sábado, 6 de septiembre de 2014

Para programar la clase de ética.







PARA PROGRAMAR LA CLASE DE ÉTICA


 1. El método de los cuatro pasos.
             
            Juan Luis había optado por la solidaridad: desde la lucha, pero no desde la lucha salvaje. No sabía cómo, pero tenía que lograr que sus alumnos entraran en conflicto cognitivo. Eso requería una relación pedagógica especial con el alumno: por un lado, el profesor debía crearle problemas; por otro, debía ayudarle a resolverlos. Había alumnos que detestaban que se les sacara de su ignorancia, arrojándolos a la inquietud y obligándoles a pensar. Pero otros lo agradecían porque la crítica de lo acostumbrado había ensanchado sus horizontes. La tarea del educador, en esta delicada tesitura, se cifraba en cuatro objetivos: conocer cosas, criticarlas, respetar la crítica de los otros y elegir en libertad.
            Conocer es comprender, asimilar lo nuevo, encajarlo en nuestros viejos esquemas. Pero captar los conceptos y las ideas de cada tema requiere esfuerzo: estudio; éste es el valor que prima en esta primera fase de la educación. Juan Luis sabía que había un valor, previo, todavía más importante: la curiosidad; el interés, que no tiene que ser movido siempre por necesidades inmediatas; la capacidad de sorprenderse (en un mundo en el que casi nadie se sorprende ya por nada). Había que ser sensibles al asombro, como nos enseñaba Aristóteles: la sorpresa es la alegría de la vida.
            La crítica se encarga de ir desinflando las sorpresas. La libertad que se manifiesta en el conocimiento desaparece en el momento de criticar lo que conocemos; porque entonces todo se hacer previsible, lógico, evidente. La crítica le da seguridad a la vida, despojándola de encanto al mismo tiempo.  
            Inversamente, el respeto suena a sujeción y la elección evoca libertad. Respetar a los demás, y las ideas de los demás, y las decisiones de los demás, es como un mandato que se impone a nosotros. Tenemos la obligación de respetarnos, aunque no nos guste. Lo que pasa es que si hemos aprendido a criticarnos, porque lo primero que hay que criticar son nuestros propios conocimientos: entonces no nos costará respetar las ideas ajenas; hasta nos resultará placentero; la única condición que pondremos para respetar una idea es que ésta haya sido criticada también por quien la tiene.
            Las decisiones surgen entonces mansamente, como una epifanía de la libertad. Elegir es empezar a ser libre. No es preferir, sino criticar nuestras preferencias. Criticarlas encarnándolas en nosotros mismos como opciones de vida. Las preferencias pueden ser cosa del placer, incluido el placer estético. Pero las elecciones nos llevan por el terreno de la ética, hacia la libertad. Selectivamente, nuestras costumbres forman el carácter. Lo forman desde el conocimiento crítico y las preferencias personales, criticadas también como los caminos de la moral. Y en eso estriba nuestra autonomía.
            Cuatro pasos aparentemente sencillos, pero habían necesitado una gestación de muchas hojas emborronadas y muchas ideas destruidas. Creía que tenía las cosas más o menos claras, y ahora les daría una nueva vuelta de tuerca en su incesante experimentación educativa. Aprendiendo, como se decía, a partir de la práctica docente...
            Pero sonó el timbre y lo desbarató todo. De hecho, su mente estaba cansada. Y tenía hambre. El timbre le vino a recordar lo que había sido ahogado en el subconsciente. Que tenía las tripas bailándole. Empezó a guardar las cosas, pero su mirada se detuvo en el calendario de septiembre entregado por la jefatura de estudios. Del 1 al 9 se habían hecho los exámenes, se había evaluado a los alumnos y se había dado tiempo para atender las reclamaciones. Ahora, hasta fin de mes, había que hacer las programaciones. Salvo un claustro y una comisión pedagógica, tendría todo el tiempo del mundo para organizar las clases. Tenía que ponerlo todo sobre el papel. Había que entregarlo a la inspección, pero ahora tenía hambre; y por eso recogió sus papeles, los metió en la cartera, salió mordisqueando una manzana y se subió al coche. Tres cuartos de hora lo separaban de su casa. De su mujer, a la que tanto quería, y de aquella chiquilla adorable que le alegraba tanto. En su vida (quién sabe si lo conseguiría para sus alumnos) el amor y la alegría habían hecho de lo previsible una continua sorpresa.


2. Los nueve mandamientos del alumno.

            Al día siguiente volvió al instituto. Mientras atravesaba lomas, campos, bosques, valles y vegas, su mente seguía pensando sin parar. El coche huía con el paisaje, y parecía una mancha fugitiva en el rayo de luz que se colaba por la mañana. Llegó al pinar, y un ejército de troncos comenzó a desfilar por la ventanilla. Las ideas bullían en su cabeza. Conocer, criticar, respetar, elegir. Se acordó de una técnica publicitaria conocida como modelo A.I.D.A.: atención, interés, deseo, adquisición. Los carteles debían llamar la atención del caminante, con imágenes que fuesen capaces de funcionar como auténticas imágenes pesca-miradas. Una vez atraída la atención del caminante, había que despertar su interés; tras lo cual había que apañárselas para provocar el deseo, y finalmente lograr la adquisición. La atención y el interés no son más que la curiosidad, que si es fuerte y justificada dan lugar al asombro. La adquisición, la compra, viene al final. Entre la curiosidad y la compra están la crítica, el respeto, la libertad: tres cosas que las campañas publicitarias no quieren despertar en el público; tres cosas que, por el contrario, es misión de la escuela desarrollar. Juan Luis lo tenía muy claro. El conocimiento viene de la curiosidad armada con el esfuerzo, pero la publicidad quiere curiosidad que no sea esforzada: para la publicidad todo ha de ser fácil; para la escuela, en cambio, las cosas tienen que resultar difíciles: he ahí la gran diferencia.
            La escuela debía ocuparse de desarrollar el espíritu crítico, el respeto, la libertad y la responsabilidad: justo lo que a la publicidad le conviene que esté dormido. Imaginemos a un vendedor a domicilio: lo primero que quiere conseguir es que le escuchemos, y para eso todo serán facilidades; hasta empieza dando regalos al futuro cliente. Después, le muestra lo que le quiere vender; quiere que el cliente lo conozca y, procurando evitar las críticas, manteniendo dormida la conciencia del cliente (anulando su libertad), quiere que el cliente se lo compre. Lo mismo hacen los predicadores y charlatanes.
            El alumno es, ante todo, una fuente de deseos. Una máquina de placer. Manantial sediento de sensaciones nuevas, es misión del profesor sembrar en él la conciencia: el deseo de conocer, de entender, de criticar, para que cuando tome sus decisiones lo haga sabiéndose libre. Y eso es harto difícil de conseguir.
            En bachillerato la tarea era más sencilla: sólo hacía falta que el alumno aprendiese con curiosidad y espíritu crítico; debía aprender a conocer cosas y aprender a hacerlas. Aprender cosas. ¿Qué cosas? Hechos, conceptos y principios. Los profesores hablaban siempre de conceptos. Juan Luis prefería hablar de hechos. Con frecuencia la escuela ni siquiera enseñaba conceptos, tan sólo nombres. Se memorizaban los nombres de los músculos y los huesos, sin comprender por qué ambos sistemas constituían el aparato locomotor. Y como además de aprender a conocer cosas también se aprendía a hacerlas, había que enseñar a manejar métodos, técnicas, estrategias. Comentar textos, hacer definiciones, diseñar mapas conceptuales, argumentar en los debates, hacer ensayos filosóficos, hablar en público. Todo eso lo hacían en bachillerato, si bien en el último curso, por necesidades de la selectividad, se trabajaba sólo el comentario. Aunque Juan Luis entendía que un buen comentario no era más que definiciones y mapas conceptuales juntos.
            La educación es lo que le da al alumno todos los recursos necesarios entre la tentación y el pecado; entre la curiosidad y la compra: o sea, la conciencia. Nos tientan de manera subliminal, atándonos al inconsciente. Y nos hacen comprar sin que tampoco nos enteremos mucho de lo que compramos. Si la sociedad quiere hacer de nosotros ciudadanos inconscientes, la educación debe consistir sobre todo en el despertar de la conciencia.
            Despertar al dormido. Mediante la crítica respetuosa. Mediante el ejercicio de la libertad responsable. ¿Sobre qué contenidos deben aplicarse esas capacidades? Sobre hechos. Sobre procedimientos. Sobre actitudes. Había que conocer los valores de las distintas sociedades de la historia, y muchos valores alternativos también. Había que conocer las leyes  vigentes en las distintas épocas, y por supuesto la nuestra. Y había que criticarlas respetuosamente para tomar decisiones libres y responsables en vista de ellas. Este bloque actitudinal era el que marcaba la diferencia entre la enseñanza obligatoria y el bachillerato. Y por supuesto, la ética. Por eso la programación de 4º era más difícil y delicada. Juan Luis había sintetizado esos contenidos en los nueve mandamientos del alumno.
            El primero, conocerse.
            El segundo, situarse.
            El tercero, esforzarse.
            El cuarto, apiadarse.
            El quinto, dialogar.
            El sexto, relacionarse.
            El séptimo, compartir.
            El octavo, amarse.
            Y el noveno, cuidar del mundo.
            Los tres primeros mandamientos se refieren al yo: de ahí la necesidad de cuidarse. Los restantes, volcados en la circunstancia, se escinden en dos grupos: el cuidado de los demás, en los cinco mandamientos siguientes; y el cuidado del ambiente, contenido en el último. Por eso estos nueve mandamientos se resumen en tres; cuídate, cuida a los demás y cuida el mundo en el que vives. Y como cuidar es lo mismo que respetar, también se resumen en uno: respeto. El respeto atraviesa hasta la médula todos y cada uno de estos nueve mandamientos.
            Juan Luis había adaptado en estos imperativos las necesidades fundamentales de convivencia de cualquier instituto. Algunos no los había desarrollado todavía, otros lo estaban mucho más: sobre todo los que se concretaban en conductas, más o menos observables y controlables; o sea, los que se referían al estar. Los que se referían al ser, aunque imposibles de evaluar, eran seguramente los más importantes. Para él la ética no se ocupaba sólo de saber estar, sino sobre todo de saber ser. Saber estar bien en un sitio (educación entendida como cortesía y buenas maneras) era inseparable del bienestar: saber estar bien consigo mismo, y con el entorno; para poder ser capaz de sentir las máximas satisfacciones.
            Así que, por aquel año, Juan Luis completó hasta donde pudo en su programación.
            Primer mandamiento: conócete a ti mismo. Goleman lo había desarrollado a su manera en su teoría de la inteligencia emocional. Para Juan Luis se trataba de conocerse y aceptarse como se es; autoestima apoyada en autoconcepto. Hay que quererse, y para eso es preciso aceptarse como se es: no como se está; hay formas de estar en el mundo que no son aceptables.
            Segundo mandamiento: búscate y disfruta. Hace referencia al estar, buscando encaje en la sociedad. Se trata, sí, de adaptarse, pero no de dejarse engullir; adaptarse al mundo procurando salvarlo, no aceptándolo pasivamente. Piaget dijo algo parecido a lo de Ortega: adaptación, pero también adecuación. Adaptarse a la sociedad sin dejarse fagocitar por ella. El placer, el gusto, la felicidad, eran los objetivos; esos eran los principales valores. Juan Luis los había desglosado en otros mandamientos secundarios:
            Busca qué puedes hacer y consíguelo.
            Busca cómo debieras ser y conviértete en ello.
            Busca cómo te puedes divertir: diviértete y goza. Aprende a criticar tus diversiones; no dejes que otros elijan por ti. Educa el futuro.
            Vive y deja vivir.
            Tercer mandamiento: esfuérzate hoy para alegrarte mañana, que la libertad sin esfuerzo es pobreza. La pobreza es un pecado capital que nos disminuye. No te abandones: cuídate. Varios son los ámbitos en los que hay que hacer gala de este espíritu de sacrificio. Para edificar las buenas costumbres. Estos son los más importantes:
            Puntualidad: no cojas el hábito de llegar tarde.
            Aseo: lávate las manos después de comer; lávate también los dientes. Y ten cuidado con los olores: si no te molestan a ti, pueden molestar a otros. Dúchate también después de hacer esfuerzos y deporte, eso te relajará.
            Salud: debes ir una vez al año al dentista y al oculista. Y no te juegues el futuro: ante la ignorancia o la duda, acude a un centro de planificación familiar. Bebe con moderación y no utilices sustancias tóxicas, por mucho placer que te den. Procura no fumar. Y si bebes, no conduzcas. Diviértete con la música, pero ten cuidado con los ruidos.
            Trabajo: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Esfuérzate por conseguir estas tres cosas: atención, concentración y autoestima. Aprende a leer correctamente. Estudia y haz las tareas en clase y en casa. Utiliza todas las técnicas de estudio que conozcas, y organízate para estudiar. Intenta hacer las cosas bien.
            Atrévete a ser libre. Toma tus propias decisiones. Pero no te olvides de que no hay libertad sin responsabilidad.
            Cuarto mandamiento: si quieres tener amigos, piensa en los demás. Ponte en su lugar, intenta adivinar lo que quieren y piensan. Y respeta a los demás como a ti te gustaría que te respetaran.
            Quinto mandamiento. Escucha antes de hablar.
            Sexto mandamiento: aprende a relacionarte. Para ser feliz son necesarias las habilidades sociales.
            Séptimo mandamiento: lo que no quieras para ti no lo quieras para otro. Concretamente, no hay que molestar en clase con la voz ni con palabras, gestos o ademanes; porque molesta lo que, al tiempo que ofende, no nos deja trabajar.
            Octavo mandamiento: busca para otros lo que busques para ti. Es el mandamiento anterior puesto en positivo; con lo que, en lugar de aludir al respeto, pregona la solidaridad: es el amor.
            Noveno mandamiento: cuida el sitio donde estás. No comas en clase, porque pueden caer al suelo migas, grasas y papeles. Tampoco tires cosas por el suelo. No estropees las mesas ni las sillas, porque se estropean pintando en ellas. Has de saber que si quieres cuidarte tú, debes cuidar de la naturaleza.
            Juan Luis se había atrevido incluso a apuntar algunos criterios de evaluación partiendo del respeto a estos mandamientos. El más nutrido era, cómo no, el tercero; a su amparo había apuntado los siguientes criterios:
            Faltas sin justificar. Retrasos injustificados.
            Esfuerzo. Había que prestar atención a tres parámetros: el esfuerzo invertido en la tarea, el esfuerzo requerido por la tarea (dificultad); y la tarea sin hacer.
            Participación (especialmente en los comentarios).
            Atención; falta de atención.
            Rendimiento lector (velocidad y comprensión lectoras; lectura deficiente).
            Orden. (Claridad en la presentación de las ideas. Epígrafes. Sistematización. Respeto por las pautas dadas).
            Conocimientos adquiridos, en una doble vertiente; la calidad en el trabajo hecho, y la excelencia en el trabajo.
            Claridad en la exposición oral.
            Faltas de ortografía.
            Poca limpieza en la presentación del trabajo.
            En el sexto, hay que considerar el orden en la realización de trabajos colectivos.
            Contra el séptimo pecan: la ruptura de la concentración de los demás en clase (por distracción o alboroto); el alboroto en la realización de trabajos colectivos; y la impertinencia y la falta de respeto.
            Contra el noveno mandamiento, en fin, peca el hábito de comer en clase, que había que castigar.
            Toda esta tabla de contenidos era un esfuerzo titánico de Juan Luis por sintetizar, en un sencillo cuadro, las recomendaciones del proyecto educativo y del proyecto curricular, con las aportaciones propias de su cosecha.
           

No hay comentarios:

Publicar un comentario