DESPEDIDA
Han sido ocho años intensos, llenos de satisfacción y sentimiento. He sentido cercanía en la gente que se asomaba a estas páginas. Ocho años de escribir obligando a afilar conceptos, a mirar las cosas desde dentro, a buscar en lo que está lejos, a levantar la mirada. Ocho años de poderosa atención, años de magia. A lo largo de ellos han surgido cosas que bien vale la pena contar; porque son como una aventura, la aventura de esta empresa en la que nunca he cedido a la facilidad y siempre he escrito con el mismo interés por la gente culta que por la gente de la calle.
He tenido lectores en España, Estados Unidos, Canadá, Perú, Argentina, Portugal, Irlanda, Dubai, Rusia, Francia, Alemania, Nueva Zelanda… No, no es que mi blog haya tenido proyección internacional, ni mucho menos; lo que pasa es que los amigos de los amigos están desparramados por el mundo y hoy cualquiera que esté conectado a la red se está comunicando, y seguramente no tiene conciencia de ello, con la vasta geografía que hay fuera de nuestra casa.
He escrito para filósofos y profanos, para los artistas y su público, los escritores y los lectores. Para unos siempre he tenido en la mente lo que hacía William James hace siglo y medio: dar conferencias a los obreros, que no por ser obreros tenían que ser ajenos a la cultura. Para otros he escrito textos, difíciles a veces, en los que daba a conocer mis puntos de vista (filosóficos, literarios, estéticos), y mi propia manera de enfocar la realidad: siempre poniendo distancia en ella, con objetividad siempre, sí, pero siempre apasionada; sin preocuparme nunca por las presiones del momento. Por eso había textos accesibles y otros eran francamente complicados: y es que no estaban escritos siempre para los mismos destinatarios.
Esos destinatarios han sido variados. Primero fueron familiares y amigos; después tuvieron su propia dinámica, su propio ritmo, su propia autonomía. También he estado al habla con algunas instituciones, no muchas, es verdad. Alguna universidad ha utilizado textos míos como bibliografía de trabajo (por ejemplo, a propósito de Platón o Miró Quesada); incluso he mantenido conversaciones, epistolares y telefónicas, con algunos profesores; hay quien se ha puesto en contacto conmigo para mencionarme en algún artículo académico. Varios colegios han participado con la lechuza literaria incorporando largos diálogos de WhatsApp como prácticas de clase; diálogos que, lógicamente, no han aparecido en el blog puesto que tomaban otros canales para materializarse. También han escrito centros de formación para personas adultas. Y gente vinculada al teatro, algún filósofo de otros lugares, algún escritor… en fin: por poco que sea, esa interacción me ha dado hondas satisfacciones.
Soy filósofo y escritor. Muy tímido, por cierto, en ambos casos. Cogí confianza en mí mismo asistiendo durante diez años a congresos de filosofía en los que no dejé de presentar nunca mis ideas, aunque se apartaran de lo trillado; tengo la satisfacción de haber compartido mesa con reconocidos filósofos del ámbito nacional e iberoamericano. La lechuza, por su parte, ha contribuido a que confiara en mí mismo como escritor, sólo por eso ya vale la pena haberla creado. Y por los amigos, conocidos unos, otros anónimos, que no han dejado de compartir conmigo, gente sin rostro o cuyo rostro yo podía adivinar a través de la distancia; y que me mostraba su simpatía dándole un “me gusta” al leerme. Nunca ha habido impertinencias ni insultos ni salidas de tono; la variedad de los iconos de internet permitía mostrar qué artículos habían gustado más y cuáles habían gustado menos, siempre desde el respeto y desde la crítica desenfadada y sana.
El símbolo de la filosofía es una lechuza; un pájaro nocturno, porque el filósofo trabaja mientras la gente descansa, la lechuza de Atenea, diosa de la sabiduría, que posa sus ojos sobre la realidad y nos devuelve la esencia de lo que la realidad nos ocultaba. También hay una filosofía lógica, de una lógica descarnadamente matemática, empeñada sólo en buscar el rigor; y una filosofía literaria que se interna en las profundidades aunque no alcance el rigor del lince, sin dejar de ser seria en el uso de la palabra; no con seriedad exenta de humor sino de quien se ríe de su propia sombra sin sacrificar nunca lo difícil a lo fácil; sin ceder a lo superfluo en lugar de buscar en lo que vale. Tomé de Miró Quesada la idea de que un error en las profundidades vale más que un acierto en la superficie y es lo que me he empeñado de hacer, contra viento y marea; días tras día, hacer filosofía académica pero también filosofía popular, para la gente de la escuela y la gente de la calle; y hacer, al mismo tiempo, literatura, pinceladas sentimentales, relatos cortos, poesía, estampas de un pueblo y visiones de España.
Desde hace tiempo escribo cosas de mayor envergadura. Tengo a mis espaldas unas cuantas novelas, visiones impresionistas, algunas obras de teatro, algo de poesía y algunas ideas sobre literatura. Hace casi dos años me jubilé: desde entonces decidí escribir como nunca había podido escribir, liberado ya de obligaciones académicas, de las clases y las guardias, la labor de tutoría, de las juntas y los claustros. Ya no tengo que aguardar los dos meses del verano para acabar la novela que empecé el año anterior. Ahora tengo todo el tiempo en mis manos, y, curiosamente, cuando más tiempo liberado tengo más encerrado estoy en mi conciencia, más investigación me hace falta y más corrijo mis trabajos, más absorto estoy en ese mundo que me absorbe y más me cuesta, para escribir en la lechuza, salir de él. Por ese motivo tengo que abandonar el blog. Hay una novela que me está gritando desde hace cuatro años y no acabo de escribirla: y yo le tengo que dar nacimiento; perdonadme, lectores, si, preocupado por dar cauce a todas las fantasías que se atropellan en mi mente, a todas las ideas que pugnan en mi cerebro, a todas las imágenes que las palabras pueden contener y a todas las palabras que se obstinan en salir, debo olvidarme de esas otras palabras, amables y afectuosas, que me unen a vosotros en este blog filosófico y literario a la vez. Me veo obligado a cerrar esta carpeta. En ocho años he tenido veintiocho mil visitas, no está mal; podrían haber sido más, pero el material de sus páginas era arduo y exigía concentración y no tengo sino gratitud a mis lectores por haber hecho, semana tras semana, el esfuerzo heroico de escapar a la facilidad en la que nos atrapa el mundo; y con esto no hace falta más.
Hasta siempre. Mantendré abiertas estas páginas para publicar las entregas que faltan de ese “Alma de acero”, esa visión romántica de la reina Juana de Castilla; y de vez en cuando, cuando tenga algo de tiempo, escribiré algunas letras bajo las alas amorosas de la lechuza: pero ya no será todas las semanas; será de vez en cuando, quizá de tarde en tarde, y se gestarán a cambio, bajo el palio nocturno de los ojos de la lechuza, quizá bajo la diáfana luz de la mañana, impresiones y novelas, filosofías y teatro, y quién sabe… si la musa se aviene a concederme su gracia, tal vez también un poco de poesía. Y con esto basta.