HISTORIAS DE VICENTE Y REA
1.
Juan Luis habló de la ética
como el triunfo de la voluntad. La vida de todos los días, como el arte que nos
rescata de lo cotidiano, despierta en nosotros la fibra sensible. La ética, sin
embargo, despierta nuestras energías, nuestra fuerza constitutiva, nuestras
ganas de actuar. Pidió a los chicos que escribiesen sobre ello y lo que más le
gustó fue el trabajo que hizo Esmeralda. Estaba compuesto por dos historias y
una coda: Juan Luis lo leyó para toda la clase. He aquí lo que leyó:
La historia de Vicente.
Érase un buen hombre, que
tenía un buen corazón, que era buen ciudadano. Siempre cumplía con su deber. Un
día anunció el gobierno que había que separar las basuras, y él cumplió con sus
obligaciones religiosamente. Había un contenedor amarillo para echar el
plástico. Otro de color azul para meter papel. Otro verde para los vidrios. Y
había otro de color gris (a veces eran dos, porque ése se llenaba más que
todos) para el resto de las basuras. Él separaba todos los días sus residuos.
Los metía en bolsas de plástico y llevaba cada bolsa al sitio que le
correspondía. Hasta que vio, un día, por casualidad, que todos los camiones de
la basura vaciaban todos los contenedores en el mismo vertedero. Entonces su
corazón se llenó de tristeza y, arrugando el ceño, se dijo que de qué servía
separar las basuras. Desde entonces volvió a tirar todos los residuos juntos en
el mismo contenedor de siempre.
Historia de Rea Justa.
Había una vez una chica
llamada Rea Justa que era vecina de Vicente. Como él, supo un día que había que
separar las basuras y, como estaba preocupada por el medio ambiente, las
separó. Como él, descubrió que el camión de la basura juntaba en el mismo
vertedero todos los deshechos que ella separaba. Pero al revés que él, todavía
los siguió separando cuando hizo este descubrimiento. No le importó que las autoridades
no cumplieran con su palabra. No le importó que los encargados de despertar
conciencias no tuvieran conciencia. No le importó que por arriba se destruyera
lo que pacientemente se estaba construyendo por abajo. Rea siguió separando las
basuras, siguió trabajando por la naturaleza, siguió realizando el reciclado.
Lo importante era afianzarse en sus creencias; fortalecer sus hábitos, reforzar
sus convicciones. Cuando la idea de separar las basuras se hubiera hecho
costumbre, y cuando esa costumbre fuera sólida como el acero, entonces Rea
consideraría que estaba preparada para predicar. Entonces convencería a sus
vecinos, escribiría en el periódico, hablaría por la radio, denunciaría que los
que están arriba no cumplen con lo que hacen cumplir a los que están abajo.
Convocaría manifestaciones y llenaría la calle de gente para obligar a cumplir
a los de arriba. Y entonces no le habría pasado como a Vicente. Muchos Vicentes
juntos desinflan el esfuerzo pionero que se abre camino entre la inercia. Pero
muchas Reas juntas no sólo no lo desinflan, sino que impiden, con su acción,
que los camiones en el vertedero deshagan lo que la gente hace en casa. Rea habrá
conseguido que el pueblo eduque al gobierno, ya que el gobierno no sabe educar
al pueblo.
Coda.
Vicente va donde va la gente.
Rea consigue que la gente vaya adonde ella va. Rea Justa: al hacer justicia,
reajusta lo que otros desajustaron. Rea Justa es una res gestae: alguien que
cambia el mundo con su actividad. Los Vicentes, muebles inertes calentando
asiento, no dejan nunca de ser res stantes. Actividad e inercia, cuerpos
inertes frente a gestas heroicas, fe que se mueve, montañas que pesan: los dos polos
del mundo de Ortega y Gasset.
La fe mueve montañas. El mundo
está hecho de montañas de Vicentes y de Reas que esperan: porque tienen fe.
Fin.
2.
Rea Justa quería ser libre.
Sintió que no lo era en el mundo donde estaba, se fue de él. Quería saber qué
era tener las manos libres, sentirse a gusto, sin opresión, poder gozar sin
problemas, andar sin ataduras, ser feliz. En este mundo siempre estaba
oprimida; porque cuando no era libre por fuera, sentía por dentro que algo la
oprimía.
Se montó en una nave espacial. Y cuando llegó más allá de
las nubes, allí, lejos de la tierra, se sintió flotar. No había nada que la
apretase, nada que la constriñera, nada que tirara de ella hacia el suelo. No
pesaba. Disfrutó su falta de peso como creyó que disfrutaban los niños la
ingravidez del seno materno. El espacio era un líquido amniótico que nos acogía
en su seno, pero le faltaba algo; le faltaba un tubo por donde respirar; el
espacio era un vientre sin placenta donde no se podía vivir. Cuando pasó la alegría
de flotar en el espacio libre, se dio cuenta de que no podía hacer nada; no
podía disfrutar de sí misma porque le faltaba un medio donde agarrarse. Quería
ser libre, pero no tanto. Libre sin salirse de madre.
Entonces volvió a la tierra y
se subió a un avión. Desde allí se tiró al aire y cayó, cayó como un poseso;
perdía pie continuamente, flotaba y no flotaba en el aire, caía porque no podía
agarrarse a nada. Gozó de la adrenalina que le desbordaba por todos los poros
de su ser, gozó de ser atraída por algo sin que ese algo la aplastara;
sintiendo en su caída la resistencia del aire, el tirón de la ropa que quería
arrancarse de su cuerpo, formando bolsas que tiraban por encima de ella. Hasta
que, ya cerca del suelo, alguien tiró de una anilla y se abrió un paracaídas.
Se detuvo el vértigo y se sintió caer flotando, como cuando había estado en el
espacio. Se creía libre y estaba atada al paracaídas.
Se posó sobre el suelo; y
aunque estaba amortiguada la caída, el paracaídas no la libró de darse un
topetazo. Salió indemne de aquel revolcón. Primero el espacio y luego el aire,
el flotar en el cielo no la había dejado libre de ataduras. Primero el tubo
para respirar, luego el paracaídas; no había dejado de estar atada a algo. Se
sumergió en un submarino. En un batiscafo donde explorar las profundidades.
Primero había nadado y se había visto flotar en algo muy parecido al vientre de
su madre; se sentía libre, pero, a diferencia de lo que pasaba en el espacio,
podía dirigir su cuerpo surcando el agua con sus movimientos. Era libre,
flotaba y también era dueña de fijar el rumbo; pero también estaba atada a un
tubo para respirar. Además, pronto descubrió que el agua le pesaba sobre todo
el cuerpo. Supo después que cada diez metros que descendía era como si la estuviera
aplastando una atmósfera más, y el mar ya no era agua sino piedra. Tuvo que
meterse en el batiscafo. Y le contaron después que, si de pronto entrara el
agua en el sumergible, estallaría su cuerpo de manera fulminante; se
destrozaría instantáneamente en miles de fragmentos diminutos, sería como estar
dentro de una explosión. Volvió a la superficie.
Y regresó al mundo en el que
siempre vivió sin sentirse libre. Sintió la alegría de sus ataduras de antaño,
después de haber necesitado los mundos sin ataduras. Supo que no es posible la
libertad sin estar agarrado a nada. Que no se puede flotar de verdad cuando uno
no pesa. Que no existe libertad sin alegría, y que la libertad es simplemente
flotar sin salir de madre.
3.
Subió al espacio y estaba sin
ataduras. Pero no podía dirigir sus movimientos, no se sentía libre. El
espíritu del cosmos le entregó una piedra que decía: en el equilibrio de tu
cuerpo mando yo.
Se fue al aire y se sintió sin
ataduras. Pero aunque parecía flotar, tampoco podía dirigir sus movimientos,
tampoco se sentía libre. El espíritu del aire le susurró al oído: yo mando en
las nubes, pero la tierra te arrastra; yo no te puedo retener.
Después bajó a las
profundidades y estaba sin ataduras, pero las profundidades la querían
aplastar. Tuvo que subir luchando con fuerza y en la superficie tuvo que nadar.
El espíritu de las aguas le dijo: yo destruyo a quien busca, en el fondo, el
secreto de la libertad.
La tierra entonces le dijo: yo
te sujeto, aunque tienes que luchar con fuerza para vivir sobre mí. Yo te
abrigo aunque parezca mentira, y en mis límites tú puedes navegar. En mi seno
estás libre y protegida, tú me combates porque no estás sola, yo soy un árbol
de caminos: en mis brazos tienes la libertad.
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