sábado, 18 de junio de 2016

Despedida



              Se acaba el curso. Los jóvenes bachilleres serán universitarios. En su despedida se abrazan la alegría y la inquietud, aunque el sabor placentero de bogar los libera del miedo: no tienen tiempo para mirar porque sus bríos están libres; ni tiempo para esperar porque la vida los arrastra. Hoy será su gala y cenarán: detrás espera el futuro, la ilusión de la aventura acecha, largando amarras con el último examen.

 
  
DESPEDIDA

            Algo se mueve en el alma cuando un alumno se va. Es como una metamorfosis. Como toda metamorfosis, también es un viaje interior, un periplo donde van madurando vuestras potencias y vais creciendo por dentro, poco a poco. Como todo viaje, es el descubrimiento de cosas maravillosas que ni sospechabais siquiera; la revelación de vuestros secretos ocultos, la epifanía de vuestro ser. Unos venís por la noche; otros viajáis de día. A unos se os ha hecho tarde y buscáis recuperar el tiempo; a otros os sobra el tiempo y venís a estudiar por la mañana; y hay quien no puede venir  y se asoma al saber, oteando los títulos, desde la distancia.
            Hoy os vais. Me habéis pedido que os deje, a modo de despedida, unas cuantas palabras. Lo primero que se me ocurre es que con vosotros he sido feliz. Hay quien se ha preocupado por aprobar y eso me ha alegrado mucho; pero quienes os preocupabais por aprender me habéis alegrado mucho más; juntos hemos atravesado muchos caminos, hemos abierto sendas a golpe de preguntas; por primera vez en mucho tiempo me he sentido algo más que profesor de filosofía; algo más que un servidor de los programas académicos; a mi oficio de enseñar he unido el de aprender, y con vuestras preguntas he aprendido mucho. No eran clases normales esas que estábamos compartiendo, no; los discursos se hacían mayéutica y tengo que daros las gracias: porque gracias a vosotros he sido más ignorante y vosotros más sabios; habéis sido el rayo de luz que me ha hecho más filósofo y menos maestro; y ese soplo ha llenado de savia la ardua tarea de enseñar, la habéis transfigurado.
            Con vosotros se van algunos compañeros. Para ellos se acaba este viaje y ellos también van a empezar un viaje nuevo: haced verdad que la jubilación es un goce en la libertad y una ventura en la llegada a puerto. Para vosotros, nuestro abrazo. Nuestra gratitud, nuestro respeto. Y los enormes deseos de felicidad que os inyectamos vibrando con alegría, remando al viento.
            Ahora os vais. Cenaremos juntos esta noche y Dionysos os arropará con sus brazos trémulos. Bailaréis mucho y dormiréis poco. Y mañana, cuando despertéis, descubriréis que ya no sois de aquí pero tampoco sois de allá todavía; y se me antoja que será como si estuvierais embarcando para viajar, esperando en tierra de nadie: yo estaré en el puerto, con vosotros, pero vosotros zarparéis y yo me quedaré en tierra. Se me antoja que viajaréis como Ulises, como Colón, buscando la tierra prometida, buscando la persona que queréis ser, saliendo de Ítaca, buscando América. Sólo tenéis que despertar.
Y ahora os vais. Os toca surcar los mares del saber que os llevan, como una odisea apasionante, lejos de vuestro hogar, lejos de casa. Dejáis esta laguna de libros y buscáis otros mares exóticos, otros océanos de sal, otras lagunas más grandes; y como el cielo se os hace pequeño, buscáis espacios más amplios, romper el horizonte, abrir las puertas del mundo, entrar por donde se abren los caminos sin saber siempre adónde iréis, pero seguros de que queréis marcharos; vuestra casa se ha vuelto pequeña. Ahora queréis casas más grandes y dejáis, como Ulises huyendo de Calipso, esa isla que se ha vuelto prisión, donde os cuidaban con mimo pero os sentíais atrapados; porque buscáis un mar sin islas donde ondee, como el viento, la libertad; donde podáis gozar del placer de estar perdidos; porque queréis perderos en el espacio donde se hace camino al andar, porque estáis cansados ya de andar por los mismos caminos y queréis dejar huella, pero en esos caminos están las huellas de vuestra infancia.
Y pasaréis por la isla de Circe donde la aventura de estudiar se quedará atrapada y os engañarán con sus cantos y os convertirán en cerdos: no los escuchéis; vuestro rumbo es saber, vuestro destino es experiencia: experiencia que os abrirá las puertas del conocimiento; no las confundáis con un diploma, no dejéis que os convierta en cerdos el demonio de la comodidad, de las chuletas, que atracará en el puerto de los títulos lejos del puerto del saber, y entonces descubriréis que habéis dejado de ser lo que queríais, porque habréis renunciado a lo mejor por la pereza. 

 

Oiréis cantos de sirena y navegaréis muy cerca de esos cantos. Y habréis de tener la fuerza necesaria para no dejaros llevar por ellos, porque son sugestivos y mágicos y enigmáticos y maravillosos; y os arrastrarán como un imán con sus campos de fuerza, que se cerrarán como remolinos hacia un agujero del que no podréis salir: pozo tenebroso donde mora la muerte y es la negrura sin fondo a la que os lleva el placer (la fiesta, el alcohol, la inconsciencia, la ceguera, las drogas): no os acerquéis al remolino; no merodeéis por las aguas cuyo movimiento atrae sin remisión, atrapados en el imán del que ya no es posible salir, y se alimenta de vuestras fuerzas.
Vendrán caminos tortuosos. Desfiladeros flanqueados por un monstruo a cada lado, Caribdis succionando las aguas para llevaros hasta sí, y al otro lado los dientes inclementes de Escila. Estaréis atrapados entre dos fuegos, entre Guatemala y Guatepeor, sin saber por dónde tirar porque, tiréis por donde tiréis, tendréis la sensación de estar en un callejón sin salida; entre Escila y Caribdis. Pero al final, como Ulises, sabréis salir por donde no se salía y llegaréis al puerto donde os esperaba el tesoro que buscabais. Dos armas poderosas tendréis para salir de allí: el corazón, que señala la meta, y la cabeza, que os marca el rumbo.
            No perderéis de vista el camino. No olvidaréis nunca que si habéis salido de casa es para completar el ciclo de vuestra formación, no para perderos en casa ajena. Como en el país de los feacios, llegaréis a islas donde seréis acogidos con devoción, donde os cuidarán con mimo, donde os recibirán con los brazos abiertos. Pero no será el lugar donde se completa vuestra formación, no será el mundo de Sefarad, no será el puerto que buscabais. Os tocará la lotería y llegará la prosperidad y os desviaréis de vuestra ruta; y procrear por fin en el destino que os buscaba. Pero si volvéis a casa ricos de oro y pobres de espíritu, vestidos de lujo pero desnudos de saber, habrá sido inútil el largo viaje que emprendéis ahora; y coronarán vuestra frente los laureles del éxito, sí, pero en vuestra frente estará el fracaso; pues el dinero lleva a la pereza y la pereza a la angustia, y la angustia lleva a la pobreza porque la pobreza es, como decía Quevedo, una sombra de libertad sembrada en la pereza.
            Habrá días que no haya viento y las velas de vuestras naves no os podrán llevar. Quizá os den los dioses un poco de viento metido en un saco para que lo administréis: no lo derrochéis inconscientemente; no abráis de golpe el saco de los vientos porque se desatará una tormenta que os llevará al naufragio; tras el naufragio, si todavía os quedan naves, ya no tendréis viento que las empuje; y os quedaréis inmóviles, perdidos en el océano, sabiendo adónde ir pero sin fuerza para llevaros, lejos de casa y del destino que habíais querido construir, en el país de la libertad. Si es aliada de la pereza, la libertad es pobreza. Pero si se alía con la impotencia os llevará directamente a la frustración. Al fracaso. No perdáis las alas que os hacen volar. Ni la ilusión que os dice siempre por dónde encontrar el rumbo. La ilusión: siete dosis de corazón y cuatro de inteligencia.
            Os encontraréis por el mundo con brutos que os quieran frenar, como Polifemo; y como Ulises, vosotros los derrotaréis con la astucia, que la cultura es arma poderosa contra la ignorancia; habéis salido de casa para buscar cultura, no para encontrar supersticiones ni coartadas, ni tribulaciones falsas ni embrutecimiento: Polifemo, además de bruto, tenía la vista corta pues el único ojo que tenía le permitía ver imágenes, pero no entenderlas. Perforar el espacio, desplegar posibilidades, abrir horizontes.
            Así también habéis venido a estudiar para abrir horizontes. Ahora os vais un poco más allá, porque los horizontes que habéis abierto son más amplios y ya no cabéis aquí, vuestras posibilidades se han hecho grandes, vuestra casa ahora es pequeña: las personas que os quieren, por amor, os dejan salir y vosotros tenéis la ilusión, y también el valor, de marcharos, también por amor a ellas; pero por amor, por encima de todo, a vosotros mismos. Como la crisálida debe romperse porque ya la mariposa no cabe en ella, así también vuestra casa os abre sus puertas porque os habéis hecho tan grandes que no cabéis en ella. Vuestro destino ahora es viajar. Tendréis que buscar mundo porque buscando mundo os buscáis a vosotros mismos. Y cuando os hayáis encontrado vuestro viaje habrá terminado. Volveréis, entonces, a la tierra que os vio nacer. Para marcharos de nuevo o para quedaros en ella, eso ya lo decidiréis vosotros: pero aquí estarán vuestras raíces. Habréis encontrado vuestro destino y será el ser que hayáis desplegado, saliendo de lo que fuisteis para llegar a lo que seréis, y convertiros, por fin, en lo que siempre habéis sido; en el espíritu de la lámpara que, como lámpara, dormía dentro de vosotros como un genio.
            Una cosa tenéis que saber: que no seáis vuestros propios enemigos como el caballo de Troya, que tenía el enemigo dentro. Muchos peligros habréis sorteado. Muchos retos habréis vencido. Pero el espíritu de lo que seréis no es un virus que os carcome. No dejéis que se os instalen fuerzas extrañas. No os dejéis vencer por enemigos interiores (como el placer, la ignorancia, el orgullo, la temeridad, y la pereza); si no tenéis enemigos dentro, no podrán con vosotros ni los cíclopes, ni los monstruos, ni los cantos de sirena. Dos armas tenéis que podrán con todo: el corazón, que fija el rumbo, y la cabeza, que construye el camino. Ningún placer será tu enemigo si lo busca el corazón y lo guía la inteligencia. Navegad por el mar provistos de estas dos armas. Zarpad en busca de vuestro destino, que es Sefarad, la patria que os espera al final del trayecto: Ítaca, que habréis de reconquistar con vuestras fuerzas, no con la fuerza de los padres; aunque vuestros padres os ayuden en el intento.
            Habéis cargado las provisiones y ahora el barco se hace a la mar. Detrás de vosotros está el puerto. Delante, el océano. En el mástil está el vigía oteando el horizonte, buscando tierra; pero ahora no hay tierra a la vista, ahora tenéis el mar. Y pasaréis por tormentas, por bonanzas, por desfiladeros de islas; estarán los feacios, las sirenas, los cíclopes y lestrigones; os esperará el estrecho flanqueado por Escila y Caribdis. Oiréis entretanto muchos cantos de sirena. No temáis nada si no tenéis dentro ningún caballo de Troya. Ningún temor os amenazará si os guían el corazón de la vela y la inteligencia de la quilla. Estáis bien armados: como don Quijote; habéis velado armas antes de partir. Ahora zarpáis y el horizonte es inmenso. El mar sin límites: la libertad. Que los dioses os sean propicios ahora que salís de vuestra laguna. Porque algún día volveréis a ella.

            Segovia, 3 de junio de 2016. 

 

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