sábado, 15 de octubre de 2016

La matrioschka del método "cocer" (y 4): elegir




LA MATRIOSCHKA DEL MÉTODO “COCER” ( y 4):
ELEGIR

 

            Dibujemos dos círculos concéntricos. Dentro del primero escribiremos la palabra “conocer”; dentro del segundo, la palabra “decidir”; dentro del conocer incluimos, como hemos visto, el comprender, solidario del criticar, en su doble aspecto analógico y lógico, es decir con metáforas y con deducciones; y dentro del decidir distinguiremos entre la atmósfera y las acciones, la identidad moral y la circunstancia, las decisiones esenciales y las circunstanciales.
            Tracemos luego una línea que corte horizontalmente ambos círculos por el centro: sobre esa línea escribiremos la palabra “sentir” y debajo de ella la palabra “pensar”; eso significa que conocemos y decidimos tanto por intuiciones y por instinto como por razones y por ejemplos.
            En este esquema se contiene el método “cocerse”. Obsérvese que la “r” está antes que la “s” y después de la “e”: lo que quiere decir que el respeto, que es el resultado de una elección, es también un requisito previo antes de elegir. Así mismo la “e” está también después de la “c”: lo que significa que a veces elegimos después de comprender con la inteligencia, y otras veces necesitamos reforzar el conocimiento con el corazón; por eso están juntas respectivamente las sílabas “ce” y “se”: conocer para entender y sentir para entender. 

 

            La voluntad es semejante a una fuente de agua: elegimos calentarla para que queme o esté templada; la temperatura de las tripas, y del corazón, la elegimos nosotros, pero la elegimos sobre la temperatura que había ya antes de que tomáramos esa decisión (no es lo mismo que la fuente esté construida sobre agua tibia, sobre un geiser o sobre aguas termales): la temperatura de partida es el temperamento; la que logramos, el carácter. Pues bien, éste es el ambiente en el que nos educamos; unos pueden vivir en ambientes cálidos, otros ardientes, y otros congelados. Ese ambiente puede estar en nosotros (es nuestra naturaleza, la temperatura del agua con la que nacemos) y puede estar en el ambiente (podemos vivir en ambientes fríos o cálidos, según sea la atmósfera en la que estamos).
            El agua que hay en esa fuente es champán. Echa burbujas. Cada burbuja es una acción, y en cada acción ponemos una parte de nuestra naturaleza y una parte del ambiente en el que vivimos. Cada burbuja es una acción. A lo largo de la vida estamos haciendo muchas cosas: bailamos, vemos al cine, bebemos, jugamos al ajedrez, hablamos con los amigos… soltamos muchas burbujas. Si esas acciones queman, es como si viviéramos esclavos de nuestros instintos. Pero si los enfría el aire que nos rodea, conseguiremos dominarlos; y ese aire que nos rodea estaba ahí en parte y en parte lo hemos refrigerado nosotros. Refrenamos los excesos de nuestros instintos, los educamos: es lo que pasa cuando la gente que nos educa nos ayuda a convivir con nuestra naturaleza; a refrenarla, a soltarla cuando nos enriquece o cuando nos hace daño; esa educación, por supuesto, viene de la escuela, de la calle, de los libros… de casa.
            Otras veces esas burbujas están templadas y estallan en una atmósfera que arde: entonces la sociedad nos hace malos. Lo normal es que las burbujas realimenten la temperatura de la fuente de donde manan. Pero a veces el ambiente las cambia. Quema lo visceral; lo cordial calma; la educación y la vida debieran ser una moderación de los ardores que nos matan.
            Fumar es una decisión vivencial: uno elige fumar o no fumar, y esa decisión gobernará nuestra vida. Pero fumar este cigarro es una decisión circunstancial: podemos ser no fumadores y llevarnos un pitillo a la boca durante una boda; por tontear; esa decisión no va a gobernar nuestra vida y será, solamente, un acto sin consecuencias. Lo vivencial conforma nuestras actitudes; lo circunstancial, nuestras conductas; y para guiarnos en ambos casos necesitaremos ejemplos.
            El ejemplo es la luz que nos alumbra, un faro que nos guía. Cuando alumbra al conocimiento, se vuelve metáfora; y cuando alumbra a la voluntad, es incitación (tentación, deseo, resistencia). La metáfora indica cómo son las cosas. El ejemplo, cómo tenemos que ser; y cómo elegir en cada momento.
            Un buen ejemplo de resistencia a las tentaciones es el cliente que no necesita comprar lo que el vendedor ha venido a ofrecerle. La atención y el interés por el producto deben despertar el deseo. Entre ellos está la inteligencia, pero la inteligencia sólo nos muestra una parte de la realidad: la que le conviene al vendedor; es la tentación; y el vendedor es para el cliente un Calipso, un Circe, una sirena; su empeño es cegar nuestra mente para que no veamos qué hay detrás de la tentación. Para que actuemos movidos por un deseo ciego.
            Después de haber comprado vendrá nuestra perdición, nos habremos entregado a la dulce esclavitud del consumo, encerrados en la isla de Calipso; nos habremos convertido en esclavos, perdiendo la alegría de vivir, en el territorio de Circe; o nos habremos arruinado, destruyendo nuestra economía, como si hubiéramos entrado en la isla de las sirenas.
            Los vendedores son calipsos, circes o sirenas disfrazadas; y al vendernos sus productos atacan nuestra economía. Para defendernos de ese ataque tenemos que ver las dos caras de la realidad, la que nos presentan ellos y la que se esconde detrás de esa apariencia; en una palabra, tendremos que luchar contra la ceguera moral; despertar la conciencia; eso lo conseguiremos siguiendo los pasos del método “cocer”: mejorarlo en su versión “cocerse” (que conocemos ya). Porque después  de conocer viene la crítica, mejor aún: nuestro conocimiento debe ser crítica a la vez, y criticar es simplemente mirar más allá de donde alcanzan los ojos, ver lo que no se ve; veremos el daño detrás de la tentación, el perjuicio escondido detrás del beneficio aparente, y será también un conocimiento sentido; así se unifican los métodos “cocer” y “coser”: comprender para elegir, elegir después de sentir).
            A la hora de decidir se pone a prueba nuestra fuerza moral. Si somos capaces de resistir la tentación, sabremos cuándo nos conviene comprar y cuándo no; y si el deseo es más fuerte que nuestra voluntad, sucumbiremos a los cantos de sirenas. El deseo es el ojo que ve de cerca; la voluntad es un ojo que ve muy lejos; un impulso sabio corrigiendo a un impulso ciego. Hay gente que no ha podido resistirse al deseo de comprar un coche, aun a sabiendas de que no tenía dinero suficiente para pagarlo, y ha hipotecado su vida; su vida y la de su familia.
            Hay que evitar la ceguera y la debilidad; que se combaten con la conciencia y con la fuerza moral. Los métodos de venta buscan cegar al comprador; el método “cocerse” le abre los ojos cuando tiene que comprar.
            Necesitamos metáforas para entender, y ejemplos para decidir. El alma del maestro para decidir es el ejemplo cribado por la razón. El cincel con el que se labra la voluntad. El vendedor, el predicador y el aprovechado utilizan ejemplos que fascinan, desprovistos de toda crítica; entre el deseo y la compra quieren desterrar, evidentemente, la inteligencia: esa planta que crece entre ellos y que los vendedores quieren cortar.
            Pues bien, nuestra vida gira en torno a tres ejes que la sujetan: yo, el estar y el ser: centrémonos en estos dos últimos; la ética consiste en un saber ser que nos produce bienestar (y, en último extremo, felicidad), pero también en saber estar en el mundo; un saber estar que no debe ser sólo cortesía, porque el respeto a las normas no debe crecer a costa del saber ser. La educación es, desde luego, mucho más que cortesía; es autenticidad, o lo que es lo mismo: el desarrollo de nuestra naturaleza en el mundo, no el desarrollo del mundo a costa de nuestra naturaleza; nuestra naturaleza, recordémoslo, también forma parte del mundo.
            De modo que lo primero es conocer: luego decidir; aunque decidir ya es una forma de conocerse. “Conócete a ti mismo”, decía el oráculo de Delfos; y conocerse es comprenderse, no solamente sentirse; la crítica es necesaria para entenderse; la autocrítica también.
            Luego viene el decidir. Están primero las decisiones circunstanciales, decisiones sobre el estar; ese estar en el mundo que es nuestra existencia; estas decisiones se extienden sobre dos universos complementarios: uno es situarse en el mundo; otro, relacionarse con los demás. Nos situamos cuando identificamos las tentaciones; cuando abrimos los ojos a las asperezas de Ítaca (porque el mundo, como Ítaca, es nuestro hogar, y nuestro hogar está lleno de retos entre los que nos desarrollamos, no de tentaciones entre las que se diluye la naturaleza que tenemos que desarrollar); nos situamos, en fin, cuando hacemos oídos sordos a los cantos de sirena que nos asaltan por doquier. Y nos relacionamos con nuestros semejantes cuando no somos brutos como Polifemo, cuando conocemos antes de decidir; cuando nos atrevemos a investigar las cosas. Sapere aude. Atrévete a pensar, como decía Kant.

 

            El tercer pilar de nuestra vida son nuestras decisiones sobre el ser: las que, como decisiones esenciales, se centran en el desarrollo del ser, de nuestro ser; y se manifiestan a la hora de aceptar una forma de ser. Decidimos elevar unos cuantos jalones que sostienen nuestra vida: el esfuerzo, propio de la libertad; la piedad, una forma de respeto que llamamos empatía; diálogo, que es saber escuchar antes de hablar; compartir, que es el instinto de no querer para sí lo que no se quiere para otro; amor, que quiere para otros lo que también quiere para sí; y respeto a la naturaleza, o cuidado del medio ambiente, que si mantienes limpia tu casa te mantienes limpio a ti mismo.
            Conocerse. Situarse. Relacionarse. Libertad. Piedad. Diálogo. Compartir. Amar. Respetar la naturaleza. Nueve instintos humanos. Nueve necesidades esenciales que, para preferirlas frente a todas las adulteraciones, más o menos caprichosas, se convierten en nueve mandamientos. Estos nueve mandamientos se resumen, como hemos visto, en tres: cuídate, cuida de los demás y cuida del mundo. Cuídate: conócete, ubícate, esfuérzate en ser tú mismo, es el cuidado de ti. Cuida de los demás. Sé piadoso, dialogante, sociable, comparte y ama. Y cuida al mundo para poder cuidar de ti.
            Estos tres mandamientos se resumen en uno: respeto. Como una mesa de nueve patas que se fundieron en tres, y esas tres finalmente se fundieron en una: una única pata central; sobre ella reposa, sólida como una mesa, el tablero de nuestra existencia. Cuantas menos patas había más robustas eran. El respeto es la más robusta de todas. El respeto consiste en aceptar el ser, pero no necesariamente el estar.
            Aceptar el ser de cada cual, aceptar a las personas como son; y no puede ser ciego, por eso respetar a las personas y a la realidad supone: primero, conocerla; luego, comprenderla; en tercer lugar, aceptarla; y por último, elegir, sobre esas bases, la manera de comportarse con ella.
            Pero no tiene por qué ser necesariamente aceptar el estar de cada cual. En efecto: unas veces tendremos que aceptar que una persona está enferma, pero otras rechazaremos que lo esté (y tendremos, en consecuencia, la obligación de curarlo); aceptamos el hecho de su enfermedad, pero rechazamos que su enfermedad sea deseable; porque la enfermedad es una degradación de la salud y la salud es el desarrollo de nuestro ser: por eso la salud es tan valiosa.
            En resumen: el respeto contiene nuestras decisiones, que son los ladrillos con que lo construimos, pero al mismo tiempo esas decisiones deben ser respetuosas; y eso, lejos de ser un círculo vicioso, es la fuente del deber: el respeto es principio y fin de la acción. Principio: está en el fondo de la matrioshka, en el fondo de nuestro ser. Fin: está en el meollo de la existencia, una vasija cuyas paredes se levantan desde ese fondo que las sujeta; ese fondo nos obliga a buscarlo a través de nuestras acciones. Veámoslo con un par de ejemplos.
            Primero: me he hecho un horario para estudiar todas las tardes. Segundo: he decidido pisotear los derechos de los demás. Ahora bien, es cierto que debo respetar los tiempos de estudio si me comprometo a ello, pero si decido no respetar a los demás eso no me da derecho a faltarles al respeto; la libertad de elección es la cara de una moneda en cuya cruz está la responsabilidad (y si elijo estudiar soy responsable de hacer lo que he decidido); pero todas las monedas, además de tener dos caras, también tienen canto, y el canto que conecta la libertad con la responsabilidad es el respeto: por eso no basta con responsabilizarme de mis decisiones si con ellas estoy violando los derechos de los demás.
            El respeto contiene nuestras acciones, y por eso no se puede decidir sin respetar; ni decidir, ni comprender, ni conocer. Ése es el principal axioma de la educación. 

 

Para concluir.
            Nuestra vida es, en definitiva, como una muñeca rusa; como una matrioshka. Vemos que una persona se comporta siempre de manera respetuosa. ¿Qué hay dentro del respeto? Decisiones. Decisiones que hemos ido tomando a lo largo de nuestra vida, y que han ido conformando (o no, según los casos) nuestra actitud respetuosa. Pero ahora abrimos la muñeca de nuestras elecciones, y ¿qué encontramos dentro? Otra muñeca: la del entendimiento; porque no solemos elegir entre las cosas antes de comprenderlas. Y para entenderlas hay que conocerlas primero: que es la última muñeca de nuestra vida, la que se esconde debajo del entender. De modo que todo empieza y termina en el sentimiento: empieza en un sentir sensorial y concluye con un sentir cordial; ése es el círculo de nuestra vida.
            Primero sé dónde está el hígado, qué forma tiene y con qué palabras lo designamos, y luego, según lo vamos abriendo, con qué palabras designamos cada una de sus partes. Luego lo comprendo todo cuando descubro que sirve para transformar las grasas en hidratos, y viceversa. Luego sé que no me conviene abusar de las grasas si quiero mantenerme sano, si quiero conservar el hígado en buen estado. Y a partir de ahí forjo mi voluntad, reforzando su resistencia (y, por supuesto, también su potencia) para obligarme a no abusar de las comidas grasas aunque me gusten; la voluntad se construye desde la razón, agarrada a la afectividad, frente a esa otra forma de afectividad, ignorante, endeble, que son los apetitos.
            Si respetamos a una persona es porque la conocemos, la comprendemos en su esencia y, a pesar de los avatares de su existencia, hemos decidido aceptarla con sus virtudes y sus defectos: y hemos elegido, también, enmendar sus errores; que son los defectos imputables a sus elecciones vitales y a sus estados naturales. Hemos elegido: pero cuando elegimos hacer una cosa en vez de otra es porque conocemos críticamente las opciones entre las que vamos a elegir. Y si criticamos las cosas (sopesando los pros y los contras de cada opción) es porque las conocemos. Toda actitud de desprecio o respecto empieza por el conocimiento o por la ignorancia; y en este mundo, como decía Machado, hay gente que desprecia cuanto ignora. Y hay que evitar el desprecio; para eso es necesario conocer; aprender lo que no sabemos; es necesaria la educación. Un instrumento para lograrlo es el método “cocerse”; que se abrevia, a la hora de nombrarlo, en el método “cocer”. Respetar. Elegir. Comprender. Conocer.
            El conocer está dentro del comprender: no se puede comprender sin conocer. El comprender está dentro del decidir: no debemos decidir sobre lo que no conocemos. El decidir está dentro del respetar: no debemos actuar faltándole a nadie al respeto. A nadie: ni a mí mismo, ni a mis semejantes, ni a la naturaleza; porque si ofendo al mundo, y el mundo es lo que me rodea, es como si me estuviera ofendiendo yo solo y llenara mi corazón de desgracia; pero mi instinto me mueve a llenarlo de felicidad. 




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