QUE
LA FUERZA TE ACOMPAÑE
I.
Hay
una ficción que imagina las galaxias penetradas por la fuerza: un campo de
energía que brota de las cosas, las traspasa. En mi mente ha brotado la idea de
que se parece a algo que conoce bien el mundo andino: el camaquén. En la física
actual el espacio ya no se concibe como vacío, sino como un lugar que está
lleno de radiaciones invisibles, intocables, indetectables: porque quizá se
parezca mucho a la energía y poco a la materia; de hecho, materia y energía ya
no se conciben como realidades distintas; el universo es un gigantesco campo de
fuerzas, y allí donde la fuerza está más concentrada, hablamos de materia;
donde hay materia (o sea, energía concentrada) el campo gravitatorio es más
fuerte.
En
la ficción cinematográfica los guardianes de la energía son los jedi; y los
sith; los primeros buscan siempre recuperar el equilibrio de la fuerza; los
segundos, personificaciones de la hybris griega, son la desmesura, el
descontrol. Sucede, sin embargo, que cuando en Anakin Skywalker se percibe una
alta concentración de la fuerza, no hablamos de que esté lleno de materia, sino
de espíritu; los jedi, como todo el mundo, son seres materiales (es decir
concentraciones de energía, según la conocida fórmula de Einstein: E = mc2;
la energía es el producto de la materia, considerada como masa, por la luz,
considerada aquí como velocidad límite; horizonte inalcanzable; por eso en cada
pequeño trozo de materia hay cantidades de energía descomunales).
La
energía cuya concentración se percibe en Anakin no es masa, sino espíritu. La
masa es energía cautiva, compacta; en la masa la energía está atrapada y no
puede salir. Pero el espíritu es energía fluida; contenida, sí, pero no
cautiva; la fuerza del espíritu se puede liberar, y se libera de manera
controlada: gobernada por un objetivo, una meta, quizá un ideal; la fuerza del jedi
es, así, voluntad de poder; como poder, es capacidad de desplegarse (igual que
la liquidez en economía es, frente a los bienes inmuebles, capacidad de
intercambiar); y como voluntad es, desde luego, mucho más que pura causalidad:
la fuerza del jedi no se despliega porque la empujan, sino porque quiere
realizar un ideal; finalidad, teleología, tal es el poder de la fuerza: como en
Aristóteles; como en el hilozoísmo de los milesios, que pensaban que toda la
materia estaba animada. La materia se mueve porque la empujan, porque la mueven
desde fuera; pero la fuerza del espíritu se mueve porque quiere, porque tiene
dentro de sí el principio de su propio movimiento (como diría Aristóteles); la
fuerza del jedi se moviliza porque es atraída por un ideal, no por la materia;
si el ideal está fuera del jedi, nos moveríamos en un mundo platónico; si
estuviera dentro de él, ese mundo sería aristotélico; o quién sabe, quizá hasta
nominalista.
En
el mundo hay personas que nacen con muchas ganas de vivir; otras, en cambio,
nacen apáticas, inertes, desilusionadas. También las ilusiones y desilusiones
se crean y se esfuman con la experiencia, bajo el influjo del mundo, con la
educación: pero yo quiero centrarme ahora en la vitalidad que algunos tienen de
nacimiento. Los griegos llamaban temperamento a aquello con lo que se nace, y
carácter a lo que hacemos con nuestro temperamento, con nuestra vida; el
temperamento sería algo así como una fuerza que la naturaleza nos regala, sin
que nosotros tengamos ningún mérito por tenerla; los antiguos lo llamaban
gracia, y es un don, una capacidad innata, un poder. Hay quien nace con el don
del optimismo y vivirá siempre alegre aunque tenga una vida desgraciada; y
quien nace sin él y verá sólo desgracias aun cuando la vida sólo le esté dando
alegrías. Hay quien nace con estrella y quien nace estrellado; nuestra estrella
puede ser la suerte que nos depara el azar; o el don que nos regala la
naturaleza.
Ese
ánimo, cuando es innato, es una fuerza que tienen algunas personas. Cuando esa
fuerza es intensa esa persona es un jedi; y cuando es extraordinariamente
intensa ese jedi es Anakin; Anakin Skywalker. Pero entonces ¿qué son los sith?
Los
sith son esos jedis que han sido seducidos por el lado oscuro de la fuerza. La
fuerza es, entonces, una energía que tiene dos caras. La claridad (la buena) y
la oscuridad (la mala); estaríamos en un mundo platónico. También Tolkien,
cuando quiere hablar del mal, se refiere al señor oscuro; el señor tenebroso.
Pero ¿qué es el mal? ¿El mal se confunde siempre con la oscuridad?
No.
Hay veces en que la vida necesita de las tinieblas para salir adelante. No es
lo mismo sentir que pensar o querer. Cuando nuestros sentidos no ven con
claridad son ciegos; los ojos no pueden ver sin luz, como los oídos no oyen sin
que el aire vibre o el tacto no siente cuando no hay vibraciones mecánicas; si
no hay vibraciones en el espacio, es imposible experimentar ninguna sensación;
en el caso concreto del ojo el negro es la ausencia de luz, y por tanto de
color: en la oscuridad no se puede ver. La oscuridad es la ignorancia, por eso
a las épocas donde ha habido ignorancia se las ha llamado de oscurantismo.
Pensar.
Pensar es combinar sensaciones para descubrir lo que nuestros ojos no pueden
ver. Hay caminos para combinar esas sensaciones, y a esos caminos los llamamos
leyes lógicas, y metodologías científicas: las piedras no tienen capacidad de
manejar leyes y métodos, por eso son opacas al pensamiento; no penetra en ellas
la luz de la razón; pero las personas, que entienden la lógica, no la pueden
aplicar si no tienen sensaciones en las que cultivar sus leyes; un ser
inteligente, si no tiene sentidos para conocer el mundo, tendrá un pensamiento
ciego; y su razón también se hundirá en la oscuridad.
Querer.
La palabra “querer” tiene dos significados: por un lado es un sentir
placentero; por otro es un acto de la voluntad. El sentir del que hemos hablado
hasta ahora capta el mundo a través de los sentidos: es un sentir sensorial.
Pero hay otro sentir que se capta a sí mismo cuando conoce el mundo: es el
sentir alguedónico, capaz de captar placer o dolor cuando conocemos las cosas;
así, pues, cuando vemos un paisaje, esa visión puede ser para nosotros
agradable a la vista o no serlo.
Pero
hay un agrado que no se siente con un órgano sensorial solamente, sino con todo
el cuerpo; es una sensación que se extiende en su plenitud por todo nuestro
ser, mucho más que un bienestar corporal más o menos localizado; es un
sentimiento íntimo que percibimos en lo más profundo de nuestro ser: a ese ser
entrañable que resulta de la actividad de cada una de las partes de las que
estamos hechos pero que no sentimos específicamente con ninguna lo llamamos
espíritu. El espíritu siente sentimientos, no sensaciones; ésa es la diferencia
entre el sentir corporal (sensorial) y el sentir anímico (espiritual). El ánimo
(el alma) es el impulso de vida. El espíritu es nuestro contenido anímico;
vital. Ver un paisaje es, a lo sumo, darle placer al ojo; sentir su belleza es
un auténtico placer espiritual.
La
voluntad es la combinación de las leyes de la razón con el sentimiento. El
sentimiento es fuerza viva penetrada por la razón (y cuanta más razón haya en
esa fuerza más fino será el sentimiento); pero la voluntad es razón que maneja
esos sentimientos cuya fuerza está penetrada de razón; si el placer estético me
hace disfrutar de un paisaje, la voluntad puede alejarme de tal placer cuando
al lado hay una persona que está en peligro; o puede darme la fuerza de no
comer cuando tengo hambre si hay otra persona que necesita comer mucho más que
yo. Por eso dice el jedi: “que la fuerza te acompañe”.
Pero
la fuerza tiene un lado oscuro. El lado oscuro del sentimiento no tiene por qué
ser malo; por ejemplo, muchas veces necesitamos estar a oscuras para disfrutar
soñando. Pero sí es malo el lado oscuro de la voluntad: que disfruta haciendo
daño a los demás sin necesitarlo. El lado oscuro de la fuerza de los jedis
(extraños sacerdotes galácticos) no se refiere al conocimiento ni al
sentimiento: se refiere a la moral; y ahí es donde intervienen los siths.
No
se sabe si el sith es un ángel caído. Lo que sí se sabe es que vive a costa de
romper el equilibrio de la fuerza, ese equilibrio que tan celosamente cultivan
los jedis. Pero no está claro lo que tenemos que entender por equilibrio. ¿Será
que la fuerza oscura debe tener la misma intensidad que la fuerza de la luz?
Entonces los jedis necesitan a los sith para mantener en vida la galaxia. ¿Será,
por el contrario, que la fuerza debe ser liberada de la desmesura y no debe ser
usada sin orden ni control? Si así fuera, la vida de la galaxia pasaría por la
derrota de los sith a manos de los jedi. ¿Cuál de las dos soluciones es la más
necesaria?
II.
Supongamos,
por hipótesis, que el equilibrio de la fuerza es lo segundo: nos veríamos
sumidos en el mundo de Heráclito. El mundo es (dice el pensador de Éfeso) fuego
con medida: fuego, por tanto movimiento; con medida, por tanto en equilibrio;
el movimiento es la expresión de una fuerza; el mundo, como naturaleza viva, es
fuerza en equilibrio; lo mismo que si nuestro calor corporal sube de 36 grados
y medio podemos llegar a morir de fiebre, y si baja demasiado nos morimos de
frío, así también si la fuerza del jedi sube o baja de su punto de equilibrio
el universo se sume en el caos; el equilibrio de la fuerza no es, entonces,
armonía entre jedis y siths; el equilibrio está en los jedis, y los sith, como
hemos visto, son rotura de equilibrio, hybris, desmesura. La guerra de las
galaxias no debe concluir con la convivencia entre los siths y los jedis, sino
con la derrota de los siths.
Ha
habido un filósofo que ha visto en el equilibrio, que se manifiesta en el
orden, la derrota de la vida: estoy pensando en Nietzsche. Para él la vida es
una fuerza imprevisible; el orden encorseta las fuerzas vitales, encarcela la
creación (que es emergencia de lo que nadie ha previsto), anula la libertad. Si
para los griegos la belleza es equilibrio y orden, encapsulada en formas
matemáticas y cánones de armonía (el número de oro, el canon de Policleto),
para Nietzsche la belleza no se puede encerrar en una fórmula: y es vida,
pérdida de equilibrio, fuerzas irracionales, hybris, desmesura; la vida no es
razón, como pensaban los griegos, sino impulso desbordado de aguas sin cauce,
ríos que ningún lecho puede sujetar, fuerza incontenible, energía, flujo que
escapa a la razón. Luz nocturna: o sea, ausencia de luz; abismo sin fondo,
tinieblas, exceso juvenil; la vida de Nietzsche es el mundo de Heráclito, pura
contradicción, ausencia de lógica; y está representada por los sátiros,
violadores de ninfas, vitalidad desbordante, sexualidad insaciable, éxtasis,
delirio, rapto del cuerpo, goce, pero también sentimiento trágico: texto sin
márgenes, destino inexorable, fuerzas sin fin.
A
primera vista puede parecer que la vida es lo contrario de la lógica y que lo
mejor que podemos hacer para dejarla libre es permitir que corra suelta,
liberada de las trabas de la razón. La razón es lo contrario de la vida, y si
la razón se ha encarnado en la cultura, la vida, escapándose de la cultura, se
ha convertido en naturaleza; naturaleza salvaje; y la moral, lejos de ser
respetuosa con la vida, la ha reprimido inexorablemente faltándole al respeto,
yugulando sus impulsos, abortando su espontaneidad. La expresión de la moral (y
de la razón) ha sido la prohibición, y la vida se ha liberado de la moral
saltándose todas las prohibiciones. ¿No late una condena de la sexualidad bajo
la sacralización de la castidad? ¿No se desprecia la explosión de vida, la
pasión, la alegría, el frenesí, cuando se dice que debemos ser obedientes y
razonables? ¿No se erige en diosa la obediencia misma y al hacerlo,
implícitamente, condena la libertad? ¿No se ha condenado la creación libre como
un pecado de orgullo, y se la ha confundido encerrándola en una torre de Babel?
¿No se ha confundido el genio creador con la diabólica soberbia y se ha demonizado la libertad, la fuerza, el genio
desplegado, que es lo más hermoso que tiene la vida? ¿No se han rebelado todas
las religiones contra todos los dioses condenando esa misma libertad que los
mismos dioses han creado, transformándola en sumisión: que es la menos divina,
la menos humana, la más diabólica de todas las pasiones?
Eso
dice Nietzsche: si la razón se ha rebelado contra la vida, hay que liberar a la
vida de las garras de la razón; y si la razón se ha encarnado en la figura de
los dioses para matar el endiosamiento vital (que no otra cosa es el
entusiasmo), también hay que liberar a dios de las máscaras que le han puesto,
reencontrarse con el dios auténtico que hay detrás de todos los dioses
enmascarados; y si la naturaleza de dios es algo divino, hay que despertar lo
más divino que hay en nosotros: la vida; ningún dios puede destruir el genio
creador que hay en nosotros, la más genuina creación, la naturaleza más hermosa
que nos ha regalado, gozosa y trágica a la vez, torrente de placer fluyendo por
el cauce del destino que dios nos ha dado, que son las fuerzas de la naturaleza,
los límites de su acción en el mundo a través de nuestro mundo limitado, ya que
nuestras facultades son los límites que él ha puesto a nuestra forma de ser él,
nuestra propia perspectiva, nuestra forma de mirarnos en la perfección, de ser
mejores, buscando su imagen, nuestra forma de quererlo intentando ser lo más
noble que hay en nosotros, que es el grano divino que él ha puesto en la
naturaleza, y que lo convierte en espejo en el que podamos mirarnos, no en la
barrera impenetrable donde no podemos ver el místico entusiasmo de ser una lama
de fuego de él.
Si:
Nietzsche ha denunciado el secuestro de la vida a manos de la razón y de la fe;
y tiene razón al hacerlo. Pero eso no significa que la vida, que es
desbordamiento incontenible, sea la fuerza que crece en el corazón de los sith.
Los jedi, según eso, estarían equivocados; el equilibrio de la fuerza sería la
muerte de la vida. ¿Es entonces la vida sinónimo de mal? Y si es bueno
perseverar en la vida ¿el bien sería entonces lo mismo que hacer el mal? Todos
los valores estarían invertidos, dice Nietzsche. ¿Todos los valores? Sí y no.
Sí.
Nuestra cultura ha lanzado a la moral a combatir contra la vida, y eso no está
bien; ha apagado el fuego de su conservación (que es el impulso sexual) con la
manta de la castidad, y eso está mal; ha
ahogado la libertad con las garras de la obediencia, confundiendo la obediencia
a la vida con obediencia a la muerte, y eso no está bien; ha sofocado la fuerza
de la vida con debilidad que desvitaliza, y eso está mal; ha estrangulado la
creación confundiéndola con soberbia, y ha sido la sumisión su brazo ejecutor: eso está mal; porque dios,
si nos ha creado libres, fuertes, creadores y geniales, no lo ha hecho para
matarnos: ¿qué dios disfrutaría matando su obra, si dios por definición es
bueno? ¿Qué dios ahogaría nuestra naturaleza, nuestra capacidad de
reproducirnos, el frenesí creador de nuestro espíritu, y el frenesí insaciable
de nuestro cuerpo, placer trágico y procreador? La sexualidad se encarnó en los
sátiros en el mundo griego, y el sátiro es el macho cabrío, que como tal
(“tragos”), es tragedia, y como sátiro es sexualidad. Pero el macho cabrío, en
el mundo cristiano, es el diablo; convertido, como fuerza vital, en antítesis
divina, en condena de la vitalidad.
No.
Hay elementos intemporales en nuestra cultura y esos elementos no combaten
contra la vida. La condena del robo, de la calumnia, de la falta de respeto, de
la violación, no es condena de los rasgos esenciales de la vida, porque la vida
no consiste en calumniar y violar; por el contrario, la violación y la calumnia
son soldados que socavan los cimientos mismos de la vida, y por eso la moral
los ha combatido. De modo que la moral que hay en las sociedades tiene una
naturaleza bifronte: en una cara tiene la condena de la vida, y son los rostros
de todas las tradiciones que se han erigido en asfixia de la vitalidad; y en la
otra cara está la condena de las fuerzas desvitalizadoras de la primera, y es
el frenesí creador que hay bajo las máscaras de todas las tradiciones, el rapto
del alma y del cuerpo, el entusiasmo, el éxtasis, la vitalidad. Las máscaras de
la tradición muestran a la razón luchando contra la vida, como si la razón
aportara el equilibrio que la vida necesita; como un cauce que pone freno al impulso
desmedido cuando lo que realmente hace es poner un dique para que la vida fluya
con naturalidad: y la pervierte; es la muerte de la vida de la gente a manos de
los sith, gente que deja de ser ciudadana para convertirse en súbditos,
sojuzgados, sumisos: y a esos límites no se someten los propios sith, que
mandan en todos ellos y mandan (ellos sí) sin control; sin el control del
parlamento, que podrá ser todo lo corrupto que se quiera, pero que es, a pesar
de todas las imperfecciones, el único control posible: la república contra el
imperio. República: remedo real, y por tanto imperfecto, del equilibrio de los
jedis, el cual es perfecto pero ideal, modélico, y por eso, quizás,
irrealizable en su plenitud. Imperio: remedo diabólico del caos; la desmesura de
los siths.
El
rostro de la cultura, y de la fe, está escondido detrás de las máscaras de la
tradición, y de la sumisión. En él ya no hay máscaras que confunden la moral
con la obediencia, sino el rostro mismo de la moral, como expresión de la
libertad que no se vuelve jamás contra la vida, la fuente inagotable del genio,
las fuerzas irresistibles, la oscuridad: pero no la oscuridad de la voluntad,
sino la del sentimiento; que la noche oscura aporta la tiniebla necesaria para
que del sentir emane la luz de la voluntad. El frenesí, como entusiasmo (es
decir “endiosamiento”, tal y como lo entendieron los griegos), no es exceso
sino fuente inagotable de vida; y para que se impulse a su máxima potencia
necesita el equilibrio del jedi, trampolín para que aflore su vigor. Por el
contrario, la desmesura rompe este equilibrio (fecundo), y es el mundo de los
sith; desde él la vida ya no es plenitud, sino carencia; el entusiasmo
desaparece y las fuerzas se desinflan en expresión sufriente de debilidad.
¡Que
la fuerza te acompañe! El mundo de los jedi es la búsqueda de la libertad
creadora, fuente de alegría, que produce un éxtasis de placer, que es pasión
del sentimiento, y que es, en el fondo, la acción lógica de la voluntad. El
jedi aúna el instinto de la vida desbordante compatible con el descontrol de la
noche, tal como lo entendía Nietzsche; pero sin el descontrol de la razón, que
tiene, en su armonía, el equilibrio de la fuerza que es la fuente de donde mana
la explosión vital; en el jedi la pasión vital no vive, como en Nietzsche, al
margen de la razón. El sith no es, por el contrario, pasión de vida, como
parecía, sino una explosión de máscaras (y como máscaras, falsas) de la razón;
y no es tampoco rechazo de la lógica, sino transformación del cauce racional que
necesita la vida en diques impenetrables con las máscaras de la razón. La vida
es el río de Heráclito: flujo incontenible dentro de un cauce; en tanto que
flujo, incontenible; en tanto que cauce, equilibrado; ordenado y creador; y la
vida sólo se vive una vez; no nos bañamos dos veces en el mismo rio y en eso
reside su dimensión trágica, el destino inexorable que late tras el ímpetu de
la creación.
Desde
la física se han abierto perspectivas sombrías para la vida. El segundo
principio de la termodinámica nos dice que todo tiende al desorden: la energía
no se destruye, pero se vuelve inutilizable; si yo tiro una piedra desde el
quinto piso cae en la terraza del cuarto, y si a vuelvo a tirar desde el cuarto
caerá al tercero con menor energía potencial de la que hubiera tenido en el
quinto; al llegar al suelo toda su energía potencial habrá desaparecido. Todo
se mueve en el universo, como el río de Heráclito, pero cuando todos los
movimientos hayan llegado al suelo del ser ya no habrá cauce ni inclinación que
los empuje, y se parará todo; el aumento progresivo de la entropía (es decir,
del desorden) provocará algún día la muerte del universo. Todo tiende al
desorden; yo puedo mezclar agua fría y caliente, pero no puedo lograr que de
esa mezcla se separe el agua fría de la caliente; puedo arrojar un vaso al
suelo para que se rompa, pero no puedo hacer que sus trozos se junten para
formar de nuevo el vaso. Todo se mezcla, se rompe y se deshace. El tiempo no
fluye nunca para atrás. ¿O sí?
Hay
lógicas del tiempo donde la reversibilidad es posible. Y la biología ha
descubierto, en la vida, un orden inverso al de la materia inerte: en la
historia física todo tiende al desorden (entropía), pero en la historia
biológica todo tiende al orden (evolución); los seres vivos evolucionan
haciéndose cada vez más complejos y perfectos, los organismos vivos son capaces
de hacer cada vez más cosas que no hacían antes. ¿Cómo es posible? Martínez y
Arsuaga tiran por los suelos este repentino optimismo, pues la vida es, según
dicen ellos, aceleradora de caos. En efecto: allí donde alguien ha vivido ha
dejado basuras, y cuanta más gente viva más desequilibrio dejará en el planeta.
¿Significa esto que está herido de muerte el mundo de los jedis? ¿Que el futuro
necesariamente pertenece a los siths?
No.
El mundo de los siths también está condenado a desaparecer, porque consiste en
el equilibrio de las máscaras. Nietzsche se equivocó negando que la vida fuera
compatible con la razón, porque la vida no es desorden, como suponía: la
entropía, que es desorden, conduce fatalmente a la muerte térmica, que es el
fin de la vida. ¿Llegará, entonces, el fin del mundo? ¿Se cumplirá la profecía
de Heráclito? ¿Estaremos condenados al eterno retorno?
Quizá.
O quizá prosiga la vida en un bucle del espacio-tiempo. O en un agujero de
gusano. La física de Einstein ya no nos habla de un universo espacial donde el
tiempo sólo camina hacia el futuro; es un universo espacio-temporal donde todo
el tiempo es relativo, y, por tanto, susceptible de retrocesos, según se mire;
y hasta de millones de universos unidos por agujeros de gusano; no solamente
hay agujeros negros. En ese multiverso ¿todo es posible?
Todo
es posible. O quizá mejor: es posible que todo sea posible. Y que podamos
escapar del espacio de la muerte térmica trasladándolo siempre a otro tiempo.
Es posible que no mueran los jedis. Que tengan un sitio donde prosperar. Y que
el mundo de los sith no acabe con el mundo nuestro, arrojándonos al caos. Es
posible que se mantenga el equilibrio de la fuerza. Deseamos esa posibilidad. Y
por eso nos decimos con inquietud: “que la fuerza te acompañe”.