LA
METÁFORA Y EL EJEMPLO
Fue
primero aprender dibujando. Los alumnos aprendían de memoria los nombres de las
provincias de cada región siempre en el mismo orden; y le asociaba una figura; por ejemplo, para
Galicia fue un cuadrado sin el lado izquierdo: el vértice superior izquierdo
era la Coruña, el superior derecho Lugo, el inferior derecho Orense y el
inferior izquierdo Pontevedra; luego, en el mapa mudo, eran capaces de situar
todas las provincias que tenía cada región de manera más o menos esquemática,
pero correcta. Eso lo hacía con todas las provincias. El truco era memorizarlas
siempre en el mismo orden para poderles asignar una figura. Lo hizo también con
los cabos y los golfos. Aprenderse los cabos y los golfos era lo mismo que
dibujar la costa. Si tú aprendías ordenadamente Finisterre, Ortegal, Estaca de
Bares, Peñas, Ajo y Machichaco, con el golfo de Vizcaya sabías dibujar la costa
cantábrica. Aprenderse los accidentes costeros era lo mismo que aprender a
dibujar el mapa de España. La memoria, puesto que había que aprender las cosas
en orden, era una herramienta para construir un territorio. Y eso motivaba. Y
mucho. El trabajo tedioso de aprender las cosas en orden podía hacerse
salmodiando los datos, como cuando aprendemos las tablas de multiplicar; pero
también poniéndoles música y escuchando día tras día la misma canción; todos
sabemos que, cuando nos pone la radio todos los días las mismas canciones, al
final nos las aprendemos sin darnos cuenta. Sería una forma de hacer menos
pesado el aprendizaje memorístico, que tiene mucho de mecánico: aun cuando sea
significativo. Esto lo aprendió en El Espinar, espoleado por la tremenda
memoria del cartero del pueblo; el cartero, que guardaba más datos de la
escuela de los que el mismo Juan recordaba; y volvió a descubrir la fecundidad
de la memoria cuando se la pone al servicio de la inteligencia; siempre de la
mano de la experiencia.
Aprender
entendiendo, mediante las metáforas didácticas: eso lo aprendió en Fresneda.
Los hematíes eran camiones y transportaban oxígeno; los leucocitos eran
soldados; la sangre era una red de carreteras civiles y la linfa carreteras
militares; y las plaquetas, albañiles que tapaban los boquetes de las heridas.
La nutrición era una combustión y la digestión fabricaba los combustibles para
que el oxígeno, que respirábamos, los quemara; y la combustión, esa oxidación
lenta, se producía en esas centrales térmicas que son las mitocondrias. Y el
aparato locomotor es un sistema de palancas; los músculos eran la potencia y
los huesos el punto de apoyo. De allí derivaba una tercera forma de aprender.
Aprender
sintiendo. Sintiendo el cuerpo. Aprender con el cuerpo. Doblabas el brazo hacia
ti apretando el puño y sentías una tensión en algún sitio: ése era el bíceps.
Te tumbabas para hacer flexiones y te dolían los hombros: eran los deltoides; y
también te dolía el vientre: eran los abdominales. Y así, sintiendo tus
movimientos y asociando cada músculo con su hueso, te aprendías el aparato
locomotor. No se podían aprender por separado los músculos y los huesos de todo
el cuerpo. Como se hacía en las escuelas. La anatomía superficial había que
aprenderla desde el deporte. Por eso en la antigua Grecia los médicos
traumatólogos eran los entrenadores deportivos. La naturaleza hay que aprenderla
desde las sensaciones, no desde las representaciones; el sentido de referencia
era el tacto, fuente de las imágenes que construíamos luego para la vista;
aprender sintiendo; sintiendo las sensaciones y los movimientos del cuerpo.
Dienes lo llamaba aprendizaje enactivo. Porque la presencia viene antes que la
representación, y las representaciones que vamos construyendo sirven luego para
situar nuevas presencias; como cuando aprendemos los puntos cardinales con
nuestro cuerpo, colocándonos con el brazo derecho hacia donde sale el sol.
La
memoria, que es tediosa, se puede fortalecer mediante las salmodias; o mediante
las canciones; pero también mediante el ejercicio: ésta es una cuarta forma de
aprender, aprender trabajando. Fue lo que hizo en Chañe y en Fresneda cuando
les enseñó lo que era el FEOGA. Les enseñó lo que eran los montantes
compensatorios: los entendieron, pero sólo los aprendieron realmente cuando se
pusieron a hacer cálculos con ellos. Esta forma de aprender es propia de las
matemáticas. El ejercicio no sólo automatiza las operaciones, sino que fija los
conceptos. Porque aprender no es sólo entender, sino también memorizar. Tú
puedes entender un montón de cosas y olvidarlas después: no sirve para nada.
Como las tizas de colores que extiendes en un dibujo y se esfuman si no las
fijas con laca, así también los conceptos que has aprendido se los lleva el
viento si no los retienes en la memoria. El ejercicio, la resolución de
problemas es la salmodia de la inteligencia: repites manualmente los mismos
pensamientos que has entendido y por eso se te quedan. Si me lo dices lo
entiendo; pero si lo hago lo sé.
También
podemos aprender sintiendo, pero esta vez no se trata de sentir con el cuerpo,
sino con el alma. Lo hizo en Baba y en Fresneda a través de una historia: la
historia del monstruo de Bosnia, que confundió el patriotismo con el asesinato
y se pasó la vida matando inocentes (hombres, mujeres, ancianos y niños); como
aquella niña a la que quería, su sobrinita del alma, la pequeña Indjana. Esperó
la muerte atormentado en su delirio por las voces acusadoras de todos los
inocentes a los que había matado.
Aprender
desmitificando. La historia del Cid era la de unos hombres que no tenían ningún
tipo de formación profesional, y tuvieron que ganarse la vida con las armas. La
guerra, y el honor, son los ropajes con los que vestimos las épocas en que nos
ha faltado una escuela; una educación para enfrentarnos con éxito a la vida; y
la vida es una selva en la que sólo se salva el que está preparado; si todos
estuviéramos preparados no se salvarían algunos, se salvarían todos; y la
selección natural dejaría paso a la jerarquía de la excelencia; porque la
competencia, al ser iluminada por la cooperación, ya no sería competitividad,
sino convivencia. Los equipos de fútbol tienen jugadores que cooperan para
vencer al adversario sin destruirlo; y los torneos deportivos, lejos de ser
selección natural, son sencillamente jerarquía de la excelencia.
Aprender
sintiendo. Eso lo aprendió en Baba, donde conoció a dos de los profesores más
vagos que había visto nunca: Dedé, que era profesor de plástica, y Radón, que
lo era de latín; Radón, además, era jefe de estudios; y eso le enseñó que,
quizás, entre los jefes se encuentran también los más vagos. Llamar a Dedé, que
era responsable de audiovisuales, y marcharse sin preocuparse por tu problema;
pedirle a Radón que te ayude para resolver un problema urgente y marcharse
corriendo porque acaba de sonar el timbre. Maestros que debían predicar con el
ejemplo y eran ejemplo de la no predicable pereza. El monstruo de Bosnia era un
relato, pero el ejemplo de Radón lo estabas viviendo tú. Radón y Herak nos
enseñaban a sentir, a valorar las cosas desde la óptica del respeto, pero Herak
vive en nosotros a través de su historia y Radón vive a través de la nuestra.
La vida de los otros y nuestra propia vida nos proporcionan ejemplos para
orientarnos en el mundo, para experimentar el sentimiento del respeto, para
pensar después desde esta referencia. Y para esto había que aprender a pensar.
Aprender
a pensar. Aprender razonando. La razón piensa de dos formas: mediante la lógica
y mediante la analogía; la analogía trabajó con las metáforas didácticas; ahora
se trataba de manejar la lógica: de aprender sus caminos, sus trucos, sus recovecos,
de dominarla, de adueñarse de ella. Juan lo hizo en Fresneda, en Chañe, en
Baba. Lo remató después con el laberinto del minotauro. La razón es un hilo que
nos enseña el camino para salir del laberinto, y la vida es un viaje que está
lleno de laberintos. Aprendieron los razonamientos, las falacias, la forma de
darles validez a los pensamientos, aprendieron a ir de lo general a lo
particular y de lo particular a lo general, en un vaivén constante entre los
principios y los ejemplos. Aprender a pensar era estar armado para enfrentarse
con las paradojas.
Porque
la vida estaba poblada de aprendizajes paradójicos. De valores incompatibles,
antitéticos. La ley te dice que hay que aprender a cooperar (y te inculcan
hasta la saciedad que más vale el aprendizaje cooperativo que el competitivo);
y resulta que estás estudiando para competir, pues la selectividad no es más
que una competición y las oposiciones un combate en el que te impones a costa
de dejar a los demás fuera de juego. Te dicen que buscan el pleno desarrollo de
tu personalidad, y te preparan para trabajar, que es justamente lo contrario:
el trabajo al servicio de la persona, o la persona al servicio del trabajo;
trabajar para vivir, o vivir para trabajar. Descubres que la vida está llena de
contradicciones. Y que la contradicción es la esencia del existir. Hasta que
aceptas que, lejos de obsesionarte con resolver las paradojas, debes aceptarlas
como tensiones inherentes a la vida; que vivir es, a la postre, buscar salida
entre los callejones sin salida.
Ése
había sido el resumen de sus ocho años de maestro. Desde que llegó a San
Rafael, pasando por Cuéllar, Aranda, Santa María; y por Baba. Aprender
dibujando, entendiendo, sintiendo con el cuerpo, trabajando: era el mundo de
las metáforas didácticas. Aprender sintiendo con el alma, desmitificando,
viviendo, ése era el mundo del ejemplo. La metáfora reina en el mundo de la
ciencia. El ejemplo reina en el mundo de la ética. Son como dos brazos
articulados en torno a un eje central: aprender razonando. La metáfora nos
enseña a pensar, el ejemplo nos enseña a vivir: y hay que aprender a pensar
para saber vivir. Como la vida es pura paradoja, al final nos estamos
preparando para el aprendizaje paradójico: que es lo que tendremos que hacer
solos cuando ya nos hayamos ido de la escuela; cuando ya no tengamos la ayuda
del maestro.
Las
ideas fluían en la mente de Juan Luis. Fluían con el ímpetu juvenil de los
torrentes, de los recuerdos. Todavía le quedaban muchas cosas por aprender:
tenía por delante muchos años como maestro. Su corazón alimentaba la cabeza,
que le daba sustento; la llenaba de savia, le insuflaba la vida, la alegría, el
desorden, pero el equilibrio: abajo dormían las tripas; como una amenaza
latente, había que conseguir que su pálpito no se rebelara contra el corazón;
al unísono de él, su impulso primario nutría los estratos salvajes de la savia,
y era también fuente de vida; pero en discordia con el corazón podía estallar y
destruirse, y el torrente ahogaría el valle, y se adueñaría de la cabeza para
guiarla sin remisión por la desmesura, el desconcierto.
Él
era maestro. Tenía que combatir el mal, que era la subversión de la parte
contra el todo. Enseñar para educar, poner la cabeza al servicio del corazón, y
el corazón al servicio de las tripas: y viceversa. Educar para la paz, que la
lucha es odisea por el ser, en la existencia; y el bien es entonces el
desarrollo de nuestras fuerzas: de todas las fuerzas de nuestro ser, empezando
por las tripas. Si las fuerzas del corazón ahogan a las tripas, ahogaremos
nuestra naturaleza en la cultura. Y si son las tripas las que ahogan al
corazón, viviremos en un mundo salvaje y despiadado: viviremos para morir. Pero
educar es despertar la alegría que subyace tras de los goces: y enseñar es, a
la postre, educar para la vida.
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