COSTUMBRES
ESTUDIANTILES
…Y
LA CRUZ
Si queremos ver una superficie desde
dentro la veremos como una línea; para verla como superficie tendremos que
mirarla desde fuera; toda superficie tiene, pues, tres dimensiones: dos para lo
que vemos y una para mirarla; y esa tercera dimensión de la superficie, el
punto de vista del observador, puede estar arriba o abajo, porque las
superficies tienen dos caras, como las monedas; y como las medallas.
La realidad tiene siempre una cara y
una cruz; por lo menos. Cuando miramos las cosas siempre podemos preguntar qué
hay al otro lado. Detrás de una persona malvada hay una persona buena que está
sufriendo; o que no está en el sitio que debía; o que le sobra o le falta algo.
Es cierto que la juventud está perdida en un mundo de falsas apariencias, pero
¿por qué?
Hay una niña que ha montado un
tinglado para evitar el cambio climático; ha puesto a trabajar a sus amigos y,
en el recreo, tienen un puesto donde venden bizcochos y fruta para reunir
fondos. Y cuando llega navidad todos se vuelven generosos para reunir alimentos
destinados a quienes no pueden celebrar la navidad, y juguetes; también se
reúnen libros para quienes no pueden pagarlos. Este chico ayuda a caminar a su
compañero que está cojo; ha dicho en jefatura que los cambien de clase porque
no puede subir las escaleras; ese otro se queda en el recreo para ayudar a otro
que no ha entendido las clases; aquél le da a su compañero un trozo de su
bocadillo; los mismos que parecen malos los miras de cerca y resulta que
parecen buenos. Son adolescentes, pero la niña que ha montado el chiringuito
tiene sólo doce años.
Luego vas por la noche y visitas los
lugares del botellón. Ves a un joven parado junto a otro que está borracho: los
otros han huido porque dicen que viene la policía; menos él; se ha quedado
porque quiere llamar al hospital, aunque no sabe cómo; sabe que si lo pilla la
policía, lo denunciarán, aunque él no ha bebido: tiene el móvil en la mano; su
compañero es diabético; sabe que el alcohol se transforma en azúcar y lo que
vaya a ocurrir puede ser peligroso; les puede llegar una denuncia a sus padres
acusándolo de lo que no ha hecho, no importa; lo importante es ayudar. Más allá,
a otro joven le ha dado un coma etílico. Acaban de llamar al hospital y están esperando
una ambulancia, pero la ambulancia no puede bajar por el terraplén; están
intentando cargarlo entre todos pero no pueden: entonces viene un joven de
aspecto hercúleo; él solo lo carga y arriba ya llega la ambulancia. Ese joven
alto y fornido, un gigantón, es el mismo que acumula en el instituto no sé
cuántos partes y expulsiones; nadie puede con él, es la pata de Judas; es un
TDH, tiene un trastorno de la conducta, vive solo con su hermana y odia a su
madre; lo han abandonado hace nada desde un lejano país; bueno, la economía lo
ha abandonado, su madre es una pobre mujer que ha tenido que elegir entre
trabajar y abandonar a su hijo o estar con su hijo y morirse de hambre; luego
ha venido con él pero el sentimiento ya estaba roto; porque algo se había roto
antes en la mente de él; cuando lo expulsan de clase, en la biblioteca, se pasa
las horas muertas haciendo cuadraditos negros y blancos en una hoja de papel.
Pero ahora, ya ves. Acaba de salvar la vida de un joven atacado por el alcohol;
un joven al que él no conoce; y que no sabrá nunca hasta dónde le debe la vida;
porque, después de dejarlo junto a la ambulancia, desapareció.
Está ese otro chico que revuelve
como un trasto; y ese otro que responde a sus profesores con cara de pocos
amigos; no tiene TDH, ni trastornos paranoides, no hay nada enfermo en su
personalidad, pero es revoltoso, no puede estar sentado toda la mañana, no
puede estarse quieto; tampoco puede atender, aunque quiere. Ese otro sí que
atiende pero es nervioso. No para de mover la rodilla porque su impaciencia le
puede. Y hay otro que tiene un justificante del médico porque tiene exceso de
testosterona (siempre le caían a él todos los castigos). Y cuántos otros,
chicas y chicos, cuyo único pecado es ser jóvenes y no poder parar: el profesor
les ha dicho que un día de éstos acabarán cayendo en el lado oscuro; como si fueran
miserables, delincuentes, personas sin valores atrapadas sin remedio en el
círculo de la maldad.
Esa gitanita quiere atender pero no
puede. Ese otro puede pero no quiere. En su casa ha aprendido que eso de los
estudios es cosa de maricas, y él se siente muy macho; aparte de que la
adolescencia lo golpea también con una actividad frenética que no tiene
objetivo el (adolescente se mueve porque ser adolescente es moverse). Y esa
otra joven es superdotada y sólo saca sobresalientes: pero no tiene una
habitación donde estudiar y se pasa el día en la tienda, y su padre, además, le
ha elegido destino y tiene donde casarse, parir como una coneja y no salir de
casa; ella, sin embargo, quiere estudiar; a pesar de que no hay tiempo para el
estudio; a pesar de su cultura; a pesar de sus padres; quiere ir a la
universidad porque le gustan las relaciones internacionales; a pesar del mundo,
contra el viento y contra todos, contra aquel que se ponga delante.
Esta chica es musulmana. Esta misma
mañana ha salido a la ciudad, su profesor le ha enseñado la historia y la
cultura, las iglesias y castillos, y las calles cargadas de siglos, y sin poder
evitarlo, abriendo sus brazos como aspas de molino, ha gritado: “¡es la primera
experiencia que tengo de la libertad!” Su madre murió hace poco. Ella se ocupa
de la casa y hace la comida, para su padre y sus hermanos, que no la dejan
salir, poniéndole velo, y su única escapatoria está en clase. Ahora se la han
llevado a Suecia donde vive más familia y ya no sé qué fue de ella: ¿una
semilla cargada de fruto, poderosa e imparable, que no han dejado crecer?
Luego está el vago: ese que no abre
un libro ni por recomendación; ese que dice que no mueve un dedo porque quiere
ser feliz; ése que está ahí sin ser nada, más que bulto dejado por la pereza,
sin motor para moverse y movido, como una veleta, por todas las fuerzas que hay
alrededor; ese que sonríe con suficiencia cuando le hablas de trabajar y te
contesta: ¿trabajar, para qué? Es que parece el más feliz de todos y luego te
lo encuentras por la calle, cuando todos han aprobado menos él, y te confiesa,
apesadumbrado: yo quiero estudiar pero no puedo; es esta pereza que me puede,
esta fuerza que me para, este no sé qué que me frena, un sopor, una desidia,
una flaqueza con que nací; yo quiero estudiar pero no puedo, ¿qué debo hacer? Y
no era tonto, no, sólo nació con cadenas que lo ataban y no le dejaban crecer.
Y está el que se distrae aunque no
quiera. La chica que no estudia mucho porque tiene que trabajar. Y están
también los que pueden, los que quieren estudiar y tienen un motor dentro que
los mueve con las palas de la ilusión: ese artista que saca sobresalientes, que
sabe lo que quiere y que camina por el mundo con una fuerza imparable, a pesar
de su aparente fragilidad; y ese otro, apasionado por las matemáticas, por las
novelas, por la ciencia, que estudia porque tiene fuerzas e ilusiones y
paciencia y que sabe que, aunque le guste, hay que echar el resto para
estudiar. Luego están los otros, los excelentes, los destinados a la élite, los
del bachillerato de investigación: los hay que son curiosos de la ciencia pero
¡cuántos hay que desprecian el saber confundiéndolo con dinero, y sólo son
engranajes implacables de una inexorable máquina de aprobar!
Los hay que acosan, pero también quienes
ayudan a los acosados. Quienes hunden sus decepciones en el pozo de la anorexia
y no hay quien ayude a quien no puede dejarse ayudar. ¡Cuántos espíritus libres
he visto yo entre tantos cardos! ¡Cuántos corazones generosos, cuántos trozos
de alma perdiéndose en el mundo y quedándose atrapados en la moda del cuerpo!
He visto droga en las caras de esos chicos, frustraciones atrapadas en el
tabaco, he visto alcohol, pérdida del norte, abandono del horizonte, de los
móviles, los ordenadores y los juegos electrónicos, atrapados en las cárceles
de las redes sociales, incapaces de salir de ellas porque no tienen energía de
activación. Están en un pozo sumidos, hundidos en la oscuridad pero no caídos
en el lado oscuro, porque aquellos jóvenes… ¿sabéis una cosa? ¿Queréis saber?
Son corazones generosos que están un
poco extraviados. Rayos de bondad arrastrados en los terrenos pantanosos del
egoísmo. Ganas de vivir que se creen nihilistas, impulsos irracionales de
buscar la razón, ganas de comerse el mundo sin comerse a nadie, semillas que
ansían crecer en tierra y el viento no las quiere plantar: ésa es la realidad detrás
de la apariencia, por un lado desechos humanos y por otro ansias de crear, por
un lado derrotismo y por otro ganas de vivir, sólo hay que mirar por la otra
cara, no quedarse parado ante lo que vemos, cambiar de punto de vista y
atreverse a mirar, querer mirar, querer descubrir lo oculto que late por detrás
de la apariencia; ver la otra cara de la luna, agarrar con la mirada el
horizonte que se extiende, lejano, ante nosotros como ensueño de utopía, sólo
hay que saber mirar; porque, ya lo sabes, aunque tú siempre creas que no lo
sabes: que hay una cara al otro lado de la sombra, igual que en la sombra, y cuando
miramos, sabemos que todas las caras tienen su cruz.
Muy cierto solo hay que encontrar ese otro lado, rescato: "que hay una cara al otro lado de la sombra, igual que en la sombra, y cuando miramos, sabemos que todas las caras tienen su cruz."
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