viernes, 30 de junio de 2017

EDUCAR ES VIVIR






EDUCAR ES VIVIR


            La vida es niebla. Humo granulado que se deposita sobre las cosas, aleja lo cercano, las sustrae a nuestra mirada. En ese mar de niebla que son las cosas muchas veces no vale encender la luz; cuanto más alumbramos, menos vemos. La niebla es un lugar oscuro donde hay que entornar los ojos para ver mejor. El grano del aire, unas veces espeso, otras más claro, deja ver mucho o deja ver poco, y en ocasiones no deja ver nada, pero nunca ocurre que nos lo deje ver todo; porque todo lo que vemos es siempre parte de lo que miramos. Siempre hay un velo entre el ojo y el mundo. Siempre hay interpuestas diminutas gotas de agua; unas gotas que, reflejando el mundo en sus espejos, reflejan entre ellas las innúmeras imágenes y acaban enfundándolas en un barro oscuro; un barro opaco hecho de demasiadas transparencias; demasiadas imágenes que, entorpeciéndose unas a otras, acaban por desaparecer.
            El aire de los mil reflejos es un laberinto que deforma la realidad cuando la miramos. Y acaso la realidad esté hecha de gotas que se estorban, de granos que la ensucian, como el manto aéreo donde la tenemos que ver. Si la realidad es evanescente, no sé. Pero sí sé que el aire en que flotamos es para los ojos una eterna evanescencia.
            Enseñar. Convivir a través de la niebla es penetrar en los granos, en un afán por querer ver. Las gentes son misterio porque no las  vemos. Los impresos son tinieblas que lo ocultan todo con sus datos. Los cuestionarios son filtros que no dejan pasar las principales cosas que buscamos. Las palabras, en el recreo; los gestos, las distancias, las miradas, son múltiples caminos que llevan a los misteriosos secretos del ser. ¿Quién eres tú, quién soy yo? ¿Por qué sentimos otras cosas si en el fondo somos iguales?
            ¿Qué es un alumno? Una niebla de la que sólo tenemos vaga presencia. Un presentimiento que a veces no sabemos medir. Enseñar es transportar cosas, y el problema es que el alumno las entienda; entonces debe leer en nuestra niebla e intentar descifrar sus claves. Saber enseñar es penetrar en su bruma y conocer la estructura de sus granos. Cada alumno tiene en su mente una niebla distinta, cada uno aprende de una manera, y cada escuela tiene una bruma que crece entre el profesor y sus alumnos. Y cada profesor, como es frágil, tiene en su mente sus pequeñas brumas pero no sabe en cada momento con cuál les tiene que enseñar. Nuestra mente tiene un espejo y una mano. En el espejo se refleja el mundo con sus nieblas. Con las neblinas que el profesor le ha puesto, y con las que enturbian el propio espejo de nuestra mente cuando aprendemos. Y con la mano cambiamos el mundo, impulsados por lo que hemos aprendido de él. Así, sabremos cómo es el mundo y sabremos también cómo cambiarlo.
            Pero educar es otra cosa. Educar es conformar con ese espejo y esa mano el pozo de sentimiento que hay dormido en nosotros. No es enseñar ni es instruir. No es aprender cosas. No es aprender a hacerlas. Es aprender a ser desde las nieblas precisas en donde se está. Hay quien dice que la educación es tarea exclusiva de los padres, y que no se debe pedir que los maestros eduquen, porque los maestros sólo sirven para enseñar. Los maestros son enciclopedias enriquecidas con las muchas cosas que saben. Los padres no saben nada. Los que saben, enseñan; los ignorantes, educan. Y así gira el mundo con los planetas navegando en torno al sol, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, por los siglos de los siglos: amén. 

 
            Por desgracia para tan idílico sistema, el mundo no es transparente. El mundo es niebla. No existen los perfiles diáfanamente delimitados, como los maestros enseñando y los padres volcados en la tarea de educar. Si enseñar y aprender es atravesar la niebla que nos separa, la propia vida no es más que un continuado aprender y enseñar. Si no hubiese niebla, el maestro soltaría su saber y el discípulo se limitaría a recibirlo; y no habría nada más que hacer. Pero entre los dos hay una niebla que dificulta el entendimiento. Un obstáculo que entorpece la comunicación. Conectar, atravesar ese obstáculo, es tarea previa a la de enseñar. Es ponerse en lugar del otro para comprender por qué no entiende lo que le explican. Es meterte en sus sentimientos para sentir sus frustraciones, vivir sus miserias, entender, en suma, las cosas que pasan por su cabeza cuando aprender le cuesta tanto. Es ver cuándo hay que tener paciencia y cuándo tenemos que meter prisa, cuándo hay que dar tiempo para que el árbol madure y cuánto tenemos que forzarlo porque ya ha empezado a madurar. Regarlo primorosamente y darle nuestro cariño. Cuidarlo y mimarlo para que se sienta fuerte. Retarlo y disciplinarlo para desarrollar su fuerza, darle plenitud, solazarse en toda su expansión; castigando cuando no persevera la semilla que ha brotado, pero mimándola cuando duerme y todavía tiene que brotar. Se puede pedir fortaleza cuando hay fuerza desarrollada, pero exigirlo cuando aún es débil sería aplastarla en su proceso; abortar el huevo; estrangular y ahogar.
            Eso es educar. El maestro que enseña, educa. Con su sola presencia. Mal que le pese. Porque si no educara se podría sustituir al maestro por un robot: y eso no es posible. Enseñar es comunicar pensamientos. Abrir caminos para transitarlos juntos. Avanzar entre el follaje. Abrirse paso entre la niebla. Enseñar es comunicar, y en esa comunión simpatizar de veras, reconocerse como amigos, soltar el lastre y abrir el corazón. Unos lo harán de forma científica porque sabrán pedagogía. Otros, que no la hayan estudiado, se informarán como puedan a salto de mata. Y otros ni siquiera se informarán. Pero todos, con nuestra sola presencia, estaremos educando. Porque educar es existir. Flotamos en un mundo de luces y de sombras, en una niebla donde hay que adivinar las cosas, porque no se pueden ver. Quien sea capaz de sentir amor, que eduque: no hace falta ser maestro; ni padre ni madre ni tío: basta con ser amigo; con querer a los amigos; con querer enriquecerse enriqueciendo a los demás. O seremos unos desalmados. Hasta las autoridades habrán de sentir cariño si de verdad quieren mandar. Padres hay que no saben educar a los hijos, los educarán con sólo quererlos. Así, la educación se vuelve sencilla para el simple, aunque se complique para quien hace profesión de educar. Basta, para ello, con una sola mirada. Basta con un intento. Basta con sentir las leyes sagradas del amor.
            Flotamos en un mundo de luces y sombras. La barca nos lleva entre la niebla, surcamos los mares del destino, calamos en las playas de la idea, nadando entre corazones, llevando, entre tinieblas, la llamarada de amor que también nos lleva. Abrimos todas las puertas y desgarramos todos los velos. Buscamos la vida entre la muerte y llegamos, a la postre, a nuestro puerto. El puerto que nos estaba esperando en el horizonte, divisándonos entre la niebla. Nos veía porque nos sentía, desde las vibraciones ufanas del corazón.
            Educar, en sordina, es amar a la gente.





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