sábado, 26 de diciembre de 2015

Entre la Salud y la Enfermedad





ENTRE LA SALUD Y LA ENFERMEDAD

 

Si quiero cruzar el río cojo carrerilla, doy unas zancadas y pego un salto; y si no llego al otro lado puedo coger un palo, utilizarlo como pértiga y saltar: seguro que llego; y si no es con ésa, será con otra pértiga más larga; el caso es llegar. Pero si lo que quiero atravesar es el río Amazonas, en su desembocadura no hay pértiga que me haga capaz de semejante salto; el mundo está lleno de posibilidades, sí, pero siempre hay un límite que nunca podemos traspasar, y mis límites son el marco de mis posibilidades: y, como todos sabemos, todos los cuadros tienen un marco; es más, el marco nos permite, si sabemos utilizarlo bien, darle mucho más relieve a lo que hay dentro del cuadro.


1. El esfuerzo.

Si lo que quiero es mejorar mi salud, tengo que ejercitar mis posibilidades. Ejercitar es esforzarse, despertar las facultades dormidas (y eso se hace repitiendo sus movimientos): practicar, entrenar, ensayar, salir de la comodidad de lo que podemos y transitar por el tiempo incómodo de lo que todavía no hemos podido. He saltado una barrera: sigo saltándola muchas veces hasta que la domino y entonces pongo el listón más alto. Así sucesivamente. ¿Hasta cuándo? Hasta sentir que ya no podemos forzar sin peligro; y, dentro de esos límites, al placer de hacer lo que uno puede debe sucederle la molestia de intentar lo que no puede todavía; pero siempre dentro del cuadro. El placer de superarse viene sólo al final, mientras que el de hacer siempre lo mismo sólo lo tienes al principio: hasta que te aburres.  


2. Nuestros límites.

Podemos mejorar fijándonos dos metas: una es conseguir un objetivo, como cuando tenemos que cruzar un río; y otra es conocernos mejor, desarrollar la potencia que tenemos dentro: pero sin agotarla. Para cruzar el río nos viene bien la ayuda de una pértiga, pero para desarrollarnos usar pértiga sería hacer trampa.
A veces la vida nos depara sorpresas desagradables. Un accidente, una flaqueza, una enfermedad pueden limitar nuestras posibilidades. Con un hueso roto, con una pierna amputada, con un esguince ya no podemos pasar el río; pero podemos utilizar una pértiga y lograrlo. Andar, lo que se dice andar, lo tenemos complicado: pero podemos usar muletas; Fernando Savater nos recuerda que, etimológicamente hablando, un imbécil es el que no usa bastón pudiendo utilizarlo; y prefiere avanzar menos, pudiendo avanzar más, sólo por que no lo vean con una garrota por la calle.
 

3. La esclerosis múltiple.

Una de esas enfermedades es la esclerosis múltiple. En primera instancia es una limitación: de eso no hay duda. Pero mirándolo bien no impide llevar una vida normal aunque sea poniéndole a la vida un marco nuevo: para cruzar el río siempre habrá una pértiga a la que agarrarse, y para desarrollarnos plenamente siempre podremos saltar dentro de las nuevas fronteras; ponerles nuevos límites a nuestras viejas capacidades. Un jugador sin cualidades especiales puede conseguir, entrenando, un buen nivel de fútbol; mejor, si cabe, que el de un buen jugador que no entrena nunca. ¿Ves? El esfuerzo es la clave del éxito: no hay limitación que nos impida conseguir lo máximo aunque tenga que ser con lo mínimo; el secreto es no tirar la toalla. Y no intentar traspasar nunca ese umbral. En la maratón de Nueva York murió un corredor por forzar su cuerpo más allá de lo que su cuerpo aguantaba.


4. Estoicismo.

Decía Epicteto que hay dos clases de deseos: los que se pueden realizar y los que no; con los primeros hay que luchar; con los segundos, resignarse.  A Stephen Hawking le diagnosticaron una enfermedad incurable y no le dieron más allá de un año de vida. Cualquiera se habría venido abajo, pero él no se derrumbó: persistió en su pasión por la física y hoy es, probablemente, el físico teórico más importante del mundo; ocupa la cátedra de Newton. Han pasado más de treinta años y todavía no se ha muerto, contra todos los pronósticos. Cualquiera lo habría tirado todo por la borda y se habría olvidado de la física, abandonándose a la desesperación: y habrían sido treinta años perdidos; treinta años vacíos y desperdiciados.
¿Quién decide lo que tiene remedio y lo que no? ¿Quién nos dice cuándo debemos luchar y cuándo resignarnos? Nadie. Las máquinas tienen fecha de caducidad pero nosotros no; y aunque nos diga alguien que el tiempo se acaba, siempre habrá que luchar como si tuviéramos todo el tiempo por delante; para que no se acabe. Porque el destino no está escrito y no somos lo que él quiere, sino lo que nosotros queremos. 


5. La fe.

Tengo esclerosis múltiple. Eso no depende de mí. ¿Por qué me ha pasado a mí y no a otro? ¡Ay!, la naturaleza no depende de mí y no hay que lamentarse. Pero sí depende el futuro de la historia. Mi vida será lo que yo haga con ella. Es mi voluntad, no mi renuncia. Aunque yo no vea la salida del túnel, el túnel tiene salida. Sólo necesito saber que existe. Creer en ella. Unamuno, que estaba muy  preocupado por dios, dudaba mucho; dudaba; pero en medio de la duda le surgió una luz; y esa luz decía: cree en dios y lo crearás con tu fe, porque creer es lo mismo que crear, y crear es lo mismo que querer. Lo mismo pasa con las enfermedades: creer en la solución es querer que exista, yo no puedo cruzarme de brazos esperando a que se resuelva todo: tengo que hacer por que todo se resuelva. Hay una leyenda china. De cómo Yukon desplazó la montaña. Si vemos una montaña y nos dicen que la tenemos que cambiar de sitio cualquiera se pondrá el dedo en la sien, girándolo en tono de burla, y nos dirá: “¿éste se cree que yo soy tonto?” Pero Yukon no lo hizo. Yukon tomó su carretilla y empezó, grano a grano y pala a pala, a cavar en la montaña; para llevarla a otro sitio. Al cabo de muchos años la montaña había cambiado de lugar.

 

6. La esperanza.

Ésa es la fe. Fe no es esperar a que dios nos salve, sino empezar a salvarnos nosotros mismos (ayúdate y dios te ayudará). A dios no le gusta ayudar a los que se quedan parados. Todo esto se resume en una palabra: voluntad. Y la voluntad es lo mismo que la fe. Creer en dios (fe) es querer que exista (voluntad). Querer vivir (voluntad) es creer en la vida (fe). Hay que tener fe porque no tenemos fecha de caducidad, porque nada está escrito sobre nuestra vida, porque no sabemos si vamos a vivir un año o cuarenta, o noventa, yo qué sé. Si creo que puedo vivir mucho haré mucho por vivir; y viviré. La fe mueve montañas. Lo hizo Yukon. Y lo puede hacer cualquiera de nosotros a poco que se lo proponga.


7. La caridad.

Pero la fe es amor. Querer vivir es lo mismo que creer en la vida, amarla por todos los poros de la piel; quererte a ti mismo. Es muy importante el amor. Lo resume una famosa frase de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”; lo que hagas por amor sólo puede ser bueno, y amar la vida es creer en ella, esperar de ella lo mejor que nos puede dar. El amor… Se puede amar de tres formas. Por lo menos. Existe un amor arrebatado, el de Platón; eros. También existe un amor tranquilo que es amistad; el de Aristóteles. Y hay un amor al prójimo que busca la felicidad del otro como si fuera tu propia felicidad. Fe, esperanza, caridad: ¿os suena de algo? Si yo me quiero querré también a los demás y les daré el regalo de verme vivir contento, de verme vivir la vida. Construyendo.

 

8. Vivir es disfrutar.

Voy a construir la vida. A vivirla, no a sobrevivir. Quiero disfrutar con mis cinco sentidos y hasta con siete. Y porque siento amor, tengo voluntad. La voluntad es un cordero que bebe en el arroyo de la fe, que es la gasolina que nos da las fuerzas, que es la energía que pone en marcha nuestro motor. Pero tener fe no es lo mismo que ser iluso. Si estoy cojo no voy a vivir como si tuviera dos piernas, sería patético; y negar la edad es lo mismo que parecer más viejo. No: la gente más joven es la que no esconde sus años, y brilla en sus ojos el aliento de la juventud, aunque su cuerpo envejezca. La gente más enferma es la que, o niega la enfermedad, o la adora; niega la enfermedad viviendo como si no la tuviera, pero la tiene; y la adora regodeándose en su sufrir, como si no pudiera vencerla; sucumbiendo a ella; gozando en el abatimiento.


9. La fuerza de la felicidad.

Voy a construir: no a destruir. Vivir con la energía que brota de la fe, del entusiasmo, de las ganas. Vivir no es sobrevivir. En mis manos está lograr lo que Aristóteles llamaba la buena vida, la felicidad. La felicidad no está en ser perfectos sino en huir de la imperfección. En quererse tanto como para hacer lo que puedas con lo poco o mucho que tengas. Le felicidad está en el esfuerzo, en querer estar cada día mejor, aunque no nos apeteza. Aristóteles decía que la razón debe vencer al fondo animal que duerme en nosotros, y nosobros sabemos, con San Agustín, que el secreto de todo está en el corazón. En la fuerza. En la voluntad. Bien lo sabía decir el jedi: “que la fuerza te acompañe”. La fuerza es una presencia que late en nosotros como una semilla: hay que cultivarla. Por nosotros y por quienes nos quieren. Está ahí, al alcance de tu mano. Sólo tenemos que levarntar los brazos y recoger sus frutos.


10. La voluntad.

Vivir no es sobrevivir. Y querer no es abandonarse. Creer: no desesperarse. Amar: no endurecerse. Lo que tiene que ser duro no es el amor, sino la voluntad; y su fuerza le viene de la fe porque el amor es suave, dulce como el terciopelo, tierno como el algodón.
Voluntad de vivir: lo decía Nietzsche. Voluntad de querer, voluntad de no vivir prisioneros en la cárcel de la enfermedad. La enfermedad no es más que un decorado que nosotros podemos adornar con otros colores. Por encima de ella está la alegría, la salud del alma. Se equivocaba Epicteto al decir que unos deseos dependen de nosotros y otros no: no hay nadie que pueda decir hoy que un deseo es irrealizable; lo que es imposible hoy sucederá tal vez mañana.
Los estudiantes del 68 tenían un eslogan que decía: “sed realistas: pedid lo imposible”. Ése era el espíritu de don Quijote; y el del jedi. Si nos ayudamos dios nos ayudará, y toda nuestra vida será un ejemplo para todos. Todos se fijarán en nosotros para imitar las ganas que tenemos de vencer. Y sacaremos bien hasta del mismo mal, como decía San Agustín. Tendremos autoridad para decirles: “que la fuerza te acompañe”. Y entonces habremos vencido.
En resumen, que mis límites son el marco que rodea al cuadro de mis posibilidades: y lo embellece; las posibilidades que están cerca del límite pueden ser mis proezas, y la mayor proeza del mundo será unas veces trabajar y otras tener paciencia: que no por mucho madrugar, aunque dios nos ayude, vamos a lograr la proeza de que amanezca siempre más temprano. 

 




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