viernes, 28 de mayo de 2021

PALABRAS COMO DARDOS

 

 

 

PALABRAS COMO DARDOS  

 


            Las palabras transmiten significados a los que llamamos denotaciones: pero también transmiten sentimientos, y a éstos los llamamos connotaciones; gudari y etarra tienen más o menos la misma denotación, pero no connotan lo mismo; igual pasa con castellano y charnego, francés y gabacho, iberoamericano y latino.

            Sucede que a veces usamos las palabras dándoles un significado que no les corresponde: cuando, por ejemplo, llamamos hindúes a los habitantes de la India, árabes a los musulmanes o ingleses a los británicos. Es lo que le ha ocurrido, después de la Segunda Guerra Mundial, a la palabra “fascismo”, que significó movimiento popular violento (y autoritario) y ha acabado significando autoritarismo impopular; el régimen de Mussolini es un fascismo; la dictadura de Pinochet, no; ni, probablemente, tampoco la dictadura de Franco, que fue un movimiento militar más que popular y suplantó, adoptando sus símbolos, al verdadero movimiento fascista que era la Falange (José Antonio declaró haberse inspirado en Mussolini). Cuando personalizamos y dejamos de hablar del fascismo para hablar de los fascistas, esta palabra se convierte en insulto; porque le cambiamos el significado (el movimiento popular pasa a convertirse en impopular) y la cargamos afectivamente como vehículo de odio; la palabra, denotando lo contrario de lo que denotó en su día, connota rabia; lo único que tienen en común la denotación antigua y la nueva es el común denominador de la violencia.

            Hoy se ha puesto de moda convertir en insulto la palabra “comunismo”. Si preguntáis lo que significa esa palabra a quienes la utilizan, probablemente muchos no sepan responder; pero sí saben (o más bien sienten) que con esa palabra designan a las personas por las que sienten mucho odio político: odian a quienes son de izquierda, y al odiarlos confunden la izquierda con el comunismo; igual que cuando, al decir que nos hemos bebido tres copas, confundimos las copas con el vino; eso que en literatura se ha dado en llamar metonimia y que tiene como variante a la sinécdoque.

            Poner las cosas en común es compartirlas con los demás. Eso hacían los primeros cristianos. Si compartimos las cosas por la fuerza quitándoles sus posesiones a los ricos podríamos hablar de comunismo, como cuando los bandoleros robaban a los ricos para dárselo a los pobres: eso se puede hacer con Estado (marxismo) o sin Estado (anarquismo). Pero si no le quitamos nada a nadie y nos limitamos a corregir las desigualdades del sistema ya no estaríamos hablando de comunismo, sino de socialismo. Y si insistimos además en que todo debe hacerse respetando la libertad y la opinión de todos, estaríamos hablando de socialdemocracia. Comunistas, socialistas y socialdemócratas son de izquierda, pero unos son respetuosos con los bienes ajenos y otros no. 



            El cristianismo es una corriente que en el Evangelio se preocupa por los pobres más que por los ricos, pero apela a la mansedumbre más que a la rebelión y cifra el cambio social en la buena voluntad de los ricos: que sería buena si cumplieran con el imperativo cristiano de caridad. Si el cristianismo político respeta la opinión de los demás será democracia cristiana; si no la respeta y se impone con violencia, será fundamentalismo. El fascismo, el fundamentalismo y la democracia cristiana son corrientes de derecha, y no porque el fascismo sea de derecha vamos a decir que la democracia cristiana sea fascista; sería como llamar velas a los barcos, que es lo que en literatura se llama sinécdoque. O como llamar cabezas a las ovejas. Este es un demócrata cristiano, y por lo tanto es de derechas: o sea fascista. Salta a la luz que esta falacia es intolerable; entre otras cosas porque el nazismo, que era un movimiento fascista, era ateo.

            Éste es francés; por lo tanto de raza blanca. Ese otro es musulmán; por lo tanto yihadista. Aquél es cristiano; por lo tanto católico. Y ese otro es judío; por lo tanto ultraortodoxo. Tomar la parte por el todo (que es lo que en literatura llamamos sinécdoque) es como decir que todos los españoles son castellanos (para los argentinos, gallegos) y que todos los vertebrados son mamíferos. Si cambiamos la denotación de la palabra genérica (por ejemplo “trastornado”) por la de un caso particular (por ejemplo “paranoico”) estaremos llamando paranoia al trastorno más leve y eso sería un error; pero llamar drogadictos a quienes se dejan crecer el pelo suele ser llenar nuestro error de odio y empeñarse en no reconocer que nos estamos equivocando.

            Una forma de expresarse la izquierda es el chavismo en Venezuela. Pero la mayoría de los socialistas, sobre todo si son socialdemócratas, no se identifican con el chavismo; llamarlos chavistas, entonces, es insultarlos. El extremismo consiste en tratar a los buenos como si fueran malos, por ejemplo llamar gamberros a todos los aficionados al fútbol sólo porque algunos aficionados lo sean; llamar chavistas a todos los socialistas (y, por extensión, a la izquierda en general) es abuso de lenguaje; si se hace por odio es desprecio a quien piensa diferente, porque hay una chulería y una falta de talante ético en el chavismo que no comparten los otros partidos de izquierdas; pero suelen compartirlo quienes, abusando del lenguaje y de la ignorancia, insultan a la gente respetuosa metiéndola en el mismo saco que los déspotas; como es insultar a los jóvenes quien, viendo a un joven romper una farola, anda por ahí diciendo que todos los jóvenes rompen farolas. 



            El valor de la derecha democrática suele ser la libertad. El de la izquierda, la solidaridad. Pero criticar a un gobierno que prohíbe fumar en los lugares públicos es reclamar una libertad irresponsable. “¿Quién es el gobierno para decirme a mí si debo fumar o no?”, suelen decir los liberales. “¿Con qué derecho me puede prohibir el gobierno que tome heroína o cocaína o que le robe a mi compañero cuando está descuidado?”, les podríamos responder nosotros. Una libertad sin responsabilidad no es libertad sino libertinaje, y eso lo suelen olvidar con frecuencia muchos liberales. Adam Smith pregonó la libertad en economía, pero también dijo que deberíamos practicar una ética de la simpatía, que es como se llamaba entonces a la piedad, misericordia o empatía (y que no es, en el fondo, más que eso que llamamos hoy solidaridad y antiguamente se llamaba fraternidad; y es, en definitiva, una de las caras de la caridad: la Revolución francesa, como se ve, se asentaba en realidad sobre valores cristianos).

Porque si no se puede ser verdaderamente libre sin ser responsable y si ser solidario carece de sentido cuando la libertad no lo acompaña, resulta que la mejor opción política sería la de un izquierdismo de derechas; o sea una solidaridad libre y responsable. Ésta es una opción de centro. Un centro que han barrido las urnas en el Perú de 2021 dejando el ambiente político verdaderamente polarizado. Sólo se puede elegir entre un autoritarismo de derecha y otro de izquierda. Entre una responsabilidad sin libertad y una solidaridad irresponsable; que lo primero es tiranía y lo segundo anarquía, despotismo y confrontación desde los extremos y no diálogo y comprensión en el centro.

Sólo quedan las palabras. Palabras que han perdido su significado. Y cuando pierden sentido quedan convertidas en vehículos de odio, que es el único sentimiento que permanece cuando ya nuestro corazón se ha roto: entonces duelen. Son palabras, para entonces, que ya nos duelen como dardos.

 


 

1 comentario:

  1. Palabras tanto dicen de ellas Paz y Benedetti. Cada persona tiene su modo de usarlas, palabras de cada quien al final...rescato:"Sólo quedan las palabras. Palabras que han perdido su significado. Y cuando pierden sentido quedan convertidas en vehículos de odio, que es el único sentimiento que permanece cuando ya nuestro corazón se ha roto: entonces duelen. Son palabras, para entonces, que ya nos duelen como dardos.".

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