmático, a intereses materiales y tangibles, ajenos a
toda sensibilidad humana. Es el mundo de los curas y barberos que aparece en don
Quijote.
Otra
gente vive inmersa en sus sueños; y busca, más que razones, relatos: historias
embriagadoras, quimeras y desvaríos; es el reino del mito. No son razón
descarnada como la que animaba a los pragmáticos sino carne irracional:
reacción espontánea, reflejo encendido, impulso ciego. Es el mundo del mythos
frente al logos, mundo del relato supersticioso, de la credulidad y el
sometimiento: del fanatismo.
Y
hay, también, gente que vive entre relatos traspasados por la lógica. Ni son
razón sin carne ni carne irracional, son razón encarnada (encardinada más bien,
para no confundir esa palabra con el color encarnado). Viven de ilusión, de
utopía. La ilusión tiene la cordura que le falta al fanático, pero también el
corazón que le falta al lógico; y es corazón soñando mundos posibles, no
imposibles mundos incompatibles con la justicia: monstruosas quimeras. Hace
falta que las razones creen sueños; que de los sueños salgan razones; y que la
realidad sembrada de sueños no dé a luz terribles monstruos, sino ideales
hermosos.
Pero
eso no nos aclara sobre lo que debemos entender por pueblo. Es una abstracción,
una idea trascendental, un concepto que posiblemente no se refiera a nada. El
pueblo no es una suma de individuos en el mismo sentido en que el bosque es una
suma de árboles; lo mismo que, más allá de los árboles que se suman, el bosque
es un ecosistema creado por el vivir juntos que comparten todos, también el
pueblo es, más allá de los individuos que lo integran, un ecosistema de
convivencia. Llamamos pueblo al espíritu de convivencia que hay en cada
individuo; no formamos pueblo cuando nos unimos a los demás, sino que somos
pueblo cuando nacemos individualmente; somos animales sociales; somos seres
racionales, y por tanto razonables, dialogantes y justos; seres cordiales, y el
corazón se nos disuelve en cordura; que es el
maridaje de la razón con el sentimiento, lógica atada al corazón,
conectando con sus nervios y sus vasos, bebiendo de sus fuentes. El pueblo es
el equivalente colectivo de la humanidad; humanidad que echa sus raíces en un
territorio, donde la energía y la cordura se funden en un abrazo.
Pero
mucha gente cree que el pueblo es el que sufre. La masa de los pobres, los
solitarios, los desheredados y parados, los perseguidos, los abandonados, los
olvidados en las escuelas y hospitales, los que no tienen casa, los
desprotegidos, son el pueblo: eso no es verdad, porque bastaría con encontrar
protección para dejar de serlo; si esto fuera así el estado del bienestar
construiría ciudadanos y acabaría con el pueblo; tener reconocidos nuestros
derechos y atendidas nuestras necesidades acabaría con nuestras calamidades y
ya no seríamos pueblo (si es que seguimos pensando que el pueblo es el que
sufre).
Un
pobre es parte del pueblo; pero si se asocia con otros pobres para atacar a
otros más pobres que él ¿seguiría siendo pueblo? Un trabajador que está en
paro, y que ataca e incluso mata a otros trabajadores en paro como él que sólo
son culpables de haber nacido en otro país, ¿seguiría siendo pueblo? Una
persona sin techo que sale de la pobreza y, cuando tiene casa, pisotea a
quienes no la tienen sin acordarse de que él no la tuvo un día ¿seguiría siendo
pueblo? Un retornado que les niega sus derechos a los inmigrantes sin acordarse
de que él también fue emigrante un día ¿seguiría siendo pueblo? Un hombre o una
mujer que fueron acosados y se volvieron acosadores cuando salieron del acoso
¿seguirían siendo pueblo? ¿Sería pueblo quien, sumido en la indigencia, gana
millones a la lotería y se le endurece el corazón y se niega a compartir con
los indigentes la milésima parte de lo que ha ganado? Parece que estamos de
acuerdo en que los inversores voraces que se enriquecen en bolsa a costa de los
recortes de la gente humilde, que pierde médicos, maestros, escuelas,
ambulancias, autobuses y tantos derechos sociales: ésos que se enriquecen a su
costa, no serían pueblo; porque el pueblo es un estado de ánimo más que una
condición social, es una sensibilidad ética, un espíritu de solidaridad, una
disposición a apiadarse en lugar de condenar, un alegrarse por la suerte de los
otros, un no despreciar la felicidad ajena si nos falta a nosotros, un interés
por no sentir que te quitan lo que le dan a él también en lugar de dártelo a ti
solo: quienes sienten y piensan así serían verdaderamente pueblo; por eso el
pueblo siempre brilla por su ausencia aunque haya mucha gente junta: que no es
lo mismo la gente, que la muchedumbre, que el pueblo. Ha desaparecido el
pueblo: sólo queda la masa.
Los
mismos que hoy agitan la frialdad de la lógica llamando tontos a quienes no la
dominan: esos mismos fueron pobres un día, y a falta de cabeza pensaron con el
estómago. Llamaron logos a la fría razón, mito a la sinrazón ardiente: y así,
la filosofía nació cuando el esqueleto de la razón acabó con el esqueleto de la
vida.
Pero
el logos es algo más que razón sin cuerpo: es, sobre todo, razón hecha carne;
surgió la filosofía cuando la sinrazón, en lugar de combatir a la razón, se
unió con ella; cuando la vida primitiva y cruel se fue civilizando con los
relatos de la vida; y esos relatos contenían razones escondidas en los poros
por donde habían entrado, y la lógica aún no se había vuelto contra la vida.
Primero fue la violencia y luego la palabra. Y la palabra contenía lógica pero
también música, y se hizo filósofa al tiempo que poeta, hasta que los filósofos
decidieron prescindir de la música y separaron a la filosofía de la vida: así
también ocurrió con la democracia. Una democracia deliberativa, con cerebro
donde tuvo el corazón, es razón sin vida y esqueleto sin carne: si a eso lo llamamos
dialogar entonces el diálogo es el fin de la democracia; no resucitará hasta
que el corazón vuelva al cerebro, y sea su sombra, y el sentimiento se cargue
de razones, y la razón no piense como las máquinas, y las muchedumbres, las
masas, no sean la gente confundida con las piedras, y la palabra feliz salga
por fin de los labios del pueblo, y la humanidad recobre las raíces éticas que
latían subterráneas: sólo entonces se esfumarán la demagogia y la tecnocracia;
y las razones volverán, plantadas en la vida; y los clamores del pueblos serán entonces
verdadera democracia.
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