PARA PROGRAMAR
LA CLASE DE ÉTICA
1. El método de los
cuatro pasos.
Juan Luis
había optado por la solidaridad: desde la lucha, pero no desde la lucha
salvaje. No sabía cómo, pero tenía que lograr que sus alumnos entraran en
conflicto cognitivo. Eso requería una relación pedagógica especial con el
alumno: por un lado, el profesor debía crearle problemas; por otro, debía
ayudarle a resolverlos. Había alumnos que detestaban que se les sacara de su
ignorancia, arrojándolos a la inquietud y obligándoles a pensar. Pero otros lo
agradecían porque la crítica de lo acostumbrado había ensanchado sus
horizontes. La tarea del educador, en esta delicada tesitura, se cifraba en
cuatro objetivos: conocer cosas, criticarlas, respetar la crítica de los otros
y elegir en libertad.
Conocer
es comprender, asimilar lo nuevo, encajarlo en nuestros viejos esquemas. Pero
captar los conceptos y las ideas de cada tema requiere esfuerzo: estudio; éste
es el valor que prima en esta primera fase de la educación. Juan Luis sabía que
había un valor, previo, todavía más importante: la curiosidad; el interés, que
no tiene que ser movido siempre por necesidades inmediatas; la capacidad de
sorprenderse (en un mundo en el que casi nadie se sorprende ya por nada). Había
que ser sensibles al asombro, como nos enseñaba Aristóteles: la sorpresa es la
alegría de la vida.
La
crítica se encarga de ir desinflando las sorpresas. La libertad que se
manifiesta en el conocimiento desaparece en el momento de criticar lo que
conocemos; porque entonces todo se hacer previsible, lógico, evidente. La
crítica le da seguridad a la vida, despojándola de encanto al mismo tiempo.
Inversamente,
el
respeto suena a sujeción y la elección evoca libertad. Respetar a los
demás, y las ideas de los demás, y las decisiones de los demás, es como un
mandato que se impone a nosotros. Tenemos la obligación de respetarnos, aunque
no nos guste. Lo que pasa es que si hemos aprendido a criticarnos, porque lo
primero que hay que criticar son nuestros propios conocimientos: entonces no
nos costará respetar las ideas ajenas; hasta nos resultará placentero; la única
condición que pondremos para respetar una idea es que ésta haya sido criticada
también por quien la tiene.
Las
decisiones surgen entonces mansamente, como una epifanía de la
libertad. Elegir es empezar a ser libre. No es preferir, sino criticar nuestras
preferencias. Criticarlas encarnándolas en nosotros mismos como opciones de
vida. Las preferencias pueden ser cosa del placer, incluido el placer estético.
Pero las elecciones nos llevan por el terreno de la ética, hacia la libertad.
Selectivamente, nuestras costumbres forman el carácter. Lo forman desde el
conocimiento crítico y las preferencias personales, criticadas también como los
caminos de la moral. Y en eso estriba nuestra autonomía.
Cuatro
pasos aparentemente sencillos, pero habían necesitado una gestación de muchas
hojas emborronadas y muchas ideas destruidas. Creía que tenía las cosas más o
menos claras, y ahora les daría una nueva vuelta de tuerca en su incesante
experimentación educativa. Aprendiendo, como se decía, a partir de la práctica
docente...
Pero sonó
el timbre y lo desbarató todo. De hecho, su mente estaba cansada. Y tenía
hambre. El timbre le vino a recordar lo que había sido ahogado en el
subconsciente. Que tenía las tripas bailándole. Empezó a guardar las cosas,
pero su mirada se detuvo en el calendario de septiembre entregado por la
jefatura de estudios. Del 1 al 9 se habían hecho los exámenes, se había
evaluado a los alumnos y se había dado tiempo para atender las reclamaciones.
Ahora, hasta fin de mes, había que hacer las programaciones. Salvo un claustro
y una comisión pedagógica, tendría todo el tiempo del mundo para organizar las
clases. Tenía que ponerlo todo sobre el papel. Había que entregarlo a la
inspección, pero ahora tenía hambre; y por eso recogió sus papeles, los metió
en la cartera, salió mordisqueando una manzana y se subió al coche. Tres
cuartos de hora lo separaban de su casa. De su mujer, a la que tanto quería, y
de aquella chiquilla adorable que le alegraba tanto. En su vida (quién sabe si
lo conseguiría para sus alumnos) el amor y la alegría habían hecho de lo
previsible una continua sorpresa.
2. Los nueve
mandamientos del alumno.
Al día
siguiente volvió al instituto. Mientras atravesaba lomas, campos, bosques,
valles y vegas, su mente seguía pensando sin parar. El coche huía con el
paisaje, y parecía una mancha fugitiva en el rayo de luz que se colaba por la
mañana. Llegó al pinar, y un ejército de troncos comenzó a desfilar por la
ventanilla. Las ideas bullían en su cabeza. Conocer, criticar, respetar,
elegir. Se acordó de una técnica publicitaria conocida como modelo A.I.D.A.:
atención,
interés, deseo, adquisición. Los carteles debían llamar la atención del
caminante, con imágenes que fuesen capaces de funcionar como auténticas
imágenes pesca-miradas. Una vez atraída la atención del caminante, había que
despertar su interés; tras lo cual había que apañárselas para provocar el
deseo, y finalmente lograr la adquisición. La atención y el interés no son más
que la curiosidad, que si es fuerte y justificada dan lugar al asombro. La
adquisición, la compra, viene al final. Entre la curiosidad y la compra están
la crítica, el respeto, la libertad: tres cosas que las campañas publicitarias
no quieren despertar en el público; tres cosas que, por el contrario, es misión
de la escuela desarrollar. Juan Luis lo tenía muy claro. El conocimiento viene
de la curiosidad armada con el esfuerzo, pero la publicidad quiere curiosidad que
no sea esforzada: para la publicidad todo ha de ser fácil; para la escuela, en
cambio, las cosas tienen que resultar difíciles: he ahí la gran diferencia.
La escuela debía ocuparse de
desarrollar el espíritu crítico, el respeto, la libertad y la responsabilidad:
justo lo que a la publicidad le
conviene que esté dormido. Imaginemos a un vendedor a domicilio: lo primero que
quiere conseguir es que le escuchemos, y para eso todo serán facilidades; hasta
empieza dando regalos al futuro cliente. Después, le muestra lo que le quiere
vender; quiere que el cliente lo conozca y, procurando evitar las críticas,
manteniendo dormida la conciencia del cliente (anulando su libertad), quiere
que el cliente se lo compre. Lo mismo hacen los predicadores y charlatanes.
El alumno
es, ante todo, una fuente de deseos. Una máquina de placer. Manantial sediento
de sensaciones nuevas, es misión del profesor sembrar en él la conciencia: el
deseo de conocer, de entender, de criticar, para que cuando tome sus decisiones
lo haga sabiéndose libre. Y eso es harto difícil de conseguir.
En
bachillerato la tarea era más sencilla: sólo hacía falta que el alumno
aprendiese con curiosidad y espíritu crítico; debía aprender a conocer cosas y
aprender a hacerlas. Aprender cosas. ¿Qué cosas? Hechos, conceptos y
principios. Los profesores hablaban siempre de conceptos. Juan Luis prefería
hablar de hechos. Con frecuencia la escuela ni siquiera enseñaba conceptos, tan
sólo nombres. Se memorizaban los nombres de los músculos y los huesos, sin comprender
por qué ambos sistemas constituían el aparato locomotor. Y como además de
aprender a conocer cosas también se aprendía a hacerlas, había que enseñar a
manejar métodos, técnicas, estrategias. Comentar textos, hacer definiciones,
diseñar mapas conceptuales, argumentar en los debates, hacer ensayos
filosóficos, hablar en público. Todo eso lo hacían en bachillerato, si bien en
el último curso, por necesidades de la selectividad, se trabajaba sólo el
comentario. Aunque Juan Luis entendía que un buen comentario no era más que
definiciones y mapas conceptuales juntos.
La
educación es lo que le da al alumno todos los recursos necesarios entre
la tentación y el pecado; entre la curiosidad y la compra: o sea, la
conciencia. Nos tientan de manera subliminal, atándonos al
inconsciente. Y nos hacen comprar sin que tampoco nos enteremos mucho de lo que
compramos. Si la sociedad quiere hacer de nosotros ciudadanos inconscientes, la
educación debe consistir sobre todo en el despertar de la conciencia.
Despertar
al dormido. Mediante la crítica respetuosa. Mediante el ejercicio de la
libertad responsable. ¿Sobre qué contenidos deben aplicarse esas capacidades?
Sobre hechos. Sobre procedimientos. Sobre actitudes. Había que conocer los
valores de las distintas sociedades de la historia, y muchos valores
alternativos también. Había que conocer las leyes vigentes en las distintas épocas, y por
supuesto la nuestra. Y había que criticarlas respetuosamente para tomar
decisiones libres y responsables en vista de ellas. Este bloque actitudinal era
el que marcaba la diferencia entre la enseñanza obligatoria y el bachillerato.
Y por supuesto, la ética. Por eso la programación de 4º era más difícil y
delicada. Juan Luis había sintetizado esos contenidos en los nueve mandamientos
del alumno.
El
primero, conocerse.
El
segundo, situarse.
El
tercero, esforzarse.
El
cuarto, apiadarse.
El
quinto, dialogar.
El sexto,
relacionarse.
El
séptimo, compartir.
El
octavo, amarse.
Y el
noveno, cuidar del mundo.
Los tres
primeros mandamientos se refieren al yo: de ahí la necesidad de cuidarse. Los
restantes, volcados en la circunstancia, se escinden en dos grupos: el cuidado
de los demás, en los cinco mandamientos siguientes; y el cuidado del ambiente,
contenido en el último. Por eso estos nueve mandamientos se resumen en tres;
cuídate, cuida a los demás y cuida el mundo en el que vives. Y como cuidar es
lo mismo que respetar, también se resumen en uno: respeto. El respeto atraviesa
hasta la médula todos y cada uno de estos nueve mandamientos.
Juan Luis
había adaptado en estos imperativos las necesidades fundamentales de
convivencia de cualquier instituto. Algunos no los había desarrollado todavía,
otros lo estaban mucho más: sobre todo los que se concretaban en conductas, más
o menos observables y controlables; o sea, los que se referían al estar. Los
que se referían al ser, aunque imposibles de evaluar, eran seguramente los más
importantes. Para él la ética no se ocupaba sólo de saber
estar, sino sobre todo de saber ser. Saber estar bien en un
sitio (educación entendida como cortesía y buenas maneras) era inseparable del
bienestar: saber estar bien consigo mismo, y con el entorno; para poder ser
capaz de sentir las máximas satisfacciones.
Así que,
por aquel año, Juan Luis completó hasta donde pudo en su programación.
Primer
mandamiento: conócete a ti mismo. Goleman lo había desarrollado a su manera
en su teoría de la inteligencia emocional. Para Juan Luis se trataba de
conocerse y aceptarse como se es; autoestima apoyada en autoconcepto. Hay que
quererse, y para eso es preciso aceptarse como se es: no como se está; hay
formas de estar en el mundo que no son aceptables.
Segundo
mandamiento: búscate y disfruta. Hace referencia al estar, buscando encaje
en la sociedad. Se trata, sí, de adaptarse, pero no de dejarse engullir;
adaptarse al mundo procurando salvarlo, no aceptándolo pasivamente. Piaget dijo
algo parecido a lo de Ortega: adaptación, pero también adecuación. Adaptarse a
la sociedad sin dejarse fagocitar por ella. El placer, el gusto, la felicidad,
eran los objetivos; esos eran los principales valores. Juan Luis los había
desglosado en otros mandamientos secundarios:
Busca qué
puedes hacer y consíguelo.
Busca
cómo debieras ser y conviértete en ello.
Busca
cómo te puedes divertir: diviértete y goza. Aprende a criticar tus diversiones;
no dejes que otros elijan por ti. Educa el futuro.
Vive y
deja vivir.
Tercer
mandamiento: esfuérzate hoy para alegrarte mañana, que la libertad sin
esfuerzo es pobreza. La pobreza es un pecado capital que nos disminuye. No te
abandones: cuídate. Varios son los ámbitos en los que hay que hacer gala de
este espíritu de sacrificio. Para edificar las buenas costumbres. Estos son los
más importantes:
Puntualidad:
no cojas el hábito de llegar tarde.
Aseo:
lávate las manos después de comer; lávate también los dientes. Y ten cuidado
con los olores: si no te molestan a ti, pueden molestar a otros. Dúchate
también después de hacer esfuerzos y deporte, eso te relajará.
Salud:
debes ir una vez al año al dentista y al oculista. Y no te juegues el futuro:
ante la ignorancia o la duda, acude a un centro de planificación familiar. Bebe
con moderación y no utilices sustancias tóxicas, por mucho placer que te den.
Procura no fumar. Y si bebes, no conduzcas. Diviértete con la música, pero ten
cuidado con los ruidos.
Trabajo:
no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Esfuérzate por conseguir estas
tres cosas: atención, concentración y autoestima. Aprende a leer correctamente.
Estudia y haz las tareas en clase y en casa. Utiliza todas las técnicas de
estudio que conozcas, y organízate para estudiar. Intenta hacer las cosas bien.
Atrévete
a ser libre. Toma tus propias decisiones. Pero no te olvides de que no hay
libertad sin responsabilidad.
Cuarto
mandamiento: si quieres tener amigos, piensa en los demás. Ponte en su
lugar, intenta adivinar lo que quieren y piensan. Y respeta a los demás como a
ti te gustaría que te respetaran.
Quinto
mandamiento. Escucha antes de hablar.
Sexto
mandamiento: aprende a relacionarte. Para ser feliz son necesarias las
habilidades sociales.
Séptimo
mandamiento: lo que no quieras para ti no lo quieras para otro.
Concretamente, no hay que molestar en clase con la voz ni con palabras, gestos
o ademanes; porque molesta lo que, al tiempo que ofende, no nos deja trabajar.
Octavo
mandamiento: busca para otros lo que busques para ti. Es el mandamiento
anterior puesto en positivo; con lo que, en lugar de aludir al respeto, pregona
la solidaridad: es el amor.
Noveno
mandamiento: cuida el sitio donde estás. No comas en clase, porque pueden
caer al suelo migas, grasas y papeles. Tampoco tires cosas por el suelo. No
estropees las mesas ni las sillas, porque se estropean pintando en ellas. Has
de saber que si quieres cuidarte tú, debes cuidar de la naturaleza.
Juan Luis
se había atrevido incluso a apuntar algunos criterios de evaluación
partiendo del respeto a estos mandamientos. El más nutrido era, cómo no, el
tercero; a su amparo había apuntado los siguientes criterios:
Faltas
sin justificar. Retrasos injustificados.
Esfuerzo.
Había que prestar atención a tres parámetros: el esfuerzo invertido en la
tarea, el esfuerzo requerido por la tarea (dificultad); y la tarea sin hacer.
Participación
(especialmente en los comentarios).
Atención;
falta de atención.
Rendimiento
lector (velocidad y comprensión lectoras; lectura deficiente).
Orden.
(Claridad en la presentación de las ideas. Epígrafes. Sistematización. Respeto
por las pautas dadas).
Conocimientos
adquiridos, en una doble vertiente; la calidad en el trabajo hecho, y la
excelencia en el trabajo.
Claridad
en la exposición oral.
Faltas de
ortografía.
Poca
limpieza en la presentación del trabajo.
En el
sexto, hay que considerar el orden en la realización de trabajos colectivos.
Contra
el séptimo pecan: la ruptura de la concentración de los demás en clase
(por distracción o alboroto); el alboroto en la realización de trabajos
colectivos; y la impertinencia y la falta de respeto.
Contra
el noveno mandamiento, en fin, peca el hábito de comer en clase, que
había que castigar.
Toda esta
tabla de contenidos era un esfuerzo titánico de Juan Luis por sintetizar, en un
sencillo cuadro, las recomendaciones del proyecto educativo y del proyecto
curricular, con las aportaciones propias de su cosecha.
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