FRANCE GALL
Tenía
un pelo rubio que brillaba como el sol. Tenía una cara de ángel. Y una voz como
los adolescentes que sueltan gallos aunque canten bien. Tenía la edad de la
inocencia, te daban ganas de apretujarla como cuando coges un pajarillo en tus
manos o un pollito recién nacido, de terciopelo amarillo, todo ternura, todo
bondad. Nos hizo soñar con el amor cuando el amor era un sueño, cuando amar era
recordar y embelesarse y volar sin tocar tierra. Porque en la tierra está la
realidad y la realidad era enemiga de los sueños. Era apenas una muñeca frágil,
una muñeca de trapo, una muñeca de cera, dulce como el sonido que acaricia
nuestros oídos cuando la música se diluye y se vuelve niebla, y en esa niebla
se funden la imágenes que no tienen perfiles, las manchas sin contorno, los
sentimientos que no tienen palabras y las palabras que sólo son música, y fuera
de la música no había nada.
Corría
el año 1965. France Gall había ganado en Eurovisión. Los que aún teníamos diez
años nos debatíamos entre la infancia que ya no era y la juventud que aún no
llegaba. Éramos adolescentes como ella. Al otro lado del espejo estaba el
rostro hermoso, pero sensual, de Brigitte Bardot; sin embargo ella no era sensual,
sino sensible¸ era humo de sueño, casi vapor de agua, y Brigitte Bardot era
lava ardiente, labios carnosos y piel arrebatada; era más, en aquellos tiempos
de zozobra, el amor que no se toca que el ardor que se toca con el cuerpo,
suave y terso, donde naufraga en el abismo de la carne: la carnada. Los que
éramos adolescentes y estábamos en la luna no éramos Brigitte Bardot, todo
cuerpo y nada niebla; éramos France Gall, apenas rayo de sol, incorpórea,
ideal, como la Sigrid del Capitán Trueno; escarcha de la tierra de Thule que
sólo existía en la imaginación, vikingos que eran buenos y espadas que no
mataban; así era ella, France Gall, una sombra sin cuerpo, pero sombra de luz,
la luz de sus cabellos, un rostro diáfano, unos ojos sin malicia, ni siquiera
la malicia del adolescente, todo era inocencia: y en las cárceles de España se
maltrataba y se pegaba.
Nosotros
éramos France Gall: un sueño al margen de la realidad, cuando la realidad era
realidad y no podía ser soñada. Era una adolescencia real, y una España falsa.
Crecimos creyendo que el mundo era bueno, como las muñecas de cera que yacían
dormidas en una canción: y eran las mujeres lavando la ropa, allí, cuando
todavía no había lavadoras; fregando el suelo cuando todavía no había fregonas;
haciendo la comida en las cocinas de carbón, las más de las veces puchero,
judías y garbanzos, carne las menos, o muy pocas, y las mañanas de invierno
clavadas en la escarcha; el churrero gritaba por la calle y las vecinas hacían
el brasero, los obreros en la fábrica. Una atmósfera sórdida y fría, tosca,
dura, desagradable y ronca, prosaica y gris. Y una palmetada en la escuela y
una torta en casa y un miedo terrible a la guardia civil, que el respeto se
cimenta sobre la desmesura. Era un mundo de plomo donde nada era amable, pero
creíamos en Bambi y en Cenicienta y en Blancanieves, y en los cromos del
chocolate y en los álbumes que rellenábamos y en el mundo falso de Pepe Pinto,
Manolo Escobar o Rafael Farina: todavía no se había cantado el Viva España.
Sobre
aquellos retales flotaba France Gall. Como un aire fresco en un humo duro, duro
y espeso, que picaba en la garganta: como el humo que se escapaba todos los
días por las chimeneas de la fábrica. Era como el aliento que se pegaba en las
ventanas, en el invierno frío, y nosotros lo esculpíamos soltando vaho en los cristales
y aplastándolo con las manos. Y era un mundo imaginario. France Gall era el
adolescente que necesitaba soñar, que necesitaba evadirse del mundo igual que nosotros
necesitábamos respirar, y surcar los espacios vacíos, las nebulosas flotantes,
las figuras que no tienen cuerpo y los cuerpos que no tienen alma: France Gall
era el alma de quienes no habían conocido la guerra. Sus cabellos rubios no
eran de la raza aria, sino de las entrañas mismas del sueño, de las entrañas. Todavía
recuerdo su voz adolescente, como la nuestra, llena de gallos; cantándole a la
muñeca de cera y de sonido, cantando entonada sin un solo gallo: su mirada era
limpia, sus ojos dibujaban un mundo sin maldades, y el mundo era inmenso en el
pozo estrecho de nuestro corazón, pues allí cabía todo a condición de que
fueran sueños: sueños donde casi no cabía nada.
France
Gall acaba de morir. Tenía setenta años. Se la llevó un cáncer que la estaba
visitando de nuevo, porque era tan guapa, aun cuando fuera mayor, que hasta la
enfermedad flotaba sobre ella queriéndosela llevar, como una enamorada. Pero en
lugar de acariciarla con una nube se metió en su cuerpo y la acarició con una
daga. Se esfumó con ella el viento donde se esfuma la realidad, la niebla que
deshacía los perfiles, el cuerpo que era el alma. Y nos dejó desnudos,
huérfanos de sueños y desnudos de disfraces, los disfraces con que se paseaban
las cosas reales. Pero toda ella era real: aquella inocencia de los
adolescentes era real; estar en la luna mientras pisabas la tierra era real; la
música era una mentira más real que las cosas mismas, aunque sólo fuera humo
para quienes no soñaban: y era necesario soñar, soñar para alegrar el mundo y
no llenarlo de falsedades. Aquella España de charanga y pandereta era falsa.
Aquella tierra que vomitaba emigrantes era falsa: lo era en las coplas donde
emigrar era amar las raíces huecas construyendo realidades vanas. Pero France
Gall sí que era real, tan real como una muñeca de cera; los sueños de los
adolescentes eran falsos, pero era cierta la realidad del adolescente que soñaba:
tan cierta como que yo ahora estoy escribiendo y ahí fuera está nevando; tan
cierta como que mi madre ahora es vieja y a mí se me van gastando los años y
tan cierta como que las mujeres lavaban la ropa, fregaban el suelo, encendían
el brasero y hacían garbanzos; pero no lo era como Antonio Molina, que bajaba a
la mina tan contento de ser minero riendo y cantando, y bebiendo marro. Había
una España falsa y nos la pintaban bien, y otra España que siempre se escondía
para que nadie la pintara. Pero con sus estrofas falsas la muñeca de cera era
tan verdad como la propia France Gall, y los pobres adolescentes que, sin
disolver los sueños todavía en la piel lasciva de Brigitte Bardot, se evadían
del mundo en la realidad soñada. Porque en ese mundo todavía era posible el
amor: cuando los adultos habían renegado de él sin conocerlo apenas, y también se
habían olvidado de cuando eran críos y también soñaban.
Pero,
¿sabes?, aquella muñeca de cera había crecido en una realidad sórdida de la que
Eurovisión no se acordaba. De la guerra de Argelia donde morían los mismos
soldados que mataban; de la guerra de Indochina, que también fue colonia
francesa y también se mataba. Había una realidad sorprendente y dura detrás del
rostro angelical, y el ángel había nacido del demonio, que es lo que era
Francia cuando en la metrópoli usaba micrófonos y en las colonias usaba balas.
El mundo es así, pero el estiércol no es la suciedad que nos mancha sino el
barro que nos alimenta y la peste que nos abona el campo: pues tenemos la
virtud de no ahogarnos en nuestra inmundicia sino de hacer de ella su lodo
bueno, destruyendo su lado malo. France Gall. Una niña rubia, apenas
adolescente, de pulmones limpios acechados por el tabaco de Serge Gainsbourg,
que era quien le compuso la canción; y que tenía los pulmones podridos como
chimeneas de humo que salían del cigarro eterno. Ha muerto France Gall.
Tres
años después de su triunfo, los estudiantes pedían en París que la imaginación
subiera al poder y buscara realismo pidiendo lo imposible; ella misma era un
imposible sueño que había sido hecho realidad por don Quijote. Vapores proteicos
donde duermen las formas, las formas de las cosas, espíritu sin cuerpo o con un
cuerpo tan etéreo que parece que nadie toca. Me acuerdo ahora de aquella
España. De la adolescencia que no debiera morir nunca, porque los adolescentes
ya sólo crecen (cuánto me apena verlo) a solas con el cuerpo olvidándose del
alma; se olvidan de la escarcha que empolvaba los cristales y esculpía las
formas borrosas en la ventana; y se olvidan de vivir, porque en su vida ya no hay
sueños y hace tiempo que la nieve ya no tiene la mirada blanca. Y, ¿sabes una
cosa?, también mi France Gall era falsa. La mía era francesa y la verdadera era
de Luxemburgo; y Luxemburgo fue quien ganó en eurovisión, de ninguna manera Francia.
También la memoria lleva a nuestras cabezas, sin nosotros quererlo, historias
verdaderas que se incrustan en la memoria falsa.
"De la adolescencia que no debiera morir nunca, porque los adolescentes ya sólo crecen (cuánto me apena verlo) a solas con el cuerpo olvidándose del alma; se olvidan de la escarcha que empolvaba los cristales y esculpía las formas borrosas en la ventana; y se olvidan de vivir, porque en su vida ya no hay sueños y hace tiempo que la nieve ya no tiene la mirada blanca". Adolescencia de adolece pero sí sabe y puede recordar a quien ama en fanatismo amor de canto, de poesía, de escritor, de artista o tenista y es hermoso. Cuando se nos va y lo hemos amado con nuestro " adolecere" , lo amamos en el recuerdo pleno de memoria. Un canto, una elegía, un himno a nuestro recuerdo lo que nuestra lechuza 🦉 nos trae hoy...
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