NATURALEZA Y
CULTURA
-¿Y tú
piensas que eso está en los genes?
-Y en el
ambiente; y en el ambiente.
-Como el
cáncer.
-Claro.
Existe una predisposición según la naturaleza de cada cual, pero luego el
ambiente la desarrolla o la deja dormida. Por ejemplo, no es lo mismo una
ciudad contaminada que el aire puro del campo. Para el cáncer.
-¿Y tú
piensas que la paranoia es así?
-Yo –dijo
Juan- no sé qué pensar. Eso lo dicen los libros. Pero yo pienso que si un chico
se cría en un ambiente de estímulo y esfuerzo, ese chico desarrollará su
capacidad de pensar. No hay chicos que tengan genes inteligentes y otros que
carezcan de ellos. Yo estoy con Descartes: todos nacemos siendo capaces de
pensar, lo que pasa es que unos piensan y otros no.
-Digo la
paranoia, Juan. ¿Tú piensas que se hereda?
Calló. No
sabía cómo contestar a aquella pregunta. Dudaba, y mientras dudaba el ruido del
bar creaba una atmósfera capaz de distraer los pensamientos de cualquiera; pero
los de Juan no. Félix se percató de ello.
-Otro que
tú no podría.
-¿Qué no
podría?
-Pensar
en medio de tanto ruido. Tú sí que puedes.
Juan
abría la boca, desconcertado.
-¿Qué es
lo último que ha dicho el camarero?
Juan se
encogió de hombros.
-¿Ves?
–concluyó Félix-. Sin embargo me estás escuchando a mí. Tú, en medio de tanto
ruido, no oyes ni siquiera tus ruidos interiores. Tu mente permanece atenta al
curso de tus pensamientos y a lo que te digo, yo que converso con ellos.
Arcadio no sería capaz de hacer lo mismo. Arcadio se distrae con una mosca.
Juan vaciló
un momento.
-Sí, es
verdad –concedió al fin. Pero su pensamiento siguió trabajando mientras
hablaba. Sus palabras decían lo que acababa de pensar y mientras hablaba seguía
teniendo pensamientos nuevos-. Eso lo da la costumbre. El entrenamiento. Estoy
seguro de que si Arcadio practica lo suficiente acabará adquiriendo esa
habilidad.
-¿Tú
crees?
-Estoy
convencido.
-¿No has
tenido alumnos incapaces de estudiar?
-¿Incapaces
de estudiar, dices?
-Incapaces
de concentrarse. Ellos ponen todo el empeño del mundo, pero se distraen con
todo. El tiempo no les rinde, y en una hora sacan menos provecho que otros en
diez minutos.
-Eso es
porque, habiéndose pasado la vida sin estudiar, tienen poca cultura. La cultura
es como una pared llena ganchos a los que pueden agarrarse los conocimientos
nuevos. Si tú tienes un montón de ganchos la mayor parte de lo que leas se
agarrará a tu mente; pero si tu cultura es pobre (esto es, si tu mente apenas
tiene ganchos), por mucho que estudies apenas se te va a quedar nada. Por eso
no te rinde el tiempo. Por eso el zoquete con ganas de aprender puede pasarse
las horas muertas estudiando sin aprender nada. O aprendiendo muy poco. No es
porque en su dotación genética esté la incapacidad de concentrarse: es porque
la falta de hábito le produce distracción en el estudio, y la falta de estudio
lo deja sin apoyos donde fijar lo que aprende. La cultura es abono que
enriquece los campos. Si tú estudias es como si abonaras el campo donde
sembrarás luego; el estudio es la siembra, y la cultura el alimento que
enriquecerá tu estudio. De un chico que no ha estudiado nunca no puedes esperar
que de repente aprenda.
Félix
sonreía, sin argumentos. Sentía que su amigo sólo tenía una parte de razón,
pero en aquel momento era incapaz de rebatirle. Tenía los mismos años que él, y
casi la misma experiencia de maestro. Él estaba convencido de que algunas
capacidades sí que se heredan. No todo lo desarrolla la educación. La educación
pude hacer maravillas en algunos casos, pero en otros se muestra impotente; uno
puede ser un magnífico médico para curar unas heridas, pero otras son
imposibles de curar para cualquier médico; el mejor médico del mundo todavía no
puede curar el sida. La educación no lo puede todo.
-Pero
dentro de unos años –insistió Juan, convencido- los avances de la medicina
permitirán curar el sida.
Félix
sonreía. La capacidad dialéctica de Juan era admirable; Juan se lo rebatía
todo.
-Mira,
Juan, yo he tenido alumnos con los que no he podido hacer nada. Y mira que lo
he intentado, ¿eh?
-A mí
también me ha pasado. Pero es porque no tenía recursos en ese momento. Un
educador más experto que nosotros sí podría haber sacado algo de esos chicos.
La
expresión de Félix se llenó de escepticismo.
-Mira
–dijo-, imagínate que te llega a clase un niño salvaje. Un niño que ha sido
abandonado por sus padres al nacer y se cría con las fieras. Podrás enseñarle a
comer con cuchara, a hacer sus necesidades en el váter, pero no podrás
enseñarle a pensar.
-¿Cómo
que no?
-Léete lo
que se ha publicado al respecto. Sus capacidades innatas son las que son: tú no
las puedes cambiar.
Instantáneamente
un brillo de satisfacción se dibujó en los ojos de Juan; el ejemplo de Félix se
había vuelto contra él mismo.
-¡Lo que
ocurre es que el campo ha atrofiado sus capacidades! Tú sacas a un niño de la
sociedad, le privas de los estímulos de la cultura y lo estarás incapacitando
para aprender. Lo que ocurre, seguramente, es que esa incapacidad es
irreversible para el pensamiento, pero no para las rutinas. El niño puede
aprender todavía las convenciones sociales pero no la dinámica del pensar. Y
eso, aunque sea así, no hace más que darme la razón: es el ambiente, y no la
herencia, lo que priva a los chicos de sus capacidades. Dos niños recién
nacidos tienen las mismas, pero uno crece en un palacio y las desarrolla y el
otro crece en un tugurio y las pierde; todo está en la falta de estímulo.
La cara
de Félix se animó de repente. Estas últimas palabras le habían dado argumentos.
-No,
Juan, dos niños que nacen jamás pueden ser iguales; en capacidades, quiero
decir. No siempre manda el ambiente, también la naturaleza. Imagínate que uno
nace con todas sus capacidades intactas y el otro tiene síndrome de Down.
Juan
reculó, para acusar el golpe. Félix había dado en el clavo. Porque lo que decía
era verdad. Entonces él… ¿estaba equivocado? En seguida encontró por dónde
escurrirse.
-Eso es
un caso límite, Félix. Una patología. Con las personas sanas no es así. Dos
personas son iguales si se crían en el mismo ambiente.
-¿Con los
sentimientos también? ¿Los dos sienten lo mismo?
-Los dos
desarrollan por igual la capacidad de tener los mismos sentimientos; luego la
vida (es decir la experiencia) se encargará de que sientan unos más que otros.
Con las ideas pasa lo mismo. Unos desarrollarán más unas ideas que otras pero
todos desarrollarán de la misma manera las mismas capacidades de pensar.
De
repente en Juan se produjo un cortocircuito. Porque se acordó del problema del
introvertido; y de la timidez. Recordaba que cuando estudiaba filosofía había
tenido varias asignaturas de psicología. En aquel tiempo supo, de la mano de
Jung, que unos nacen introvertidos y otros extravertidos. Esos temperamentos no
dependen de la educación. La educación no lo puede todo.
Félix le
hablaba, pero él se mostraba distraído. Se acordó de las teorías del carácter,
y de las tipologías. Decía Hipócrates que uno nace melancólico o flemático,
como si la experiencia y la cultura no tuvieran nada que ver con la flema o con
la melancolía: son los humores del cuerpo; la constitución física de cada uno;
todo está en el equilibrio de fluidos: naturaleza nada más.
-¿Me
escuchas?
Juan
salió de su ensimismamiento. Aparentemente había dejado de prestarle atención.
-Perdona
–dijo-. ¿Qué decías?
Félix le
sonrió con benevolencia. Félix se desvivía porque aprendieran los chicos, las
amas de casa. Siempre estaba preparando fotocopias con ejercicios que ellos
pudieran entender. Juan, incluso, sentía que era peor maestro que él. Porque
Juan les preparaba ejercicios que requerían una buena cultura para hacerles
pensar, mientras que los de Félix eran menos complejos y, por lo tanto, más
llevaderos. Juan, por ejemplo, les hacía una línea del tiempo de la reconquista
y quería, a partir de ella, que las amas de casa dedujeran las causas y las
circunstancias que habían impulsado los hechos: la invasión musulmana, la débil
resistencia visigoda, don Pelayo… Félix, sin embargo, les ponía dos columnas,
una con nombres y otra con definiciones, y las tenían que relacionar entre sí
mediante flechas; o ciudades con países, órganos con funciones, ríos con
afluentes, cosas así.
Entró en
el bar un grupo de chicos y entre ellos vio a Pedro. También estaba Elisa, pero
los demás estaban de espaldas. Visi hablaba con ellos. Todavía estuvieron
conversando un rato y el humo de los cigarros ascendía haciendo volutas.
Entonces vino Visi. Le dijo a Félix que le llamaban por teléfono y Félix se
ausentó. Juan se quedó contemplando el humo. De los cigarros salía un hilillo
de filamentos entrelazados que dibujaban un baile en el que se envolvían y
separaban, se abrazaban y ceñían, con toda la delicadeza propia del ballet.
Cada vez que alguien chupaba el cigarro se encendía la ceniza, como los faros
que en la costa sirven de guías para las naves; hasta que se acumulaban las
cenizas, en ocasiones medio cigarro, y se caían sobre la mesa o sobre el suelo,
y algunas veces sobre la taza. Todos fumaban. Eran los tiempos en que fumar era
de machotes. Hasta las chicas ponían la fuerza del carácter en un cigarro
encendido y hacían ver, en el cigarro, que ya no eran las frágiles chicas de
antaño. Ahora empezaban a hablar siempre como carreteros: con tacos.
Félix se
había disculpado y Juan le había recordado que tenía que llevarlo al Espinar:
se le había ido el autobús y ahora no podría marcharse solo.
-No te
preocupes –dijo. Te recogeré. Vuelvo dentro de un rato.
Y se
marchó.