sábado, 25 de junio de 2016

Pueblo y democracia




PUEBLO Y DEMOCRACIA  

 

            Si recapituláramos el concepto de democracia, encontraríamos que hay por lo menos dos ámbitos en los que puede manifestarse: el estudio y la política. Para que el estudio sea eficaz la investigación debe conjugar dos modalidades de acción: la cátedra y la investigación; el estudioso imparte cátedra: cuenta lo que sabe; pero también participa en seminarios (reuniones donde cada uno aporta sus ideas): el seminario es una auténtica democracia intelectual; democracia porque es una formación entre iguales; intelectual porque su objeto no es decidir, sino conocer; estudiar y no actuar.
            La democracia política se expresa a través de elecciones o a través del diálogo. El diálogo produce una democracia deliberativa. Ésta puede ser de tres clases:
a)      Deliberación lógica: son los debates fríos y desalmados, propios de los expertos.
b)      Deliberación visceral: son diálogos de sordos que no tienen ni pies ni cabeza: vacíos de razones; y se habla en ellos con las tripas antes que con el corazón.
c)      Deliberación cordial: los diálogos están llenos de razones vitales.
Cuando el diálogo es cordial suele haber consenso; pero los consensos son imposibles cuando se habla a ciegas, y entonces es necesario votar para llegar a acuerdos: acuerdos que no se respetarán casi nunca, porque la misma ceguera que ha provocado las elecciones provocará seguramente que lo que se elija, si no corresponde a nuestros intereses, sea papel mojado.
Las elecciones (o democracia electiva) son una situación donde, aunque a veces votemos sobre cuestiones en torno a las cuales no hay consenso, muchas veces votamos desconociendo lo que votamos; dejándonos llevar por la corriente, la propaganda, las encuestas. Unas veces votamos con la cabeza (atendiendo a razones); otras con el corazón (dejándonos llevar por los ideales); y otras con las tripas (y nos mueven entonces los intereses). Puede haber intereses a secas, ideales que nos interesen y razones contenidas en los ideales; el círculo de los intereses contiene al de los ideales, que contiene, a su vez, al de las razones; y eso significa que hay intereses que no son ideales y también que hay intereses e ideales irracionales.
Los intereses, los ideales y las razones viven en la democracia deliberativa. En los diálogos fríos sólo hay razones; en los viscerales, si son ciegos, sólo hay intereses, y en los cordiales se juntan la razón, el ideal y los intereses. Los primeros transforman la deliberación en una tecnocracia; los segundos son demagogia y los últimos, por fin, democracia verdadera. Es muy fácil construir tecnocracias y demagogias; lo verdaderamente difícil pero terriblemente enriquecedor y creativo, es construir democracias.
Centrémonos ahora en lo que ha dado en llamarse “voz del pueblo”: ¿qué es? A falta de saber lo que es el pueblo hablaremos de “la gente”. No es lo mismo un consejo de accionistas, un mitin, una reunión de militantes, un partido de fútbol, un grupo de borrachos, unas turbas encolerizadas que una clase de geografía. ¿Cuál de esos grupos representa más al pueblo? Por ponerlo de otra manera: ¿no son “pueblo” todos esos grupos de personas tan variopintas? ¿Cómo tienen que estar reunidas para poder llamarse “pueblo”? Es más: cualquier individuo de cualquiera de esos grupos, cuando está solo en su casa, ¿sigue siendo parte del pueblo? ¿En qué medida? Los ricos y los pobres ¿son todos el mismo pueblo? ¿No llamamos pueblo a la gran mayoría de personas desfavorecidas, por oposición a los pocos ricos afortunados y poderosos? La misma persona que, en la manifestación, grita en contra de la discriminación de los extranjeros, puede que a sus hijos los aparte de los extranjeros en la escuela. Los mismos votantes de izquierda que pedían antes igualdad y solidaridad, ahora votan a la extrema derecha, que no se siente solidaria de los extranjeros y exige que no se les trate igual que a los nacionales. ¿Cuál de esas versiones de la gente es el pueblo? 

 

Hay gente que atiende a razones y gente que vive entre sueños. Cuando hablamos de razones pensamos más bien en la lógica, y llamamos logos al razonamiento que se comporta como una razón descarnada y fría; y vive en un mundo donde lo real queda reducido a lo pragmático, a intereses materiales y tangibles, ajenos a toda sensibilidad humana. Es el mundo de los curas y barberos que aparece en don Quijote.
Otra gente vive inmersa en sus sueños; y busca, más que razones, relatos: historias embriagadoras, quimeras y desvaríos; es el reino del mito. No son razón descarnada como la que animaba a los pragmáticos sino carne irracional: reacción espontánea, reflejo encendido, impulso ciego. Es el mundo del mythos frente al logos, mundo del relato supersticioso, de la credulidad y el sometimiento: del fanatismo.
Y hay, también, gente que vive entre relatos traspasados por la lógica. Ni son razón sin carne ni carne irracional, son razón encarnada (encardinada más bien, para no confundir esa palabra con el color encarnado). Viven de ilusión, de utopía. La ilusión tiene la cordura que le falta al fanático, pero también el corazón que le falta al lógico; y es corazón soñando mundos posibles, no imposibles mundos incompatibles con la justicia: monstruosas quimeras. Hace falta que las razones creen sueños; que de los sueños salgan razones; y que la realidad sembrada de sueños no dé a luz terribles monstruos, sino ideales hermosos. 

 

Pero eso no nos aclara sobre lo que debemos entender por pueblo. Es una abstracción, una idea trascendental, un concepto que posiblemente no se refiera a nada. El pueblo no es una suma de individuos en el mismo sentido en que el bosque es una suma de árboles; lo mismo que, más allá de los árboles que se suman, el bosque es un ecosistema creado por el vivir juntos que comparten todos, también el pueblo es, más allá de los individuos que lo integran, un ecosistema de convivencia. Llamamos pueblo al espíritu de convivencia que hay en cada individuo; no formamos pueblo cuando nos unimos a los demás, sino que somos pueblo cuando nacemos individualmente; somos animales sociales; somos seres racionales, y por tanto razonables, dialogantes y justos; seres cordiales, y el corazón se nos disuelve en cordura; que es el  maridaje de la razón con el sentimiento, lógica atada al corazón, conectando con sus nervios y sus vasos, bebiendo de sus fuentes. El pueblo es el equivalente colectivo de la humanidad; humanidad que echa sus raíces en un territorio, donde la energía y la cordura se funden en un abrazo.
Pero mucha gente cree que el pueblo es el que sufre. La masa de los pobres, los solitarios, los desheredados y parados, los perseguidos, los abandonados, los olvidados en las escuelas y hospitales, los que no tienen casa, los desprotegidos, son el pueblo: eso no es verdad, porque bastaría con encontrar protección para dejar de serlo; si esto fuera así el estado del bienestar construiría ciudadanos y acabaría con el pueblo; tener reconocidos nuestros derechos y atendidas nuestras necesidades acabaría con nuestras calamidades y ya no seríamos pueblo (si es que seguimos pensando que el pueblo es el que sufre).
Un pobre es parte del pueblo; pero si se asocia con otros pobres para atacar a otros más pobres que él ¿seguiría siendo pueblo? Un trabajador que está en paro, y que ataca e incluso mata a otros trabajadores en paro como él que sólo son culpables de haber nacido en otro país, ¿seguiría siendo pueblo? Una persona sin techo que sale de la pobreza y, cuando tiene casa, pisotea a quienes no la tienen sin acordarse de que él no la tuvo un día ¿seguiría siendo pueblo? Un retornado que les niega sus derechos a los inmigrantes sin acordarse de que él también fue emigrante un día ¿seguiría siendo pueblo? Un hombre o una mujer que fueron acosados y se volvieron acosadores cuando salieron del acoso ¿seguirían siendo pueblo? ¿Sería pueblo quien, sumido en la indigencia, gana millones a la lotería y se le endurece el corazón y se niega a compartir con los indigentes la milésima parte de lo que ha ganado? Parece que estamos de acuerdo en que los inversores voraces que se enriquecen en bolsa a costa de los recortes de la gente humilde, que pierde médicos, maestros, escuelas, ambulancias, autobuses y tantos derechos sociales: ésos que se enriquecen a su costa, no serían pueblo; porque el pueblo es un estado de ánimo más que una condición social, es una sensibilidad ética, un espíritu de solidaridad, una disposición a apiadarse en lugar de condenar, un alegrarse por la suerte de los otros, un no despreciar la felicidad ajena si nos falta a nosotros, un interés por no sentir que te quitan lo que le dan a él también en lugar de dártelo a ti solo: quienes sienten y piensan así serían verdaderamente pueblo; por eso el pueblo siempre brilla por su ausencia aunque haya mucha gente junta: que no es lo mismo la gente, que la muchedumbre, que el pueblo. Ha desaparecido el pueblo: sólo queda la masa. 
  
 



Los mismos que hoy agitan la frialdad de la lógica llamando tontos a quienes no la dominan: esos mismos fueron pobres un día, y a falta de cabeza pensaron con el estómago. Llamaron logos a la fría razón, mito a la sinrazón ardiente: y así, la filosofía nació cuando el esqueleto de la razón acabó con el esqueleto de la vida.
Pero el logos es algo más que razón sin cuerpo: es, sobre todo, razón hecha carne; surgió la filosofía cuando la sinrazón, en lugar de combatir a la razón, se unió con ella; cuando la vida primitiva y cruel se fue civilizando con los relatos de la vida; y esos relatos contenían razones escondidas en los poros por donde habían entrado, y la lógica aún no se había vuelto contra la vida. Primero fue la violencia y luego la palabra. Y la palabra contenía lógica pero también música, y se hizo filósofa al tiempo que poeta, hasta que los filósofos decidieron prescindir de la música y separaron a la filosofía de la vida: así también ocurrió con la democracia. Una democracia deliberativa, con cerebro donde tuvo el corazón, es razón sin vida y esqueleto sin carne: si a eso lo llamamos dialogar entonces el diálogo es el fin de la democracia; no resucitará hasta que el corazón vuelva al cerebro, y sea su sombra, y el sentimiento se cargue de razones, y la razón no piense como las máquinas, y las muchedumbres, las masas, no sean la gente confundida con las piedras, y la palabra feliz salga por fin de los labios del pueblo, y la humanidad recobre las raíces éticas que latían subterráneas: sólo entonces se esfumarán la demagogia y la tecnocracia; y las razones volverán, plantadas en la vida; y los clamores del pueblos serán entonces verdadera democracia. 

 



sábado, 18 de junio de 2016

Despedida



              Se acaba el curso. Los jóvenes bachilleres serán universitarios. En su despedida se abrazan la alegría y la inquietud, aunque el sabor placentero de bogar los libera del miedo: no tienen tiempo para mirar porque sus bríos están libres; ni tiempo para esperar porque la vida los arrastra. Hoy será su gala y cenarán: detrás espera el futuro, la ilusión de la aventura acecha, largando amarras con el último examen.

 
  
DESPEDIDA

            Algo se mueve en el alma cuando un alumno se va. Es como una metamorfosis. Como toda metamorfosis, también es un viaje interior, un periplo donde van madurando vuestras potencias y vais creciendo por dentro, poco a poco. Como todo viaje, es el descubrimiento de cosas maravillosas que ni sospechabais siquiera; la revelación de vuestros secretos ocultos, la epifanía de vuestro ser. Unos venís por la noche; otros viajáis de día. A unos se os ha hecho tarde y buscáis recuperar el tiempo; a otros os sobra el tiempo y venís a estudiar por la mañana; y hay quien no puede venir  y se asoma al saber, oteando los títulos, desde la distancia.
            Hoy os vais. Me habéis pedido que os deje, a modo de despedida, unas cuantas palabras. Lo primero que se me ocurre es que con vosotros he sido feliz. Hay quien se ha preocupado por aprobar y eso me ha alegrado mucho; pero quienes os preocupabais por aprender me habéis alegrado mucho más; juntos hemos atravesado muchos caminos, hemos abierto sendas a golpe de preguntas; por primera vez en mucho tiempo me he sentido algo más que profesor de filosofía; algo más que un servidor de los programas académicos; a mi oficio de enseñar he unido el de aprender, y con vuestras preguntas he aprendido mucho. No eran clases normales esas que estábamos compartiendo, no; los discursos se hacían mayéutica y tengo que daros las gracias: porque gracias a vosotros he sido más ignorante y vosotros más sabios; habéis sido el rayo de luz que me ha hecho más filósofo y menos maestro; y ese soplo ha llenado de savia la ardua tarea de enseñar, la habéis transfigurado.
            Con vosotros se van algunos compañeros. Para ellos se acaba este viaje y ellos también van a empezar un viaje nuevo: haced verdad que la jubilación es un goce en la libertad y una ventura en la llegada a puerto. Para vosotros, nuestro abrazo. Nuestra gratitud, nuestro respeto. Y los enormes deseos de felicidad que os inyectamos vibrando con alegría, remando al viento.
            Ahora os vais. Cenaremos juntos esta noche y Dionysos os arropará con sus brazos trémulos. Bailaréis mucho y dormiréis poco. Y mañana, cuando despertéis, descubriréis que ya no sois de aquí pero tampoco sois de allá todavía; y se me antoja que será como si estuvierais embarcando para viajar, esperando en tierra de nadie: yo estaré en el puerto, con vosotros, pero vosotros zarparéis y yo me quedaré en tierra. Se me antoja que viajaréis como Ulises, como Colón, buscando la tierra prometida, buscando la persona que queréis ser, saliendo de Ítaca, buscando América. Sólo tenéis que despertar.
Y ahora os vais. Os toca surcar los mares del saber que os llevan, como una odisea apasionante, lejos de vuestro hogar, lejos de casa. Dejáis esta laguna de libros y buscáis otros mares exóticos, otros océanos de sal, otras lagunas más grandes; y como el cielo se os hace pequeño, buscáis espacios más amplios, romper el horizonte, abrir las puertas del mundo, entrar por donde se abren los caminos sin saber siempre adónde iréis, pero seguros de que queréis marcharos; vuestra casa se ha vuelto pequeña. Ahora queréis casas más grandes y dejáis, como Ulises huyendo de Calipso, esa isla que se ha vuelto prisión, donde os cuidaban con mimo pero os sentíais atrapados; porque buscáis un mar sin islas donde ondee, como el viento, la libertad; donde podáis gozar del placer de estar perdidos; porque queréis perderos en el espacio donde se hace camino al andar, porque estáis cansados ya de andar por los mismos caminos y queréis dejar huella, pero en esos caminos están las huellas de vuestra infancia.
Y pasaréis por la isla de Circe donde la aventura de estudiar se quedará atrapada y os engañarán con sus cantos y os convertirán en cerdos: no los escuchéis; vuestro rumbo es saber, vuestro destino es experiencia: experiencia que os abrirá las puertas del conocimiento; no las confundáis con un diploma, no dejéis que os convierta en cerdos el demonio de la comodidad, de las chuletas, que atracará en el puerto de los títulos lejos del puerto del saber, y entonces descubriréis que habéis dejado de ser lo que queríais, porque habréis renunciado a lo mejor por la pereza. 

 

Oiréis cantos de sirena y navegaréis muy cerca de esos cantos. Y habréis de tener la fuerza necesaria para no dejaros llevar por ellos, porque son sugestivos y mágicos y enigmáticos y maravillosos; y os arrastrarán como un imán con sus campos de fuerza, que se cerrarán como remolinos hacia un agujero del que no podréis salir: pozo tenebroso donde mora la muerte y es la negrura sin fondo a la que os lleva el placer (la fiesta, el alcohol, la inconsciencia, la ceguera, las drogas): no os acerquéis al remolino; no merodeéis por las aguas cuyo movimiento atrae sin remisión, atrapados en el imán del que ya no es posible salir, y se alimenta de vuestras fuerzas.
Vendrán caminos tortuosos. Desfiladeros flanqueados por un monstruo a cada lado, Caribdis succionando las aguas para llevaros hasta sí, y al otro lado los dientes inclementes de Escila. Estaréis atrapados entre dos fuegos, entre Guatemala y Guatepeor, sin saber por dónde tirar porque, tiréis por donde tiréis, tendréis la sensación de estar en un callejón sin salida; entre Escila y Caribdis. Pero al final, como Ulises, sabréis salir por donde no se salía y llegaréis al puerto donde os esperaba el tesoro que buscabais. Dos armas poderosas tendréis para salir de allí: el corazón, que señala la meta, y la cabeza, que os marca el rumbo.
            No perderéis de vista el camino. No olvidaréis nunca que si habéis salido de casa es para completar el ciclo de vuestra formación, no para perderos en casa ajena. Como en el país de los feacios, llegaréis a islas donde seréis acogidos con devoción, donde os cuidarán con mimo, donde os recibirán con los brazos abiertos. Pero no será el lugar donde se completa vuestra formación, no será el mundo de Sefarad, no será el puerto que buscabais. Os tocará la lotería y llegará la prosperidad y os desviaréis de vuestra ruta; y procrear por fin en el destino que os buscaba. Pero si volvéis a casa ricos de oro y pobres de espíritu, vestidos de lujo pero desnudos de saber, habrá sido inútil el largo viaje que emprendéis ahora; y coronarán vuestra frente los laureles del éxito, sí, pero en vuestra frente estará el fracaso; pues el dinero lleva a la pereza y la pereza a la angustia, y la angustia lleva a la pobreza porque la pobreza es, como decía Quevedo, una sombra de libertad sembrada en la pereza.
            Habrá días que no haya viento y las velas de vuestras naves no os podrán llevar. Quizá os den los dioses un poco de viento metido en un saco para que lo administréis: no lo derrochéis inconscientemente; no abráis de golpe el saco de los vientos porque se desatará una tormenta que os llevará al naufragio; tras el naufragio, si todavía os quedan naves, ya no tendréis viento que las empuje; y os quedaréis inmóviles, perdidos en el océano, sabiendo adónde ir pero sin fuerza para llevaros, lejos de casa y del destino que habíais querido construir, en el país de la libertad. Si es aliada de la pereza, la libertad es pobreza. Pero si se alía con la impotencia os llevará directamente a la frustración. Al fracaso. No perdáis las alas que os hacen volar. Ni la ilusión que os dice siempre por dónde encontrar el rumbo. La ilusión: siete dosis de corazón y cuatro de inteligencia.
            Os encontraréis por el mundo con brutos que os quieran frenar, como Polifemo; y como Ulises, vosotros los derrotaréis con la astucia, que la cultura es arma poderosa contra la ignorancia; habéis salido de casa para buscar cultura, no para encontrar supersticiones ni coartadas, ni tribulaciones falsas ni embrutecimiento: Polifemo, además de bruto, tenía la vista corta pues el único ojo que tenía le permitía ver imágenes, pero no entenderlas. Perforar el espacio, desplegar posibilidades, abrir horizontes.
            Así también habéis venido a estudiar para abrir horizontes. Ahora os vais un poco más allá, porque los horizontes que habéis abierto son más amplios y ya no cabéis aquí, vuestras posibilidades se han hecho grandes, vuestra casa ahora es pequeña: las personas que os quieren, por amor, os dejan salir y vosotros tenéis la ilusión, y también el valor, de marcharos, también por amor a ellas; pero por amor, por encima de todo, a vosotros mismos. Como la crisálida debe romperse porque ya la mariposa no cabe en ella, así también vuestra casa os abre sus puertas porque os habéis hecho tan grandes que no cabéis en ella. Vuestro destino ahora es viajar. Tendréis que buscar mundo porque buscando mundo os buscáis a vosotros mismos. Y cuando os hayáis encontrado vuestro viaje habrá terminado. Volveréis, entonces, a la tierra que os vio nacer. Para marcharos de nuevo o para quedaros en ella, eso ya lo decidiréis vosotros: pero aquí estarán vuestras raíces. Habréis encontrado vuestro destino y será el ser que hayáis desplegado, saliendo de lo que fuisteis para llegar a lo que seréis, y convertiros, por fin, en lo que siempre habéis sido; en el espíritu de la lámpara que, como lámpara, dormía dentro de vosotros como un genio.
            Una cosa tenéis que saber: que no seáis vuestros propios enemigos como el caballo de Troya, que tenía el enemigo dentro. Muchos peligros habréis sorteado. Muchos retos habréis vencido. Pero el espíritu de lo que seréis no es un virus que os carcome. No dejéis que se os instalen fuerzas extrañas. No os dejéis vencer por enemigos interiores (como el placer, la ignorancia, el orgullo, la temeridad, y la pereza); si no tenéis enemigos dentro, no podrán con vosotros ni los cíclopes, ni los monstruos, ni los cantos de sirena. Dos armas tenéis que podrán con todo: el corazón, que fija el rumbo, y la cabeza, que construye el camino. Ningún placer será tu enemigo si lo busca el corazón y lo guía la inteligencia. Navegad por el mar provistos de estas dos armas. Zarpad en busca de vuestro destino, que es Sefarad, la patria que os espera al final del trayecto: Ítaca, que habréis de reconquistar con vuestras fuerzas, no con la fuerza de los padres; aunque vuestros padres os ayuden en el intento.
            Habéis cargado las provisiones y ahora el barco se hace a la mar. Detrás de vosotros está el puerto. Delante, el océano. En el mástil está el vigía oteando el horizonte, buscando tierra; pero ahora no hay tierra a la vista, ahora tenéis el mar. Y pasaréis por tormentas, por bonanzas, por desfiladeros de islas; estarán los feacios, las sirenas, los cíclopes y lestrigones; os esperará el estrecho flanqueado por Escila y Caribdis. Oiréis entretanto muchos cantos de sirena. No temáis nada si no tenéis dentro ningún caballo de Troya. Ningún temor os amenazará si os guían el corazón de la vela y la inteligencia de la quilla. Estáis bien armados: como don Quijote; habéis velado armas antes de partir. Ahora zarpáis y el horizonte es inmenso. El mar sin límites: la libertad. Que los dioses os sean propicios ahora que salís de vuestra laguna. Porque algún día volveréis a ella.

            Segovia, 3 de junio de 2016. 

 

sábado, 11 de junio de 2016

La muerte de las galllinas





LA MUERTE DE LAS GALLINAS

 

            La gallina yacía en el suelo patas arriba. Sobre ella, el banco salobre de madera cuajado de excrementos. Un huevo bailaba bajo el peso de su propia inercia. La gallina había muerto. Su cresta rígida se hinchaba con el color granate de la sangre. Sus ojos, desencajados, se abrían lívidos al mundo con la ceguera de la muerte. Como salpicaduras caóticas, las manchas verdes, blancas, se cruzaban sobre la madera recia donde había puesto los huevos. Y nada brillaría en sus ojos de cuanto gravitaba alrededor. La gallina había muerto. Sus ojos, incrédulos, se abrían desmesurados al mundo sin creer lo que estaban viendo. Sus ojos no veían nada. La vida los había abandonado. ¡Cuánto dolor, cuánto sufrimiento larvado en la granja de las gallinas! La gallina había muerto. Las tablas oscuras, las sombras siniestras, los ángulos imposibles; las aristas agudas de las sombras, redondeadas en la penumbra, por la luz artificial de las bombillas.
            Sus ojos se salían de las órbitas. Sus legañas, cuajadas de sueño, pugnaban por vencer y cerrarse. Pero no podían. La luz las bañaba, con resplandores de guerra, como una ducha insomne bañada en los insultos. Le vencía el sueño. Y cuando sus ojos se cerraban, disparando con centellas, los abrían despiadadas las luces asesinas de la noche. Un grito desgarraba el alba con la fuerza de un martillo. Un ruido que chirriaba, miles de ruidos abominables, una intensidad escalofriante. El ruido se metía en sus tímpanos, escalaba sus entrañas y le hundía sus piolets en el cerebro. Horribles, pavorosos alaridos estallaban en concierto de terribles decibelios. Y la luz. La luz que se le clavaba en los ojos, aunque los cerrara, la luz: la claridad que le martilleaba por el sueño.
            La gallina había muerto. ¿Había sido de estrés o de infarto? ¿De claridad o de horror? Había muerto de agotamiento. Allí estaban las agobiantes tablas donde las gallinas ponían los huevos. Allí los barrotes justos, las paredes estrechas, la infinitésima distancia donde vivía la gallina desde que ponía. Y la luz que encendía las ventanas. La blanca luz del día. La luz amarilla de la noche. De lejos, la granja parecía un barracón con ventanitas; sería un avión si sus ventanas fuesen redondas, aquellas pequeñas ventanas cuadradas. El lógobre barracón de las gallinas.
            Sobre sus catres, los presos dormían temiendo que se abriese la puerta. Auschwitz, Mauthausen, ¿Treblinka quizá? Era el crudo invierno, las temibles nevadas. Era el frío hostil que aguijoneaba las orejas, sacudía los huesos, se clavaba en las manos. Eran los aguijones de millones de abejas que perforaban la noche, en el infierno de hielo, en la torre invernal. Los alemanes espiaban en lo alto de los miradores. Desde lejos, si lo estuviésemos viendo desde fuera, parecería el barracón de presos la  nave de las gallinas. Una larga casa llena de ventanas cuadradas sobre los camastros de los prisioneros.
            La gallina se había muerto. Su cresta no se erguiría sobre sus ojos jamás: sólo era signo de muerte en su esquelética rigidez. La gallina yacía patas arriba sobre un suelo de excrementos. La rodeaba un guirigay sin sinfonía, un caos de voces huecas, un estridente cacarear. La gallina había muerto. Los huevos que ponían, los gritos de gallinas cluecas, el alboroto de los cuerpos, el batir de las alas que chocaban por los lados, la prisión infecta de aquellos cubículos miserables, todo concurría en una vida sin sentido, sin alegría, una vida triste y desazonada, un universo de desesperación: convertidas en máquinas de poner. Esas horribles tinieblas de la vida, ¡qué ironía!, bañadas por los haces artificiales de una luz que no cesa, unas luces que prolongan la luz del día, unas luces que quitan el sueño, agotándolas despiadadamente, unas luces que matan, cansadas de no dormir.
            El preso está inmóvil, paralizado por la rotura de su sueño, abierto a la luz que mata, monstruoso, insomne, palpitante, en desesperación. El preso no puede dormir. Cada vez que cierran los ojos sus carceleros le sobresaltan, lo fusilan de kilowatios, mientras enchufan a todo volumen la radio que martillea. El hombre amordazado. El preso insomne. La gallina agotada en los estertores de su propio sueño, incapaz de dormir después de tantas interrupciones,  con la cara sucia, el calor de la luz, el sudor del cuerpo, el horror de decibelios, los ojos abiertos, los párpados hundidos, la frente arrugada, como un fantasma, la barba sin afeitar.
            Se abre puerta y gritan a los presos. El kappo los quiere a todos en formación. En el sopor de la noche, acurrucados unos contra otros, temblando de frío (el frío que penetra por las rajas, entre las tablas de las paredes que juntan mal), los presos salen del barracón. Salen desnudos, son las órdenes. Y en el patio, agrupados por centenares en formación, esperan las órdenes del kappo. Hace un frío que pela. Los cuerpos ateridos tiritan en una sinfonía de horror. Silba el aire de la estepa. Y la nieve, helada en el cielo antes de caer, atraviesa como miríadas de estrellas miles de poros y se quedan despiadadamente clavadas en la piel. Una hora. Dos horas. El kappo espera. Cuando por fin da la orden de regresar, los miembros entumecidos ya no sienten frío. Sólo un dolor espantoso que se clava en la médula, y los presos, de nuevo en los barracones, se aprietan en busca de calor. El dolor gratuito. El alimento del sadismo. La práctica del terror. Las largas horas de formación a la intemperie no servían para nada. Solo estaban hechas para inflar el sufrimiento. Sólo eran para hacerles sufrir.
            Yo he visto las fotos del calvario de esos presos. Y he visto el insomnio del triste preso (en una película de Costa Gavras), ansioso por dormir. Pero no había visto el sufrimiento de las gallinas. Jesús, el alguacil, me lo explicó todo. Y así supe que cuando vemos una granja no es una escena bucólica, idílica y tierna, ni las gallinas son los pollitos que acurrucamos en nuestras manos con ilusión; por el contrario, las granjas son máquinas de matar. Y las gallinas, negadas por el ser humano en sus elementales derechos, no son pollitos que han crecido. No son más que máquinas de poner; y a nadie le importa el sufrimiento de las gallinas. Como los campos de Mauthausen o Treblinka, como el prisionero de Costa Gavras, son pobres criatura inmovilizadas, iluminadas día y noche para impedirles el sueño: y los huevos que ponen los vende el granjero, en todas las tiendas y mercados, allí donde hay hombres y mujeres, allí donde hay niños, y compra  los huevos para comer; y los niños, mientras los comen, sueñan en el color de los pollitos (amarillos, dulces, de terciopelo); y no saben que la granja es un campo de concentración.