ACERCA DEL CUERPO EN FILOSOFÍA
Introducción.
Podemos
considerar con Platón que el alma tiene valor y el cuerpo no lo tiene. En este
enfoque cualquier actividad que se centre en el cuidado del cuerpo es
problemática. Por ejemplo, la belleza, la sexualidad, la salud, la medicina, la
educación física; cuidar de algo que no tiene valor es darle valor, contradecir
la opinión pública, ir a contracorriente. El cuidado del cuerpo se puede
entender desde la piel hacia afuera o desde la piel hacia adentro: lo primero
es pecaminoso; lo segundo se tolera. En el primer grupo están la sexualidad y
la educación física; en el segundo, la medicina.
El
cuerpo recibe el mundo y se mete en él. Lo primero lo hace mediante los
sentidos; lo segundo, mediante los músculos. El trabajo muscular (“manual”)
siempre se ha despreciado frente al trabajo intelectual; por eso el deporte es
un arte menos noble que la medicina. En cuanto a los sentidos, el mundo
judeocristiano ha privilegiado la vista y el oído; por eso la pintura, la escultura,
la arquitectura, la literatura y la música son artes nobles; la gastronomía, la
cosmética o el erotismo no lo son; la danza está a caballo entre el deporte y
la música.
Un pequeño paseo por la historia de la filosofía.
Vamos a repasar ahora
algunas de las teorías que se han vertido sobre el cuerpo; o lo que es lo
mismo, sobre el alma (si es que cuerpo y alma son dos realidades
complementarias). Cada teoría constituye un horizonte desde el cual se explica
lo que debe entenderse por alma.
1. Platón. El cuerpo es la cárcel del
alma. Sus atributos son los sentidos y el movimiento, y ya sabemos que en la
teoría de Platón los sentidos nos engañan sobre la realidad: un palo metido en
un vaso de agua parece roto, las sombras chinescas anuncian animales que no
existen, los objetos grandes vistos de lejos parecen pequeños, los
potenciadores del sabor hacen que la comida parezca lo que no es; si nos
centramos en las patologías, el panorama es desolador: el esquizofrénico oye
voces que no existen, el daltónico ve los colores cambiados, se ha dicho que El
Greco pintaba a su manera porque tenía un defecto en la visión. Más aún, como
se apunta en la película de Amenábar Los
otros, ¿no será que los otros somos nosotros? ¿No será que los colores son
realmente como los ven los daltónicos?
Si nos
ceñimos al movimiento, el panorama no es menos desolador. Parménides demostró
que el movimiento no existe; si la experiencia sensorial (y por tanto corporal)
nos muestra un mundo cambiante, será que lo que vemos, olemos u oímos es
mentira. El cambio es una ficción: y los sentidos nos engañan.
La razón contradice a los sentidos.
Los sentidos son el cuerpo. La razón es el alma. La razón no tiene cuerpo; por
lo tanto no existe: sólo piensa. El cuerpo no sólo es engañoso, sino también
nocivo, perverso; si alimentamos el cuerpo le quitamos la comida al alma;
cuanto más comemos y bebemos, y disfrutamos de los placeres, y nos intoxicamos,
más abandonada tenemos al alma; un estómago lleno tiene pocas ganas de pensar,
se indigesta; lo mismo pasa cuando tenemos resaca. Para pensar hay que librarse
de la pesadez del cuerpo, y como morir es quedarse el cuerpo sin su alma,
pensar es aprender a morir. Si el cuerpo, con sus sentidos, nos da una visión
distorsionada de las cosas, lo mejor es pensar sin el cuerpo; el modelo ideal
de pensamiento son las matemáticas.
Platón lo cree así. Un examen más
detallado de la cuestión nos haría pensar, sin embargo, que por muy espiritual
que sea el amor siempre tiene raíces corporales. Jaime Gil de Biedma dice que
el amor es un asunto del alma, pero un cuerpo es el libro donde se escribe.
También San Juan de la Cruz decía que la dolencia de amor no se cura sino con
la presencia y la figura; pero ¿hay que apartarlos para ir de vuelo? ¿Es el
cuerpo necesario para pensar? Entendámonos: la que piensa es la razón; pero
tiene raíces corporales; la razón siempre piensa desde el cuerpo.
Si nos empeñamos en seguir
interpretando a Platón más allá de Platón, postularíamos la existencia de una
sensibilidad corporal (los sentidos) y una sensibilidad espiritual (los
sentimientos); entre medias habría una zona gradual, un continuo de espíritu
con más o menos grado de corporeidad; en el extremo superior habría espíritu
puro habitado por una razón pura y una sensibilidad pura; y en el extremo
inferior, una sensibilidad corporal que no tiene por mediadores a los sentidos,
sino que se expresa por esa sensación inherente al movimiento: no sería
psicomotricidad, sería más bien sensomotricidad.
El tono
anímico tendría entonces dos polos: en un extremo estaría la vitalidad pura del
movimiento, una vitalidad sensomotriz; y en el otro tendríamos vitalidad
intelectual, activada por sus propios sentimientos y pasiones. Pues bien:
postularemos aquí que la pasión intelectual no está desligada del cuerpo; tiene efectos en el
ritmo cardiaco, en la secreción de adrenalina, en la actividad cerebral; y sus causas
proceden de la misma fuente de la que surgen sus efectos. En la misma línea
Maslow suponía que la trascendencia hunde sus raíces en las necesidades
básicas; tendremos que afirmar que sólo se puede pensar desde el cuerpo, aunque le pese a Platón.
2. Descartes. El cuerpo es extensión, y por lo tanto ocupa un
lugar en el espacio: nada más; no tiene fuerzas internas, luego es inerte.
Frente a la inercia, el alma, que es pensamiento, es inextensa: no hay ningún lugar donde pueda estar. ¿Cómo el cuerpo,
que siempre está en algún sitio, puede estar unido al alma, que no está en
ninguna parte? Descartes supone que esta unión se da en la hipófisis; pero es una especulación gratuita, no tiene ninguna
base.
Una versión
reciente del cartesianismo la encontraríamos en Eccles. Según él, el cerebro contendría combinaciones y
ramificaciones, a las que él llama dendronas; después, asociada a cada dendrona, habría una psicona, hipotética unidad de actividad
mental; la psicona sería como el alma de la dendrona. La pregunta sigue
abierta: ¿cómo pueden relacionarse las psiconas y las dendronas? ¿Cómo lo que
ocupa un espacio puede tocar lo que no está en ningún sitio? Se extiende aquí
un inmenso velo de misterio.
3. Leibniz. Si el alma es conciencia,
cuando estamos dormidos ¿dejaríamos de tenerla? No: hay estados mentales de los
que no somos conscientes. Y cuando estamos distraídos no nos quedaríamos sin
alma momentáneamente.
Por otra
parte, el cuerpo, que ineludiblemente tiene extensión (pues todo cuerpo ocupa
un lugar en el espacio, no es inerte: dentro del cuerpo hay fuerzas, o más bien
el cuerpo tiene sus propias fuerzas.
4. Freud. Se supone que la conciencia
es el pensamiento; el inconsciente, el sentimiento; la censura, la voluntad.
Pero lo que habría entre ellas no sería una frontera perfectamente delimitada,
sino un continuo: ese continuo sería fundido encadenado, o por el contrario el
fundido de uno estaría lejos del otro y entre ambos habría una tierra de nadie.
Sea como sea, no existe el pensamiento puro; nadie puede pensar sin sentir. ¿Pero
existe el sentimiento puro? La sensibilidad brota del cuerpo, entre el
pensamiento y la sensibilidad hay una relación de conflicto, pues al
sentimiento lo mueve el deseo, que no entiende de realidades, y al pensamiento
lo guía la realidad, que no entiende de placeres. Luego la voluntad censura el placer
no porque no se ajuste a la realidad, sino porque no se ajusta al ideal; un ideal
que puede provenir de la mente (si la mente es capaz de sentir al margen de la
sensación) o de la experiencia (si la que censura no es una norma de la
voluntad, sino de la sociedad en la que vive).
Plantear u n
conflicto entre la conciencia y el inconsciente (identificados como pensamiento
y deseo) es negar que los pensamientos tengan sus raíces en el cuerpo; peor aún
es cuando el conflicto se da entre el inconsciente y el deseo, la realidad y el
ideal. Los ideales tienen sus raíces en los deseos, lo quiera o no lo quiera
Freud; lo que llamamos deseo vive en el tiempo de quien desea, y el ideal vale
para todos los tiempos, incluido el nuestro. Este continuo entre deseo e ideal
plantea la necesidad de pensar desde el
cuerpo; el conflicto que aparece en Freud entre el deseo y la voluntad nos
habla, más bien, de pensar contra el cuerpo, porque la conciencia vive de
espaldas a él; lo mismo pasa entre el deseo y la conciencia. El pensamiento de la conciencia se refiere
a la realidad, mientras que el pensamiento
de la voluntad se refiere al ideal; la realidad y el ideal son, a la par
que el referente, los respectivos motores de la conciencia y la voluntad.
5. Aristóteles. Para Aristóteles el ser
humano es un animal racional (o lingüístico, o político). Ser humano significa
entonces controlar la parte animal por la parte pensante. Controlar: no anular.
La realidad está conformada por
materia y forma, que en los seres vivos son el cuerpo y el alma. El alma es el
principio del movimiento, o, de una manera general, el principio de actividad.
“Actividad” viene de acto, y la forma es acto, al revés que la materia, que es
posibilidad o potencia. Un cuerpo sin alma es un cuerpo sin movimiento: un
cadáver.
Basándose en estos criterios
distingue Aristóteles tres tipos de alma: vegetativa, cuya función es nutrirse
(es lo que hacen los vegetales y, por extensión, el resto de los seres; un
individuo que ha perdido la conciencia podría quedar reducido al estado
vegetativo); sensitiva o motriz, propia de los animales; y la específica de los
humanos, que es el alma racional. Un ser humano tiene las tres almas, y por
tanto se alimenta, siente y piensa; puede sentir y alimentarse sin pensar (y
cuando se encuentra en estado vegetativo ha perdido la conciencia), pero no
puede pensar sin sentir y sin alimentarse: las raíces del pensamiento, por tanto, están en
el cuerpo; lo mismo que en Maslow.
6. Hume. Todas nuestras ideas proceden
de nuestras sensaciones; entonces, pensamos
desde el cuerpo. Se ha dicho que para Aristóteles no hay nada en nuestra
mente que no haya estado previamente en nuestros sentidos; la misma tesis vale
para Hume. A las sensaciones Hume las llama impresiones, y se caracterizan
porque son vivas y fuertes; las ideas, en tanto que impresiones atenuadas, son
tenues, y toda idea es siempre copia de una impresión. Un pinchazo duele, el
recuerdo de un pinchazo duele menos; y el concepto de pinchazo, no.
Cuando una bola empuja a otra tiene
que llegar antes de que la otra se vaya, tiene que chocar con ella y, siempre
que esto sucede, la segunda bola se tiene que mover; pero yo no veo esa fuerza
o energía que le comunica; no tengo, pues, derecho a afirmar la existencia de
esa fuerza.
Ése es el argumento de Hume.
Criticar ese argumento es muy fácil. Si me dan un balonazo yo no veo la energía
del balón, pero la siento en mi cara: siento el dolor, siento el impacto. La presión
se siente por los receptores mecánicos que tenemos en la piel, el dolor también
lo sentimos. La presión y el dolor son impresiones, puesto que los sentimos con
los órganos de los sentidos. Su fiabilidad es la misma que la de los ojos: si
Hume se fía de lo que ve, ¿cómo no se va a fiar de lo que toca? En esto hace gala
del prejuicio platónico; el prejuicio de confundir el mundo sensible con el
mundo visible, como si las otras sensaciones no tuvieran nada que decir sobre
el mundo.
También Hume afirma que la moral no
es cosa de la razón, sino del sentimiento. Razonar sobre lo que hay que hacer
nos podrá servir para descubrir lo que me conviene, no lo que es nuestra
obligación; de modo que el deber no se deduce, ni siquiera lo descubre la
inducción, sino que se siente. Yo ayudo a la gente porque siento que debo
hacerlo: nada más. Cuando dudo sobre si dar limosna a un pobre lo que cuestiono
no es el deber de ayudar al necesitado, sino la circunstancia de si ese mendigo
es un pillo disfrazado de pobre o un pobre de verdad. La razón es un vehículo
que nos lleva por el mundo, pero el sentimiento del bien es la luz que le muestra
el camino: para Platón esa luz estaría fuera del coche, en el sol de ese mundo ideal;
y para Hume estaría en los faros del propio coche; quizá pudiéramos postular
que la ética de Platón nos permite circular de día, y la de Hume, por la noche.
7. Emergencia. Algunos autores (Bunge,
Popper) conciben la mente como algo que emerge desde el cuerpo. Pero no puede
emerger lo que no existe: si la mente es un producto del cuerpo es porque ya
estaba en él, camuflada; el cuerpo es el mar y la mente un submarino; la mente
aflora a la superficie cuando el cuerpo está preparado, lo mismo que el
submarino sale a flote cuando tiene los mecanismos precisos adaptados a las
propiedades del agua.
Sensibilidad y pensamiento.
La
sensación contiene un continuo que va de la más lejana (vista) a la más cercana
(tacto), y cuyos estadios intermedios sucesivos son el oído, el olfato y el
gusto. La tradición platónica ha privilegiado la vista y el oído como sentidos
más nobles; al olfato, el gusto y el tacto los ha hecho despreciables,
privándolos de valor. Las bellas artes y la música son, en la tradición
platónica, actividades que vale la pena cultivar; no así la cosmética y los
perfumes, la gastronomía y el erotismo: estos últimos procuran la satisfacción
del cuerpo y como filosofar es aprender a morir, lo que debe hacer el alma es
liberarse del cuerpo, que es su cárcel: comer poco, disfrutar poco y restringir
el erotismo a las cosas del alma. El arte y la música son (con algunas reservas
para el arte) actividades del alma, y por eso ellas sí merecen vivir.
La
educación física no es solamente física: también es educación. En tanto que
física se ocupa del cuerpo; en tanto que educación se interesa por el alma. Un
cuerpo desespiritualizado, reducido a sensación y movimiento, es un cuerpo sin
educar. El cuerpo educado siente y piensa con su sensación y su movimiento; no
es que piense con el cuerpo, como si el cuerpo y el espíritu fuesen dos chalets
adosados; piensa desde el cuerpo, porque en el cuerpo están las raíces de donde
arranca su pensamiento; y que lo alimentan. Cuando esas raíces alimentan el
espíritu estamos hablando de educación
física. Pero cuando son el espíritu y la mente (o la mente sentimental),
las que son alimento del cuerpo, estamos hablando de espiritualidad; o si nos centramos exclusivamente en la mente,
hablamos de ciencia; una de esas
ciencias es la psicología.
Por su parte,
la educación física podría ser concebida como un conocimiento a partir del
cuerpo: somanoesis. Somanoética
sería la ética arraigada en la vivencia del cuerpo, generadora de conocimiento:
sus dos momentos serían la somítica (que
cuenta las vivencias a través del lenguaje después de haberlas sentido de
manera prelingüística) y la somética
(que la convierte en reflexión educadora de la voluntad).
Conocer el bien es sentirlo. Y se
siente desde el corazón, pero algunos sienten también desde las tripas:
aprender a conocer ambos puntos de vista (el cordial y el visceral)
sería la verdadera educación moral; y eso no se hace desde el pensamiento, sino desde
el cuerpo; si Platón hubiera sido consecuente habría comprendido que no se
puede pensar sin el cuerpo; mucho menos contra él; se piensa sólo en diálogo
del pensamiento con el cuerpo y, dentro de éste, abriendo también un diálogo
entre su parte cordial y su parte visceral.
La moral es acción orientada. Y eso
significa que a la acción le precede el conocimiento; cordial, no intelectual;
la acción visceral se desencadena independientemente del conocimiento, y por
eso es ciega. Lo cordial y lo visceral es afectividad, impresión, sensaciones.
Toda sensación es impulso sobre el mundo, y el primer impulso es movimiento:
expresión de sí mismo, no captación del otro; quizá por eso se atrevió a decir
Goethe: “en el principio era la acción”; no la palabra, como en San Juan; la
palabra viene después.
Primero es somanoesis: conocimiento afectivo (que no es
conocer intelectualmente asociándole el sentimiento, sino que es conocer por afectos; al conocer no se
le asocia el sentimiento, sino que sentir es ya conocer); entre los afectos se
incluye, por supuesto, el movimiento.
Luego viene la verbalización de lo
que sea sentido: somítica (“mythos”,
en griego, quiere decir “palabra”); se habla de lo que se siente, pero siempre
después de haberlo sentido; no es posible sentir una cosa y hablar en ese mismo
momento sobre ella).
Y a partir de ahí se reflexiona
sobre lo contado, que es al mismo tiempo lo vivido; se reflexiona, pues, sobre
la vivencia: somética (con arreglo a
la etimología de “ethos”, esto tiene que ver con la formación del carácter).
Tradicionalmente se habla de la vida moral y la reflexión ética; pues bien, la
reflexión ética surge del sentimiento ético, no al revés; y el sentimiento se
expresa en la vivencia, que tiene
sus raíces en el cuerpo (“soma”); la vivencia, antes de ser verbalizada, se ha
sentido, se ha experimentado (por eso es somítica). En otras palabras: la verbalización somética es razonamiento
sobre la vivencia a partir de los sentimientos éticos; los cuales se han
despertado después de la verbalización
somítica, que consiste en describir e interpretar lo que se ha
experimentado; verbalización de una vivencia previa surgida de la liberación de
las ataduras del cuerpo; por eso este pensar se hace siempre desde el cuerpo;
en el cuerpo tiene su raíz; a diferencia de otras tradiciones donde se
reflexiona desde el alma y sobre ella ignorando siempre nuestra naturaleza
somática.
Hay que
liberar al cuerpo de sus ataduras; no al alma de la atadura del cuerpo; habría
que librar, a lo sumo, al alma de las ataduras del cuerpo, y al cuerpo de las
ataduras del alma.
Conclusión.
Las
líneas que preceden apuntan a que el pensamiento, si debe arrancar del cuerpo,
no se sitúa en la órbita de Platón, sino en la de Hume. En “La naranja mecánica”
se nos dice: “tu cuerpo aprende”; no se trata de eso, sino de que nosotros
aprendamos con el cuerpo; y desde él; la espiritualidad puede arrancar de
contextos tan corpóreos como el ejercicio físico; y la sexualidad. ¿Se puede
conciliar a Platón con el empirismo? Éste es un programa de investigación que
promete aventuras apasionantes. Porque el pensamiento, aunque le pese a
Descartes, va más allá de la conciencia. Y el inconsciente no empieza con
Freud: pensemos en Leibniz; buena parte de lo que creemos se cuece en la cocina
de nuestro cuerpo.
ResponderEliminarDesde siempre he creído que aprendíamos viviendo. Retenemos lo que vivimos en carne propia mejor que lo que nos cuentan; lo que nos pasa mejor que lo que leemos; y mejor que lo que nos pasa, lo que hacemos. Pero estamos acostumbrados a que los libros sustituyen a la vida y eso no es verdad: los libros son vida. Los tratados, las novelas, los teatros, los discursos, los juegos, las películas: todo eso sirve para vivir, pero no para sustituir a la vida. Llegamos a la palabra desde la imagen, a la imagen desde lo que nos pasa, y a lo que nos pasa desde lo que hacemos; antes que la palabra fueron los ojos, antes que los ojos el contacto, y en el contacto estaban la libertad y el destino.
El profesor explica; el discípulo escucha; y apunta. Pero antes, cuando éramos niños, aprendíamos de otra forma: primero fue la fase enactiva (aprendíamos con el cuerpo); luego la fase manipulativa (aprendíamos con objetos que teníamos en las manos); después vino la fase gráfica (dibujábamos para aprender); y por último la fase abstracta (aprendíamos los números). Nos metíamos tres niños en un aro, dos en otro y los dos aros en un aro mayor; luego hacíamos dos montoncitos de lentejas y los juntábamos; luego dibujábamos cruces metidas en círculos y por último escribíamos: 3+2=5. Pero todavía hay profesores que empiezan directamente con los símbolos y no con las cosas: aunque San Juan (“en el principio era el verbo”) debe ser sustituido en pedagogía por Goethe (“en el principio era la acción”).
Hace algunos años conocí a Gilberto Martín. Él era profesor de Educación Física y yo, de filosofía; los dos compartíamos despacho y tuvimos muchas ocasiones de hablar. Desde un principio me encantó su frase preferida: “aprender a pensar desde el cuerpo” (la fase enactiva convertida en expresión corporal). Tanto hemos coincidido en esa forma de ver las cosas que estamos convencidos de que lo que pasa en la cabeza tiene sus raíces en el cuerpo; dentro de cada concepto hay una experiencia y cada experiencia contiene sus propias vivencias. Como diría Guillermo de Occam: cualquier concepto que no surja de la vida es un concepto vacío.
Primero vivir. Y luego pensar. Los pensamientos que no se viven son espectrales como las almas que no tienen cuerpo. El espíritu tiene mucho que decir, sí, pero el cuerpo tiene las letras con las que escribe. Parafraseando a Gil de Biedma.