viernes, 8 de octubre de 2021

ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

 

 

ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

 


1.

 

            A un lado hay unas enormes peñas: son las Erráticas[1]. Ninguna embarcación pudo escapar de las tempestades[2]. Al otro lado hay dos escollos, a cual más terrible el uno que el otro. En el primero mora Escila. En el segundo Caribdis.

            Escila. Un pico agudo que se hunde en el cielo, cuyos pardos nubarrones no dejan nunca de cubrirlo. Ningún hombre podría subirse, tan lisa es la roca que desciende a pique. En medio, un antro sombrío. Una cueva que mira hacia el ocaso: al Érebo. Nadie podría llegar a la profunda cueva, ni siquiera un arquero la alcanzaría con sus tiros. Allí mora Escila. Tiene doce pies, seis largos cuellos con seis cabezas, cada cabeza con una boca y cada boca con tres hileras de dientes. Está hundida hasta la cintura. Jamás pasará ninguna embarcación por allí si no se lleva a la boca algunos de sus hombres.

            Caribdis. Hay otro escollo más abajo que se distingue fácilmente. Caribdis está allí, sorbiendo el agua turbia. Tres veces la echa fuera y otras tantas al día la sorbe. Es un agujero negro. Traga lo que sorbe, y lo que traga no vuelve a salir ya nunca más de allí. No vayas[3]cuando aspira el agua salobre, pues desaparecerías en el infinito irremediablemente. Es preferible pasar por Escila aunque pierdas a seis de los tuyos.

            Estamos entre Escila y Caribdis. Un callejón sin salida. Contra ellas no hay que defenderse: huid. Surcad el océano perdido en la tormenta. Huid a toda prisa, alejaos de allí. Peer Gynt surca el mar azotado por las nubes. Rachas furiosas golpean el barco. La quilla cabalga sobre las olas y se sume en ellas, el agua se abate por la borda. La vela sopla con furia, zozobra la nave. Una sacudida, un rayo. El cielo, como un fantasma, se abate con el trueno. Suenan los timbales. Las trompas, las baquetas, las trompetas del miedo. Surca las aguas cabalgándolas desesperadamente, salta chocando de ola en ola como quien se estrella de nube en nube. La dulce melodía de Solveig suena a lo lejos. El mar se hunde, las cuerdas de la lluvia, golpeando furiosas, se clavan en la cara de los marineros. El cielo se enciende y estalla el trueno. Estás pasando entre Escila y Caribdis. Escila se lleva a unos cuantos marineros. Enfrente, Caribdis, hundiendo el agua, los arrastra sorbiéndola furiosamente. Un ojo terrible, como el de un calamar, es el fondo del remolino. Lejano, en el alma, como un eco, susurra la canción de Solveig; halo de esperanza, clamor en el cielo. Un canto como una niebla flota a lo lejos. Mano donde agarrarse, prominencia sin aristas. Faro en las olas que se intuye sin ver. Una fuerza, elevada, entre arrecifes. Entre las peñas arrojadas por el agua, terribles murallas; los escollos te despedazan con sus aristas. Es el naufragio: Escila; Caribdis.

            La espuma zozobrando sobre la quilla. La borda naufragando inexorablemente. El barco arrastrado por la corriente. Las nubes oscuras, la proa enfilada hacia el abismo, velocidad de vértigo. Rayos que se abaten a babor, a estribor, la popa llena de agua, el agua llena de nubes. Trompas y timbales. Luces fantasmagóricas, rayos y centellas, las olas del juicio. Peer Gynt como un nuevo Odiseo. La tierra de Ulises. Al fondo susurra, como una caricia, hermosa, lejana, la dulce Penélope; la áspera Ítaca, la canción de Solveig, la casa de Ulises. 




            Ha pasado la nave escorada en el estrecho. Escila, azar inevitable[4], pétrea Caribdis. Dos huecos en el mar, dos agujeros que te arrastran, dos espacios vacíos. Uno manda en sus cabezas, viene a buscarte. El otro te atrae para que tú lo busques. Estás perdido, estás entre Escila y Caribdis: no puedes salvarte sin perder parte de tu equipaje. Al pie de las rocas, dos lugares hendidos: dos agujeros. Ulises pasó por allí y sintió el caos sacudir la madera del barco. Y el barco crujía; el mar golpeaba el mástil, los remos, el cordaje, desgarrando el velamen. Fue un aliento de perdición el que soplaba con furia; y su soplo era casi material, cortaba las olas, tocaba la nave. Un terremoto emergiendo desde el fondo del océano. Caribdis sorbiendo el agua salobre[5], vomitándola luego entre sordos murmullos, como una caldera sobre el fuego; y la espuma caía sobre las cumbres.

            En lo hondo la tierra se mezcla con arena: el peñasco, el espantoso ruido. Seis compañeros arrebatados por Escila mientras huíamos de Caribdis. Que estando en un callejón sin salida siempre dejamos plumas, si salimos. Que somos arrojados por el estrecho, por él tenemos que lanzarnos si queremos salir a flote. No volveremos a ser los mismos: el mar ha dejado en nosotros profundas cicatrices, pero no es un callejón sin salida: estamos entre Escila y Caribdis.

 

 

2.

 

            Entre Escila y Caribdis se sufre, pero se sale. El ojo del remolino todo lo absorbe pero lo vomita después, no es un agujero negro: aunque vomite cadáveres. En el océano de la vida hay callejones sin salida y desfiladeros terribles, parece que no vas a salir, pero se sale; aunque te dejes en ellos muchísimas plumas. No te rindas entre Escila y Caribdis, nunca des las batallas por perdidas sin saber si estás en un callejón sin salida o si has entrado solamente entre Escila y Caribdis; porque el destino no lo sabe, y nunca lo sabrá.  



 

 

 



[1] Odisea, p. 154.

[2] Ibídem, p. 155.

[3] Ibídem, p. 156.

[4] Ibídem, p. 156.

[5] Ibídem, p. 159.

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