¿QUÉ QUIERE DECIR
EDUCAR?
Muchas
veces nos hemos preguntado qué es la educación. Sabemos que esta palabra
procede del verbo “duco”, que en latín significa “guiar”, “conducir”; es el
mismo significado que encontramos en la palabra “pedagogía”: de “paidos” (niño)
y “agogé” (conducir). Si la educación, como la pedagogía, es el arte de guiar a
los niños, la pregunta es: ¿hacia dónde los guiamos? ¿Cómo los llevamos, con
qué objetivo?
Con
el mismo verbo se forma la palabra “demagogia”: el arte de guiar al pueblo;
demagogia es conseguir que se vote democráticamente lo que tú querías que se
votara, y para eso hay que seducir, maravillar a tu público, a veces
embaucarlo; la demagogia es una desviación de la democracia donde el pueblo no
vota lo que quiere sino lo que le da la gana; y le da la gana cuando se siente
arrastrado por el verbo irresistible de un orador, que, como un corderillo,
lleva al pueblo adonde quiere y hace creer que vota cuando la verdad es que se
siente atraído como un imán: hacia ti, que eres el guía del pueblo. Guía, de
“duco”, se dice “duce” en italiano, así llamaban en Italia a Musolini;
Ceaucescu se hacía llamar “conducator”. ¿Es el educador un guía como Ceaucescu
y Musolini, entendidos respectivamente como conducator y como duce? ¿Adónde
conduce a los niños? ¿Qué tipo de guía es para ellos?
Se
conduce el coche para ir a algún sitio. Por ejemplo, yo quiero ir al museo del
Prado. Pero James Mason también condujo a sus adeptos al suicidio. Hay sectas
en las que se va adonde nos lleva el lider, y se hace lo que el lider quiere.
¿Es la educación un viaje en el que se va adonde nos lleva el educador? ¿Adónde
nos quiere llevar? ¿En qué tipo de coche se emplea como conductor?
La
pregunta es: ¿de dónde salimos para realizar ese viaje? Si salimos de la
escuela lo lógico es que se vaya a sitios como el museo del Prado. Si salimos
de un entrenamiento es lógico que vayamos a jugar un partido. Si salimos del
niño es lógico que vayamos adonde nos lleve la naturaleza del niño. Y ¿qué es
un niño? La semilla de un adulto. Y ¿qué hay en esa semilla? Inteligencia,
sensibilidad, hay un ser sociable, un cuerpo que crece, y voluntad. La
educación no debe consistir en llevar al niño adonde nosotros queremos que
vaya, sino adonde su naturaleza quiere
ir; que no suele coincidir con lo que el niño quiere. Un niño quiere grasa,
pero su cuerpo pide verdura; quiere un móvil, pero su mente pide un libro;
quiere lo que tienen los demás, pero su corazón le pide sólo lo que es suyo.
Cuando le das a alguien lo que pide es demagogia; cuando le das lo que necesita
(es decir, lo que le pide su naturaleza), aun en contra de su voluntad, entonces
lo educas; educar es alimentar el espíritu como criar es darle alimento a su
cuerpo.
Sigamos
con el símil de la democracia. En una verdadera democracia el pueblo no debería
votar lo que quiere, sino lo que necesita; en caso contrario no sería
democracia sino demagogia: y el pueblo, en lugar de ir adonde lo lleva su
libertad, iría adonde lo llevan los políticos. Los niños todavía no saben hacer
uso de su libertad, son menores de edad, no saben conducirse. Por eso necesitan
un conductor, que es el maestro; el maestro no tiene por misión hacer a los
niños a su imagen y semejanza, sino a imagen y semejanza de sí mismos. El
maestro no es un cristal donde el niño tiene el modelo de lo que tiene que ser,
sino un espejo donde él mismo se refleja. El buen maestro no te hace como él
quiere que seas, sino que te deja crecer como tú eres.
Hay
maestros, y padres, que quieren que sus hijos sean unos cerebritos, y
desarrollarán su mente olvidando que tienen cuerpo, y harán de ellos unos
ordenadores, unos robots, unos sabios que no sabrán moverse, unos cuerpos
paralíticos. Otros querrán convertirlos en atletas y desarrollarán su cuerpo,
pero serán brutos. ¿Para qué lo desarrollarán? ¿Para ser felices, o para ganar
títulos? ¿Se puede perder la infancia por culpa de una disciplina férrea que
nos haga, como Nadia Comanechi, atletas de primer nivel? También los cerebritos
participan en concursos, competiciones, olimpiadas del conocimiento. También
ellos ganan títulos. ¿Para qué? ¿De qué te sirve la biblia en verso si te falta
asertividad, empatía, inteligencia emocional, saber estar en tu saber ser?
La
semilla de los instintos éticos tiene que desarrollarse con ayuda del maestro.
Y la autonomía, el niño tiene que aprender a estudiar solo a medida que vaya
creciendo. También necesita desarrollarse en la sociedad: conocer el mundo en
el que vive, saber adaptarse sin que el mundo se coma su libertad; hay que
plegarse a la realidad que nos rodea porque si nos empeñamos en vivir en otra
época distinta de la nuestra la realidad
se encargará de hacernos morder el polvo; pero también, como don Quijote,
tenemos que aprender a luchar contra el mundo cuando el mundo te exige que
dejes de ser libre y te impide el normal desarrollo de tu capacidad: que hay
que luchar contra el mundo sin dejar de tener los pies en él, buscar en la
tierra el suelo más favorable para nuestra semilla y que allí podamos
plantarnos.
Desarrollar
nuestra inteligencia, no imitar el pensamiento de los otros (aunque lo podemos
usar como modelo). Desarrollar nuestro
cuerpo, no hacerlo esclavo de objetivos contrarios a la naturaleza (aunque el
mundo puede plantearnos nuevos retos). Desarrollar nuestro corazón, no inflar
nuestro cerebro a costa de él: que seamos capaces de sentir pensando y de
pensar sintiendo, y de creer en las cosas del corazón aunque a veces no las
pueda explicar nuestra cabeza. Debemos desarrollar la inteligencia alimentándola
con nuestro cuerpo, con nuestros sentidos, con la sensualidad, la piedad de la
empatía, la seguridad en sí mismo, la firmeza: una mente bien asegurada está en
un cuerpo bien completo; y no usa el ejercicio para combatir la masturbación, como
se hacía antes, sino para equilibrar nuestros deseos; porque la educación,
lejos de reprimir el desarrollo, lo que debe hacer es desarrollar lo que
tenemos dentro.
Y
eso es, en definitiva, la educación: un viaje al interior de nosotros mismos,
un camino donde alimentamos, para que crezca, la semilla de lo que somos. El
mundo puede tirar de nosotros para que nos plantemos en él, y eso es bueno. El
maestro debe ayudarnos a encontrar el camino cuando nos perdemos, llevarnos
fuera para desarrollar nuestro ser: sacándolo fuera, sí, pero sacándolo de
dentro. Educar es salir de sí para reencontrarse y hacer lo que nos recomendaba
Nietzsche: ¡conviértete en lo que eres!
No hay comentarios:
Publicar un comentario