viernes, 9 de junio de 2017

HISTORIAS DE VICENTE Y REA




HISTORIAS DE VICENTE Y REA 



1.

Juan Luis habló de la ética como el triunfo de la voluntad. La vida de todos los días, como el arte que nos rescata de lo cotidiano, despierta en nosotros la fibra sensible. La ética, sin embargo, despierta nuestras energías, nuestra fuerza constitutiva, nuestras ganas de actuar. Pidió a los chicos que escribiesen sobre ello y lo que más le gustó fue el trabajo que hizo Esmeralda. Estaba compuesto por dos historias y una coda: Juan Luis lo leyó para toda la clase. He aquí lo que leyó:

La historia de Vicente.
Érase un buen hombre, que tenía un buen corazón, que era buen ciudadano. Siempre cumplía con su deber. Un día anunció el gobierno que había que separar las basuras, y él cumplió con sus obligaciones religiosamente. Había un contenedor amarillo para echar el plástico. Otro de color azul para meter papel. Otro verde para los vidrios. Y había otro de color gris (a veces eran dos, porque ése se llenaba más que todos) para el resto de las basuras. Él separaba todos los días sus residuos. Los metía en bolsas de plástico y llevaba cada bolsa al sitio que le correspondía. Hasta que vio, un día, por casualidad, que todos los camiones de la basura vaciaban todos los contenedores en el mismo vertedero. Entonces su corazón se llenó de tristeza y, arrugando el ceño, se dijo que de qué servía separar las basuras. Desde entonces volvió a tirar todos los residuos juntos en el mismo contenedor de siempre.

Historia de Rea Justa.
Había una vez una chica llamada Rea Justa que era vecina de Vicente. Como él, supo un día que había que separar las basuras y, como estaba preocupada por el medio ambiente, las separó. Como él, descubrió que el camión de la basura juntaba en el mismo vertedero todos los deshechos que ella separaba. Pero al revés que él, todavía los siguió separando cuando hizo este descubrimiento. No le importó que las autoridades no cumplieran con su palabra. No le importó que los encargados de despertar conciencias no tuvieran conciencia. No le importó que por arriba se destruyera lo que pacientemente se estaba construyendo por abajo. Rea siguió separando las basuras, siguió trabajando por la naturaleza, siguió realizando el reciclado. Lo importante era afianzarse en sus creencias; fortalecer sus hábitos, reforzar sus convicciones. Cuando la idea de separar las basuras se hubiera hecho costumbre, y cuando esa costumbre fuera sólida como el acero, entonces Rea consideraría que estaba preparada para predicar. Entonces convencería a sus vecinos, escribiría en el periódico, hablaría por la radio, denunciaría que los que están arriba no cumplen con lo que hacen cumplir a los que están abajo. Convocaría manifestaciones y llenaría la calle de gente para obligar a cumplir a los de arriba. Y entonces no le habría pasado como a Vicente. Muchos Vicentes juntos desinflan el esfuerzo pionero que se abre camino entre la inercia. Pero muchas Reas juntas no sólo no lo desinflan, sino que impiden, con su acción, que los camiones en el vertedero deshagan lo que la gente hace en casa. Rea habrá conseguido que el pueblo eduque al gobierno, ya que el gobierno no sabe educar al pueblo.

Coda.
Vicente va donde va la gente. Rea consigue que la gente vaya adonde ella va. Rea Justa: al hacer justicia, reajusta lo que otros desajustaron. Rea Justa es una res gestae: alguien que cambia el mundo con su actividad. Los Vicentes, muebles inertes calentando asiento, no dejan nunca de ser res stantes. Actividad e inercia, cuerpos inertes frente a gestas heroicas, fe que se mueve, montañas que pesan: los dos polos del mundo de Ortega y Gasset.
La fe mueve montañas. El mundo está hecho de montañas de Vicentes y de Reas que esperan: porque tienen fe.
Fin.
           


2.

Rea Justa quería ser libre. Sintió que no lo era en el mundo donde estaba, se fue de él. Quería saber qué era tener las manos libres, sentirse a gusto, sin opresión, poder gozar sin problemas, andar sin ataduras, ser feliz. En este mundo siempre estaba oprimida; porque cuando no era libre por fuera, sentía por dentro que algo la oprimía.
            Se montó en una nave espacial. Y cuando llegó más allá de las nubes, allí, lejos de la tierra, se sintió flotar. No había nada que la apretase, nada que la constriñera, nada que tirara de ella hacia el suelo. No pesaba. Disfrutó su falta de peso como creyó que disfrutaban los niños la ingravidez del seno materno. El espacio era un líquido amniótico que nos acogía en su seno, pero le faltaba algo; le faltaba un tubo por donde respirar; el espacio era un vientre sin placenta donde no se podía vivir. Cuando pasó la alegría de flotar en el espacio libre, se dio cuenta de que no podía hacer nada; no podía disfrutar de sí misma porque le faltaba un medio donde agarrarse. Quería ser libre, pero no tanto. Libre sin salirse de madre.
Entonces volvió a la tierra y se subió a un avión. Desde allí se tiró al aire y cayó, cayó como un poseso; perdía pie continuamente, flotaba y no flotaba en el aire, caía porque no podía agarrarse a nada. Gozó de la adrenalina que le desbordaba por todos los poros de su ser, gozó de ser atraída por algo sin que ese algo la aplastara; sintiendo en su caída la resistencia del aire, el tirón de la ropa que quería arrancarse de su cuerpo, formando bolsas que tiraban por encima de ella. Hasta que, ya cerca del suelo, alguien tiró de una anilla y se abrió un paracaídas. Se detuvo el vértigo y se sintió caer flotando, como cuando había estado en el espacio. Se creía libre y estaba atada al paracaídas.
Se posó sobre el suelo; y aunque estaba amortiguada la caída, el paracaídas no la libró de darse un topetazo. Salió indemne de aquel revolcón. Primero el espacio y luego el aire, el flotar en el cielo no la había dejado libre de ataduras. Primero el tubo para respirar, luego el paracaídas; no había dejado de estar atada a algo. Se sumergió en un submarino. En un batiscafo donde explorar las profundidades. Primero había nadado y se había visto flotar en algo muy parecido al vientre de su madre; se sentía libre, pero, a diferencia de lo que pasaba en el espacio, podía dirigir su cuerpo surcando el agua con sus movimientos. Era libre, flotaba y también era dueña de fijar el rumbo; pero también estaba atada a un tubo para respirar. Además, pronto descubrió que el agua le pesaba sobre todo el cuerpo. Supo después que cada diez metros que descendía era como si la estuviera aplastando una atmósfera más, y el mar ya no era agua sino piedra. Tuvo que meterse en el batiscafo. Y le contaron después que, si de pronto entrara el agua en el sumergible, estallaría su cuerpo de manera fulminante; se destrozaría instantáneamente en miles de fragmentos diminutos, sería como estar dentro de una explosión. Volvió a la superficie.
Y regresó al mundo en el que siempre vivió sin sentirse libre. Sintió la alegría de sus ataduras de antaño, después de haber necesitado los mundos sin ataduras. Supo que no es posible la libertad sin estar agarrado a nada. Que no se puede flotar de verdad cuando uno no pesa. Que no existe libertad sin alegría, y que la libertad es simplemente flotar sin salir de madre.

3.

Subió al espacio y estaba sin ataduras. Pero no podía dirigir sus movimientos, no se sentía libre. El espíritu del cosmos le entregó una piedra que decía: en el equilibrio de tu cuerpo mando yo.
Se fue al aire y se sintió sin ataduras. Pero aunque parecía flotar, tampoco podía dirigir sus movimientos, tampoco se sentía libre. El espíritu del aire le susurró al oído: yo mando en las nubes, pero la tierra te arrastra; yo no te puedo retener.
Después bajó a las profundidades y estaba sin ataduras, pero las profundidades la querían aplastar. Tuvo que subir luchando con fuerza y en la superficie tuvo que nadar. El espíritu de las aguas le dijo: yo destruyo a quien busca, en el fondo, el secreto de la libertad.
La tierra entonces le dijo: yo te sujeto, aunque tienes que luchar con fuerza para vivir sobre mí. Yo te abrigo aunque parezca mentira, y en mis límites tú puedes navegar. En mi seno estás libre y protegida, tú me combates porque no estás sola, yo soy un árbol de caminos: en mis brazos tienes la libertad.





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