APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (1)
LA LARGA MARCHA DE LA INTELIGENCIA
Con el big bang empezó el mundo: eso que habitualmente llamamos
naturaleza. La naturaleza está hecha de materia, y la materia se mueve; se
mueve porque los átomos y las radiaciones tienen tendencias, las cuales están codificadas en sus valencias y sus
campos de fuerza; el hidrógeno tiende a unirse con el oxígeno porque dos átomos
de hidrógeno tapan los huecos dejados por los dos electrones que le faltan al
átomo de oxígeno; decimos que el hidrógeno tiende a acercarse al oxígeno y
viceversa.
Y si las tendencias se deben
a la estructura cortical de los átomos, eso quiere decir que el movimiento es
producido por dos estructuras complementarias que están próximas en el espacio;
lo mismo que +1-1=0, así también si a un átomo le sobra un electrón, el átomo
no parará de moverse hasta que se lo arranquen; y viceversa, si le falta uno,
el átomo se moverá buscando otro átomo al que arrancárselo.
Por lo tanto podemos decir
que la naturaleza está ordenada. La materia se mueve porque el defecto o el exceso
de presencias en su estructura la empuja a expulsar lo que le sobra o a buscar
o que le falta; sólo cesa el movimiento cuando se alcanza el equilibrio. Así,
la naturaleza es un océano de protones y electrones que se buscan, de elementos
electropositivos que roban electrones, cargas eléctricas, partículas que chocan
creando campos de fuerza en todas las regiones del espacio. Y como todos los
movimientos tienen un orden, podemos decir que la naturaleza es razón creadora
de movimiento en el seno de la materia; el mundo está gobernado por una razón natural, y de esa razón emana una
coherencia que se manifiesta en las leyes del universo.
Las tendencias son movimientos simples que ponen en contacto a unos
cuerpos con otros. Los cuerpos elementales llamados corpúsculos (moléculas,
átomos, hadrones y quarks) se agrupan ordenándose en estructuras más complejas
cuyo movimiento surge de la interacción de estructuras simples; entre las
estructuras complejas, las más sencillas son los cuerpos teleonómicos, aquellos que se mueven dirigidos a un fin no
por sí mismos, sino por el dinamismo y las leyes de la razón natural: son los
vegetales, el segundo gran eslabón de la evolución de la materia; a las
atracciones mutuas dentro del mundo vegetal las llamaremos inclinaciones, para distinguirlas de las tendencias, que son
propias del mundo mineral.
Las estructuras teleonómicas se agrupan en otras todavía más complejas
que constituyen el reino animal; las llamaremos cuerpos teleológicos, porque se mueven dirigidos a un fin por sí
solos; como la fuente de este tipo de movimiento está en ellos mismos, los
llamaremos también organismos autónomos, y ese tipo de fuerza que los mueve
recibe el nombre de instinto; el
instinto es un movimiento propio de las naturalezas dotadas de inteligencia; al revés que los
minerales y plantas (tendencias e inclinaciones), los animales (instintos) son
movidos por una razón no manejada por ellos, sino que ellos, por el contrario,
son manejados por esa forma de razón: que son las leyes naturales características
de la razón natural; ahora bien, eso sólo lo pueden hacer los seres que,
paralelamente, están dotados de alguna forma de inteligencia; la inteligencia es un trozo de razón natural
alojada en su cerebro y dirigida por ellos; por eso son seres intencionales: quieren cosas y ese querer es más que una
simple tendencia mineral (como cuando decimos que las piedras tienden a caer
por efecto de la gravedad), y mucho más, también, que esos impulsos más
elaborados que son las inclinaciones de las plantas (las plantas buscan la luz,
buscan el sol); el querer de los animales es una sensibilidad centrada en el
placer y el dolor, y por lo tanto también un cúmulo de reflejos adosados a intenciones;
intenciones y reflejos son inseparables; si los instintos actúan como reflejos,
la inteligencia, espoleada por los estímulos y atizada por los instintos,
produce intenciones; el mismo
cerebro que aloja los instintos aloja también las intenciones, no pueden darse
los unos sin los otros.
Los impulsos superiores se dan en los seres en cuyo interior se
almacenan también los impulsos inferiores; el instinto de correr aparece en
organismos inclinados a alimentarse cuyo cuerpo está lleno de tendencias minerales;
instintos, inclinaciones y tendencias se superponen como caparazones concéntricos;
como si dentro de cada animal hubiera una planta y cada planta fuese un cúmulo
de piedras diminutas; porque el instinto de vivir (alma racional) sólo aparece
en animales inclinados a comer (alma vegetal) y los alimentos que ingerimos son
inseparables de los iones (alma mineral): así podríamos expresarnos si utilizáramos
el vocabulario de Aristóteles.
Entre los animales, la inteligencia va ganando fuerza a medida que se
asciende en la escala biológica; no piensa igual un pez que un mamífero, y
dentro de los mamíferos, no es tan potente el pensamiento de un león como el de
un chimpancé. Desde la razón natural
hasta las naturalezas racionales
transcurrieron miles de millones de años, los mismos que van desde el big bang
hasta el homo sapiens; a diferencia del origen del universo, que no tiene
conciencia (por lo menos explícita) de sí mismo, el homo sapiens es la
conciencia de la razón.
En el mundo animal, y especialmente entre los mamíferos, la naturaleza
se hace consciente, y ser consciente es darse cuenta: un cocodrilo se da cuenta
de que por el río pasa un antílope, un león se da cuenta de que sus crías
tienen hambre, esa manada de chimpancés es consciente de que si se caen del
árbol se matarán. La inteligencia, pues, surge con la conciencia.
Pero no todos los animales son conscientes de sí mismos: cuando el
perro se ve reflejado en el espejo no se reconoce en su imagen, porque cree que
esa imagen es otro perro que lo mira; el bebé tampoco sabe que esa imagen del
espejo es él mismo, y piensa que es otro niño que le sonríe; sólo cuando somos
capaces de reconocernos nos damos cuenta de quiénes somos, y en ese momento la conciencia
es autoconciencia.
El
animal es un trozo de naturaleza que se ha separado del resto; pero, además de
estar libre, puede moverse solo, no necesita que lo gobiernen. Esa naturaleza
animal, además de someterse a la lógica de las leyes naturales, tiene su propio
pensamiento porque tiene en su cerebro una copia de la lógica del universo:
como inteligencia libre, crea sus propias leyes y es capaz de utilizarlas
para someter al resto de los seres de la
naturaleza.
La
lógica y la conciencia son dos caras
de la razón. Llamamos lógica a la capacidad de sacar conclusiones, y una
conclusión es una idea que se saca de otras ideas anteriores; la lógica
consiste en procedimientos mecánicos o conjuntos de reglas (a las cuales
llamamos algoritmos) que le permiten a la razón obtener conclusiones a partir
de sus planteamientos (a los cuales llamamos premisas). Si veo gaviotas volando
y sé que las gaviotas no pueden volar durante mucho tiempo, deduzco que mi
barco está muy cerca de la costa: que las gaviotas vuelan es una premisa; que
no pueden volar demasiado es otra; y que el barco se acerca a la costa es la
conclusión; el procedimiento que me permite sacar la conclusión de las premisas
es un silogismo; es como decir que si el cocido contiene garbanzos y yo he
hecho un cocido, entonces dentro del caldo tiene que haber garbanzos.
Otra
cara de la razón es el realismo, que
consiste en encontrar verdad dentro de la experiencia. Por experiencia entendemos el conjunto de tendencias, inclinaciones,
instintos y razones que hay almacenados en nuestra memoria; siempre que se
trate, claro está, de estímulos que nos digan cosas, no que nos las hagan
sentir; porque si se trata de estímulos afectivos ya no serían experiencias,
sino vivencias; que mojo una
madalena y se derrite en el café es una experiencia; que eso me haga revivir
los tiempos de mi abuela es una vivencia. Si la experiencia es captación de la
realidad a través de nuestros sentidos (esto es, vida provocada por estímulos
de experiencia), la vivencia es experiencia afectiva de esa captación, y
experiencia modificada por los instintos; los estímulos que provocan la
vivencia suelen ser inconscientes. Pues bien, si el realismo es la verdad de la
experiencia, podemos decir que hay verdad
cuando lo que percibimos y lo que pensamos coincide con la realidad; y entendemos por realidad, las más de las veces, el mundo
exterior.
Recapitulando:
la razón es, junto con la materia, uno de los componentes de la naturaleza, y
consiste en un orden que tiene cuatro caras: la lógica, la conciencia, el
realismo y el razonamiento. Y si la lógica es el arte de sacar conclusiones, el
razonamiento es cualquier desarrollo
concreto de alguna de las formas conclusivas de la razón (inducciones,
deducciones o analogías); al contenido de un razonamiento lo llamaremos pensamiento. Cuando tenemos conciencia
de nuestros pensamientos hablamos de inteligencia;
la intuición es, por el contrario,
un razonamiento inconsciente, un pensamiento crepuscular donde tenemos
conciencia de algo sin saber cómo hemos llegado a esa conclusión; intuimos, por
ejemplo, que va a llover y no sabemos por qué (pero nuestro inconsciente sabe,
y no nos damos cuenta de ello, que las nubes están bajas y son oscuras, los
pájaros vuelan bajo y está soplando el viento).
Ya
hemos llegado a los albores de la humanidad. Ahora procede estudiar la
inteligencia y el pensamiento, en cuyo seno nace la filosofía. Hemos de
recordar siempre que no dejamos de tener instintos por ser inteligentes, y que
el animal que piensa también busca, tiende, se tensa y se inclina, en una
palabra: el animal que piensa también es un animal que siente.
"Hemos de recordar siempre que no dejamos de tener instintos por ser inteligentes, y que el animal que piensa también busca, tiende, se tensa y se inclina, en una palabra: el animal que piensa también es un animal que siente." Es auspicioso, reconfortante sabernos animales que sentimos, pensamos,que nos reconocemos ante un espejo...
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