DESCARTES
DUDAR DE LOS SENTIDOS.
-Helga,
¿qué piensas de mí?
-¿Yo?
¿Qué quieres que piense?
-¿Quién
soy yo?
-Pues
eres el profesor de filosofía.
-¿Y cómo
lo sabes?
-Porque
estás aquí, en clase.
-¿En
clase? ¿Qué es una clase?
-Un lugar
donde se viene a aprender.
-¿Y tú
estás en clase?
-Sí.
-¿Cómo lo
sabes?
Silencio
entre sus compañeras. Estaban expectantes. Dudando entre si intervenir o
callarse, vaya bobadas que decía.
-¿Cómo lo
voy a saber? Porque estoy aquí, contigo, y con Elena, con Cristina, con Consuelo.
-¿Quiénes
son Elena, Cristina y Consuelo?
-Son
compañeras mías.
-¿Ellas
están aquí?
-Sí.
-¿Por qué
estás tan segura?
-¡Porque
las veo!
-También
ven los místicos a la virgen María.
-¿Crees
en apariciones?
-Yo no
digo eso. Yo sólo digo que hay gente que afirma haberla visto. Y está muy
segura de ello.
-Y esa
gente ¿en qué crees tú que se basará para decirlo?
-En sus ojos. Ellos dicen lo
que ven sus ojos.
-No: ellos dicen lo que piensa
su cabeza. Te lo explicaré con un ejemplo. Sabes, sin duda, que los principales
ejércitos tienen satélites espía. Imagínate uno de esos satélites. Está
husmeando en territorio enemigo. De repente ve un recinto cuadrado en el que
hay largos rectángulos colocados en paralelo. Lo fotografía. Al ver la foto, el
general dice: “hemos fotografiado una base enemiga. Esos barracones son los
cuarteles”. Señala luego a un cuadrado lleno de objetos terminados en punta. “Y
eso son tanques. Un inmenso patio lleno de tanques”.
Se quedó mirándolas, y vio que
escuchaban en silencio.
-No podemos decir que el general haya visto tanques. Ha
visto puntos, y está suponiendo que esos puntos son tanques. Lo que hay ahí ¿es
realmente lo que ha visto? ¿Cómo sabemos que sus ojos han visto la realidad?
Consuelo estaba inquieta, hablaba muchas veces sin
pensar. Pero aquella vez no se atrevía. Estaba esperando que le diesen la
solución del enigma.
-Os voy a poner otro ejemplo. En la guerra del golfo los
satélites norteamericanos fotografiaron zonas donde se veían claramente grandes
concentraciones de tanques. Los bombardearon. ¿Hicieron bien?
-¡Claro! –contestó Cristina-. Para eso los espiaban.
-Pero resultaron ser tanques de plástico. Muñecos
hinchables. Una empresa italiana se los había vendido a Sadam Husein y desde el
cielo parecían de verdad.
-¡Atiza, costipao!
EL GENIO MALIGNO.
-Y otros satélites espías tenían cámaras que proyectaron
sobre el cielo la imagen de la virgen María. La población enemiga, que
mayoritariamente era atea, la vio. Y no pudieron negar aquella evidencia. El
truco estaba destinado a minar la moral del enemigo.
-¡Anda ya! –exclamó Consuelo alargando la mano impulsada
por su sorpresa.
-Unas veces vemos puntos y los
identificamos como tanques; otras veces vemos tanques y no son de verdad. Y
otras vemos a una virgen que ni siquiera es falsa porque ni siquiera es cuerpo:
es una imagen. A veces vemos cuerpos y los interpretamos por deducción; o por
comparación con otros cuerpos que hemos visto antes. Otras veces interpretamos
como cuerpo algo cuya identidad no admite dudas: pero aquella identidad no
corresponde a un cuerpo que podamos tocar, sino a un cuerpo que sólo se puede
ver; a una imagen.
-¡Pero es que pones unos
ejemplos!
-Reales. Unos ejemplos sacados de la realidad. Y vosotros
que me veis, ¿cómo sabéis que existo? ¿Por qué os fiáis de vuestros ojos? ¿Cómo
sabéis que estáis en clase?
-Mira, Juan –dijo Helga-, sabemos que estás porque te
podemos tocar. Y te oímos. –Helga golpeó repetidas veces el suelo con el pie,
tocó la ventana, limpió el vaho con sus dedos y se quedó mirando al patio-.
Mira, por allí pasa Radón. Y allí está Begoña. Esto lo veo porque es cierto.
REALIDAD Y FICCIÓN. LA VIGILIA Y EL SUEÑO.
-Lo ves porque es cierto. ¿O es cierto porque lo ves?
-Mira, deja de liar que tú lo único que haces es volver
loca a la gente. ¿Cómo vas a hacerme dudar de que ahora estoy aquí? ¿Cómo
quieres que dude de que lo que he pisado no es el suelo, y de que esto que
acabo de tocar no es la ventana?
-Puedes estar borracha.
-¿Qué?
-Los borrachos sufren deformaciones en la percepción. Un
conductor bebido no calcula bien las distancias, tiene confundidos los tiempos
de reacción; a lo mejor cuando va a pisar el freno ya se ha chocado con el
coche que tenía enfrente. Y también pueden sufrir alucinaciones. Ver cosas que
no existen. No te estoy hablando del delirium tremens, aunque si nos centramos
en ellos, las serpientes y bichos que se suben por las paredes a él le parecen
reales. ¿Cómo podemos distinguir claramente entre la realidad y la ficción?
¿Cómo sabemos que no estamos bajo los efectos de un narcótico que nos hace ver
cosas irreales?
-¡Mira cómo te pones, Juan Luis! –exclamó vehementemente
Consuelo-. ¿Cómo vas a dudar de lo evidente? ¡Anda, anda, no digas tonterías!
-Vosotros me diréis. Con los sueños pasa lo mismo. ¿Quién
no ha tenido un sueño tan claro que no le pareciera realidad? Y cuando se ha
despertado ¿no os ha parecido mentira que estuvierais dormidos?
.¡Sí, sí, a mí me ha pasado! –expuso Helga.
-¡Y a mí! –exclamó Consuelo.
-Nos ha pasado a todos –concluyó Cristina-. Todos hemos
tenido alguna vez sueños de esa intensidad.
-Ya lo veis –confirmó Juan Luis-. Y mientras no tengamos
claro cómo podemos distinguir la vigilia del sueño no podremos estar seguros de
que lo que vivimos lo vivimos en la realidad. Es más, hasta podremos darle más
crédito a la mentira, porque nos parece más real que la realidad misma. -Buscó
en su mente sin encontrar lo que buscaba-. No recuerdo el título de esa
película. Es una película de ciencia ficción, con Arnold Swartzenegger de
protagonista. A ver. Él está en una habitación y le presentan a su mujer. Se
abrazan, creo, y empiezan a hablar y a recordar los años que han vivido juntos.
Él está completamente convencido de la autenticidad de sus recuerdos. Y luego
se descubre que esos recuerdos están en un chip que le han implantado en la
cabeza. Que sus recuerdos son falsos. Que él nunca ha vivido las cosas que está
recordando.
-Es verdad –dijo Helga-. Yo he visto esa película. Se
llama...
-¡Ay, lo tengo en la punta de la lengua! –gritó Consuelo.
-A ver, enséñamela –terció Cristina.
OTRA VEZ EL GENIO MALIGNO.
-No importa el título –dijo Juan Luis-. Da igual que no la recordéis. Lo que
importa es que comprendáis el ejemplo. ¿Y si hay en el mundo un extraño
espíritu que nos quiere engañar? ¿Un espíritu que logra convencernos de que lo
que es mentira lo tenemos por verdad? Ese espíritu puede ser perfectamente un
chip.
Juan Luis tosió ahogado por el polvo de la tiza. Había
trazado un esquema en el encerado. Varios globos con líneas y flechas que los
unían entre sí.
-Ése es el pensamiento de Descartes-. Señaló con el dedo,
situando uno a uno los tramos del esquema a medida que avanzaba en su
explicación-. Percibimos con los sentidos. Vemos, oímos, olemos, gustamos. Hoy
sabemos que el tacto es una amalgama de sentidos distintos (la temperatura, la
rugosidad de las superficies, el dolor). También sabemos que ésos son los
sentidos externos, y hoy se sabe que hay también sentidos internos,
interoceptores y propioceptores: el kinésico, por ejemplo, que nos da la
percepción del equilibrio. Pues bien, nada de lo que nuestros sentidos nos
dicen es una certeza. Podemos confundir las sensaciones de lo que percibimos
con sensaciones del sueño, o sensaciones producidas por sustancias alucinantes,
y hasta pueden ser producto de un chip. Hasta la razón nos puede engañar. ¿No
os habéis equivocado nunca haciendo cuentas?
-¡Sí, sí...!
EQUIVOCARSE HASTA CALCULANDO.
-¿Y pensando? A veces razonamos correctamente pero nos
saltamos, por distracción, algún detalle, y nuestro razonamiento mutilado nos
llevará a conclusiones falsas. Lo más frecuente es un error manejando el
ordenador; nos equivocamos y por más que miremos no conseguimos encontrar dónde
nos hemos equivocado; no podemos descubrir la causas de nuestro error. Siempre
pasa que lo tenemos que dejar, por aburrimiento, y al día siguiente, con la mente
despejada, volvemos a encender el ordenador y al toque lo vemos a la primera.
Nuestro razonamiento es claro, evidente, luminoso, sólo se vuelve turbio cuando
nos cansamos; pero muchas veces pensamos sin saber que tenemos la mente
cansada; no está siempre claro cuándo tenemos la mente despejada, cuándo vamos
a razonar correctamente.
Juan Luis se sacudió las manos, y flotó en el aire un
fugaz remolino de polvo. Una nube de tiza que poco a poco se disipó.
-Fijaos bien cómo razonaba Descartes: si mis sentidos me
engañan, yo soy el engañado por las ilusiones de mis sentidos; si me equivoco
por usar mal la razón, yo soy quien se equivoca; si no soy capaz de distinguir
entre la vigilia y el sueño, yo soy el soñador; y si hay en el mundo algún
espíritu empeñado en confundirme, yo soy quien está confuso. Yo pienso que me
alucino, me equivoco, sueño y me engaño; y al pensar esas cosas estoy seguro de
que me pasan, porque no es posible que no exista algo que piensa. Si yo pienso,
existo, y ahí está la primera idea que tengo con seguridad. La primera
evidencia de mi vida. Existo porque no se puede pensar sin existir. Si me
engaño, quizá no esté yo en el mundo si no me doy cuenta de mi error; pero
desde luego sí lo estoy en cuanto pienso que me estoy engañando, porque la
razón encuentra en el engaño mi parte de realidad. Si me engaño, existo: eso ya
lo decía San Agustín.
Juan Luis las miró de frente.
-¿Lo recordáis?
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