viernes, 14 de enero de 2022

LA PRAXIS

 

 

LA PRAXIS

 


Razón y racionalidad.

 

            La razón es la facultad de descubrir unas cosas dentro de otras y de hacer demostraciones (Aristóteles); y de distinguir lo verdadero de lo falso (Descartes); en todo caso, capacidad de llegar a lo desconocido a partir de lo conocido, de conocer unas cosas a partir de otras; si los sentidos nos muestran la realidad, la razón nos la demuestra, esto es, la deduce tomando como punto de partida realidades más evidentes y conexiones con otras realidades ya demostradas; así, la razón permite ver con el ojo del alma lo que no hemos podido ver con los ojos del cuerpo (Platón).

            La racionalidad es el uso que hacemos de la razón. La racionalidad teórica la usa para conocer el mundo; la racionalidad práctica, para cambiarlo. Podemos cambiar las cosas de dos maneras: o bien cambiando el mundo (poiesis) o bien cambiándonos a nosotros dentro del mundo (praxis); las formas que usamos para hacer cambios reciben el nombre de techné; así, frente a la razón contemplativa (theoréin) se levantan la técnica y el arte (techné y poiesis, respectivamente); pero también la ética, la política y el deporte (techné).

            No hay que confundir la actividad con la reflexión sobre la actividad; así, no es lo mismo el arte que la filosofía del arte (a la que llamamos estética); la política que la filosofía de la política; el deporte que la filosofía del deporte; la moral que la ética (la ética sería algo así como la filosofía de la moral).

 

Techné, poiesis y praxis.

 

            Ya hemos visto que la filosofía teórica puede ser racionalista o empirista, si miramos (gnoseología, epistemología) las formas que tenemos del conocer; y si nos fijamos en la naturaleza del mundo (metafísica), la filosofía puede ser platónica, realista o nominalista. La ética también puede ser racionalista o empirista: en el primer caso conocemos las normas por la razón; en el segundo, por el sentimiento; el intelectualismo moral (Sócrates como precursor de los estoicos) se enfrenta así al emotivismo moral (Hume). Destaquemos que el control racional de la moral, tal y como lo plantean los estoicos, se acerca a la ética socrática apartándose de su metafísica (pues Sócrates, entroncando con Anaxágoras, se fijaba en el espíritu mientras que los estoicos, desde la estela de Heráclito, eran más bien materialistas; de un materialismo de tipo nominalista).

            Poiesis es el arte de la producción. Designa el arte del alfarero, del carpintero o del herrero y no solamente el arte del poeta. En los primeros casos hay que tomar la palabra “arte” como sinónimo de “técnica” (y así, hablamos de las técnicas amatorias; lo mismo sucede con el arte del alfarero o el arte de la guerra). Pero el arte el pintor y del poeta contienen, aparte del dominio de una técnica (techné), también una actividad inspirada, una búsqueda de la belleza; la belleza es más que una sensación agradable.

            El pintor debe conocer la técnica de la proporción, del claroscuro, de la perspectiva. El poeta conocerá la técnica de la versificación y la métrica, el juego de las palabras y las figuras de estilo. Pero no basta saber manejar las rimas: además, hay que estar inspirado; sin inspiración la métrica es algo mecánico, sin alma, y las rimas sólo son ripios. 



            Pero la poética, o arte de escribir, no es lo mismo que la estética, que es la reflexión filosófica sobre la poética (y de modo general, sobre el arte). El arte se ocupa de construir belleza y la estética se interesa por saber en qué consiste la belleza; y para qué buscamos los objetos bellos. Así, no es lo mismo el artista que el filósofo. El filósofo reflexiona sobre la actividad del artista, de modo que todo filósofo preocupado por la estética debe preocuparse por los entresijos del arte, pero no todo artista debe hacer filosofía.

            Examinemos un ejemplo para darnos cuenta. Podemos preguntarnos: ¿tiene la estética un componente moral? Aristóteles afirmaba que sí (de ahí la utilidad de la catarsis), pero no nos aclaraba por qué; por lo menos, no nos lo aclaraba suficientemente; su poética es más una poética que una estética, una técnica teatral mucho más que una reflexión sobre el teatro. Admitamos que tenemos el deber de educarnos: ¿debe formar parte la estética de nuestra educación? El filósofo, para reflexionar, procedería, por ejemplo, de la siguiente manera:

 

Estética

 

El ser humano siente una atracción natural por la belleza.

 

Si alguien no disfruta con lo bello no es humano.

A veces el deseo de buscar la belleza está dormido.

Se despierta con la educación.

La educación de la belleza es ver cómo disfrutan de la belleza los demás y eliminar las trabas que nos impiden a  nosotros sentir lo mismo.

 

La educación en la belleza nos ayuda a humanizarnos.

Los objetos bellos pueden ser naturales o artificiales.

A los objetos artificiales que producen belleza los llamamos arte.

 

La belleza artificial es artística.

Al estudio de la atracción que produce la belleza en nosotros lo llamamos estética.

 

La estética se ocupa del arte y de la belleza natural.

La belleza produce admiración en nosotros.

Admiramos aquello que queremos imitar: la bondad, el valor o la belleza.

La imitación de la bondad y del coraje son formas éticas de admiración.

El deseo de buscar la belleza es admiración estética.

La belleza atrae o no atrae.

Si no nos atrae, no conocemos la admiración estética; no la sentimos.

Pero entonces nos faltaría una parte de nuestra humanidad.

Y sin embargo somos seres humanos.

 

Pues entonces nuestro sentimiento de placer estético está dormido.

Y tenemos la obligación de ser lo que somos, o sea de desarrollar nuestras capacidades, nuestra humanidad, y entre ellas, la de disfrutar con la belleza.

 

Por lo tanto tenemos el deber y el derecho de recibir una educación estética. De cultivar el buen gusto.

 


Praxis.

 

            Vayamos ahora a la ética. La ética es el arte de ser mejores. Uno puede ser mejor desarrollando una actividad o siendo buena persona: lo primero conduce a ser buenos en algo (un buen atleta, un buen escritor, un buen alfarero); y lo segundo, a ser buenos a secas (es decir, buenas personas). La ética se interesa por conocer el bien y el mal esenciales, independientemente de su utilidad.

            Ahora bien, si por ser buenos entendemos hacer lo que la sociedad nos pide que hagamos, entonces el bien y el mal no los captaremos de manera autónoma, sino que nos serán impuestos; ser bueno es para la sociedad lo mismo que ser obedientes. Los antiguos incas tenían tres mandamientos básicos: no seas ladrón, no seas ocioso, no seas mentiroso; y estaban encaminados al beneficio del Estado, no a la construcción de la personalidad. El Estado necesitaba del trabajo de sus súbditos: por eso se castigaba la pereza. También necesitaba cobrar impuestos, y el súbdito que no los pagaba era como si se los robara al Estado, de ahí el rechazo al ladrón. Tampoco se admitía que nadie defraudara declarando menos recursos de los que realmente tenía, de ahí la prohibición de mentir. Pero si reflexionáramos sobre estos tres mandamientos desde el punto de vista de la construcción de la persona, ¿podrían valer? ¿Podrían servir como imperativos éticos independientemente de la vocación política con que los utilizaba el imperio? Podría ser. Entreguémonos, a título de ejemplo, a un ejercicio de fundamentación ética de los tres mandamientos incaicos.

 

Moral incaica

 

No hay que robar, mentir ni ser vagos.

 

La pereza nos quita el ánimo.

El ánimo son las ganas de vivir.

Lo contrario de la vida es la muerte.

Y quien muere no puede luchar contra el robo, la mentira y la pereza.

Por lo tanto no hay que ser vagos. No es buena la pereza.

 

Mentir es decir cosas contrarias a la verdad.

La verdad nos lleva por caminos que conducen a la meta.

La meta de la vida es la lucha.

La mentira nos extravía en el camino de la lucha.

Luchar es enfrentarse a los obstáculos para vencerlos.

El robo, la mentira y la pereza son tres obstáculos.

Si nos perdemos por el camino no conseguiremos vencerlos.

Y la mentira nos extravía: nos amenaza con no llevarnos a la meta.

No hay que mentir.

 

Robar es quitarle a alguien lo que es suyo.

Lo que es propiedad nuestra nos sirve para vivir.

Si se lo robamos amenazamos sus posibilidades de vivir.

Y la vida es necesaria para luchar.

Pero para luchar es necesario estar vivo.

Luego vivir es lo mismo que luchar.

Y por lo tanto está prohibido robar.

 


Moral cristiana.

 

            Hagamos una reflexión parecida sobre el cristianismo. Los diez mandamientos de Moisés regulan la convivencia en la sociedad patriarcal de la época: ¿tienen también valor ético? Es decir ¿sirven para construir la personalidad de manera libre y autónoma? Si exceptuamos los cuatro primeros mandamientos, que predican el amor a dios y el respeto a los padres, los diez mandamientos de la ley de dios se reducirían a cuatro que regulan nuestra convivencia: no mentir, no robar, no matar y no cometer adulterio; examinemos, a partir de ellos, lo que podría ser un razonamiento ético:  

 

No hay que mentir, robar, matar ni cometer adulterio.

 

Lo contrario de la mentira es la verdad.

La mentira es mala.

La verdad es buena.

 

Robar es privar a alguien de lo que es suyo.

Es suyo lo que ha ganado voluntariamente con su esfuerzo.

No es propiedad suya lo que, sin esfuerzo, se ha ganado.

            (Por ejemplo, en el juego. Con engaños. O con otro robo).

 

La enfermedad no es propiedad del enfermo.

Por lo tanto el médico no roba al enfermo cuando le quita su enfermedad.

 

La enfermedad es lo contrario de la salud.

La falta de salud continuada nos puede matar.

Y matar es malo porque está prohibido.

Luego la vida es buena.

Y todo lo que es bueno se tiene que respetar.

Por lo tanto hay que respetar la vida de todos.

 

Y la mía también.

Ahora bien, este asesino me está amenazando con un arma.

Y yo no puedo defenderme sin matarlo.

Pero mi vida vale lo mismo que la suya.

Si tengo que elegir entre una y otra, tengo derecho a elegir la mía.

Por consiguiente tengo derecho a salvarme, si la única forma de hacerlo es matar a quien me va a matar a mí.

 

Vivir es alimentar los placeres que se encaminan al placer de vivir.

No debo alimentar los placeres que me matan.

 

Hay drogas que matan, bien lentamente, bien de manera instantánea.

No debo tomar esas drogas.

 

Esas drogas me crean adicciones.

El drogadicto está preso del deseo de tomar drogas y no puede decidir con libertad para rechazarlas.

La enfermedad de la adicción lo arrastra fatalmente al consumo de la droga que lo mata.

La única manera de que no la tome es que no tenga la posibilidad de tomarla.

Para eso tengo que decirle que no tenemos droga, aunque sea mentira.

Por lo tanto es bueno  mentir cuando la mentira es necesaria para la vida (siempre que para hacerlo no pongamos en peligro la vida de nadie más).

 


El adulterio.

 

            La prohibición sexual, en la Biblia, se centra en la prohibición del adulterio: no tomar a la mujer de otro. También se habla de actos impuros, pero ¿qué debemos entender por impureza? La limpieza corporal, por supuesto, pero también la limpieza del espíritu. El espíritu limpio es el que respeta los otros mandamientos: no miente para conquistar a la mujer, no la mata ni le roba su dignidad, es decir no al reduce a un mero objeto o juguete del deseo; y por supuesto, no le roba a nadie la mujer a la que desea, ni tampoco le roba a ella al hombre al que ella quiere. Veamos un ejemplo de razonamiento ético que podría girar en torno al adulterio:

 

No hay que cometer adulterio.

Adulterio es tener vida sexual fuera del matrimonio.

El matrimonio regula la decisión que tienen algunas parejas de ser felices viviendo juntos en el respeto.

Si un hombre pega a su mujer no la respeta.

Si no la respeta no cumple con todos los requisitos del matrimonio.

Entonces su matrimonio, aunque sea legal, no es legítimo.

La justicia prevalece por encima de la ley.

Por lo tanto, si la mujer quiere a otro, no comete adulterio.

 

El matrimonio dura hasta que falta el respeto, la convivencia o la felicidad.

La convivencia es el deseo de vivir juntos.

Si un matrimonio vive separado por causas ajenas a su voluntad, sigue conviviendo.

 

Un deseo debe ser libre.

La libertad es la ausencia de ataduras a la hora de decidir.

Los deseos ciegos y los que producen otras ataduras no son libres.

Por lo tanto no son deseos verdaderos.

 

La convivencia es un deseo verdadero, y por lo tanto libre.

El matrimonio es el deseo libre de vivir juntos.

 

A veces no hay convivencia (o porque falta el deseo de vivir juntos o porque falta la libertad de hacerlo).

Vivir juntos sin convivir no es matrimonio.

Las parejas que cohabitan sin libertad no están casadas.

Tener vida carnal con otras personas no es adulterio.

 

Conclusión general sobre la filosofía.

 

            Recordemos que la filosofía no es vida, sino reflexión sobre la vida; y la propia reflexión humana es también una parte de la vida. Esa reflexión puede fijarse en el ser y entonces es contemplación y teoría. O puede centrarse en el hacer y entonces es técnica, estética y ética. El instrumento fundamental de la filosofía es la razón, pero no hay que olvidar que la razón empieza a desplegarse desde la vida; una razón descarnada es una forma de hacer filosofía y así lo entendieron Platón, Descartes y Kant (la razón pura); pero la filosofía no puede renegar de la razón para someterse a la vida so pena de hundirse en la barbarie y la falta de humanidad; las grandes filosofías que, como en Nietzsche, han renegado de la razón, son, en el fondo, grandes construcciones racionales que piensan, por supuesto, con la razón, pero no desde ella; sino desde la vida.

 


 

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