EL CASI NADA
Los químicos conocen bien el concepto de
energía de activación. Supongamos (dicen ellos) que queremos tirar un saco por
la ventana; lo primero que tenemos que hacer es levantarlo la altura de la
ventana y puede ocurrir que lo consigamos casi, o que nos falte un milímetro…;
por un solo milímetro el trabajo que hemos hecho, por grande que sea, se queda
en nada; puede suceder que mi compañero lo levante un milímetro más que yo y,
con esa diferencia (casi insignificante), consigue sacar el saco; dejarlo caer,
luego, sobre el basculante del camión, lo puede hacer cualquiera. Una mínima
diferencia puede hacernos, a unos, personas de éxito, a otros, fracasados; una
diferencia insignificante; no es nada; es algo, pero es casi nada; es una
insignificancia.
Alguien
me está molestando y hace crecer el mal humor que tengo dentro; yo aguanto y
callo. Mientras me aguanto conservo la naturalidad, conservo la calma. Pero si traspasa
(aunque sólo sea por un milisegundo) la barrera de mis límites, me hará estallar
de cólera, y en ese preciso momento dejaré de ser el que era; soy como el
cráter de un volcán donde la lava pugna por salir; en el momento en que rompe
la corteza se desata la destrucción; el volcán lo arrasará todo a su paso, y si
antes de la expresión todo era contenido, después ya todo se ha desatado; entre
la subida de la presión y el estallido sólo mediaba un punto de ruptura, apenas
un grado más, que es un casi nada.
Tanto
el Barça como el Madrid perdían por 3 a 0 las semifinales de la Champions; en
el partido de vuelta, el Barça acabó siendo eliminado y el Madrid, en cambio,
cuando al partido le faltaba apenas un suspiro, transformó un penalty y ese
suspiro fue lo que separó la apoteosis de la catástrofe; fue sólo un suspiro; casi
nada.
Entre
el héroe y el villano muchas veces no hay casi nada. Entre el héroe y el perdedor. De no ser por
ese suspiro, esa minucia, esa insignificancia, la épica triunfal de una batalla
se habría quedado en trágica derrota; la gloria habría sido ignominia, el éxito
habría sido catástrofe, el triunfo habría sido fracaso. Una diferencia
microscópica separa, cuántas veces, al bueno del malo, al guapo del feo, al
justo del crápula.
A
veces lo que marca la diferencia es el tiempo a escala humana. La reina Isabel,
de haber muerto antes, habría pasado a la historia como la protectora de los
judíos, no como la que los expulsó.
Los
momentos decisivos pueden ser lapsos o suspiros. Un puente, lo mismo que un
lapso de tiempo, puede ser largo o corto, puede tardar más o menos en llevarnos
de una orilla a la otra, pero un suspiro es fugaz como el rayo; un suspiro es,
como dice la voz popular, el morro de un piojo; entonces decimos: “le faltó
esto” (señalando con una uña el borde del dedo); o decimos también: “no le
faltó nada”, que es lo mismo que decir que “le faltó una minucia”, por culpa de
lo cual “casi lo logra”: pero no lo logró, ése es el caso.
No
nos precipitemos en juzgar a la gente a la primera de cambio; que entre el bien
y el mal, el éxito o el fracaso, la gloria o la vergüenza, hay menos distancia
que en un suspiro, que sin ser nada se convierte en todo; y, significándolo
todo, es una insignificancia: un suspiro es efímero como un destello, como la
oscuridad rasgada `por un fogonazo, rápido como la velocidad de la luz, apenas
el ser: es un casi nada.
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