sábado, 26 de abril de 2014

La voluntad




Era un maestro que iba de pueblo en pueblo. De sus alumnos aprendía hartas cosas interesantes: aprendía, por ejemplo, a enseñar. Uno se llamaba Pedro y otro Arcadio; otra era Elisa y otra Pilar; aquel otro se llamaba Héctor; otro era Jesús y otra Cristal. ¡Tantos muchachos había…! Así se le iban ocurriendo muchos pensamientos; muchos pensamientos  sobre el hambre de educar.


LA VOLUNTAD



LIBERTAD Y FORTALEZA

¿Para qué sirve la educación? ¿Qué pintaba él como maestro? Una frase, escuchada en una película hacía una semana, le volvía a la memoria: “la libertad estimula el corazón de los hombres fuertes”. Supo en seguida que ser fuerte no es más que andar en busca de cosas buenas: te gusten o no. Pedro no era un hombre libre. Estaba preso de sus caprichos. Su falta de fortaleza no haría de él un hombre libre, sino un hombre vago.
                                             Sépase, pues libertad
                                 ha engendrado en mi pereza
                                 la pobreza.
Así lo había dicho Quevedo. Si la libertad fecundara la pereza, nos empobrecería. Si fecundara la fortaleza, nos haría ricos. Así también muchas razones, disfrazadas de verdad, son armas que utilizan los vagos: los débiles; hay por ahí mucho vago con inteligencia para convencerte de que tiene razón, aunque no la tenga. Era misión del maestro combatir el capricho disfrazado de razones. Llenarte de fuerza.
La libertad es la cabeza templada en  el corazón. El corazón es el deseo templado en la cabeza.
En estas disquisiciones estaba mientas esperaba que llegara el tren.
                                      


LA FUENTE DEL BIEN

Excava dentro. Dentro está la fuente del bien, que siempre puede manar, si excavas siempre[1].
Marco Aurelio.



LA TEORÍA DEL TRAMPOLÍN

            Nada podía hacer: el daño estaba hecho. Intentó arreglar su metedura de pata pero descubrió la teoría del trampolín: que cuando subes por las escaleras y, sentado arriba, te dejas caer, ya no puedes detener el movimiento. Eso era lo que le había pasado. Así pasa siempre con las relaciones humanas, que podemos corregirnos cuando subimos e incluso cuando nos hemos sentado en lo alto del trampolín, pero nada nos puede detener cuando nos lanzamos desde arriba: una vez que caemos, ya no podemos parar. La prudencia consiste en sopesar los pasos mientras estamos subiendo; pero, una vez lanzados, ya es inútil la crítica; y es inevitable, para el error o para el acierto, que ahora sólo suceda lo que tiene que suceder.



PENSAMIENTOS SOBRE LA EDUCACIÓN

1
            La razón nos dice cómo es el mundo. Y también nos dice cómo actuar en él. Pero lo mismo que no es posible comprender el mundo sin llegar a sentirlo, tampoco es posible, sin llegar a sentirlo, entender nuestro deber.

2
            Sentir el mundo es padecerlo, pero cambiarlo es algo más: es pensar el sentimiento, y pensar es concluir; concluir es decidirnos; decidirnos es cumplir; y cumplir lo decidido, pues también cumplir es decidir.

3
            Para decidirnos hay que sentir el deber. Sentir el dolor del sacrificio y que no lo podemos rechazar. Sentir el futuro necesario sin dejar que el presente paralice. Disfrutar del esfuerzo con alegría. Sentir el sacrificio como si fuera un placer.


4
            La razón es sentimiento diferido. Sentido del futuro ausente. Sólo sentir el presente puede movernos a la acción. A veces sentimos las necesidades del futuro, y el futuro, que es ausencia, se hace presente también. Tenemos que aprender a sentir las necesidades no sentidas.


5
            La escuela nos hace libres. Autónomos. Hay autonomía de la inteligencia, que es cuando aprendemos a estudiar solos; y autonomía de la voluntad, que es cuando aprendemos a decidirnos a estudiar.
            No es tan fácil aprender a perseverar en el estudio. Lo difícil no es a veces aprender, sino empezar. Comprometerse y cumplir lo prometido: he aquí donde se encuentra la mayor de las dificultades.


6
            Decidir es comprometerse.
            Cumplir es perseverar.


7
            Las virtudes de la decisión son el compromiso, el atrevimiento, la obligación. Ser decidido es tener corazón.
            Las virtudes de la acción son la constancia, la perseverancia o el tesón. Y la paciencia.
            Frente al ardor del atrevimiento, la paciencia en la ejecución.


8
             
            Decidirse es obligarse a entrar en un camino.
Actuar es obligarse a caminar por él.




[1] Marco Aurelio. Meditaciones. Libro VII, §59.

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