ENTRE EL DESEO Y
LA ACCIÓN ESTÁ EL MAESTRO
1.
Un animal sólo siente: no piensa.
Sus decisiones serán impulsivas, y por lo tanto premeditadas. Sólo tendrá un
conocimiento sensorial de las cosas.
Un robot sólo piensa: no siente. Sus
decisiones siempre serán premeditadas, pero insensibles; diremos que pensará
las cosas con frialdad. No tendrá conocimiento sensorial de nada, conocerá sólo
conceptos.
Un ser humano siente y piensa. Puede
tomar decisiones razonadas y vitales; movidas por el impulso afectivo pero
diferidas, temperadas y mediadas por el análisis. Tiene conocimiento sensorial
y conceptual a la vez.
-Eso es mentira. Los animales sí
piensan. Lo único que no pueden hacer es razonar: es decir, pensar con
conceptos. Al pensamiento animal lo guía una razón implícita, pero el animal no
piensa con razones, sino con causas. La razón animal es una manta que envuelve
su mente, no una actividad que procede de su conciencia; es un recipiente que
lo contiene todo, hasta las piedras que no piensan; la existencia de las
piedras se ajusta a un esquema racional, a una estructura que las envuelve y
penetra; pero la razón permanece en ellos, prisionera, incapaz de filtrarse por
sus poros porque las piedras no tienen cerebro que pueda apropiarse de ella; y
los animales, que lo tienen, no poseen una corteza cerebral que les permita
apoderarse de la razón que los constituye; gobernar con la razón que los
gobierna.
La mañana se presentaba fría. El
cielo nublado estaba envuelto en un azul penetrado por el gris; como si el gris
fuese la razón de la naturaleza envolviendo el color de la existencia,
impregnándolo como se impregna en las paredes el humo del tabaco; absorbiéndolo
hasta la médula, saturándolo. Era un color gélido y las nubes se estiraban, con
sus repliegues, como si el cielo estuviera cubierto por una manta de colores
fríos, desplegada en el azul, encogida por los grises. Un hálito de seriedad
emanaba del espacio que parecía insensible; y despertaba en los corazones, por
sensibilidad, la única compañía de la nostalgia.
Juan sintió que miraba por la
ventana como si estuviese en clase. Ante sí estaban unos alumnos que no tenía.
Las sillas vacías parecían llenas de piernas, y las mesas de papeles, de
bolígrafos. Las caras miraban en el silencio y sus oídos escuchaban distraídos.
Estaba dormitando.
-El conocer y el decidir son dos
círculos concéntricos. –Juan los dibujó. En el encerado imaginario, que flotaba
en su inconsciencia como una holografía gris, dibujó, después, otros dos
círculos concéntricos; uno abrazaba el conocimiento, y era el pensar (y
recordar); otro abrazaba el pensamiento, y era el sentir; y el sentir era
abrazado por las decisiones, por la capacidad de elegir-. El pensamiento
analiza y recuerda con Sócrates; el sentimiento tiembla con san Agustín; ambos
territorios conforman la conciencia; por eso se confunden. El decidirse lo
envuelve todo con Nietzsche, y le gustaría ser irracional; Nietzsche arrancaría
las razones del pensamiento. Le gustaría que las nubes sólo tuvieran colores
azules; les quitaría el gris.
Su mente soñadora se paseó por la
maraña neblinosa que lo disolvía todo. O lo envolvía, filtrándose entre los
bordes de los objetos, sin penetrar en ellos, sin espíritu capaz de traspasar
nada. La niebla era un manto sin forma que acariciaba incapaz de penetrar.
-El análisis contiene frialdad; hay
que pensar con la cabeza fría.
Ciencia.
-El sentimiento está lleno de calor;
hay que sentir las cosas en caliente.
Ética. Estética.
-No: la ética es capaz de pensar.
Mientras siente.
-El análisis está en la cabeza de
Platón. Neocórtex.
Razón. Prudencia.
-Los ideales están en su corazón.
Cerebro emocional. Hipotálamo.
Soñar. Desear. Sentir.
Lo posible. Lo imposible.
-El corazón palpita.
Pero es por las cápsulas suprarrenales.
Excitación. Adrenalina.
-Pero es porque el corazón siente.
La adrenalina viene porque se lo
manda el corazón; no al revés.
-Acaso.
Tal vez.
-Pero quizá palpite el corazón al
mismo tiempo que la adrenalina.
No. Palpita porque se lo mandan las
cápsulas suprarrenales. Viene después.
-Sí, los latidos son provocados por
la adrenalina. Pero la adrenalina es empujada por el sentimiento.
¿Y qué es sentir? El temblor de los
órganos.
-Quiá. Los órganos tiemblan al mismo
tiempo que el sentimiento. Son dos realidades paralelas. Dos relojes
sincronizados.
Leibniz. La armonía preestablecida.
El mejor de los mundos posibles.
-Tal vez.
2.
La base de todo es el conocer. La
base de todo es el amor. Vivir.
Estar en el mundo es conocer. La
sensación. La sensación que se agarra a la experiencia. Como amar.
Sobre esa base (que es el suelo que
pisamos) vamos comprendiendo para elegir. O elegimos después. Sin buscarlo. Nos
encontramos eligiendo, a veces sin pretenderlo. La realidad nos llama.
Las decisiones que tomamos (como un
montón de elecciones que se suceden) se van acumulando y pasan: como las hojas
del calendario; y van pasando como un humus, formando el suelo fértil,
oxigenado, que nos recibirá. Sobre ese suelo crece el respeto. O su ausencia.
La ausencia crece como un cúmulo de flores parásitas. De arbustos y de espinos.
Y nos hiere pero sin flores. A diferencia del rosal que tiene flores. En sus
espinas.
Otras veces sentimos y nuestros
sentimientos van conformando las decisiones. Desde el respeto. Y hasta el
respeto. Como un círculo sin fin.
¡Y cuántas veces, porque somos
humanos, comprendemos y sentimos en el acto mismo de conocer! Cultivamos el
respeto. O su falta. Porque estamos en el mundo y se cosen nuestros hilos. La
vida, como una trama, se anda mientras se cuecen sus ingredientes. Como el
caldo que alimenta a nuestro sino. Coser. Tejiendo los hilos, como una parca.
Elaborar, preparar, cocerse nuestra comida. El alimento, la sustancia de
nuestro espíritu, de nuestro cuerpo. Cocer. Cocer tejiendo. Cocerse.
3. El método AIDA y el método
COCERSE.
-Recordad que, cuando os hablé, en
su momento, del método “cocer”, os puse como ejemplo el modelo AIDA: es una de
las técnicas que se han empleado en publicidad; estas cuatro iniciales indican
que un buen anuncio debe: primero, llamar la atención; segundo, suscitar el
interés; tercero, despertar el deseo; y cuarto, conseguir la adquisición.
Adquirir el producto es comprarlo, que es lo que quiere el vendedor. La
atención y el interés por el producto deben despertar el deseo. Entre ellos
está la inteligencia; pero la inteligencia sólo nos muestra una parte de la
realidad: la que le conviene al vendedor; es la tentación; y el vendedor es
para el cliente un Calipso, un Circe, una sirena; su empeño es cegar nuestra
mente para que no veamos qué hay detrás de la tentación. Para que actuemos
movidos por un deseo ciego. Después de haber comprado vendrá nuestra perdición,
nos habremos entregado a la dulce esclavitud del consumo, encerrados en la isla
de Calipso; nos habremos convertido en esclavos, perdiendo la alegría de vivir,
en el territorio de Circe; o nos habremos arruinado, destruyendo nuestra
economía, como si hubiéramos entrado en la isla de las sirenas. Todos estos
efectos pueden ser tremendos, como cuando compramos una casa que nos acabarán
quitando porque no podremos pagar la hipoteca; o limitados, como cuando nos
quedamos sin dinero para comer porque ese mes nos hemos gastado en esa compara
una parte de nuestro dinero.
Juan respiró antes de proseguir.
-Los vendedores son calipsos, circes
o sirenas disfrazados; y al vendernos sus productos atacan nuestra economía.
Para defendernos de ese ataque tenemos que ver las dos caras de la realidad: la
que nos presentan ellos y la que se esconde detrás de esa apariencia; en una
palabra, tendremos que luchar contra la ceguera moral; despertar la conciencia;
eso lo conseguiremos siguiendo los pasos del método “cocer”; porque después de
conocer viene la crítica; mejor aún, nuestro conocimiento debe ser crítica a la
vez; será un conocimiento crítico: con lo que veremos el daño detrás de la
tentación, el perjuicio escondido detrás del beneficio aparente; y será también
un conocimiento sentido, con lo que se unifican los métodos “cocer” y “coser”.
Los muchachos escuchaban
impacientes. Claro, no todos; Marta, Diana, Felipe, Aurelio, Estrella, Olga,
Alán, Carlos iban a lo suyo.
-Cuando hemos descubierto, detrás de
las palabras del vendedor, lo que esconde su silencio, tendremos que
decidirnos; elegiremos entre comprar y no comprar; y todo desde el respeto, que
es un sentimiento que el vendedor nos ha querido borrar. A la hora de decidir
se pone a prueba nuestra fuerza moral. Si somos capaces de resistir la
tentación, a pesar de que sabemos que no nos conviene comprarlo; o si el deseo
es más fuerte que nuestra voluntad, en cuyo caso sucumbiremos a los cantos de
sirenas. Hay gente que no ha podido resistirse al deseo de comprar un coche,
aun a sabiendas de que no tenía dinero suficiente para pagarlo, hipotecando con
ello su vida y la de su familia.
Jimena fue abriendo los ojos poco a
poco, y sus labios se habían ido separando.
-Como os he dicho, hay que evitar la
ceguera y la debilidad; que se combaten con la conciencia y con la fuerza
moral. El método AIDA busca cegar al comprador y debilitarlo; el método
“cocerse” quiere darle la fuerza con la luz.
-¿”Cocerse”? ¿Qué método es ése?
–preguntó cristal.
-“Co” de conocer, “c” de comprender,
“r” de respetar; “s” de sentir y “e” de elegir. Fijaos en un par de detalles:
lo primero, que la “e” está también después de la “c”; lo que significa que a
veces elegimos después de comprender con la inteligencia, y otras necesitamos
reforzar el conocimiento con el corazón (por eso están juntas las sílabas “ce”
y “se”); y lo segundo, que la “r” está antes de la “s” y después de la “e”: lo
que quiere decir que el respeto, que es el resultado de una elección, es
también un requisito previo antes de elegir.
Era un poco enrevesado; pero Juan lo
explicó con ayuda de la pizarra. De todas formas, lo volvería a explicar otro
día. Ahora le interesaba que los alumnos cogieran la idea; por lo menos los que
no hablaban. Siempre había querido hablar para quienes no estaban motivados
para escuchar, pero a veces el hilo de la conversación se centraba en el
discurso más que en el oyente; no lo podía evitar.
-Todo está –remachó Juan- en no
actuar de manera irreflexiva; cuando actuamos por impulso nuestras decisiones
no son voluntarias.
-Son caprichosas.
Era Carlos. Estaba escuchando.
¡Milagro!