VARGAS LLOSA Y LA
POLÍTICA
La
diferencia entre Sócrates y los sofistas es que el primero quería estar en paz
con su conciencia y a los últimos les bastaba con el éxito. Pensaba Kant que
las dos cosas suelen estar separadas y que la gente buena sólo cosecha
infelicidad y fracaso. Vargas Llosa, sin embargo, nos recuerda que las dos
cosas son compatibles entre sí; que se puede ser honesto y triunfador al mismo
tiempo; y que, aunque eso no ocurra a menudo, hay por lo menos un ejemplo de
que esa combinación se ha dado: él mismo.
Se
puede defender la libertad de mercado y condenar las ideologías de la
izquierda, y eso es un factor de éxito en el mundo en que vivimos; pero él se
mete en la piel de una luchadora y sufre con ella desde el paraíso en la otra
esquina: lo que le sirve para denunciar, de paso, los excesos del capitalismo
que él mismo profesa (que no puede ser por ello un capitalismo salvaje);
recordándonos que el liberalismo, para serlo, tiene que ser también político
(puesto que una economía liberal dentro de una dictadura militar es lisa y
llanamente una contradicción en los términos). Las páginas de Flora Tristán le
inspiran una profunda ternura desde la distancia del realismo, desde cuya
óptica siente pena por unas ilusiones que él identifica como pensamiento iluso,
aunque sea también un pensamiento sincero.
Vargas
Llosa se apartó de los gobiernos de izquierda que se olvidaron de la razón para
enquistarse en la adulación, en el autoritarismo: porque perdieron la
honestidad cuando encontraron el éxito. Pero no escribe una novela sobre Fidel
Castro. La escribe sobre Leonidas Trujillo, como si sintiera placer en hurgar
en las pústulas de la derecha para curarse de ellas; también Kant, racionalista
convencido, se puso a criticar la razón para poder salvarla. Sólo se puede
enmendar aquello que se critica, porque la falta de crítica (y con ello la
imposibilidad de regeneración) es lo que echa en falta Vargas Llosa en los
regímenes salidos del marxismo. Su ferocidad al atacar los males de la derecha
es implacable, como su lucidez al hacer sus disecciones; y también su
determinación para corregir el rumbo. Siendo Margaret Thatcher una de sus
principales referencias políticas, no le dolieron prendas al censurarla cuando
salió ella en defensa de Pinochet, a la sazón bajo arresto domiciliario. Y
siendo para él Fujimori el paradigma de la depravación, ningún peruano arrimado
al régimen lo defendió tanto como él (como individuo, que no como político),
reivindicando su derecho a ser mandatario del Perú aunque hubiera nacido en
Japón o en la Cochinchina; porque lo único importante es que durante toda su
vida vivió en Perú y fue peruano; y porque, para Vargas Llosa, el
cosmopolitismo es la solución y no el nacionalismo. Por eso rechaza también el
indigenismo y las aspiraciones de restauración del pasado andino.
Sin
embargo pocos como él han sabido comprender el alma del indio. La intrahistoria
de los Andes alcanza altísimas pulsaciones en las páginas inspiradas de Lituma,
volcando su ternura en la comprensión de una mentalidad que rechaza; dando a
entender que, por debajo de las estructuras mentales que nos constriñen, vibra
hasta la médula el corazón de la gente que siente; una gente que es víctima,
siempre, de sus propias miserias y las de su mundo.
La
depravación del alma humana, Vargas Llosa la denuncia desde sus filas. No se
trata de comprender al adversario para mejor derrotarlo: aquí se trata
simplemente de comprenderlo; para querer con él, sentir con él, vibrar con él,
amar con él y compadecerlo: él ama a las víctimas de Trujillo más que a los
triunfadores de Santo Domingo; quiere a la revolucionaria que sufre más que al
burgués que la maltrata; y comprende las travesuras de la niña mala,
enternecido con ella (que vive presa de sus demonios, incapaz de obrar
arrinconando sus pasiones), a pesar de que es ella la que hace sufrir al pobre
traductor, perdidamente enamorado de ella. Si la cabeza de Vargas Llosa es
cosmopolita, su corazón también lo es; su capacidad para introducirse en los
corazones, para ver las cosas desde ellos, olvidando su propia perspectiva y
asomándose a la atalaya de los demás puntos de vista, es extraordinaria. Las
aberraciones encontrarán en su pluma un arma para la denuncia, el último botón
de muestra es el sueño del celta.
Si
volvemos al punto de partida encontraremos a Sócrates de nuevo. Se trataba de
triunfar o de estar en paz consigo mismo. Vargas Llosa es afortunado porque ha
conseguido ambas cosas a la vez. Pero sus detractores lo acusan de ser un
escritor al servicio de la derecha. Si, desde una óptica elemental,
identificamos la izquierda como la perspectiva de los pobres y la derecha como
la de los ricos, ¿qué es Vargas Llosa? Su cabeza le dice que no debe hacer caso
al corazón, y, aunque le duela el sufrimiento de Flora Tristán, la libertad no
está en sus sueños revolucionarios, sino en la lógica inexorable de los hechos.
Pero su corazón le recuerda que, como hiciera Kant con la razón, el mejor
liberal es el que critica el liberalismo. Yo creo que en ese horizonte se
encuentra Vargas Llosa. Él sabe, como advirtiera Winston Churchill, que la
democracia no es el mejor de los regímenes posibles, sino el menos malo de los
existentes. Con Aristóteles y contra Platón, Vargas Llosa tiene los pies en
tierra pero va mucho más lejos que Aristóteles al declararse nominalista. No
existen las ideas abstractas, sólo los individuos: por eso es tan crítico con
las ideologías. Sólo queda pedirle que siga siendo crítico con el liberalismo
porque no deja de ser una ideología más; y, como él no se cansa de repetir, lo
que vale la pena es la lucha por la libertad de los individuos, no la de los
pueblos. Aunque este asunto, por su complejidad, necesite algún otro capítulo
aparte.
Si,
pues, la razón hace de él un escritor de derechas, el corazón lo arrima mucho a
la izquierda. Quizá por ello Carlos Cano dijo un día en televisión que Vargas
Llosa era un hombre de izquierdas; y Vargas Llosa, sonriendo, contestaba que
aquello se lo dictaba su corazón, no su cabeza; sonreía desde la distancia de
la razón, no desde la lejanía del sentimiento. Es la de Vargas Llosa una razón
cordial como diría Adela Cortina. Su compatriota Miró Quesada teorizó sobre el
socialismo desde la derecha, desde una perspectiva humanista y situacional; y,
buscando a dios con todas sus fuerzas, tuvo que renunciar a él y profesó un
ateísmo nostálgico; ateísmo porque dios no existe, nostálgico porque le
gustaría que existiera. También Vargas Llosa es quizá un socialista nostálgico.
O un liberal humanista, que es lo mismo. Quizá piensa también que el socialismo
no existe, pero le gustaría que existiera.
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