LAS CARAS DEL MAR
Novela
Una mujer corría por
la costa. Un temblor, un espasmo de las olas, el mar encrespado. Una mujer huye
despavorida. En el Callao las olas se estrellan contra los barcos, estallan en
espuma. Galerna. Un temblor avanza ocultamente bajo las aguas. El cielo es una
luz que viene del infierno. Las nubes sombrías, el corazón encogido. La mujer
corre como loca perdiéndose entre las calles, huyendo de la bestia que se le
viene mar adentro. El mar es la montaña que emerge de las aguas; el cielo es
una bóveda rota que se hunde. La bóveda se enciende trágicamente y su
resplandor es siniestro. Un mar que se levanta. Un cielo que se parte. Y una mujer que huye.
Un hombre avanza
caminando por la sierra.
(p. 289)
Luis
Fernández Fabre es un hombre sin historia, pero un día bruscamente la historia
irrumpe en su vida: en 1831 es apresado por José María, un famoso bandolero por
sobrenombre “El Tempranillo”, y un año después un amigo lo involucra,
involuntariamente, en la conspiración liberal del general Torrijos: sólo le
queda el exilio.
Un témpano blanco afloraba por el horizonte,
resistiendo como una mole titánica cuya masa ninguna ola podría arrastrar.
Fueron momentos dramáticos. Los corazones en vilo, las gargantas atadas, la
respiración suspendida. Momentos supremos en lo que vieron alejarse la montaña
blanca, oscurecida por las nubes, acribillada por el granizo. Fueron momentos
de tensa emoción: nada podía contra el bloque helado la mano humana, y hubo en
aquellos momentos en que la expectación contuvo el miedo, con un halo trágico
en la superficie del mundo, una mano invisible que decidía caprichosamente
sobre sus destinos. ¿Fue un hado implacable? ¿El azar? Aquellos hombres no lo
sabrían nunca. Pero estuvieron durante casi media hora con el corazón bailando
en un océano que había anulado la libertad de todos. Hay momentos en que no
somos libres. La voluntad de la montaña de hielo se lo recordó.
(p.184)
Tras un viaje
accidentado por el Atlántico arriba a las costas de Lima; allí conoce la ciudad
vieja, el viejo Barranco que visita entre aromas de leyenda, y se enamora de la
papaya, la garúa, las tapadas, la plaza de armas donde un presentimiento lo
llevará al futuro. El puente y la alameda. La flor de amancaes. Allí pone su
negocio y ve cómo, lentamente, se va instalando en la prosperidad. Sólo la
nostalgia empaña este idilio: sus padres, su amada María Isabel, la ciudad de
Cádiz; al fondo se yergue, como una ensenada, la bahía.
Intentó imaginarse
cómo era Hernán. Cómo, en su lógica, podía ser aquel hombre de carne y hueso;
no el mito que él había idealizado. Y se lo imaginó como una silueta frágil,
todo corazón, entregada a las pasiones; como una llanura sin abrigo donde
azotan los vientos huracanados de los días más duros del invierno, arrastrando
ventisca, tierra y zarzas, y sembrando de nieve las tierras que no podrá
horadar ningún caminante. En su corazón, sin duda, soplaban aquellos vientos.
Las pasiones violentas que ninguna inteligencia podía contener.
(…)
Los huracanes brotan, incontenibles, del
fondo del ser; una ráfaga convierte lo entrañable en violento, la excesiva
pasión convierte el amor en odio, busca por los recovecos interiores, las
ásperas montañas, y se fija en el rostro que causó su desgracia: entonces se
convierte en venganza. Hernán podía ser, por exceso de amor, un ser despiadado,
implacable y fiero.
(pp. 216-217)
Una incursión
en la España del siglo XIX: bandoleros, pronunciamientos, persecuciones,
terremotos, fantasmas y tormentas; y, como telón de fondo, una búsqueda
incesante de sí mismo, un combate interior que hurga en los secretos de la
mente, en los conflictos escondidos que tienen que resolverse; pero como dos
barcos que surcan el océano en busca del nuevo mundo, tienen que pasar también,
antes de llegar a puerto, por su propio cabo de Hornos: por los cuarenta
rugientes.
Una
historia de amor, una odisea y una aventura. Salir al encuentro de sí mismo…
Ushuaia está escondida dentro de todos nosotros. Y junto a Ushuaia se yergue,
como una silueta amenazante, el cabo de Hornos.
El mayordomo se apartó
para dejarle pasar y cerró; y cuando se cerraba la pesada hoja, dura y gruesa,
se hizo la oscuridad en el interior. Más allá, traspasado el umbral, había una
luz; procedía de una ventana; el mayordomo lo llevó hasta allí y le invitó a
sentarse. Luis se dejó caer en un sillón amplio y confortable. El mayordomo
salió un momento; volvió después sentándose en una silla de tijera. De sus ojos
bondadosos salió un destello.
-Verá. El señor no
está en casa. Lleva días sin venir.
(p. 306)
Las caras del mar es una novela romántica.
Romántica porque
la razón no está separada de la intuición, ni del corazón, ni de la fantasía.
La razón es algo más que la lógica. Y cuando se vuelve fantástica se encuentra
en el camino con el corazón, que le abre dos sendas para que camine: una es la
del sentimiento, la otra es la de la pasión.
Y en él se abrieron
las expansiones soñadoras de los ojos melancólicos. De los ojos misteriosos que
lucen, con una luz apagada, desde los soles que tienen dentro. Hay una tristeza
feliz en los corazones románticos. Una sensación de vivir fuera del mundo,
fuera del tiempo. En ese mundo transfigurado que es el paisaje, mundo interior,
tormentas del alma, torrentes que asolan las frágiles piedras de nuestra vida
cansada; llamaradas feroces en los volcanes del ser: unas llamaradas que no
queman, que abrasan solamente en metáfora, que se complacen en el goce de su
propio sufrimiento; y se derraman por los bordes de sus cráteres hambrientos,
como vómitos crueles de recónditos tormentos, ríos de lava abrasando
implacables las rutas congeladas, rebelión del alma contra el cuerpo, del
cuerpo contra la carne, del espíritu vertido en el cuerpo; y se enfrían
formando el paisaje de las tierras desoladas; un paisaje hueco, apariencia sola
y vacía, tierra inhóspita, desalmada: el paisaje lunar; el paisaje de los
volcanes apagados. En él no crece el ánimo y sus crestas se endurecen asoladas
por el viento. Así crece el corazón partido; los corazones enamorados.
(…)
Sus
ojos se abstrajeron, y sin cerrarse, se cerraron.
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