Hace unos años tuvo lugar un concierto en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, lo organizaban conjuntamente el Conservatorio de Segovia y el Museo; tocaron los profesores y alumnos del Conservatorio.
PINTURA Y MÚSICA
(En torno a un concierto de homenaje a Leo Brouwer)
¿Se
puede oír con los ojos? ¿Se puede ver con el oído? ¿Pueden las sensaciones
viajar de un sentido a otro? ¿Hay comunicación entre los sentidos? Y si la hay
¿puede un cuadro expresar sonidos y una sinfonía producir colores? En el
lenguaje la música parece tener color:
se habla del cromatismo musical, y hasta de la escala cromática; y de los tonos
luminosos y sombríos. Leibniz dijo que la música es el ejercicio inconsciente
de las matemáticas, y aquí viene la segunda coincidencia: que la belleza
pictórica y escultural también es geometría; los griegos descubrieron la
sección áurea, el Renacimiento bebió en el canon de Policleto, el hombre de
Vitrubio, la perspectiva del color, del tamaño, de la disminución... La pintura
y la música comparten desde la raíz su común naturaleza matemática. Es como si
fueran dos ramas surgidas de un mismo tronco.
Los poetas modernistas descubrieron la
sinestesia: ese recurso mediante el cual los sentidos se pueden expresar unos
por otros. Recordaba García Márquez el caso de un hombre que, para describir el
sabor de una bebida, decía: este licor sabe a Mozart. Boris Vian inventó el
pianóctel: un piano que tenía conectada cada tecla a una bebida diferente, y
según la música que se tocara se fabricaba un cóctel característico; así, se
podían preparar bebidas con sabor a Brahmns, a Liszt, a Bach... Una obra de Leo
Brouwer tocada a la guitarra no sólo la podemos escuchar, sino que hay veces
que también la podemos ver. El regreso de Peer Gynt pinta con música un paisaje
marítimo de tormenta. En Smetana oímos los arroyos del Moldava, pero también
vemos los colores del campo. Pasa con Vivaldi en sus Cuatro estaciones,
y con la sinfonía pastoral de Beethoven: los sonidos de la tormenta casi se
pueden dibujar. Y lo mismo que hay música descriptiva, también hay pintura
figurativa.
Pensaba
Nietzsche que, si la pintura es un arte del espacio, la música es un arte del
tiempo. Pero esa aparente diferencia no impidió a Stravinski representar La
consagración de la primavera con decorados de su gran amigo Picasso. La
ópera necesita decorados: la música necesita de la pintura. Sin embargo no se
trata de completar unas sensaciones con otras; como esos espectáculos de Orlando
donde aparece un perro que estornuda y el público recibe gotas de agua. No: la
relación entre pintura y música no puede venir de un deus ex machina externo.
Los sonidos no completan a los colores, sino que están en los colores mismos
imbuidos de su mismo cromatismo. Einstein ha demostrado que no existe el
espacio absoluto, sino que el espacio es inseparable del tiempo; esta teoría
física significaría, en términos artísticos, que la música es inseparable de la
pintura.
Y
entonces resultará que Nietzsche se equivocaba. No existen las artes del
espacio separadas de las artes del tiempo. Para él las artes del espacio
producían obras que se podían ver instantáneamente, como una pintura, una
escultura, un edificio; mientras que las artes del tiempo (tal una sinfonía, un
ballet, una ópera) sólo se percibían secuencialmente; una sinfonía, por
ejemplo, puede durar más de media hora. Aunque la diferencia más importante
reside en que las artes del espacio son representativas, mientras que las del
tiempo son presencias. Y otra diferencia más: el espacio es orden, luz,
armonía, belleza; y el tiempo es noche, caos, impulso primitivo y salvaje (y, en
el imaginario de Nietzsche, vida). La pintura es de Apolo. La música es de Dionysos;
y Dionysos es el dios del vino. La pintura, arte del espacio, sería orden, y
todo orden encorseta y mata a la vida. La pintura sería un esqueleto y la
música el cuerpo vivo.
Nada
más lejos de la realidad. Hay pinturas que se salen del cuadro y lienzos que
palpitan. Como hay sinfonías vibrantes y música académica y fría. Pero la
metáfora de Nietzsche es un bello punto de partida para estudiar la mística de
las sensaciones. Para Beethoven la música era un puente entre los sentidos y el
espíritu: igual cabría decir de la pintura. Y si ambas son matemática,
resultará que la plástica y la música son las dos caras de una misma moneda:
distintas en su apariencia, pero idénticas en su naturaleza, en su esencia, en
su contenido. La figura y el color pueden traducirse a sonido. Y viceversa. Por
eso el concierto de Leo Brouwer fue, dentro de su sencillez, tan bonito. En él
se percibieron dos mundos artísticos abrazados y fundidos. En el cuadro de Goya
percibimos las detonaciones, y vemos a los soldados franceses en la detonación
del preludio de Chopin.
La
pintura es arte del espacio, y el espacio es geometría. La música es arte del
tiempo, y el tiempo es aritmética. Pero con el álgebra sabemos que la
aritmética se funde con la geometría. Con Descartes, Leibniz y Newton se
desarrolla esta idea (a pesar de que Bergson avisara de los peligros de reducir
a espacio el tiempo); pero con Einstein estamos ya seguros de la profunda
identidad que debe existir entre pintura y música. Ambas son lo mismo. ¡Pero
son tan distintas!
He
aquí una manzana. Tiene un color característico, un olor, una textura, una
forma, un sonido al morderla, un sabor. Para un ciego debería ser posible vivir
su color y su forma a través de su olor, del sabor de su frescura, del sonido
que hace la boca al morderla. Igualmente, un sordo debería poder reconstruir
este sonido al ver su forma, su color y su textura. Despertar a unos sentidos a
partir de otros no debería ser obra de un deus ex machina, como en Orlando;
sino de una comunicación íntima entre las formas sensoriales. Lo mismo vale decir
de las obras de arte. Un lienzo debería ser capaz de evocar una sinfonía, y una
sonata debería poder despertar la oscuridad o el brillo de un cuadro.
Todo
esto nos interesa. Y nos sorprendería saber que un museo es la casa de las
musas, y que hay varias musas de la música, pero ninguna de la pintura. Al
mismo tiempo la morada de la música es el conservatorio, pero donde trabajan
los conservadores es el museo. Parece que el lenguaje nos ha jugado una mala
pasada. Como si las palabras estuvieran cambiadas de sitio. Pero hay un detalle
sorprendente, y es que el padre de las musas es Apolo. El dios de la luz, y del
color, y de la pintura. Y quizá por eso el templo de los cuadros es el museo.
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