LA NATURALEZA
HUMANA
-He pensado que al nacer todos somos como los
coches. Venimos al mundo con las mismas capacidades, pero unos las tienen más
limitadas y otros menos; igual que los coches tienen más o menos caballos
dependiendo del modelo que sean. La naturaleza nos ha hecho iguales porque
todos somos coches, pero no todos somos de la misma marca; y aun siendo de la
misma marca, no todos somos del mismo modelo, de fábrica.
Luis se hallaba sumido en una meditación
profunda.
-Sigue.
-También hay coches potentes que han perdido
fuerza con el tiempo. Con la edad. A nosotros nos pasa lo mismo, cuando
envejecemos perdemos facultades.
-Hm… Habría una psicología de la esencia, que
se ocupa de cómo podemos ser al nacer; y una psicología de la existencia, que
se ocuparía de la evolución de nuestras facultades por el mundo, de cómo se
pueden desarrollar o atrofiar dependiendo de la educación que reciban; y de
cómo se pueden deteriorar o potenciar con el paso de los años.
-A la primera pertenecerían todas las tipologías
de la personalidad; todas las caracterologías; y la relación entre determinismo
y libertad.
-Así es. Libertad es lo que yo puedo hacer
con lo que la naturaleza me ha dado. No es realizar deseos que no correspondan
a mis posibilidades.
-Y a la segunda pertenecerían todas las
psicologías de la edad, de las experiencias ambientales, del desarrollo; que
también plantearían una libertad condicionada.
-Libertad sería, aquí, lo que dice Sartre: lo
que yo puedo hacer con lo que han hecho de mí.
Luis gemía alargando una m con la boca
cerrada.
-Hmm… Claro.
-Pero –dijo Luis, corrigiéndose de repente-
es muy peligroso embarcarse en una psicología de la esencia. Podríamos acabar
clasificándonos en seres superiores y seres inferiores, desembocando en darwinismos
excluyentes e incurriendo en el racismo.
-Ya. Eso puede ser pero que muy, muy
peligroso.
-La única opción sería admitir que hay
inteligencias múltiples, sensibilidades múltiples, múltiples formas de ser;
unas no son superiores a otras, sino que desarrollan, a niveles equivalentes,
distintos modos de existir. Las pérdidas de grado, como de casta o naturaleza
(Juan se acordaba de Calipso y de Circe) no se deberían a la naturaleza misma,
sino al tipo de educación que hayamos recibido: no haría lo mismo de nosotros
una educación socrática que una educación de Heathcliff.
-Sí, desde luego. Aunque también la
naturaleza podría traer piezas falladas. Un síndrome de Down, por ejemplo.
Juan se hallaba sumido en una profunda
perplejidad. Su cabeza lo obligaba a admitir todas esas posibilidades, pero su
corazón (Luis) se rebelaba contra ellas.
La naturaleza humana era
una fábrica de coches. Pero también un juego de cartas. Todos estábamos hechos
de lo mismo (espadas, copas, oros, bastos), pero no robábamos del mazo las
mismas cartas. Todos robábamos tres, o siete, según el juego que fuera; pero
unos tenían más copas, otros más oro y menos espadas, y aun teniendo varias
cartas del mismo palo, unos tenían el 7 y otros tenían el as. Sí, todos
estábamos hechos de lo mismo; pero no teníamos de todo en las mismas
proporciones. Todo está en todo: eso mismo dijo Anaxágoras; nosotros estamos
hechos de tres semillas, tres palos: la inteligencia, los afectos y la
voluntad; con ellos construimos los pensamientos; la voluntad está hecha de
libertad; la inteligencia y los afectos, de condiciones (como los nucleones
están hechos de quarks). Nacemos cuando la naturaleza nos da siete cartas, por
lo que algunos palos pueden estar repetidos; y las cartas que nos tocan de cada
palo pueden ser más afortunadas o serlo menos; ésa es la dotación con que
venimos a la vida.
-Somos como un arpa
–dijo Luis-. No somos notas, pero las podemos producir porque estamos hechos de
cuerdas. Hay, decía Bécquer, mucha nota dormida en tus cuerdas: “como el pájaro
duerme en las ramas”; esperando al maestro, al músico, la mano “que sabe
arrancarlas”. Para tocar hace falta un músico, un buen maestro; pero sin arpa
no habría música: nosotros somos el arpa.
-El maestro no nos
enseñaría sentimientos si nosotros no fuéramos capaces de sentirlos.
-Ni nos enseñaría cosas
si no fuéramos capaces de aprenderlas.
-De reconocerlas en
nosotros.
-Ni nos podría enseñar
pensamientos si no fuéramos capaces de pensarlos.
-Ni, por último, podría
enseñarnos a manejar la voluntad si nosotros no tuviéramos, en nuestra propia
fuerza de voluntad, un instrumento.
-Eso es mayéutica: sacar
de ti lo que tienes dentro.
-Sacar
a la luz los tesoros que guardas. Y dejar dentro, enterrados, los desechos, las
basuras, lo que más puede estorbarnos.
Dijo entonces Luis
descubriendo una luz en sus ideas:
-¡Sócrates se había
equivocado! Creía que sólo podíamos fabricar pensamientos, como el esclavo de
Menon que dibuja, en la cera prefigurada del espacio abstracto, la relación de
la diagonal del cuadrado con respecto a su superficie; Sócrates saca afuera su
capacidad de pensar, y lo hace tendiéndole puentes por donde encontrar caminos.
-¿Y en qué se equivocó
Sócrates?
-En que se olvidaba de
que también podíamos fabricar conocimientos. La información que le da el
maestro, como cualquier otra información que nos viene del entorno, dibuja, en
la cera prefigurada de nuestra mente, formas compatibles con ellas y con ella;
la figura es similar a lo prefigurado, y por eso la podemos asimilar; aprender
cosas es, verdaderamente, digerir la realidad: asimilar el mundo exterior para
convertirlo en nuestro propio nutriente. Si sacar cosas es desarrollar nuestra
inteligencia, asimilarlas es también desarrollar nuestra memoria; también
podemos sacar estos recuerdos desarrollando nuevamente nuestra inteligencia, y
nuestra imaginación.
-Y todo eso es
mayéutica.
-Claro; pulsar nuestras
fibras sensibles para sacar las notas que duermen en ellas.
A Juan le picó la
curiosidad.
-Desarrollar
tus capacidades es aprender: ejercitar la inteligencia, la memoria, la
fantasía.
-Claro. Para despertar
una cuerda dormida y arrancarle notas hace falta pulsarla; estimularla, hacerla
vibrar, introducirle datos. Unas veces introduces un problema que excita su
curiosidad, sus ganas de resolverlo; otras introduces una solución que,
excitando también su curiosidad, le dan ganas de seguir preguntando.
-¿Y qué consigues con
eso?
-¿Con qué?
-Con excitar las
facultades que tienes.
-Ser feliz.
-¿Cómo?
-Uno es feliz
ejercitando sus propias capacidades. Como si fueran moldes para fabricar cosas.
Y cuantas mejores cosas fabricamos, más felices somos fabricándolas.
-Eso decía Aristóteles.
-Exactamente. No basta con tener buenas facultades, además hay que emplearlas bien. Y así, haciendo las cosas que se nos dan mejor, somos más felices. Aristóteles llamaba virtud a la costumbre de hacer bien las cosas. Y cuanto mejor las hacemos mejor nos sentimos. La virtud, el esfuerzo por el trabajo bien hecho, está conectado con la felicidad; una actividad plena refuerza nuestra plenitud; el bien hacer incrementa nuestro bienestar y una persona plena, y realizada, desarrolla plenamente todas las potencias de su ser.
Simplemente hermoso, tan filosófico, tan literario, tan humano mi querida Lechuza:"Somos como un arpa –dijo Luis-. No somos notas, pero las podemos producir porque estamos hechos de cuerdas. Hay, decía Bécquer, mucha nota dormida en tus cuerdas: “como el pájaro duerme en las ramas”; esperando al maestro, al músico, la mano “que sabe arrancarlas”. Para tocar hace falta un músico, un buen maestro; pero sin arpa no habría música: nosotros somos el arpa."
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