Se acaba el curso. Los jóvenes
bachilleres serán universitarios. En su despedida se abrazan la alegría y la inquietud,
aunque el sabor placentero de bogar los libera del miedo: no tienen tiempo para
mirar porque sus bríos están libres; ni tiempo para esperar porque la vida los
arrastra. Hoy será su gala y cenarán: detrás espera el futuro, la ilusión de la
aventura acecha, largando amarras con el último examen.
DESPEDIDA
Algo se mueve en el alma cuando un
alumno se va. Es como una metamorfosis. Como toda metamorfosis, también es un
viaje interior, un periplo donde van madurando vuestras potencias y vais
creciendo por dentro, poco a poco. Como todo viaje, es el descubrimiento de
cosas maravillosas que ni sospechabais siquiera; la revelación de vuestros
secretos ocultos, la epifanía de vuestro ser. Unos venís por la noche; otros
viajáis de día. A unos se os ha hecho tarde y buscáis recuperar el tiempo; a
otros os sobra el tiempo y venís a estudiar por la mañana; y hay quien no puede
venir y se asoma al saber, oteando los
títulos, desde la distancia.
Hoy os vais. Me habéis pedido que os
deje, a modo de despedida, unas cuantas palabras. Lo primero que se me ocurre
es que con vosotros he sido feliz. Hay quien se ha preocupado por aprobar y eso
me ha alegrado mucho; pero quienes os preocupabais por aprender me habéis
alegrado mucho más; juntos hemos atravesado muchos caminos, hemos abierto
sendas a golpe de preguntas; por primera vez en mucho tiempo me he sentido algo
más que profesor de filosofía; algo más que un servidor de los programas
académicos; a mi oficio de enseñar he unido el de aprender, y con vuestras
preguntas he aprendido mucho. No eran clases normales esas que estábamos
compartiendo, no; los discursos se hacían mayéutica y tengo que daros las
gracias: porque gracias a vosotros he sido más ignorante y vosotros más sabios;
habéis sido el rayo de luz que me ha hecho más filósofo y menos maestro; y ese
soplo ha llenado de savia la ardua tarea de enseñar, la habéis transfigurado.
Con vosotros se van algunos
compañeros. Para ellos se acaba este viaje y ellos también van a empezar un
viaje nuevo: haced verdad que la jubilación es un goce en la libertad y una
ventura en la llegada a puerto. Para vosotros, nuestro abrazo. Nuestra gratitud,
nuestro respeto. Y los enormes deseos de felicidad que os inyectamos vibrando
con alegría, remando al viento.
Ahora os vais. Cenaremos juntos esta
noche y Dionysos os arropará con sus brazos trémulos. Bailaréis mucho y
dormiréis poco. Y mañana, cuando despertéis, descubriréis que ya no sois de
aquí pero tampoco sois de allá todavía; y se me antoja que será como si
estuvierais embarcando para viajar, esperando en tierra de nadie: yo estaré en
el puerto, con vosotros, pero vosotros zarparéis y yo me quedaré en tierra. Se
me antoja que viajaréis como Ulises, como Colón, buscando la tierra prometida,
buscando la persona que queréis ser, saliendo de Ítaca, buscando América. Sólo
tenéis que despertar.
Y ahora os vais. Os toca surcar
los mares del saber que os llevan, como una odisea apasionante, lejos de
vuestro hogar, lejos de casa. Dejáis esta laguna de libros y buscáis otros
mares exóticos, otros océanos de sal, otras lagunas más grandes; y como el
cielo se os hace pequeño, buscáis espacios más amplios, romper el horizonte,
abrir las puertas del mundo, entrar por donde se abren los caminos sin saber
siempre adónde iréis, pero seguros de que queréis marcharos; vuestra casa se ha
vuelto pequeña. Ahora queréis casas más grandes y dejáis, como Ulises huyendo
de Calipso, esa isla que se ha vuelto prisión, donde os cuidaban con mimo pero
os sentíais atrapados; porque buscáis un mar sin islas donde ondee, como el
viento, la libertad; donde podáis gozar del placer de estar perdidos; porque
queréis perderos en el espacio donde se hace camino al andar, porque estáis
cansados ya de andar por los mismos caminos y queréis dejar huella, pero en
esos caminos están las huellas de vuestra infancia.
Y pasaréis por la isla de Circe donde
la aventura de estudiar se quedará atrapada y os engañarán con sus cantos y os
convertirán en cerdos: no los escuchéis; vuestro rumbo es saber, vuestro
destino es experiencia: experiencia que os abrirá las puertas del conocimiento;
no las confundáis con un diploma, no dejéis que os convierta en cerdos el demonio
de la comodidad, de las chuletas, que atracará en el puerto de los títulos lejos
del puerto del saber, y entonces descubriréis que habéis dejado de ser lo que
queríais, porque habréis renunciado a lo mejor por la pereza.
Oiréis cantos de sirena y navegaréis
muy cerca de esos cantos. Y habréis de tener la fuerza necesaria para no
dejaros llevar por ellos, porque son sugestivos y mágicos y enigmáticos y
maravillosos; y os arrastrarán como un imán con sus campos de fuerza, que se
cerrarán como remolinos hacia un agujero del que no podréis salir: pozo
tenebroso donde mora la muerte y es la negrura sin fondo a la que os lleva el
placer (la fiesta, el alcohol, la inconsciencia, la ceguera, las drogas): no os
acerquéis al remolino; no merodeéis por las aguas cuyo movimiento atrae sin
remisión, atrapados en el imán del que ya no es posible salir, y se alimenta de
vuestras fuerzas.
Vendrán caminos tortuosos.
Desfiladeros flanqueados por un monstruo a cada lado, Caribdis succionando las
aguas para llevaros hasta sí, y al otro lado los dientes inclementes de Escila.
Estaréis atrapados entre dos fuegos, entre Guatemala y Guatepeor, sin saber por
dónde tirar porque, tiréis por donde tiréis, tendréis la sensación de estar en
un callejón sin salida; entre Escila y Caribdis. Pero al final, como Ulises,
sabréis salir por donde no se salía y llegaréis al puerto donde os esperaba el
tesoro que buscabais. Dos armas poderosas tendréis para salir de allí: el
corazón, que señala la meta, y la cabeza, que os marca el rumbo.
No perderéis de vista el camino. No
olvidaréis nunca que si habéis salido de casa es para completar el ciclo de
vuestra formación, no para perderos en casa ajena. Como en el país de los
feacios, llegaréis a islas donde seréis acogidos con devoción, donde os
cuidarán con mimo, donde os recibirán con los brazos abiertos. Pero no será el
lugar donde se completa vuestra formación, no será el mundo de Sefarad, no será
el puerto que buscabais. Os tocará la lotería y llegará la prosperidad y os
desviaréis de vuestra ruta; y procrear por fin en el destino que os buscaba.
Pero si volvéis a casa ricos de oro y pobres de espíritu, vestidos de lujo pero
desnudos de saber, habrá sido inútil el largo viaje que emprendéis ahora; y
coronarán vuestra frente los laureles del éxito, sí, pero en vuestra frente
estará el fracaso; pues el dinero lleva a la pereza y la pereza a la angustia,
y la angustia lleva a la pobreza porque la pobreza es, como decía Quevedo, una
sombra de libertad sembrada en la pereza.
Habrá días que no haya viento y las
velas de vuestras naves no os podrán llevar. Quizá os den los dioses un poco de
viento metido en un saco para que lo administréis: no lo derrochéis inconscientemente;
no abráis de golpe el saco de los vientos porque se desatará una tormenta que
os llevará al naufragio; tras el naufragio, si todavía os quedan naves, ya no
tendréis viento que las empuje; y os quedaréis inmóviles, perdidos en el
océano, sabiendo adónde ir pero sin fuerza para llevaros, lejos de casa y del
destino que habíais querido construir, en el país de la libertad. Si es aliada
de la pereza, la libertad es pobreza. Pero si se alía con la impotencia os
llevará directamente a la frustración. Al fracaso. No perdáis las alas que os
hacen volar. Ni la ilusión que os dice siempre por dónde encontrar el rumbo. La
ilusión: siete dosis de corazón y cuatro de inteligencia.
Os encontraréis por el mundo con brutos
que os quieran frenar, como Polifemo; y como Ulises, vosotros los derrotaréis
con la astucia, que la cultura es arma poderosa contra la ignorancia; habéis
salido de casa para buscar cultura, no para encontrar supersticiones ni
coartadas, ni tribulaciones falsas ni embrutecimiento: Polifemo, además de
bruto, tenía la vista corta pues el único ojo que tenía le permitía ver imágenes,
pero no entenderlas. Perforar el espacio, desplegar posibilidades, abrir
horizontes.
Así también habéis venido a estudiar
para abrir horizontes. Ahora os vais un poco más allá, porque los horizontes
que habéis abierto son más amplios y ya no cabéis aquí, vuestras posibilidades
se han hecho grandes, vuestra casa ahora es pequeña: las personas que os
quieren, por amor, os dejan salir y vosotros tenéis la ilusión, y también el
valor, de marcharos, también por amor a ellas; pero por amor, por encima de todo,
a vosotros mismos. Como la crisálida debe romperse porque ya la mariposa no
cabe en ella, así también vuestra casa os abre sus puertas porque os habéis
hecho tan grandes que no cabéis en ella. Vuestro destino ahora es viajar.
Tendréis que buscar mundo porque buscando mundo os buscáis a vosotros mismos. Y
cuando os hayáis encontrado vuestro viaje habrá terminado. Volveréis, entonces,
a la tierra que os vio nacer. Para marcharos de nuevo o para quedaros en ella,
eso ya lo decidiréis vosotros: pero aquí estarán vuestras raíces. Habréis
encontrado vuestro destino y será el ser que hayáis desplegado, saliendo de lo
que fuisteis para llegar a lo que seréis, y convertiros, por fin, en lo que
siempre habéis sido; en el espíritu de la lámpara que, como lámpara, dormía
dentro de vosotros como un genio.
Una cosa tenéis que saber: que no
seáis vuestros propios enemigos como el caballo de Troya, que tenía el enemigo
dentro. Muchos peligros habréis sorteado. Muchos retos habréis vencido. Pero el
espíritu de lo que seréis no es un virus que os carcome. No dejéis que se os
instalen fuerzas extrañas. No os dejéis vencer por enemigos interiores (como el
placer, la ignorancia, el orgullo, la temeridad, y la pereza); si no tenéis
enemigos dentro, no podrán con vosotros ni los cíclopes, ni los monstruos, ni
los cantos de sirena. Dos armas tenéis que podrán con todo: el corazón, que
fija el rumbo, y la cabeza, que construye el camino. Ningún placer será tu
enemigo si lo busca el corazón y lo guía la inteligencia. Navegad por el mar
provistos de estas dos armas. Zarpad en busca de vuestro destino, que es
Sefarad, la patria que os espera al final del trayecto: Ítaca, que habréis de
reconquistar con vuestras fuerzas, no con la fuerza de los padres; aunque
vuestros padres os ayuden en el intento.
Habéis cargado las provisiones y
ahora el barco se hace a la mar. Detrás de vosotros está el puerto. Delante, el
océano. En el mástil está el vigía oteando el horizonte, buscando tierra; pero
ahora no hay tierra a la vista, ahora tenéis el mar. Y pasaréis por tormentas,
por bonanzas, por desfiladeros de islas; estarán los feacios, las sirenas, los
cíclopes y lestrigones; os esperará el estrecho flanqueado por Escila y
Caribdis. Oiréis entretanto muchos cantos de sirena. No temáis nada si no
tenéis dentro ningún caballo de Troya. Ningún temor os amenazará si os guían el
corazón de la vela y la inteligencia de la quilla. Estáis bien armados: como
don Quijote; habéis velado armas antes de partir. Ahora zarpáis y el horizonte
es inmenso. El mar sin límites: la libertad. Que los dioses os sean propicios
ahora que salís de vuestra laguna. Porque algún día volveréis a ella.
Segovia, 3 de junio de 2016.
¡¡Cómo se nota que los quieres!! Disfruta tu profesión. Es maravillosa.
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