sábado, 19 de diciembre de 2015

Las tripas de la Sociedad




LAS TRIPAS DE LA SOCIEDAD

 

Supongamos (es sólo una hipótesis) que el mundo esté hecho de corazón y de tripas; en el corazón estarían los instintos nobles; en las tripas, los bajos instintos; en el corazón estaría el instinto de humanidad, que contendría sentimientos como la admiración, la excelencia y la piedad; y en las tripas estarían los impulsos violentos, producto del fracaso, que escapan a nuestro control (tales como la envidia, la soberbia, la ira o la venganza). Los sentimientos cordiales (“cordis” es la palabra latina para nombrar el corazón) son racionales, como cristalización afectiva de las intuiciones de la razón; por el contrario, los afectos viscerales son irracionales y mal los podemos controlar; nos controlan ellos a nosotros y son, más que sentimientos , emociones cegadas por la pasión.
No vamos a incluir, por lo tanto, el ardor guerrero entre los sentimientos cordiales (como parecía sugerir Platón); ni los placeres del vientre entre los sentimientos innobles. El progreso, la emulación, la competencia, son sentimientos nobles; la guerra no: Y los placeres del cuerpo son igualmente nobles (la desmesura, no). Si un sentimiento es una emoción duradera,  viene del corazón; si es intenso y dura poco, será también una emoción cordial y será, por tanto, una de las pasiones del corazón. Pero si lo que dura son las sensaciones convendremos en que su origen no es cordial; y si son duraderas y no vienen del corazón, está claro que su origen son las tripas; y si además son intensas, hablaremos de pasiones viscerales. Las pasiones cordiales están iluminadas por la razón. Las pasiones viscerales son ciegas. La cabeza es la luz que orienta al corazón cuando el corazón se pierde. Y el corazón es la luz de la cabeza cuando las ideas se enredan. Porque el corazón, en su sentir, es una concentración orientada de ideas instintivas. 

 

Supongamos, ahora, que todas las sociedades están hechas de corazón y de tripas; el corazón es entrañable; las tripas, viscerales. En épocas de justicia social las leyes son la razón guiando al corazón; eso también sucede en individuos aislados (que pueden ser numerosos, aunque su generosidad no tenga vigencia). Las leyes, entonces, movilizan lo mejor que hay en nosotros, y a la gente más sana, que es escuchada por otra gente sana que tiene costumbre de razonar: y es la eclosión de los ideales, de la filantropía, del deseo de ser mejores, del anhelo de trascendencia, de la bondad.
Pero en épocas de injusticia y de crisis social quienes toman el control son las mentes irracionales, los sentimientos convertidos en sensaciones, las pasiones ciegas, el odio, la ira, el exceso, la venganza, la gula, hija del hambre, y la lujuria, cuya madre es la escasez. En esas épocas puede haber mentes generosas, corazones lúcidos, pero son marginales, no corresponden a las vigencias de la sociedad. Lo que arrastra entonces al ser humano son pasiones ciegas, no ideales; y lo llegan a obnubilar hasta el extremo de dar su vida por ellas: más que sacrificarse por ellas, por ellas son sacrificados; más que morir para que florezca algo, mueren porque no hay flores y, faltos de luz, son maremotos, seísmos, huracanes de oscuridad. La ciega sinrazón de las estridencias nazis. El deseo de muerte en los corazones etarras, llenos de tripas, vacíos de corazón: que, faltos de ideales por los que luchar, se conforman con socializar el sufrimiento. El terrorismo hecho yihad en los ciclones de venganza. Tempestades de odio en el corazón de las tinieblas, en la codicia de narcotraficantes, buscadores de caucho, desertores de Europa e invasores de África; cuando reinaba el muy cristiano Leopoldo de Bélgica. Cuando reinaban los fanáticos que mataron a Hipatía (y reinar no es otra cosa más que ser vigentes, no cuerdos necesariamente). Las mentes nubladas por la droga, en los asesinos del viejo de la montaña. Los cruzados sedientos de sangre. Los que encendían hogueras para quemar libros, para quemar personas. Los fanáticos de Lutero, de Calvino, los puritanos de Savonarola. Todos aquellos que confunden el placer con la vanidad y arrojan los placeres a las llamas. Los brutos salvajes que duermen en el cerebro de Polifemo. Los mongoles de la estepa. Los hunos que pisan la hierba para que no crezca. Atilas de la civilización. Las vísceras del campo. Todos aquellos que secuestran los corazones rurales. Los huaris iluminados. Los almohades. Almanzor. La huestes de Boco Haram (secuestradores de niñas, asesinos de estudiantes). Los talibán, que disparan contra Malala (pobres hombres que confunden el estudio con la memoria huérfana, con el pensamiento ciego, con la voluntad oscura, con el corazón de las tripas y la muerte del alma). Las hordas de todo pelaje que asolaron Europa destruyendo la civilización. Las pasiones sin luces. El cerebro sin alma.
Supongamos (es sólo una hipótesis) que el mundo esté hecho de corazón y de tripas. Y que entre sus hilos se mezclen los hilos del pensar, el corazón y la cabeza. Entre los tres hacen una tela de vivos colores, de  recio y tierno compás, de dura resistencia. Las tripas, el corazón y la cabeza están atados entre sí, se sujetan unos a otros. Pero si algún día las tripas se liberan de la tela donde están atadas perderán su ser, que se construye en simbiosis con el corazón, y dejarán de estar porque se verán arrojadas del mundo por obra de su propio instinto ciego. Y serán proyectiles que golpean todo lo que ellas han sabido construir, alimentados por el corazón y la cabeza: alimentadas, no prisioneras. El sitio donde vibran las tripas no es una cárcel que las aborta, sino un hogar que las potencia; un tálamo donde se hacen nobles las fuerzas más primitivas de la vida, las de las tripas, el corazón y la cabeza; un hueco entrañable y nutritivo donde se alimentan unas a otras, poniendo equilibrio a su ímpetu, creando humanidad sin destruir la animalidad de los instintos. Algunas veces a las tripas las hemos llamado cuerpo; y al corazón también lo hemos llamado alma; tan absurdo es alimentar al alma matando al cuerpo de hambre, porque lo confundíamos con su cárcel: como dejar de alimentar al alma, porque la veíamos como cárcel del cuerpo; y otros, aún más estrechos de miras, han creído que el alma era sólo la cabeza, olvidando que la razón es el mapa del ser en el mundo y el corazón es el motor de la existencia; y las tripas son, cómo no, la gasolina que hace andar el artilugio; un motor sin gasolina es tan inoperante como un corazón sin tripas, aunque tenga en su cabeza un mapa de carreteras; y la gasolina sin motor es, cuando se enciende, una explosión que destruye todo cuanto toca; el instinto salvaje es destrucción cuando no se puede alimentar de los otros instintos; el de la humanidad, que se vuelve salvaje también cuando se pone a despreciar lo primitivo; tan importante es la casa como los cimientos que ayudan a sostenerla. 

 

Dicen los liberales que el mundo se mueve con las tripas; y que así debe ser, confundiendo el acontecer con el deber, incurriendo, como diría Hume, en una falacia naturalista. Lo propio de las tripas es la acción instantánea, como los lobos de Wall Street que se dejan arrastrar por los impulsos del momento; y aunque se hayan pensando lo que quieren hacer, las decisiones al final las toman sin tiempo para digerir el momento; el último; el momento que precede a la decisión. Y lo mismo hacen los ciegos de la religión, que no conocieron el corazón cuando eran niños: su cuerpo lo ha sustituido por las tripas; la cabeza, entonces, se ha llenado de un pensar visceral, cuando lo lógico sería que fuera la casa del pensar cordial: el de los ideales, no el del desanimo que se camufla de  arrebato; el de las pasiones del corazón y del coraje, no el del sucedáneo mutilado de las pasiones ciegas.
Al mundo lo mueven las tripas: sí; economía; obcecación; ofuscación; fanatismo. El egoísmo es tripa pegada a la vida; y el fanatismo tripa pegada a la muerte; el corazón pegado a la vida es generosidad; y pegado a la muerte es sacrificio. El martirio fue en un principio sacrificio de la propia vida para salvar la vida; pero los fanáticos lo han entendido como sacrificio para servir a la muerte; morir para salvar es lo que hicieron los mártires; morir para matar lo pretenden los mártires de las tripas; es decir, los asesinos. Las  brigadas internacionales fueron muchas veces ingenuidad generosa, aunque ignorante (Hemingway, Malraux); los voluntarios de la yihad la han convertido en ingenuidad ignorante, pero no generosa: han convertido el desprecio en supremo ideal de un dios generoso (¡oh paradoja!); que hablaba de amor cuando predicaba la guerra. (¿O fueron sus predicadores los que acabaron haciendo lo contrario de lo que él les mandaba?) No quisieron escuchar. O no supieron.
La educación debe enseñar a vivir el corazón como sentido de las vísceras; a poner en ellas la razón, buscando como es lógico el corazón de las tripas. Dos cosas tiene el mundo que alimentamos y que nos alimenta: el corazón y las vísceras; el alma y el cuerpo; o más bien podríamos decir que el corazón con tripas es el cuerpo sano: las tripas que viven solas no son nada más que un cuerpo enfermo. La vida sana es un ejército de gente generosa que chisporrotea en la sociedad. La sociedad también tiene, en un ejército desalmado, otro chisporroteo. La sociedad sigue al que sabe movilizarla: unos movilizan su corazón, y son momentos de luz en el palpitar de la historia; y otros movilizan sus tripas, y son momentos de luz oscurecida por las sombras. Hoy vivimos momentos de oscuridad; la voluntad de los pueblos se sume en las tinieblas; de las fuerzas del corazón dependerá que el porvenir no se hunda en la derrota. 

 




1 comentario:

  1. He descubierto tu blog y me encanta lo que leo. Entraré más a menudo. Es muy interesante. Te recuerdo mi correo-e: fgv1955@gmail.com Un abrazo.
    Paco Gallego. Compañero del IES Fray Andrés de Puertollano.

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