EL DIABLO MUNDO
-Todos
tenéis amigos. Todos los tenemos. Seguro que más de una vez nos vienen a llamar
cuando estamos trabajando.
Guardó
silencio. Nadie hablaba. Volvió a insistir.
-¿No es
así?
-Sí, sí,
muchas veces –irrumpió Pedro-. Que te lo diga Darío.
-¿Darío?
–llamó Juan apuntándole con la mirada.
-Sí
–contestó Darío sonriendo-. Todas las tardes.
-¿Cómo?
–inquirió Juan Luis-. ¿Todas las tardes? ¿A qué hora?
Después
de comer.
-¿Dónde
estás tú a esa hora?
-En mi
cuarto. Me pongo a hacer las tareas.
-¿Y dónde
tienes tu cuarto?
-¡Ése es
el problema! Está a un lado de la casa, alejado de mis padres y de mi hermano,
pero da a la calle. Estoy aislado por dentro, pero comunicado con el exterior.
A todas horas pasan mis amigos, me empiezan a silbar y a tirar piedras, me
dicen que me vaya con ellos y nunca acabo de estudiar. Y aunque yo no vaya
ellos siguen ahí, bromeando y haciendo el tonto por la ventana, y tampoco
estudio.
-¡Vaya!
–replicó Juan Luis-. Parece que tenemos aquí a un hombre atado. Y a un dragón.
Todos
escuchaban, callados. Pero su silencio ahora era inquisitivo. Era como si
esperasen la continuación de un capítulo que decía: “continuará”.
-Os lo explicaré
de nuevo: la calle es como una cueva; Darío, que está libre en casa, se
encuentra atado a esa cueva: sus amigos, con su insistencia, lo tienen como
encadenado, no puede dejar de mirar allí; y él sólo está libre para jugar con
ellos, porque si sigue estudiando lo seguirán distrayendo, que es como si lo
volvieran a atar.
A los
ojos de los alumnos les salieron miradas de sorpresa. Y de expectación.
-Y si
además es primavera –prosiguió Luis-, el sol que calienta por la ventana lo distraerá
más todavía; como la galbana de mayo; como todos esos días que hace demasiado
bueno para poder estudiar. El calor es, a veces, como un veneno: como un fuego
que nos intoxica; pero el humo también representa el juego, el entretenimiento,
la diversión, que es distracción en un doble sentido: porque nos distrae del
aburrimiento y nos distrae también de nuestras obligaciones.
-Nuestra
casa es un terreno favorable para estudiar; un terreno abonado.
-Así que
–preguntó Maia- es el mundo el que nos hace ser como somos. Si Darío no tuviera
la ventana mirando a la calle, estudiaría más. Entonces no sería tan vago.
Porque la culpa de no estudiar sería de sus amigos, no sería de él.
-Bueno
–contestó Juan Luis-, no sé qué pensáis los demás. ¿Creéis que es el mundo el
que nos mueve, o que la fuerza de las cosas está en nuestro interior?
-¡La fuerza
está en nosotros! –exclamó Cristal en una exhalación-. ¡Si tú no quieres
dejarte llevar por el mundo, el mundo no te arrastra!
-¡Yo creo
que no! –interrumpió Maia-. Hay veces que quieres hacer las cosas y no puedes.
No te dejan.
-¿No
puedes o no te dejan? –inquirió Juan Luis.
-¿Eh?
-Hay
gente que no puede trabajar aunque le dejen.
-No
entiendo –replicó Maia.
-¿Tú no
te has distraído nunca?
-Sí,
muchas veces.
-¿Quién
más se ha distraído?
Se
levantaron varias manos. Otros hablaron sin pedir permiso. Juan Luis le dio la
palabra a Pedro para desliar el barullo.
-A ver,
Pedro, ¿tú qué piensas?
Pedro
miró con su cara de ignorante. Su cara bondadosa temblaba con timidez.
-Yo es
que no me concentro. Me distraigo aunque no haya moscas.
-Yo no
–interrumpió Ilse-. Hay muchas veces que quiero trabajar y me entretienen los
amigos. ¡Son ellos los que no me dejan! El ambiente puede más que yo.
-¡Pues
yo, si quiero trabajar, trabajo! ¡Si me molesta la gente me voy a otro sitio y
arreglado! ¡Te aíslas y ya está!
-¡Bueno,
bueno, no os peleéis! –zanjó Juan Luis-. Hay opiniones para todos los gustos.
Quizá no haya una respuesta única: seguramente todos tenéis razón. Hay quien
puede más que el mundo, y hay quien el mundo puede más que él. El mundo es lo
que nos rodea: circum-stantia; esta aclaración la hizo un filósofo español cuyo
nombre seguro que os suena: Ortega y Gasset.
-Yo creía
que eran dos: Ortega, y Gasset.
Juan
sonrió con benevolencia. En seguida se dispuso a darles su explicación.
-Yo soy
yo y mi circunstancia. Mi circunstancia es el mundo, pero también es mi propia
naturaleza; la mía y la de mi especie, que es la especie a la que pertenezco.
Yo soy mi libertad. Hay quien, como Rousseau, afirma que tenemos una naturaleza
buena rodeada de un ambiente malo; y quien, como Hobbes, sostiene que los malos
somos nosotros. La maldad que hay en el ambiente que nos rodea es el propio
mundo en el que estamos. Que es un mundo perverso. El diablo mundo.
-¿Mi
circunstancia es mi naturaleza? –inquirió Jaime-. Mi naturaleza soy yo; yo no
soy el mundo, estoy en el mundo.
-No estoy
de acuerdo –explicó Juan Luis-. Tú eres lo que controlas, lo que libremente
puedes hacer. A tu naturaleza no siempre la controlas; es como un mundo con el
que tienes que luchar.
Se detuvo
un poco para buscar un ejemplo; lo encontró en seguida.
-Si Pedro
dice que su naturaleza es distraída, debe ser verdad; él lo sabrá mejor que
nadie. Seguramente le gustaría no ser así, pero él es así, no puede cambiarlo.
Su naturaleza puede más que su voluntad.
Y le vino
a la mente otro ejemplo.
-Nuestra
naturaleza es humana. Quizá a alguno le hubiera gustado ser pájaro para volar,
pero no es un pájaro; no puede volar. La especie a la que pertenece no la ha
elegido él, es algo que le ha sido impuesto por la naturaleza.
Y
prosiguió con nuevas ideas.
-El
tiempo en el que vivís es otro mundo en el que tenéis que luchar: no tenéis que
luchar contra él, tenéis que luchar en él. ¿Que a alguno le hubiera gustado
vivir en la Edad Media? Lo siento: ha nacido en el siglo XX; él no es libre de
cambiarlo. Y lo mismo que con el tiempo, pasa también con el espacio. Quizá a
alguno le hubiera gustado nacer en Grecia, pero ha nacido en España. Y le
hubiera gustado nacer en una familia rica, pero no ha sido así. Y le hubiera
gustado... El destino. Todo eso es el destino. No depende de nosotros. Nuestra
naturaleza, nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestra clase social, todas esas
son realidades que tenemos que admitir aun a pesar nuestro: están ahí. Son
mundos en los que tenemos que vivir. Son nuestro mundo. Nuestra circunstancia.
Se acercó
a la mesa y rebuscó entre unos papeles que había traído. Cuando encontró el que
buscaba lo leyó para sus alumnos.
-He
pensado en Espronceda, que ve (leo) “el mundo cual magnífico escenario”[1]. El
nacimiento es una caída, así lo expresa por boca de Salada, que es uno de los
dos protagonistas de El diablo mundo. Salada, que lleva una vida de
sinsabores y de desgracias, se vio
arrojada
en el mundo una mañana
cuando
la luz entre miserias vi[2].
La caída es un tema que procede de la tradición cristiana.
Del pecado original. Y el mundo, como imaginara Platón, refugio del engaño.
Mas,
¡ay!, volad, huid, engañadoras
sombras
por siempre[3].
Lo que no nos engaña es lo que no se ve: “formas sin
forma”[4] lo
llama Espronceda; formas que son ideas, y las ideas no se ven: se piensan. Lo
que vemos es mentira, y en el pensamiento está la verdad. Alguien hay (alguna
fuerza oculta) que se empeña en engañarnos. Espronceda lo materializa en una
voz que habla de los humanos.
Yo
confundiré a sus ojos
la
mentira y la verdad[5].
El mundo que vemos, oímos y tocamos, es un mundo de
placeres. Y el placer despierta la ilusión. Vosotros sois jóvenes, estáis
llenos de ilusiones y sentís la llamada del placer. Pero cuando pasen los años,
dice Espronceda, con la juventud se marcharán las ilusiones:
¿Dónde
volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud,
de amor y de ventura![6]
Y nos queda el vacío.
Los
años, ¡ay!, de la ilusión pasaron[7].
A menos que hayamos sabido buscar los placeres del
pensamiento y alejarnos de este mundo, siendo soñadores, y volar:
¡dame
que del mundo
rompa
mi alma la prisión sombría,
mis pies
desprende de su lodo inmundo,
y en alas de
Aquilón álzame y guía![8]
Porque la
vida por encima de los placeres es una ilusión. Y vencemos cuando mantenemos
viva la ilusión en nosotros, sin depender de las ilusiones que nos da el mundo.
El mundo. Los placeres. El engaño. La materia.
La
flaca, vil materia
(...)
y
sombras y luces,
la
estancia que gira[9].
La materia es el engaño. La sombra; pero las sombras no
tienen fuerza para actuar. La fuerza está en la voluntad; en el espíritu.
La
materia al espíritu obedece
hasta
que, yerta al fin, cede y fallece[10].
La muerte sobreviene cuando desaparece la energía, la
voluntad; cuando desaparece el espíritu de la materia, cuando se queda sin
fuerzas. El espíritu de la circunstancia se enfrenta a nosotros y nos gobierna,
si desfallecemos. ¿Quién puede más: nosotros o el mundo? El que tenga más
fuerza de los dos.
Ver
todo el mundo que gira
a
mi alrededor.
(...)
Tú
vendrás donde yo elija[11].
El mundo y yo somos dos fuerzas en contacto. El mundo
trata de envolverme, de atraparme. Yo trato de abrirme camino en el mundo. No
podré caminar si el mundo es duro como el diamante, ni el mundo me podrá tragar
si yo soy un diamante puro. Pero nadie en el mundo es tan duro que no se pueda
moldear. El diamante no existe, es un ideal; un límite que ni yo ni el mundo
podremos atravesar nunca. La vida se mueve dentro de sus límites, que son la dureza
irrompible y la infinita blandura. El mundo y yo somos dos fuerzas que chocan;
dos espíritus echando un pulso para abrirse camino, como dos caballeros
embistiendo en un puente porque ninguno quiere dejar pasar al otro. ¿Y por qué?
¿Por qué hemos tenido que encontrarnos en el puente?
Juntos
tú y yo lanzados en la vida[12].
Hemos nacido sin que nadie nos pida permiso. Hemos sido
lanzados a la vida. Arrojados al azar. Y hemos caído allí donde el destino ha
querido. El destino es nuestro mundo, nuestra circunstancia; nosotros somos
nuestra libertad. Una libertad luchando contra el destino, eso es lo que somos;
luchando en el mundo en el que hemos caído, con él o contra él, con el destino
o contra el destino, con su ayuda o con su oposición. Ninguna libertad puede
oponerse al destino, que ha trazado el marco de nuestra vida; dentro de esos
límites lo podremos todo, pero si escapamos a ellos nos destruirá como se
destruye la materia al chocar con la antimateria. La libertad es una fuerza
dentro del destino; pero si se opone a él, no es más que debilidad.
Rompamos
del destino las cadenas[13],
dice Espronceda; y eso quiere decir que la fuerza de
nuestra voluntad puede vencer al mundo, no que pueda escaparse de él. Yo puedo
salir victorioso de los retos que me plantea mi tiempo, pero no puedo elegir
otro tiempo para vivir. La libertad es, más que una fuerza dentro del tiempo,
una fuerza dentro de mi tiempo; si se empeña en salir de él, como un cuadro
empeñado en salirse de su marco, perdería toda su fuerza y dejaría de ser
libertad. La libertad es, en suma, una fuerza dentro del destino. Y eso es
reconocer lo que decía el título de la ópera de Verdi: la fuerza del destino;
las coordenadas espacio-temporales de nuestra libertad. Sólo si acepta los
límites de la historia y de la naturaleza podrá exclamar, con Espronceda:
El
hombre aquí ha de enredar
sin
que le enrede el enredo[14].
Todas las telarañas del mundo pueden ser vencidas; todos
los líos pueden desliarse; todos los obstáculos se pueden salvar. Si aceptamos
el punto de partida, si aceptamos los obstáculos que nos ha puesto el destino:
sólo entonces podremos elegir nuestras aventuras, nuestros propios obstáculos,
dentro del repertorio que tenemos al alcance de la mano. Un ideal es una
ilusión forjada entre las cosas de este mundo, pero si buscamos ideales que no
están en él, no seremos seres ilusionados, sino ilusos. Es de ilusos plantearse
metas inalcanzables. Y entre las que podemos alcanzar, hay que elegir las que
nos hacen triunfar en el mundo, no las que hacen que el mundo triunfe sobre
nosotros. Si elegimos vivir envenenados por las drogas, nos habrá vencido el
mundo; si elegimos resistir al encanto de las drogas, habremos vencido al
mundo. El mundo es una cueva. Como todas las cuevas, ésa no es ni buena ni
mala. Tiene cosas buenas y cosas malas. El mundo tiene fuerzas positivas y
negativas, energías que nos ayudan y energías adversas: en nuestra mano está
elegir las que más nos convienen. Y sabemos que lo bueno cuesta trabajo, eso es
una ley universal.
Y
entonces dijo Darío:
-Perdona,
¿no se dice que la naturaleza sigue la ley del mínimo esfuerzo?
-Sí, así
es –repuso Juan Luis.
-Entonces
lo más natural sería ser vago.
-No
–cortó Juan Luis al vuelo-. Lo más natural es ser feliz con el menor esfuerzo
posible; que no es lo mismo que esforzarse lo mínimo a costa de la felicidad.
Suponte que el esfuerzo sea dinero. Cuando vas a la compra tú no vas buscando
lo más barato, porque entonces comprarías siempre vino malo, que es el que
cuesta menos. No. Tú lo que buscas es calidad, y dentro de la calidad quieres
la que cuesta menos, sin que la bajada del precio signifique una merma en la
calidad. En resumidas cuentas, tú lo que buscas es la mejor relación
calidad-precio.
Darío se
quedó pensativo, paralizado su pensamiento por esta respuesta. Y Juan Luis
aprovechó para sacar conclusiones de ella.
-No sé si
conocéis a Georges Moustaki. Es un cantante francés de origen griego. En una de
sus canciones reivindica “el derecho a la pereza”. Yo estoy de acuerdo con él.
Ser feliz significa disfrutar de la pereza, pero la felicidad cuesta esfuerzo.
Para ser perezoso y desgraciado no hace falta esforzarse, pero para disfrutar
verdaderamente de la pereza hay que trabajar. Si no te duchas porque te da
pereza aguantarás la roña y te picarán las pulgas, pero si te tomas el trabajo
de ducharte disfrutarás de una piel fresca y de una sensación de bienestar: la
misma que te invade cuando estás limpio. Si quieres te pongo otro ejemplo.
Mira, si no estudias cuando tienes que estudiar y haces el vago, sentirás el
pesar de no hacer lo que debes; y cuando suspendas, ese peso te pesará cada vez
más. Pero si estudias lo necesario y te diviertes después, la diversión tendrá
un sabor más exquisito; además, cuando apruebes te sentirás más ligero, porque
te quitarás un peso de encima: de lo que te has examinado ya no tendrás que
volverte a examinar; y si te examinas de nuevo te costará menos, porque luego
no tendrás que estudiarte todas las cosas, sino solamente repasarlas. Al revés
que el vago, que cada vez irá acumulando suspensos y cada vez tendrá más cosas
que estudiar. El estudio del vago va pesando como una bola de nieve. El del
perezoso feliz pierde peso, como el agua que se evapora, porque ha comprendido
que la vida es una carrera y la meta es la pereza; para llegar a la meta hay un
punto de partida, que es el esfuerzo, el trabajo, el despliegue de la voluntad.
Ahora
Darío estaba perplejo. Juan Luis había puesto el mundo al revés. Y Juan Luis
remató la faena con una guinda que le puso al pastel.
-Recuerda
lo que hemos dicho: divertirse es distraerse del aburrimiento, no de la
felicidad. Para disfrutar de la pereza hay que ser feliz, pero el vago piensa
lo contrario: piensa que con la pereza alcanzará la felicidad.
-Explícate
un poco mejor.
-La
felicidad la da el trabajo: no la pereza. Lo que da la pereza es el disfrute,
el goce, pero gozar sin ser feliz es lo mismo que circular sin gasolina: te
durará poco. La felicidad es la gasolina de la pereza. La felicidad requiere
trabajo y la pereza produce placer. Pues bien: cuanto más esfuerzo habrá más
goce, y el trabajo es la fuerza del placer.
[1]
Espronceda, Poesías completas. Edición a cargo de Don Juan Alcina Franch. Barcelona, Bruguera,
1968; p. 120.
[2] Ibídem, p. 335.
[3] Ibídem, p. 156.
[4] Ibídem, p. 225.
[5] Ibídem, p. 216.
[6] Ibídem, p. 244.
[7] Ibídem, p. 250.
[8] Ibídem, p. 375.
[9] Ibídem, p. 196.
[10] Ibídem, p. 223.
[11] Ibídem, p. 347.
[12] Ibídem, p. 335.
[13] Ibídem, p. 335.
[14] Ibídem, p. 299.
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