sábado, 18 de octubre de 2014

La ciencia de la razón.





LA CIENCIA DE LA RAZÓN

   
           Veo una mancha en el cielo nocturno; parece una nube. Supongamos que me acerco a ella, bien en una nave, bien con un telescopio: ahora la veo como una mancha gruesa y alargada, algo así como una línea de banda ancha. Al acercarme más veo que esa banda nebulosa está hecha de puntos que brillan: son estrellas.
            La mancha es lo que aparece. Primero parece una nube, luego una cinta nebulosa de banda ancha, y por último una cinta de luces; cuando consigo comprenderla, ya entiendo que son estrellas: eso es lo que significan esas sucesivas apariciones para mí.
        Estoy caminando y veo unos arbustos; bueno, en realidad veo un bulto con manchas verdes que parecen hojas. Me acerco y observo que las hojas son de distintas ramas y colores. Me acerco aún más y distingo ramas retorcidas, y detrás de ellas, mirando bien, veo dos troncos: al final compruebo que se trata de dos árboles de especies diferentes rodeados y envueltos de zarzas, hongos y líquenes.
            He visto un bulto y en seguida lo he identificado como arbusto: tan acostumbrado estoy a verlo, que ya lo identifico automáticamente; luego, recapitulando, recuerdo que era un bulto con manchas verdes, y que esas manchas parecían hojas: y lo eran; su apariencia coincidía con su significado. Sus sucesivas apariencias identificadas por mí (hojas, ramas, troncos, colores) tienen sentido cuando me doy cuenta de que eran dos árboles, no uno. 


            Don Quijote veía dos polvaredas y creía que eran dos ejércitos que se iban a enfrentar. Para Sancho esas mismas polvaredas eran rebaños de ovejas. Cada uno identifica las cosas como las cosas que conoce, y por tanto dos personas con experiencias distintas encontrarán cosas diferentes en las mismas manchas. Sobre todo cuando nos apresuramos y, por impaciencia, nos empeñamos en dar sentido a unas apariencias que todavía no son más que puntos, líneas y manchas. Interpretar una apariencia, dotarla de sentido, sólo se puede hacer cuando se aprecian sus detalles y podemos identificarla claramente con algo que conocemos. Don Quijote había leído libros de caballería y veía ejércitos; Sancho había andado mucho por el campo y estaba acostumbrado a ver rebaños.


1. Aparecer, parecer y significar.

            Primero experimentamos sensaciones: vemos manchas, colores, sonidos, sabores y texturas… que son, en cierto modo, totalidades confusas. Luego, sobre estas totalidades, distinguimos formas y cantidades: líneas, círculos, relieves, secuencias de sonidos; pero también puntos, cuerpos de forma irregular, combinaciones de colores, claroscuros. Por último, cuando las acumulaciones de sensaciones y totalidades logran parecerse a algo que ya conocemos, las dotamos de sentido; así, una mancha en el cielo nos parece una nube. Pero nunca podemos estar seguros de que las cosas son realmente lo que nos parecen: una nube lejana de cerca puede aparecer como un cúmulo de estrellas; y una nube de puntos lo mismo puede ser una bandada de pájaros que un enjambre de abejas; o, quién sabe, muchos puntos apretados pueden ser una nube de langostas… o un montón de polvo y hojarasca levantado por el viento.
           Una aparición es la presencia de un objeto ante nuestros sentidos. Puede aparecernos  un bulto o una figura más o menos conformada. Y una apariencia es una interpretación posible de esa figura: esa nube se me aparece como una bandada de pájaros. Una apariencia es una identificación posible de aquello que aparece y no sabemos qué es. No es lo mismo decir “se me aparece (o, simplemente, aparece) una bandada de pájaros” que decir “este bulto se me aparece como (o, simplemente, me parece) una bandada de pájaros. De todos modos hay que distinguir entre apariencia y forma. Forma es el esquema geométrico que tienen las cosas (puntos, líneas, polígonos o volúmenes); y apariencia es el objeto evocado por esas formas, lo que representan dentro de ellas.
            Las apariciones son presencias, bultos o formas; las apariencias, posible interpretaciones de esas formas. Llamaremos identidad del objeto a las apariencias que nosotros tomamos por verdaderas; es decir a aquellas apariencias de las que estamos completamente seguros, porque sabemos que corresponden a la realidad. Identificar un objeto significa tener antes su concepto; una noción que hemos adquirido después de comprobar que las mismas apariencias corresponden día tras día a la misma realidad; y eso sucede después de tener una prolongada experiencia de las cosas, o de haber aprendido en poco tiempo la dilatada experiencia de nuestros antepasados. Por eso, cuando se nos aparecen cosas que conocemos perfectamente, las identificamos de forma instantánea; y en vez de percibir formas y cantidades, percibimos cosas ya identificadas, porque la costumbre de verlas se ha convertido en nosotros en un acto reflejo.
           

2. Pensar.  

            Llamamos pensamiento al ejercicio de la razón sobre la apariencia, la aparición y el sentido. Todas las culturas comienzan desarrollando un pensamiento extensional (astronomía y matemáticas) antes de desembocar en un pensamiento intensional (o de esencias) generador de las principales ciencias empíricas; el pensamiento extensional o existencial se centra en la aparición de las cosas en el espacio (descripción) o en el tiempo (relato); el pensamiento intensional se centra en la interpretación de las apariencias.


3. Pensamiento extensional.

            Cuando pensamos en las apariciones de manchas, bultos, cantidades y formas, reflexionamos sobre objetos que sabemos que existen, pero no sabemos lo que son; por eso lo llamamos un pensamiento extensional, ya que la existencia es lo mismo que la extensión: si algo existe es porque ocupa un lugar en el espacio, se extiende en el tiempo, está ahí, delante de nosotros. El pensamiento extensional es propio de las matemáticas, que estudian cantidades de objetos no identificados (aritmética) o formas de objetos también sin identificar (geometría).
          Pues bien: como lo primero que vemos son manchas y bultos, es decir extensiones, existencias, nuestra primera forma de pensamiento fue extensional; por eso aparecieron las matemáticas antes que la física y la biología. Las matemáticas se ocuparon de las cosas de la tierra, pero también de las del cielo: y el estudio de los puntos blancos que se movían en el espacio fue astronomía desprovista de física, puramente matemática. La matemática y la astronomía  surgieron, pues, en el albor de los tiempos, antes de que pudieran aparecer la física y la astrofísica; contar puntos y describir trayectorias es desde luego más fácil que interpretarlas; y describir las cosas que están ahí ante nosotros es mucho más fácil que decir lo que son.: que definirlas.
           

4. Pensamiento esencial.

           Cuando pensamos en las apariencias que tienen esas manchas, se trate de un objeto o de varios, lo que hacemos es intentar identificarlas, saber lo que son; lo que es un objeto es lo que llamamos su esencia, saber en qué consiste eso que estamos viendo; el pensamiento esencial, cuando se ocupa de las apariencias, es propio de las artes, y cuando se ocupa de lo que aparece, pertenece, más bien, a las ciencias de la experiencia; que son las ciencias empíricas (mientras que las matemáticas son ciencias formales).
          Cualquier aparición, cualquier apariencia y cualquier significado que demos a las cosas, tiene también, además de una función objetiva (informativa, porque nos informa de todas las cosas que nos rodean), una función subjetiva: afectiva, porque nos afecta en lo más íntimo; alguedónica: es capaz de producir en nosotros placer o dolor, tanto en el nivel de las sensaciones como en el de los sentimientos y las emociones; y de las pasiones.
           Precisamente la palabra “sentir” es ambigua: por un lado significa sensación y por otro sentimiento. Como sensación, la palabra vuelve a ser ambigua, pues significa a la vez conocimiento sensorial y sensorialidad afectiva; por ejemplo, al ver una mancha roja yo capto un color (el rojo) y una sensación de placer o de dolor según que la intensidad del color hiera mis ojos o les resulte placentero.


6. Sentido.

            En aquellos tiempos lejanos en que las gentes no sabían identificar lo que veían, lo comparaban con las cosas que ya conocían: así, si las estrellas flotaban sin caerse, es porque estaban sujetas en algún sitio, como las lámparas cuelgan de los techos para que no se caigan; y tuvieron que inventarse los cielos, como esferas transparentes y cristalinas de las que colgaban los astros.
            Del mismo modo, si las nubes se mueven es porque alguien las empuja: y los griegos se inventaron el dios Eolo. Así sucesivamente. El primitivo pensamiento esencial fue por eso mítico, caprichoso, fantasioso, reducido al pequeño mundo que constituía la experiencia de los primitivos pobladores de la tierra. No era un pensamiento irracional: simplemente, la razón no tenía una base empírica demasiado amplia donde aplicarse.


7. Pensamiento secuencial y pensamiento consecuente.

        El pensamiento extensional permite sin trabas la aplicación de la lógica; es, por lo tanto, un pensamiento consecuente. Pero el pensamiento esencial, al tener dificultades en relacionar todas las cosas que iba identificando, las más de las veces se tenía que contentar con describirlas en el espacio y en el tiempo, y tuvo que ser un pensamiento secuencial; que, o renunciaba a explicar las cosas, o las explicaba con los pocos datos que tenía; y tuvo que caer en esos errores epistemológicos que no son errores de razonamiento, sino de experiencia: nosotros lo llamamos pensamiento mítico. El mito, por lo tanto, no es una forma defectuosa de pensar, sino una razón que se aplica a una forma defectuosa de percibir, por falta de herramientas. Si la herramienta es una prolongación de la mano (como decía Aristóteles), los instrumentos de observación también son una prolongación de los sentidos: y así aparecieron después  microscopios, telescopios, espectrógrafos, que ampliaron nuestra visión de la realidad.
            La razón es una lupa: cuando se acerca busca el detalle, el análisis; y cuando se aleja se sumerge en la síntesis, que no es más que una visión de conjunto de todos los detalles que estaba analizando. Podemos analizar e integrar la realidad mediante descripciones y narraciones. Podemos hacer síntesis apoyándonos en conocimientos anteriores, subiendo del piso de los hechos al piso de las ideas: y encontramos explicaciones y consecuencias. Por último, volvemos a bajar al piso de los fenómenos y buscamos descripciones o narraciones que se ajusten a las explicaciones que hemos postulado. Estos tres momentos son, respectivamente, la observación, la hipótesis y la contrastación.
            La observación (narración u descripción), cuando es científica, empieza por una experiencia afectiva que supone un problema: de él surge la observación sistemática propiamente dicha.
           1. Razón sentida. La narración y la descripción problemáticas contienen el pathos: la razón sentida, que podemos llamar también momento vital de la razón.
          2. Razón poiética. La explicación del problema constituye la poiesis, el momento creador de la razón; en tanto que pensamiento es poiética, y como sentimiento nos aparece como poética, estética, arte. Sus dos momentos epistemológicos son la hipótesis y la predicción de consecuencias.
            3. Razón crítica. La contrastación es una crítica empírica, porque baja desde el piso de las ideas (las hipótesis) al de los fenómenos (nuevas narraciones y descripciones que queremos comparar con las hipótesis explicativas). Suele acompañarse también de una crítica formal o demostración, que se preocupa de la coherencia entre las ideas (contrastadas o por contrastar). Llamaremos logos al momento controlador de la razón, o crítica a secas.
            4. Llamamos aplicación a la hipótesis que no tiene como objetivo saber cómo son las cosas, sino cómo se pueden cambiar; para eso es necesario respetar la naturaleza de su ser. Éste es el momento práctico de la razón, que puede buscar la utilidad de las cosas (techné) o su integración con el fondo de nuestro ser (el ethos: la praxis).
            Resumiendo: hay una razón sentida (pathos), una razón creadora (poiesis), una razón crítica (logos) y una razón práctica (ethos y techné). Son, recordémoslo, cuatro caras de la razón, cuatro momentos de su ser. Como diría Anaxágoras, todo está en todo; el pathos contiene poiesis, logos, ethos y techné, pero en proporciones muy pequeñas: la más abundante es la que le da su nombre (en este caso es el pathos); y lo mismo cabe decir de las otras caras de la razón. 



             
         Lo mismo vale para la lógica con relación a la analogía. La lógica, como identidad constitutiva del logos (momento crítico de la razón), es la capacidad de conservar los niveles de realidad en los que unas cosas están encajadas en otras (de ahí la importancia del pensamiento condicional). Y la analogía, como identidad propia de la poiesis (momento creador), no se fija en las apariciones, sino en los parecidos: apariencias, que luego tendremos que identificar.
          Pues bien, todos los procesos de pensamiento son a la vez lógicos y analógicos; todos, sin excepción; pero en unos hay más cantidad de lógica (matemáticas, ciencia) y en otros más cantidad de analogía (arte, mito). Por cantidad de lógica no hay que entender densidad de razonamiento; se trata, simplemente, de mayor número de razonamientos; sin descartar que su mayor uso los haga a largo plazo más densos.


8. Para una historia del pensamiento.

            Cuando se estudian los orígenes del pensamiento, uno cree que primero surgieron las formas más primitivas del pensar, luego las más elaboradas. Echemos un vistazo. En Mesopotamia, en América, en Egipto, en Grecia, en los celtas, lo primero que apareció fue la astronomía: grandes observatorios  (zigurats, espejos, pirámides, monumentos megalíticos) tuvieron como objetivo la observación celeste; gracias a ellos se hicieron observaciones de increíble precisión; y éstas, a su vez, desarrollaron el rigor de las matemáticas. Al mismo tiempo la medicina, la biología, la física, la química, las ciencias empíricas en general, languidecían entre supersticiones propias de un pensamiento mítico.
            Ya conocemos la razón: primero se desarrolló el pensamiento extensional, centrado en apariciones de cantidades y formas; y mucho tiempo después fue posible aplicar el estudio de la lógica a las apariencias (analogías): con lo que las ciencias empíricas propias del pensamiento esencial tardaron mucho en construirse, dado que fue difícil durante muchos siglos encontrarles sentido a las cosas que estaban apareciendo al observador. Fue más fácil calcular que interpretar, aunque los cálculos fueran muchas veces de una complejidad extraordinaria.
            Los mitos están hechos de historias. Y de descripciones de personajes, lugares y tiempos. Toda descripción, y toda narración, contiene lógica, razonamientos, inferencias. La inferencia (es decir, la explotación de unas premisas para llegar a una conclusión) no es una creación de la razón posterior a los relatos míticos, como si fuera algo nuevo: porque ya estaba ahí, escondida dentro de ellos. Los mitos contienen a la razón como una muñeca rusa a otra; pero la razón está atada, limitada en sus movimientos por la experiencia defectuosa de los mitos y sus usuarios; llegará un día en que se libere, como un prisionero quitándose su corsé. La razón alimenta al mito, pero el mito la ahoga mientras se nutre de ella; el mito, dejando de ser parásito, acabará viviendo en simbiosis con la razón, y en eso consistirá el advenimiento de la filosofía.
            Recordémoslo: que algo sea analógico no quiere decir que sea ilógico; hay una lógica de la analogía. Pero se ha dicho muchas veces que ambas formas de pensar son incompatibles entre sí. Frente a este punto de vista, hay que recordar que la aparición de la filosofía no es la derrota de la analogía a manos de la lógica, sino solamente el desarrollo del pensamiento semántico o esencial; en otras palabras, la ampliación de la experiencia encontrándoles significados más atinados a las cosas; gracias al descubrimiento de técnicas de observación cada vez más precisas y más finas, se allana el camino para que vaya naciendo la filosofía.





No hay comentarios:

Publicar un comentario