LOS HÉROES DE VARGAS
LLOSA
El
héroe es el que siente, piensa y hace lo que la gente no se atreve a sentir,
pensar y hacer; o lo que es lo mismo, aquel cuyo ser es más auténtico que el de
quienes viven limitados por la superficie de las cosas. El héroe trágico lucha
contra el destino, o lo acepta; su combate está de antemano condenado al
fracaso; el héroe novelesco hace de su lucha el destino mismo, haciendo que las
cosas cambien si él se atreve a cambiarlas. Edipo, Prometeo, Orestes, Antígona
son héroes trágicos. También lo es Jesucristo. Sin embargo Darwin, Gandhi, Don
Quijote o Salvador Allende son héroes novelescos. El héroe trágico camina en el
sentido de la historia, juguete del destino, haciendo realidades de necesidades
inexorables, como fuerza de la lógica que nadie puede detener. Y el héroe
novelesco quiere cambiar la sociedad que, enquistada en el culto a las
palabras, va buscando el espíritu y no la letra de los ideales.
Vargas
Llosa es un héroe novelesco. Él no cree en el destino, sino en la libertad. El
ser humano no se deja llevar por la ola, sino que la doma a lomos de una tabla
hawaiana.
Flora
Tristán, como todos los agitadores utópicos, hace realidad el eslogan de mayo
del 68: pedir lo imposible, lo que sin duda también asumiría Vargas Llosa; pero
él, a diferencia de los utópicos, hace suya una idea de Ortega y Gasset de que
sólo debe ser lo que echa sus raíces en el ser. Estaría dispuesto a ser un
quijote, pero no luchando contra molinos: sino contra injusticias; no peleando
contra la realidad, sino contra quienes, en nombre de la realidad, reniegan de
los ideales. Hay un pragmatismo ramplón que busca justificar lo que se hace; el
verdadero realismo busca, en cambio, razones para actuar, no justificaciones
para los actos; busca actuar en profundidad, no maquillajes de fachada; busca,
en suma, realizar los ideales emanados de la realidad, no las quimeras que no
tienen anclaje; y huye de los escaparates para fijarse más bien en la
trastienda. Óscar Miró Quesada, rechazando también que se ampute a la realidad
de sus ideales, prefería hablar de la realidad del ideal. Porque el ideal es,
en sintonía con Ortega, una posibilidad de la existencia, no una quimera
incompatible con ella.
Vargas
Llosa es un quijote pegado al terreno. Un idealista de la realidad, un
pesimista (que es un optimista bien informado). Como Gramsci, él preferiría
adobar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. El
estudio de la realidad pasa por dos fases: el análisis y el diagnóstico. El
análisis nos muestra lo que ocurre, el diagnóstico lo que debe ocurrir; porque
sólo identificando bien las causas pueden hallarse las soluciones. Vargas Llosa
coincide con la izquierda en el análisis, pero no en el diagnóstico.
Flora
Tristán es explotada vergonzosamente por un marido machista. La sociedad
prefiere las apariencias de la mala mujer a las evidencias del mal marido. La
justicia defiende evidentemente las injusticias. Los obreros son explotados en
los tiempos del capitalismo salvaje. Y las prostitutas de Londres son tratadas
vejatoriamente a cambio de unas cuantas monedas. Ése es el análisis. En él
coincidimos todos. Negar esas evidencias sería negar que existe el sol cuando
todos lo estamos viendo.
En
cuanto al diagnóstico, hay dos posturas encontradas: unos piensan que eso se
debe al sistema, otros a que el sistema falla. Para los primeros hay que
cambiarlo, para los segundos hay que engrasarlo. El encargado de hacer ambas
cosas es el héroe. El héroe revolucionario se ve a sí mismo como la mano del destino,
convencido como está de lo ineluctables que son las leyes de la historia. Pero
el héroe del sistema, lejos de ser el brazo ejecutor de nada, es un ser libre
que, en su lucha por el ideal, no tiene ninguna certeza de que éste se vaya a
realizar: es un héroe novelesco, un héroe libre; lejos de ser muñeco del
destino acepta su circunstancia (que es inexorable) para salvarla (lo que
depende de su libertad): otra vez Ortega. Vivir es necesariamente decidir. O de
lo contrario no seremos res gestae sino res stantes; y, lejos de llenar el
mundo con nuestras gestas, lo llenaremos con nuestro cuerpo: calentando asiento
(que es lo que muchos hacen cuando van a clase); con ello ocuparemos el espacio
sin llenar el mundo, nuestra vida tendrá poca calidad de ser y no seremos
personas sino masa.
Roger
Casement es un héroe libre (liberal, preferiría decir Vargas Llosa). Pero
también es un héroe trágico. Héroe novelesco, lleva al mundo la denuncia de la
explotación de los negros y de los indios, y gracias a su gesta, poniendo su
vida en peligro, logra corregir los errores del capitalismo; para que el
capitalismo funcione. Pero héroe trágico, lucha contra molinos y pierde la vida
entregándosela generosamente a la causa de Irlanda. El éxito quijotesco en el
Amazonas viene de la mano de un análisis certero de la realidad, basado en sus
fidedignas observaciones sobre el terreno. Pero su desvarío quijotesco (y su
fracaso) surge cuando se empeña, contra toda evidencia, en ver que Irlanda era
explotada de la misma manera que lo eran los indios cuando la industria del
caucho. El análisis certero conduce a una buena hipótesis: que la causa de los
maltratos es la violación de las reglas del capitalismo por una empresa, y por
eso el villano puede ser castigado. Pero el análisis defectuoso (basado en los
libros poéticos más que en la observación empírica) lleva a una defectuosa
conclusión: que Irlanda sufría a manos de los ingleses lo mismo que los indios
a manos de seres inhumanos: y la revolución fracasa. Los buenos diagnósticos llevan
a buenos pronósticos, y eso no ocurre con los diagnósticos equivocados. Lo malo
es cuando el error no procede del conocimiento, sino de la voluntad; cuando el
idealismo, por puro y noble que sea, nos hace ver cosas distintas de las que
realmente estamos viendo.
Los
asesinos de Leónidas Trujillo son héroes novelescos. Personas libres. Y luchan
y sufren a manos de los villanos. En sus primeros tiempos Vargas Llosa vio en
el comunismo (especialmente en Cuba) un ideal quijotesco: y comulgó con él.
Pero en seguida vio que detrás de esa fachada había algo más que pelea contra
molinos: vio que el propio héroe se había vuelto villano; y se apartó. En una
época en que eso no estaba de moda se convirtió en un auténtico héroe: es decir
en un villano (los teóricos del relato saben que una de las funciones del
relato se consuma con la suplantación del héroe); porque chocó contra las ideas
recibidas que, inmunes al análisis, ya tenían consagrado su diagnóstico.
Hoy
día ni la misma izquierda considera ya que sea muy defendible el régimen de
Fidel Castro. Con cuarenta años de retraso los hechos parecen haberle dado la
razón a Vargas Llosa, pero sus detractores aún siguen sin dársela. Por lo visto
él sigue pensando que hacen falta héroes para engrasar la maquinaria liberal y
sobran los que, muchas veces de buen corazón, intentan dinamitarla; pero cuando
un coche no funciona sería de locos no llevarlo al taller antes de tirarlo.
Durante el gobierno de Fujimori él supo distinguir entre liberalismo y
capitalismo; combatió el secuestro del primero, pero no la existencia del
segundo. Fue una época en que, a cambio de estabilidad económica, muchos
peruanos prescindieron de los derechos humanos; los veían, se decía entonces,
como folklóricas originalidades europeas: en aquellos momentos, como hubiera
hecho Roger Casement, Vargas Llosa los defendió sin ambages. Seguramente
pensaría que el capitalismo, fuera del liberalismo, es inaceptable, tanto en lo
político como en lo económico. Lo que pasa es que, al llamar neoliberalismo al
capitalismo, muchos pensadores se negaron a sí mismos los elementos del
análisis. Y, faltos de poder examinar la realidad, vivieron presos de un
diagnóstico estereotipado.
En
las elecciones de 2011 los peruanos tuvieron que optar entre dos candidatos, para
muchos, inaceptables: ésa era la circunstancia. Al aceptarla, pudieron elegir
entre un capitalismo probablemente antiliberal y un socialismo aparentemente
antiliberal con posibilidades de liberalizarse. ¿Qué necesidad tenía, después
de recibir el premio Nóbel, de seguir descendiendo a la arena política? Lo
tenía todo para ser feliz. Para vivir en paz con su familia, en una existencia
dorada, lejos de los latigazos del mundanal ruido. Y sin embargo bajó a la
arena. Tomó partido. Tuvo que soportar que llamaran resentimiento a lo que era
compromiso con la justicia. Prefirió dar conferencias donde sabía que sería
abucheado. Pero eso no lo amilanó. Porque, por encima de todo, sabía que las
injusticias del capitalismo sólo se podían enmendar con las quijotadas del
liberalismo: él no creía en los quijotes de la revolución. Está en su derecho.
Por eso somos libres. Como los que precipitaron la caída de Leónidas Trujillo.
Como el primer Roger Casement (pero no el segundo). Él nunca aplaudiría a un
Lenin aunque comprendiese la bondad de muchos leninistas convencidos.
Preferiría quedarse con Robin Hood, aunque tampoco compartiría la ingenuidad
primitiva de los proscritos de Sherwood. Hace falta un sistema que funcione
bien. Y algunos héroes que lo corrijan de vez en cuando. Pero no necesitamos,
para nada, la peligrosa candidez de los héroes trágicos.
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