lunes, 24 de marzo de 2014

Lo que Don Quijote entiende por conocer

LO QUE DON QUIJOTE ENTIENDE POR CONOCER



Suele empezar la filosofía con una pregunta sobre el ser de las cosas, seguida inmediatamente de la pregunta sobre la posibilidad de conocer; acto seguido viene la pregunta sobre el deber. En el Quijote es todo lo contrario: hay una epistemología en ciernes, pero esa epistemología presupone una ética, y la ética, a su vez, necesita de una filosofía de la vida desde donde poderse levantar.

1. Filosofía de la vida. 

La vida es el ser en perspectiva, y su motor es el ánimo: la fortaleza. Cuando al ánimo se le une la razón queda convertido en voluntad. Vida, ánimo y voluntad son los tres ejes que sostienen el ser.

2. Epistemología.

El conocimiento es en don Quijote visión ética del mundo. A él no le interesa ver lo que son las cosas, sino lo que las cosas deben ser; el problema es que se desentiende de que puedan o no puedan serlo.
Si todo conocimiento es representación ética manada de los estímulos del mundo, la epistemología quijotense no puede ser más que un vitalismo nosológico. Así, el conocimiento contiene dos ingredientes:
a)      Lo dado: el mundo que me rodea, que puede proceder de la mente o de la realidad exterior; y que me llega en forma de estímulos.
b)      Lo puesto: el deseo, que puede ser elaborado como ideal por las fuerzas de la razón.

3. Conocimiento.

Percibir es representarse el mundo en el que se está: interpretarlo, sí, pero sobre todo creer verdadera esa interpretación. La percepción es conocimiento, y hay al menos ocho formas de conocer; vamos a verlas una por una.

(1)   Conocer es desear; por lo tanto, querer. Es querer vivir en un mundo distinto, por lo que muy bien podemos llamarlo voluntad de poder. Parafraseando a Kant, diremos que percibir es aquí menos captar lo que nos es dado que poner en el mundo lo que queremos captar.
Se le representó a don Quijote lo que deseaba.
Primera parte, cap. 2, 110.
O sea: proyectamos nuestra mente en el mundo y captamos lo que hemos puesto en él. La realidad queda envuelta en nuestras representaciones, que transferimos con el motor del deseo. Lo que vemos, olemos, oímos o tocamos es la parte de nuestra experiencia mental que queremos convertir en experiencia exterior a nuestra mente.
Cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser
 hecho y pasar al modo de lo que había leído.
(...)
            Luego que vio la venta se le representó que era
                        un castillo.
Primera parte, cap. 2, 109.
Y hay más: si deseamos una parte de lo que conocemos, también es verdad que conocemos lo que deseamos.
Píntola en mi imaginación como la deseo.
Primera parte, cap. 25, 330.



(2)   Conocer es sentir. Es percibir sensaciones, despertar sentimientos: eso es también conocer el mundo.
                                    -Señor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni
caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo
esto; a lo menos, yo no los veo; quizá todo debe ser
encantamiento, como las fantasmas de anoche.
                                     -¿Cómo dices eso? –respondió don Quijote-. ¿No
oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines,
el ruido de los atambores?
-No oigo otra cosa –respondió Sancho- sino muchos
balidos de ovejas y carneros.
                                      Y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los
 dos rebaños.
                               Primera parte, cap. 18, 244.  
Pero cada uno percibe sensaciones interpretadas. Don Quijote y Sancho perciben los mismos ruidos, pero donde el primero oye relinchos, clarines y atambores, el segundo oye balidos; la percepción no es, por tanto, criterio de verdad.

(3)   Conocer es ser. Según somos, así percibimos el mundo (es una suerte de anticipo de Marx, pero también de Ortega: pensamos como vivimos, y no al revés). La verdad es una perspectiva, una mirada lanzada sobre las cosas.
Quizá por no ser armados caballeros como yo lo
soy, no tendrán que ver con vuestras mercedes los
encantamientos deste lugar, y tendrán los entendimientos
 libres, y podrán juzgar de las cosas deste castillo
como ellas son real y verdaderamente, y no como a mí
me parecían.
                               Primera parte, cap. 36, 460-461.

(4)   Conocer es reconocer. Se pueden reconocer parecidos, identidades, recuerdos y nombres. Sancho llega a dar por buena una interpretación insólita (peregrina), desechando la que otros perciben como evidencia; así, la cabeza del gigante se parece a un gran pellejo de vino (y no al revés).
                                                                Y parecía que daba grandes cuchilladas por las
 paredes. Y dijo Sancho:
                                                 -No tienen que pararse a escuchar, sino entren
 a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque
 ya no será menester, porque, sin duda alguna, el
gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su
 pasada y mala vida; que yo vi correr la sangre por
 el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que
 es tamaña como un gran cuero de vino.
                                                     Primera parte, cap. 45, 449.  

            Lo que se parece a lo que hay escrito en los libros toma visos de realidad.
Él la pintó en su imaginación de la misma
traza y modo que lo había leído en sus libros. 
Primera parte, cap. 16, 226.

Hemos visto que conocer es reconocer parecidos e identidades, pero también recuerdos y nombres.
Porque, si yo no me engaño, la tierra que
pisamos es la de Vélez Málaga; si ya los años de
mi cautiverio no me han quitado de la memoria el
acordarme que vos, señor, que nos preguntáis quién
 somos, sois Pedro de Bustamante, tío mío”.
Primera parte, cap. 41, 517.

Tener nombre es existir: así lo observamos en el curioso razonamiento de Sancho cuando quiere demostrar que su sufrimiento cuando lo mantearon fue auténtico y verdadero.
Y todos, según los oí nombrar cuando me
volteaban, tenían sus hombres: que el uno se llamaba
 Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el
ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo.
Primera parte, cap. 18, 239.

Es curioso observar que, para el sentido común, a lo que existe se le da nombre, pero no todo lo nombrado tiene por qué existir. Sancho, sin embargo, invierte los términos. Nombrar viene a ser lo mismo que dar el ser.
Hemos visto hasta aquí que conocer es querer, sentir, ser y reconocer. Examinemos otras cuatro formas de conocer que también emanan del Quijote.

(5)   Conocer es buscar el ser de las cosas. Y buscar el ser detrás del parecer es precisamente lo contrario de buscar el aparecer de los seres. Sin embargo no se trata de llegar hasta la esencia, sino de desvelar una apariencia oculta tras otra apariencia: es el desenmascaramiento; caer de máscaras.
El mozo se quitó la montera (...) Con esto
conocieron que el que parecía labrador era mujer.
Primera parte, cap. 28, 360.

Éste es un tema recurrente en el barroco (pensemos en el Tirso de Don Gil de las calzas verdes). Pero si desenmascarar apariencias sensoriales es importante, mucho más lo es desenmascarar apariencias esenciales. Don Quijote rechaza la sofística de cabo a rabo, y antes prefiere locuras vividas que razonamientos con apariencia de verdad; que frente a ellos la verdad parece calabazada.
El hacer una cosa por otra lo mesmo es que
mentir. Ansí, que mis calabazadas han de ser verdaderas,
firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del
fantástico.
Primera parte, cap. 25, 326.

(6)   Conocer es imaginar. Soñar, modificar los sentidos, vivir una sensorialidad modificada por el deseo. Si soñar es querer, querer es también creer lo que se sueña (como pretendía Unamuno). Esta forma de conocer es, quizá, equivalente a la primera; imaginar es desear. He aquí cuatro ejemplos de ceguera:
Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de arpillera,
 a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal.
                               Primera parte, cap. 16, 225-226. 
Y el aliento, que, sin duda alguna, olía a ensalada
  fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca
 un olor suave y aromático.
                               Primera parte, cap. 16, 226.  
Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto,
 ni el aliento, ni otras cosas que traía en sí la buena doncella,
 no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro
 que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos
 a la diosa de la hermosura.
                               Primera parte, cap. 16, 226.  
Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal
 le tenían las promesas que su amo le había hecho. 
                               Primera parte, cap. 35, 450.   
El criterio aristotélico de correspondencia no funciona. Y no funciona porque lo que se percibe no es lo que es, sino lo que se quiere que sea; no se siente lo que hay, sino lo que se quiere sentir, lo que se quiere que haya. Leeuwenhoeck veía homúnculos al microscopio porque los quería ver; porque su teoría los predecía, y él creía firmemente en su teoría. Pero ver ideas, sentidos o conceptos no es ver referencias; Frege supo ver muy bien que no por estar ante la estrella de la mañana somos conscientes de encontrarnos ante el planeta Venus.
Vivir es soñar, como decía Calderón.

(7)   Conocer es deducir. El mundo es un conjunto de señales entre las que nos movemos; gracias a ellas tenemos un conocimiento indirecto de las cosas que se nos ocultan: tal es el poder de la inferencia.
Llegó a nuestros oídos el son de una pequeña esquila,
 señal clara que por allí cerca había ganado;
                               Primera parte, cap. 41, 516.   
Primero se daría el signo, la aparición. Después se dibujarían las apariencias esbozando el percepto. Por último sobrevendría la percepción deducida.

(8)   Conocer es estar. Estar en el mundo y verse involucrado en las cosas entre las que se está, conociendo el éxito, el fracaso o el compromiso; en ese sentido, conocer es tener problemas, ser solicitados por nuestra percepción del entorno.
                                    Y las alforjas que hoy me faltan, con todas mis alhajas,
 ¿son de otro que del mismo?
 -¿Que te faltan las alforjas, Sancho?
 -Sí que me faltan –respondió Sancho.
 -Dese modo, no tenemos qué comer hoy –replicó don Quijote. 
Primera parte, cap. 18, 247.
No se trata aquí de un saber trágico. Es, simplemente, un saber comprometido.

La razón, como emana de la vida, se define mirándose en el espejo de la locura; pero también se define mirándose en el espejo del conocimiento. Juicio es aquí sinónimo de codicia (por inversión de valores, Cervantes asume que tener juicio, o estar cuerdo, es rechazar esta forma de juicio). Es más cuerdo quien juzga movido por deseos nobles, y loco quien es movido a pensar por deseos mezquinos.
Es necesario hacer una crítica de la razón. Para ello hay que lograr, en un sujeto trascendental, la unidad de la razón teórica con la razón práctica; es lo que después Kant llamará razón pura. Pero ese ideal no es posible en tiempos de Cervantes. Y no lo es porque no es posible captar la razón pura sin haber explorado antes la razón viva. La razón viva es la propia de un sujeto empírico; su contenido se extiende entre la locura y la cordura.
a)      Parece que la cordura corresponde en el sujeto empírico al sentido común.
b)      Todo lo que se aparta de él es considerado, por consiguiente, como locura; especialmente en el siglo XVI.
Erasmo y Cervantes supieron ver que hay aspectos rescatables en lo que sus contemporáneos llamaban locura. Por consiguiente es necesario (y posible, para la época) hacer una crítica de la razón viva. Es decir, de los conceptos complementarios (y fronterizos) de locura y de cordura.
Aquí se sitúa el quijotismo. Su moral es una ética vivida; sentida más que razonada, pero razonada también. Zambrano viviendo de la mano de Hume.
En don Quijote se prefiguran todos los temas desarrollados por Kant, Bacon, Hume y Zambrano. En él están todos ellos: pero están sin desarrollar. Antes de estudiar la razón pura especulativa había que sentir la razón desde el otro lado del espejo: desde la locura.
Y antes de forjar la acción desde la razón pura práctica había que sentirla mientras se pensaba; de ahí que la ética quijotense, al poner el pensar en manos del sentir, anticipe una voluntad sentida como fundamento de la acción; de ahí que se susurre entre líneas el problema de la unidad de la razón.
El quijotismo traza, antes que Descartes, el plan de trabajo que desarrollarán después cuatro siglos de filosofía. Y lo hace sin parecerlo. Su modestia no deja ver a las claras que Cervantes, a través de don Quijote, es un filósofo que vive; porque lo suyo es una razón viva