LA CIENCIA DE LA RAZÓN
Veo
una mancha en el cielo nocturno; parece una nube. Supongamos que me acerco a
ella, bien en una nave, bien con un telescopio: ahora la veo como una mancha
gruesa y alargada, algo así como una línea de banda ancha. Al acercarme más veo
que esa banda nebulosa está hecha de puntos que brillan: son estrellas.
La
mancha es lo que aparece. Primero parece una nube, luego una cinta
nebulosa de banda ancha, y por último una cinta de luces; cuando consigo comprenderla, ya entiendo que son
estrellas: eso es lo que significan esas sucesivas apariciones para mí.
Estoy
caminando y veo unos arbustos; bueno, en realidad veo un bulto con manchas
verdes que parecen hojas. Me acerco y observo que las hojas son de distintas
ramas y colores. Me acerco aún más y distingo ramas retorcidas, y detrás de
ellas, mirando bien, veo dos troncos: al final compruebo que se trata de dos
árboles de especies diferentes rodeados y envueltos de zarzas, hongos y
líquenes.
He
visto un bulto y en seguida lo he identificado como arbusto: tan acostumbrado
estoy a verlo, que ya lo identifico automáticamente; luego, recapitulando,
recuerdo que era un bulto con manchas verdes, y que esas manchas parecían
hojas: y lo eran; su apariencia coincidía con su significado. Sus sucesivas
apariencias identificadas por mí
(hojas, ramas, troncos, colores) tienen sentido cuando me doy cuenta de que eran
dos árboles, no uno.
Don
Quijote veía dos polvaredas y creía que eran dos ejércitos que se iban a
enfrentar. Para Sancho esas mismas polvaredas eran rebaños de ovejas. Cada uno
identifica las cosas como las cosas que conoce, y por tanto dos personas con
experiencias distintas encontrarán cosas diferentes en las mismas manchas.
Sobre todo cuando nos apresuramos y, por impaciencia, nos empeñamos en dar
sentido a unas apariencias que todavía no son más que puntos, líneas y manchas.
Interpretar una apariencia, dotarla de sentido, sólo se puede hacer cuando se
aprecian sus detalles y podemos identificarla claramente con algo que conocemos.
Don Quijote había leído libros de caballería y veía ejércitos; Sancho había
andado mucho por el campo y estaba acostumbrado a ver rebaños.
1. Aparecer, parecer y
significar.
Primero
experimentamos sensaciones: vemos
manchas, colores, sonidos, sabores y texturas… que son, en cierto modo,
totalidades confusas. Luego, sobre estas totalidades, distinguimos formas y cantidades: líneas, círculos,
relieves, secuencias de sonidos; pero también puntos, cuerpos de forma
irregular, combinaciones de colores, claroscuros. Por último, cuando las
acumulaciones de sensaciones y totalidades logran parecerse a algo que ya
conocemos, las dotamos de sentido;
así, una mancha en el cielo nos parece una nube. Pero nunca podemos estar
seguros de que las cosas son realmente lo que nos parecen: una nube lejana de
cerca puede aparecer como un cúmulo de estrellas; y una nube de puntos lo mismo
puede ser una bandada de pájaros que un enjambre de abejas; o, quién sabe,
muchos puntos apretados pueden ser una nube de langostas… o un montón de polvo
y hojarasca levantado por el viento.
Una
aparición es la presencia de un
objeto ante nuestros sentidos. Puede aparecernos un bulto o una figura más o menos conformada.
Y una apariencia es una
interpretación posible de esa figura: esa nube se me aparece como una bandada
de pájaros. Una apariencia es una identificación posible de aquello que aparece
y no sabemos qué es. No es lo mismo decir “se me aparece (o, simplemente,
aparece) una bandada de pájaros” que decir “este bulto se me aparece como (o,
simplemente, me parece) una bandada de pájaros. De todos modos hay que
distinguir entre apariencia y forma. Forma
es el esquema geométrico que tienen las cosas (puntos, líneas, polígonos o
volúmenes); y apariencia es el
objeto evocado por esas formas, lo que representan dentro de ellas.
Las
apariciones son presencias, bultos o
formas; las apariencias, posible
interpretaciones de esas formas. Llamaremos identidad del objeto a las apariencias que nosotros tomamos por
verdaderas; es decir a aquellas apariencias de las que estamos completamente
seguros, porque sabemos que corresponden a la realidad. Identificar un objeto
significa tener antes su concepto;
una noción que hemos adquirido
después de comprobar que las mismas apariencias corresponden día tras día a la
misma realidad; y eso sucede después de tener una prolongada experiencia de las
cosas, o de haber aprendido en poco tiempo la dilatada experiencia de nuestros
antepasados. Por eso, cuando se nos aparecen cosas que conocemos perfectamente,
las identificamos de forma instantánea; y en vez de percibir formas y
cantidades, percibimos cosas ya identificadas, porque la costumbre de verlas se
ha convertido en nosotros en un acto reflejo.
2. Pensar.
Llamamos
pensamiento al ejercicio de la razón
sobre la apariencia, la aparición y el sentido. Todas las culturas comienzan
desarrollando un pensamiento extensional
(astronomía y matemáticas) antes de desembocar en un pensamiento intensional (o de esencias) generador de las
principales ciencias empíricas; el pensamiento extensional o existencial se
centra en la aparición de las cosas en el espacio (descripción) o en el tiempo
(relato); el pensamiento intensional se centra en la interpretación de las
apariencias.
3. Pensamiento extensional.
Cuando
pensamos en las apariciones de manchas, bultos, cantidades y formas,
reflexionamos sobre objetos que sabemos que existen, pero no sabemos lo que
son; por eso lo llamamos un pensamiento extensional, ya que la existencia
es lo mismo que la extensión: si algo existe es porque ocupa un lugar en el
espacio, se extiende en el tiempo, está ahí, delante de nosotros. El pensamiento extensional es propio de
las matemáticas, que estudian
cantidades de objetos no identificados (aritmética) o formas de objetos también
sin identificar (geometría).
Pues bien: como lo
primero que vemos son manchas y bultos, es decir extensiones, existencias,
nuestra primera forma de pensamiento fue extensional; por eso aparecieron las
matemáticas antes que la física y la biología. Las matemáticas se ocuparon de
las cosas de la tierra, pero también de las del cielo: y el estudio de los
puntos blancos que se movían en el espacio fue astronomía desprovista de
física, puramente matemática. La matemática
y la astronomía surgieron, pues, en el albor de los tiempos,
antes de que pudieran aparecer la física
y la astrofísica; contar puntos y
describir trayectorias es desde luego más fácil que interpretarlas; y describir las cosas que están ahí ante
nosotros es mucho más fácil que decir lo que son.: que definirlas.
4. Pensamiento esencial.
Cuando
pensamos en las apariencias que
tienen esas manchas, se trate de un objeto o de varios, lo que hacemos es
intentar identificarlas, saber lo que son; lo que es un objeto es lo que
llamamos su esencia, saber en qué consiste eso que estamos viendo; el pensamiento esencial, cuando se ocupa
de las apariencias, es propio de las artes,
y cuando se ocupa de lo que aparece, pertenece, más bien, a las ciencias de la experiencia; que son las
ciencias empíricas (mientras que las
matemáticas son ciencias formales).
Cualquier
aparición, cualquier apariencia y cualquier significado que demos a las cosas,
tiene también, además de una función objetiva
(informativa, porque nos informa de todas las cosas que nos rodean), una
función subjetiva: afectiva, porque nos afecta en lo más
íntimo; alguedónica: es capaz de producir en nosotros placer o dolor, tanto en
el nivel de las sensaciones como en
el de los sentimientos y las emociones; y de las pasiones.
Precisamente
la palabra “sentir” es ambigua: por un lado significa sensación y por otro
sentimiento. Como sensación, la palabra vuelve a ser ambigua, pues significa a
la vez conocimiento sensorial y sensorialidad afectiva; por ejemplo, al ver una
mancha roja yo capto un color (el rojo) y una sensación de placer o de dolor
según que la intensidad del color hiera mis ojos o les resulte placentero.
6. Sentido.
En aquellos
tiempos lejanos en que las gentes no sabían identificar lo que veían, lo
comparaban con las cosas que ya conocían: así, si las estrellas flotaban sin
caerse, es porque estaban sujetas en algún sitio, como las lámparas cuelgan de
los techos para que no se caigan; y tuvieron que inventarse los cielos, como
esferas transparentes y cristalinas de las que colgaban los astros.
Del mismo modo, si
las nubes se mueven es porque alguien las empuja: y los griegos se inventaron
el dios Eolo. Así sucesivamente. El primitivo pensamiento esencial fue por eso mítico, caprichoso, fantasioso, reducido al pequeño mundo que constituía
la experiencia de los primitivos pobladores de la tierra. No era un pensamiento
irracional: simplemente, la razón no tenía una base empírica demasiado amplia
donde aplicarse.
7. Pensamiento secuencial y
pensamiento consecuente.
El pensamiento extensional permite sin
trabas la aplicación de la lógica; es, por lo tanto, un pensamiento consecuente. Pero el pensamiento esencial, al tener dificultades en relacionar todas las
cosas que iba identificando, las más de las veces se tenía que contentar con
describirlas en el espacio y en el tiempo, y tuvo que ser un pensamiento secuencial; que, o
renunciaba a explicar las cosas, o las explicaba con los pocos datos que tenía;
y tuvo que caer en esos errores epistemológicos que no son errores de razonamiento, sino de
experiencia: nosotros lo llamamos pensamiento
mítico. El mito, por lo tanto, no es una forma defectuosa de pensar, sino una razón que se aplica a una forma defectuosa de percibir, por falta
de herramientas. Si la herramienta es una prolongación de la mano (como decía
Aristóteles), los instrumentos de observación también son una prolongación de
los sentidos: y así aparecieron después microscopios, telescopios, espectrógrafos, que
ampliaron nuestra visión de la realidad.
La
razón es una lupa: cuando se acerca busca el detalle, el análisis; y cuando se
aleja se sumerge en la síntesis, que no es más que una visión de conjunto de
todos los detalles que estaba analizando. Podemos analizar e integrar la
realidad mediante descripciones y narraciones. Podemos hacer síntesis
apoyándonos en conocimientos anteriores, subiendo del piso de los hechos al
piso de las ideas: y encontramos explicaciones y consecuencias. Por último,
volvemos a bajar al piso de los fenómenos y buscamos descripciones o narraciones
que se ajusten a las explicaciones que hemos postulado. Estos tres momentos
son, respectivamente, la observación, la hipótesis y la contrastación.
La
observación (narración u descripción), cuando es científica, empieza por una
experiencia afectiva que supone un problema: de él surge la observación
sistemática propiamente dicha.
1.
Razón sentida. La narración y la
descripción problemáticas contienen el pathos:
la razón sentida, que podemos llamar también momento vital de la razón.
2.
Razón poiética. La explicación del
problema constituye la poiesis, el momento creador de la razón; en tanto
que pensamiento es poiética, y como
sentimiento nos aparece como poética,
estética, arte. Sus dos momentos epistemológicos son la hipótesis y la
predicción de consecuencias.
3.
Razón crítica. La contrastación es
una crítica empírica, porque baja
desde el piso de las ideas (las hipótesis) al de los fenómenos (nuevas
narraciones y descripciones que queremos comparar con las hipótesis
explicativas). Suele acompañarse también de una crítica formal o demostración,
que se preocupa de la coherencia entre las ideas (contrastadas o por
contrastar). Llamaremos logos al momento controlador de la razón, o crítica a secas.
4.
Llamamos aplicación a la hipótesis
que no tiene como objetivo saber cómo son las cosas, sino cómo se pueden
cambiar; para eso es necesario respetar la naturaleza de su ser. Éste es el momento práctico de la razón, que puede
buscar la utilidad de las cosas (techné)
o su integración con el fondo de nuestro ser (el ethos: la praxis).
Resumiendo:
hay una razón sentida (pathos), una
razón creadora (poiesis), una razón crítica (logos) y una razón práctica (ethos y techné). Son,
recordémoslo, cuatro caras de la razón, cuatro momentos de su ser. Como diría Anaxágoras,
todo está en todo; el pathos contiene poiesis, logos, ethos y techné, pero en
proporciones muy pequeñas: la más abundante es la que le da su nombre (en este
caso es el pathos); y lo mismo cabe decir de las otras caras de la razón.
Lo
mismo vale para la lógica con relación a la analogía. La lógica, como identidad
constitutiva del logos (momento crítico de la razón), es la capacidad de
conservar los niveles de realidad en los que unas cosas están encajadas en
otras (de ahí la importancia del pensamiento condicional). Y la analogía, como
identidad propia de la poiesis (momento creador), no se fija en las
apariciones, sino en los parecidos: apariencias, que luego tendremos que
identificar.
Pues
bien, todos los procesos de pensamiento son a la vez lógicos y analógicos;
todos, sin excepción; pero en unos hay más cantidad de lógica (matemáticas,
ciencia) y en otros más cantidad de analogía (arte, mito). Por cantidad de
lógica no hay que entender densidad de razonamiento; se trata, simplemente, de
mayor número de razonamientos; sin descartar que su mayor uso los haga a largo
plazo más densos.
8. Para una historia del
pensamiento.
Cuando
se estudian los orígenes del pensamiento, uno cree que primero surgieron las
formas más primitivas del pensar, luego las más elaboradas. Echemos un vistazo.
En Mesopotamia, en América, en Egipto, en Grecia, en los celtas, lo primero que
apareció fue la astronomía: grandes observatorios (zigurats, espejos, pirámides, monumentos
megalíticos) tuvieron como objetivo la observación celeste; gracias a ellos se
hicieron observaciones de increíble precisión; y éstas, a su vez, desarrollaron
el rigor de las matemáticas. Al mismo tiempo la medicina, la biología, la
física, la química, las ciencias empíricas en general, languidecían entre
supersticiones propias de un pensamiento mítico.
Ya
conocemos la razón: primero se desarrolló el pensamiento extensional, centrado
en apariciones de cantidades y formas; y mucho tiempo después fue posible
aplicar el estudio de la lógica a las apariencias (analogías): con lo que las
ciencias empíricas propias del pensamiento esencial tardaron mucho en
construirse, dado que fue difícil durante muchos siglos encontrarles sentido a
las cosas que estaban apareciendo al observador. Fue más fácil calcular que
interpretar, aunque los cálculos fueran muchas veces de una complejidad
extraordinaria.
Los
mitos están hechos de historias. Y de descripciones de personajes, lugares y
tiempos. Toda descripción, y toda narración, contiene lógica, razonamientos,
inferencias. La inferencia (es decir, la explotación de unas premisas para
llegar a una conclusión) no es una creación de la razón posterior a los relatos
míticos, como si fuera algo nuevo: porque ya estaba ahí, escondida dentro de
ellos. Los mitos contienen a la razón como una muñeca rusa a otra; pero la
razón está atada, limitada en sus movimientos por la experiencia defectuosa de
los mitos y sus usuarios; llegará un día en que se libere, como un prisionero
quitándose su corsé. La razón alimenta al mito, pero el mito la ahoga mientras
se nutre de ella; el mito, dejando de ser parásito, acabará viviendo en
simbiosis con la razón, y en eso consistirá el advenimiento de la filosofía.
Recordémoslo:
que algo sea analógico no quiere decir que sea ilógico; hay una lógica de la
analogía. Pero se ha dicho muchas veces que ambas formas de pensar son
incompatibles entre sí. Frente a este punto de vista, hay que recordar que la
aparición de la filosofía no es la derrota de la analogía a manos de la lógica,
sino solamente el desarrollo del pensamiento semántico o esencial; en otras
palabras, la ampliación de la experiencia encontrándoles significados más
atinados a las cosas; gracias al descubrimiento de técnicas de observación cada
vez más precisas y más finas, se allana el camino para que vaya naciendo la
filosofía.
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