LA MATRIOSCHKA DEL MÉTODO “COCER” ( y 4):
ELEGIR
Dibujemos
dos círculos concéntricos. Dentro del primero escribiremos la palabra
“conocer”; dentro del segundo, la palabra “decidir”; dentro del conocer
incluimos, como hemos visto, el comprender, solidario del criticar, en su doble
aspecto analógico y lógico, es decir con metáforas y con deducciones; y dentro
del decidir distinguiremos entre la atmósfera y las acciones, la identidad
moral y la circunstancia, las decisiones esenciales y las circunstanciales.
Tracemos
luego una línea que corte horizontalmente ambos círculos por el centro: sobre
esa línea escribiremos la palabra “sentir” y debajo de ella la palabra
“pensar”; eso significa que conocemos y decidimos tanto por intuiciones y por
instinto como por razones y por ejemplos.
En
este esquema se contiene el método “cocerse”. Obsérvese que la “r” está antes
que la “s” y después de la “e”: lo que quiere decir que el respeto, que es el
resultado de una elección, es también un requisito previo antes de elegir. Así
mismo la “e” está también después de la “c”: lo que significa que a veces
elegimos después de comprender con la inteligencia, y otras veces necesitamos
reforzar el conocimiento con el corazón; por eso están juntas respectivamente
las sílabas “ce” y “se”: conocer para entender y sentir para entender.
La
voluntad es semejante a una fuente de agua: elegimos calentarla para que queme
o esté templada; la temperatura de las tripas, y del corazón, la elegimos
nosotros, pero la elegimos sobre la temperatura que había ya antes de que
tomáramos esa decisión (no es lo mismo que la fuente esté construida sobre agua
tibia, sobre un geiser o sobre aguas termales): la temperatura de partida es el
temperamento; la que logramos, el carácter. Pues bien, éste es el ambiente en
el que nos educamos; unos pueden vivir en ambientes cálidos, otros ardientes, y
otros congelados. Ese ambiente puede estar en nosotros (es nuestra naturaleza,
la temperatura del agua con la que nacemos) y puede estar en el ambiente
(podemos vivir en ambientes fríos o cálidos, según sea la atmósfera en la que
estamos).
El
agua que hay en esa fuente es champán. Echa burbujas. Cada burbuja es una
acción, y en cada acción ponemos una parte de nuestra naturaleza y una parte
del ambiente en el que vivimos. Cada burbuja es una acción. A lo largo de la
vida estamos haciendo muchas cosas: bailamos, vemos al cine, bebemos, jugamos
al ajedrez, hablamos con los amigos… soltamos muchas burbujas. Si esas acciones
queman, es como si viviéramos esclavos de nuestros instintos. Pero si los
enfría el aire que nos rodea, conseguiremos dominarlos; y ese aire que nos
rodea estaba ahí en parte y en parte lo hemos refrigerado nosotros. Refrenamos
los excesos de nuestros instintos, los educamos: es lo que pasa cuando la gente
que nos educa nos ayuda a convivir con nuestra naturaleza; a refrenarla, a
soltarla cuando nos enriquece o cuando nos hace daño; esa educación, por
supuesto, viene de la escuela, de la calle, de los libros… de casa.
Otras
veces esas burbujas están templadas y estallan en una atmósfera que arde:
entonces la sociedad nos hace malos. Lo normal es que las burbujas realimenten
la temperatura de la fuente de donde manan. Pero a veces el ambiente las
cambia. Quema lo visceral; lo cordial calma; la educación y la vida debieran
ser una moderación de los ardores que nos matan.
Fumar
es una decisión vivencial: uno elige
fumar o no fumar, y esa decisión gobernará nuestra vida. Pero fumar este
cigarro es una decisión circunstancial:
podemos ser no fumadores y llevarnos un pitillo a la boca durante una boda; por
tontear; esa decisión no va a gobernar nuestra vida y será, solamente, un acto
sin consecuencias. Lo vivencial conforma nuestras actitudes; lo circunstancial,
nuestras conductas; y para guiarnos en ambos casos necesitaremos ejemplos.
El ejemplo es la luz que nos alumbra, un
faro que nos guía. Cuando alumbra al conocimiento, se vuelve metáfora; y cuando alumbra a la
voluntad, es incitación (tentación,
deseo, resistencia). La metáfora indica cómo son las cosas. El ejemplo, cómo
tenemos que ser; y cómo elegir en cada momento.
Un
buen ejemplo de resistencia a las tentaciones es el cliente que no necesita
comprar lo que el vendedor ha venido a ofrecerle. La atención y el interés por
el producto deben despertar el deseo. Entre ellos está la inteligencia, pero la
inteligencia sólo nos muestra una parte de la realidad: la que le conviene al
vendedor; es la tentación; y el vendedor
es para el cliente un Calipso, un Circe, una sirena; su empeño es cegar nuestra
mente para que no veamos qué hay detrás de la tentación. Para que actuemos
movidos por un deseo ciego.
Después
de haber comprado vendrá nuestra perdición, nos habremos entregado a la dulce
esclavitud del consumo, encerrados en la isla de Calipso; nos habremos convertido en esclavos, perdiendo la alegría
de vivir, en el territorio de Circe;
o nos habremos arruinado, destruyendo nuestra economía, como si hubiéramos
entrado en la isla de las sirenas.
Los
vendedores son calipsos, circes o sirenas disfrazadas; y al vendernos sus
productos atacan nuestra economía. Para defendernos de ese ataque tenemos que
ver las dos caras de la realidad, la que nos presentan ellos y la que se
esconde detrás de esa apariencia; en una palabra, tendremos que luchar contra
la ceguera moral; despertar la conciencia; eso lo conseguiremos siguiendo los
pasos del método “cocer”: mejorarlo
en su versión “cocerse” (que conocemos ya). Porque después de conocer viene la crítica, mejor aún:
nuestro conocimiento debe ser crítica a la vez, y criticar es simplemente mirar
más allá de donde alcanzan los ojos, ver lo que no se ve; veremos el daño
detrás de la tentación, el perjuicio escondido detrás del beneficio aparente, y
será también un conocimiento sentido; así se unifican los métodos “cocer” y “coser”: comprender para elegir, elegir
después de sentir).
A
la hora de decidir se pone a prueba
nuestra fuerza moral. Si somos
capaces de resistir la tentación, sabremos cuándo nos conviene comprar y cuándo
no; y si el deseo es más fuerte que nuestra voluntad, sucumbiremos a los cantos
de sirenas. El deseo es el ojo que
ve de cerca; la voluntad es un ojo
que ve muy lejos; un impulso sabio corrigiendo a un impulso ciego. Hay gente
que no ha podido resistirse al deseo de comprar un coche, aun a sabiendas de
que no tenía dinero suficiente para pagarlo, y ha hipotecado su vida; su vida y
la de su familia.
Hay
que evitar la ceguera y la debilidad; que se combaten con la conciencia y con
la fuerza moral. Los métodos de venta buscan cegar al comprador; el método “cocerse” le abre los ojos
cuando tiene que comprar.
Necesitamos
metáforas para entender, y ejemplos para decidir. El alma del maestro para
decidir es el ejemplo cribado por la razón. El cincel con el que se labra la
voluntad. El vendedor, el predicador y el aprovechado utilizan ejemplos que
fascinan, desprovistos de toda crítica; entre el deseo y la compra quieren
desterrar, evidentemente, la inteligencia: esa planta que crece entre ellos y
que los vendedores quieren cortar.
Pues
bien, nuestra vida gira en torno a tres ejes que la sujetan: yo, el estar y el
ser: centrémonos en estos dos últimos; la ética consiste en un saber ser que nos produce bienestar (y,
en último extremo, felicidad), pero también en saber estar en el mundo; un saber estar que no debe ser sólo
cortesía, porque el respeto a las normas no debe crecer a costa del saber ser.
La educación es, desde luego, mucho más que cortesía; es autenticidad, o lo que
es lo mismo: el desarrollo de nuestra naturaleza en el mundo, no el desarrollo
del mundo a costa de nuestra naturaleza; nuestra naturaleza, recordémoslo,
también forma parte del mundo.
De
modo que lo primero es conocer: luego decidir; aunque decidir ya es una forma
de conocerse. “Conócete a ti mismo”, decía el oráculo de Delfos; y conocerse es
comprenderse, no solamente sentirse; la crítica es necesaria para entenderse;
la autocrítica también.
Luego
viene el decidir. Están primero las decisiones circunstanciales, decisiones
sobre el estar; ese estar en el mundo que es nuestra existencia; estas
decisiones se extienden sobre dos universos complementarios: uno es situarse en
el mundo; otro, relacionarse con los demás. Nos situamos cuando identificamos
las tentaciones; cuando abrimos los ojos a las asperezas de Ítaca (porque el mundo,
como Ítaca, es nuestro hogar, y nuestro hogar está lleno de retos entre los que
nos desarrollamos, no de tentaciones entre las que se diluye la naturaleza que
tenemos que desarrollar); nos situamos, en fin, cuando hacemos oídos sordos a
los cantos de sirena que nos asaltan por doquier. Y nos relacionamos con
nuestros semejantes cuando no somos brutos como Polifemo, cuando conocemos
antes de decidir; cuando nos atrevemos a investigar las cosas. Sapere aude.
Atrévete a pensar, como decía Kant.
El tercer
pilar de nuestra vida son nuestras decisiones sobre el ser: las que, como
decisiones esenciales, se centran en el desarrollo del ser, de nuestro ser; y
se manifiestan a la hora de aceptar una forma de ser. Decidimos elevar unos
cuantos jalones que sostienen nuestra vida: el esfuerzo, propio de la libertad;
la piedad, una forma de respeto que llamamos empatía; diálogo, que es saber
escuchar antes de hablar; compartir, que es el instinto de no querer para sí lo
que no se quiere para otro; amor, que quiere para otros lo que también quiere
para sí; y respeto a la naturaleza, o cuidado del medio ambiente, que si
mantienes limpia tu casa te mantienes limpio a ti mismo.
Conocerse.
Situarse. Relacionarse. Libertad. Piedad. Diálogo. Compartir. Amar. Respetar la
naturaleza. Nueve instintos humanos. Nueve necesidades esenciales que, para
preferirlas frente a todas las adulteraciones, más o menos caprichosas, se
convierten en nueve mandamientos. Estos nueve mandamientos se resumen, como
hemos visto, en tres: cuídate, cuida de los demás y cuida del mundo. Cuídate:
conócete, ubícate, esfuérzate en ser tú mismo, es el cuidado de ti. Cuida de
los demás. Sé piadoso, dialogante, sociable, comparte y ama. Y cuida al mundo
para poder cuidar de ti.
Estos
tres mandamientos se resumen en uno: respeto. Como una mesa de nueve patas que
se fundieron en tres, y esas tres finalmente se fundieron en una: una única
pata central; sobre ella reposa, sólida como una mesa, el tablero de nuestra
existencia. Cuantas menos patas había más robustas eran. El respeto es la más
robusta de todas. El respeto consiste en aceptar el ser, pero no necesariamente
el estar.
Aceptar el ser de cada cual, aceptar a
las personas como son; y no puede ser ciego, por eso respetar a las personas y
a la realidad supone: primero, conocerla; luego, comprenderla; en tercer lugar,
aceptarla; y por último, elegir, sobre esas bases, la manera de comportarse con
ella.
Pero
no tiene por qué ser necesariamente aceptar
el estar de cada cual. En efecto: unas veces tendremos que aceptar que una
persona está enferma, pero otras rechazaremos que lo esté (y tendremos, en
consecuencia, la obligación de curarlo); aceptamos el hecho de su enfermedad,
pero rechazamos que su enfermedad sea deseable; porque la enfermedad es una
degradación de la salud y la salud es el desarrollo de nuestro ser: por eso la
salud es tan valiosa.
En
resumen: el respeto contiene nuestras decisiones, que son los ladrillos con que
lo construimos, pero al mismo tiempo esas decisiones deben ser respetuosas; y
eso, lejos de ser un círculo vicioso, es la fuente del deber: el respeto es
principio y fin de la acción. Principio: está en el fondo de la matrioshka, en
el fondo de nuestro ser. Fin: está en el meollo de la existencia, una vasija
cuyas paredes se levantan desde ese fondo que las sujeta; ese fondo nos obliga
a buscarlo a través de nuestras acciones. Veámoslo con un par de ejemplos.
Primero:
me he hecho un horario para estudiar todas las tardes. Segundo: he decidido
pisotear los derechos de los demás. Ahora bien, es cierto que debo respetar los
tiempos de estudio si me comprometo a ello, pero si decido no respetar a los
demás eso no me da derecho a faltarles al respeto; la libertad de elección es
la cara de una moneda en cuya cruz está la responsabilidad (y si elijo estudiar
soy responsable de hacer lo que he decidido); pero todas las monedas, además de
tener dos caras, también tienen canto, y el canto que conecta la libertad con
la responsabilidad es el respeto: por eso no basta con responsabilizarme de mis
decisiones si con ellas estoy violando los derechos de los demás.
El respeto
contiene nuestras acciones, y por eso no se puede decidir sin respetar; ni
decidir, ni comprender, ni conocer. Ése es el principal axioma de la educación.
Para concluir.
Nuestra
vida es, en definitiva, como una muñeca rusa; como una matrioshka. Vemos que
una persona se comporta siempre de manera respetuosa. ¿Qué hay dentro del
respeto? Decisiones. Decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra
vida, y que han ido conformando (o no, según los casos) nuestra actitud
respetuosa. Pero ahora abrimos la muñeca de nuestras elecciones, y ¿qué
encontramos dentro? Otra muñeca: la del entendimiento; porque no solemos elegir
entre las cosas antes de comprenderlas. Y para entenderlas hay que conocerlas
primero: que es la última muñeca de nuestra vida, la que se esconde debajo del
entender. De modo que todo empieza y termina en el sentimiento: empieza en un sentir sensorial y concluye con un sentir cordial; ése es el círculo de
nuestra vida.
Primero
sé dónde está el hígado, qué forma tiene y con qué palabras lo designamos, y
luego, según lo vamos abriendo, con qué palabras designamos cada una de sus
partes. Luego lo comprendo todo cuando descubro que sirve para transformar las
grasas en hidratos, y viceversa. Luego sé que no me conviene abusar de las
grasas si quiero mantenerme sano, si quiero conservar el hígado en buen estado.
Y a partir de ahí forjo mi voluntad, reforzando su resistencia (y, por
supuesto, también su potencia) para obligarme a no abusar de las comidas grasas
aunque me gusten; la voluntad se construye desde la razón, agarrada a la
afectividad, frente a esa otra forma de afectividad, ignorante, endeble, que
son los apetitos.
Si respetamos
a una persona es porque la conocemos, la comprendemos en su esencia y, a pesar
de los avatares de su existencia, hemos decidido aceptarla con sus virtudes y
sus defectos: y hemos elegido, también, enmendar sus errores; que son los
defectos imputables a sus elecciones vitales y a sus estados naturales. Hemos
elegido: pero cuando elegimos hacer una cosa en vez de otra es porque conocemos
críticamente las opciones entre las que vamos a elegir. Y si criticamos las
cosas (sopesando los pros y los contras de cada opción) es porque las
conocemos. Toda actitud de desprecio o respecto empieza por el conocimiento o
por la ignorancia; y en este mundo, como decía Machado, hay gente que desprecia
cuanto ignora. Y hay que evitar el desprecio; para eso es necesario conocer;
aprender lo que no sabemos; es necesaria la educación. Un instrumento para
lograrlo es el método “cocerse”; que se abrevia, a la hora de nombrarlo, en el
método “cocer”. Respetar. Elegir. Comprender. Conocer.
El conocer
está dentro del comprender: no se puede comprender sin conocer. El comprender
está dentro del decidir: no debemos decidir sobre lo que no conocemos. El
decidir está dentro del respetar: no debemos actuar faltándole a nadie al
respeto. A nadie: ni a mí mismo, ni a mis semejantes, ni a la naturaleza;
porque si ofendo al mundo, y el mundo es lo que me rodea, es como si me
estuviera ofendiendo yo solo y llenara mi corazón de desgracia; pero mi
instinto me mueve a llenarlo de felicidad.
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