ENTRE LA SALUD Y LA ENFERMEDAD
Si quiero
cruzar el río cojo carrerilla, doy unas zancadas y pego un salto; y si no llego
al otro lado puedo coger un palo, utilizarlo como pértiga y saltar: seguro que
llego; y si no es con ésa, será con otra pértiga más larga; el caso es llegar.
Pero si lo que quiero atravesar es el río Amazonas, en su desembocadura no hay
pértiga que me haga capaz de semejante salto; el mundo está lleno de posibilidades,
sí, pero siempre hay un límite que nunca podemos traspasar, y mis límites son
el marco de mis posibilidades: y, como todos sabemos, todos los cuadros tienen
un marco; es más, el marco nos permite, si sabemos utilizarlo bien, darle mucho
más relieve a lo que hay dentro del cuadro.
1.
El esfuerzo.
Si lo que
quiero es mejorar mi salud, tengo que ejercitar mis posibilidades. Ejercitar es
esforzarse, despertar las facultades dormidas (y eso se hace repitiendo sus
movimientos): practicar, entrenar, ensayar, salir de la comodidad de lo que
podemos y transitar por el tiempo incómodo de lo que todavía no hemos podido.
He saltado una barrera: sigo saltándola muchas veces hasta que la domino y
entonces pongo el listón más alto. Así sucesivamente. ¿Hasta cuándo? Hasta
sentir que ya no podemos forzar sin peligro; y, dentro de esos límites, al
placer de hacer lo que uno puede debe sucederle la molestia de intentar lo que no
puede todavía; pero siempre dentro del cuadro. El placer de superarse viene sólo
al final, mientras que el de hacer siempre lo mismo sólo lo tienes al
principio: hasta que te aburres.
2.
Nuestros límites.
Podemos mejorar
fijándonos dos metas: una es conseguir un objetivo, como cuando tenemos que
cruzar un río; y otra es conocernos mejor, desarrollar la potencia que tenemos
dentro: pero sin agotarla. Para cruzar el río nos viene bien la ayuda de una
pértiga, pero para desarrollarnos usar pértiga sería hacer trampa.
A veces la
vida nos depara sorpresas desagradables. Un accidente, una flaqueza, una
enfermedad pueden limitar nuestras posibilidades. Con un hueso roto, con una
pierna amputada, con un esguince ya no podemos pasar el río; pero podemos
utilizar una pértiga y lograrlo. Andar, lo que se dice andar, lo tenemos
complicado: pero podemos usar muletas; Fernando Savater nos recuerda que, etimológicamente
hablando, un imbécil es el que no usa bastón pudiendo utilizarlo; y prefiere
avanzar menos, pudiendo avanzar más, sólo por que no lo vean con una garrota
por la calle.
3.
La esclerosis múltiple.
Una de esas enfermedades
es la esclerosis múltiple. En primera instancia es una limitación: de eso no
hay duda. Pero mirándolo bien no impide llevar una vida normal aunque sea poniéndole
a la vida un marco nuevo: para cruzar el río siempre habrá una pértiga a la que
agarrarse, y para desarrollarnos plenamente siempre podremos saltar dentro de
las nuevas fronteras; ponerles nuevos límites a nuestras viejas capacidades. Un
jugador sin cualidades especiales puede conseguir, entrenando, un buen nivel de
fútbol; mejor, si cabe, que el de un buen jugador que no entrena nunca. ¿Ves?
El esfuerzo es la clave del éxito: no hay limitación que nos impida conseguir
lo máximo aunque tenga que ser con lo mínimo; el secreto es no tirar la toalla.
Y no intentar traspasar nunca ese umbral. En la maratón de Nueva York murió un
corredor por forzar su cuerpo más allá de lo que su cuerpo aguantaba.
4.
Estoicismo.
Decía Epicteto
que hay dos clases de deseos: los que se pueden realizar y los que no; con los
primeros hay que luchar; con los segundos, resignarse. A Stephen Hawking le diagnosticaron una
enfermedad incurable y no le dieron más allá de un año de vida. Cualquiera se
habría venido abajo, pero él no se derrumbó: persistió en su pasión por la
física y hoy es, probablemente, el físico teórico más importante del mundo;
ocupa la cátedra de Newton. Han pasado más de treinta años y todavía no se ha
muerto, contra todos los pronósticos. Cualquiera lo habría tirado todo por la
borda y se habría olvidado de la física, abandonándose a la desesperación: y
habrían sido treinta años perdidos; treinta años vacíos y desperdiciados.
¿Quién decide
lo que tiene remedio y lo que no? ¿Quién nos dice cuándo debemos luchar y cuándo
resignarnos? Nadie. Las máquinas tienen fecha de caducidad pero nosotros no; y
aunque nos diga alguien que el tiempo se acaba, siempre habrá que luchar como
si tuviéramos todo el tiempo por delante; para que no se acabe. Porque el
destino no está escrito y no somos lo que él quiere, sino lo que nosotros queremos.
5.
La fe.
Tengo esclerosis
múltiple. Eso no depende de mí. ¿Por qué me ha pasado a mí y no a otro? ¡Ay!, la
naturaleza no depende de mí y no hay que lamentarse. Pero sí depende el futuro
de la historia. Mi vida será lo que yo haga con ella. Es mi voluntad, no mi
renuncia. Aunque yo no vea la salida del túnel, el túnel tiene salida. Sólo
necesito saber que existe. Creer en ella. Unamuno, que estaba muy preocupado por dios, dudaba mucho; dudaba;
pero en medio de la duda le surgió una luz; y esa luz decía: cree en dios y lo
crearás con tu fe, porque creer es lo mismo que crear, y crear es lo mismo que
querer. Lo mismo pasa con las enfermedades: creer en la solución es querer que
exista, yo no puedo cruzarme de brazos esperando a que se resuelva todo: tengo
que hacer por que todo se resuelva. Hay una leyenda china. De cómo Yukon
desplazó la montaña. Si vemos una montaña y nos dicen que la tenemos que
cambiar de sitio cualquiera se pondrá el dedo en la sien, girándolo en tono de
burla, y nos dirá: “¿éste se cree que yo soy tonto?” Pero Yukon no lo hizo.
Yukon tomó su carretilla y empezó, grano a grano y pala a pala, a cavar en la
montaña; para llevarla a otro sitio. Al cabo de muchos años la montaña había
cambiado de lugar.
6.
La esperanza.
Ésa es la
fe. Fe no es esperar a que dios nos salve, sino empezar a salvarnos nosotros
mismos (ayúdate y dios te ayudará). A dios no le gusta ayudar a los que se
quedan parados. Todo esto se resume en una palabra: voluntad. Y la voluntad es
lo mismo que la fe. Creer en dios (fe) es querer que exista (voluntad). Querer
vivir (voluntad) es creer en la vida (fe). Hay que tener fe porque no tenemos
fecha de caducidad, porque nada está escrito sobre nuestra vida, porque no
sabemos si vamos a vivir un año o cuarenta, o noventa, yo qué sé. Si creo que
puedo vivir mucho haré mucho por vivir; y viviré. La fe mueve montañas. Lo hizo
Yukon. Y lo puede hacer cualquiera de nosotros a poco que se lo proponga.
7.
La caridad.
Pero la fe
es amor. Querer vivir es lo mismo que creer en la vida, amarla por todos los
poros de la piel; quererte a ti mismo. Es muy importante el amor. Lo resume una
famosa frase de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”; lo que hagas por amor
sólo puede ser bueno, y amar la vida es creer en ella, esperar de ella lo mejor
que nos puede dar. El amor… Se puede amar de tres formas. Por lo menos. Existe
un amor arrebatado, el de Platón; eros. También existe un amor tranquilo que es
amistad; el de Aristóteles. Y hay un amor al prójimo que busca la felicidad del
otro como si fuera tu propia felicidad. Fe, esperanza, caridad: ¿os suena de
algo? Si yo me quiero querré también a los demás y les daré el regalo de verme
vivir contento, de verme vivir la vida. Construyendo.
8.
Vivir es disfrutar.
Voy a
construir la vida. A vivirla, no a sobrevivir. Quiero disfrutar con mis cinco
sentidos y hasta con siete. Y porque siento amor, tengo voluntad. La voluntad
es un cordero que bebe en el arroyo de la fe, que es la gasolina que nos da las
fuerzas, que es la energía que pone en marcha nuestro motor. Pero tener fe no
es lo mismo que ser iluso. Si estoy cojo no voy a vivir como si tuviera dos
piernas, sería patético; y negar la edad es lo mismo que parecer más viejo. No:
la gente más joven es la que no esconde sus años, y brilla en sus ojos el
aliento de la juventud, aunque su cuerpo envejezca. La gente más enferma es la
que, o niega la enfermedad, o la adora; niega la enfermedad viviendo como si no
la tuviera, pero la tiene; y la adora regodeándose en su sufrir, como si no
pudiera vencerla; sucumbiendo a ella; gozando en el abatimiento.
9.
La fuerza de la felicidad.
Voy a
construir: no a destruir. Vivir con la energía que brota de la fe, del
entusiasmo, de las ganas. Vivir no es sobrevivir. En mis manos está lograr lo
que Aristóteles llamaba la buena vida, la felicidad. La felicidad no está en
ser perfectos sino en huir de la imperfección. En quererse tanto como para
hacer lo que puedas con lo poco o mucho que tengas. Le felicidad está en el
esfuerzo, en querer estar cada día mejor, aunque no nos apeteza. Aristóteles
decía que la razón debe vencer al fondo animal que duerme en nosotros, y
nosobros sabemos, con San Agustín, que el secreto de todo está en el corazón.
En la fuerza. En la voluntad. Bien lo sabía decir el jedi: “que la fuerza te
acompañe”. La fuerza es una presencia que late en nosotros como una semilla:
hay que cultivarla. Por nosotros y por quienes nos quieren. Está ahí, al
alcance de tu mano. Sólo tenemos que levarntar los brazos y recoger sus frutos.
10.
La voluntad.
Vivir no es
sobrevivir. Y querer no es abandonarse. Creer: no desesperarse. Amar: no
endurecerse. Lo que tiene que ser duro no es el amor, sino la voluntad; y su
fuerza le viene de la fe porque el amor es suave, dulce como el terciopelo,
tierno como el algodón.
Voluntad de
vivir: lo decía Nietzsche. Voluntad de querer, voluntad de no vivir prisioneros
en la cárcel de la enfermedad. La enfermedad no es más que un decorado que
nosotros podemos adornar con otros colores. Por encima de ella está la alegría,
la salud del alma. Se equivocaba Epicteto al decir que unos deseos dependen de
nosotros y otros no: no hay nadie que pueda decir hoy que un deseo es
irrealizable; lo que es imposible hoy sucederá tal vez mañana.
Los
estudiantes del 68 tenían un eslogan que decía: “sed realistas: pedid lo
imposible”. Ése era el espíritu de don Quijote; y el del jedi. Si nos ayudamos
dios nos ayudará, y toda nuestra vida será un ejemplo para todos. Todos se
fijarán en nosotros para imitar las ganas que tenemos de vencer. Y sacaremos
bien hasta del mismo mal, como decía San Agustín. Tendremos autoridad para
decirles: “que la fuerza te acompañe”. Y entonces habremos vencido.
En resumen,
que mis límites son el marco que rodea al cuadro de mis posibilidades: y lo
embellece; las posibilidades que están cerca del límite pueden ser mis proezas,
y la mayor proeza del mundo será unas veces trabajar y otras tener paciencia:
que no por mucho madrugar, aunque dios nos ayude, vamos a lograr la proeza de que
amanezca siempre más temprano.
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