LA
SOBERBIA, LA ENVIDIA Y LA HUMILDAD
El
orgulloso.
Es un complejo de superioridad que,
en el fondo, brota de un oculto complejo de inferioridad. El orgulloso se
muestra superior pero se siente inferior; el orgullo no es, pues, una cuestión
de sentimiento (sentirse superior no es malo), sino de voluntad: aplastar a los
demás para sentirse superior a ellos es una forma de sentirse inferior; y esa
inferioridad que uno siente no sólo se la oculta a los demás aparentando ser
mejor que ellos, sino que se la oculta a sí mismo porque no quiere descubrir,
ni mucho menos reconocer, que otros nos pueden ganar. La soberbia es un culto a
la personalidad. Buscando halagos pretendemos creernos lo que otros nos dicen,
aunque en el fondo sabemos que lo que dicen de nosotros, cuando nos halagan, es
poco creíble. Pocas cosas hay tan patéticas como creerse las adulaciones de los
otros sabiendo que son falsas y comportándose como si las creyéramos; porque en
el fondo no nos las creemos aunque lo aparentemos y sabemos que son fingidas, y
que quien las finge busca conseguir algo con sus halagos, y a eso le llamamos
chuparnos las botas o hacernos la pelota; unas veces lo hacen para librarse de
nuestras amenazas y otras para que les demos los que buscan.
El orgulloso, pues, se muestra superior
porque en el fondo se sabe inferior; aparenta lo que no es, crea un mundo
ficticio que tape la realidad para que no se vea; que no la vean los otros,
pero, en el fondo, que no la vean ellos mismos; y como los otros son el espejo
donde miramos, la soberbia es parienta cercana de la envidia. Cuando la
madrastra se mira en el espejo no se ve a sí misma, tal y como es, atractiva y
bella, sino que ve a Blancanieves que es más bella todavía que ella; el espejo
le dice que hay grados de belleza y que Blancanieves ocupa el más alto; y que
ella, la madrastra, por alta que esté en el escalafón de la belleza, siempre
estará un escalón por debajo del máximo: entonces quiere matarla; quiere
hacerla desaparecer porque cree que desapareciendo Blancanieves ella será la
más bella: eso es la envidia; la envidia no es querer ser tan bueno como el que
más sino quitar al mejor para que ya no haya nadie por encima de ti, sin llegar
a ser el mejor puesto que un día tú fuiste peor que aquel a quien has quitado.
El
envidioso.
Ése es el drama del envidioso.
Blancanieves siempre será la más bella aunque haya muerto. Y la madrastra siempre
estará un escalón por debajo aunque el escalón superior esté vacío; será, sí,
la más bella de las que existen, pero no la más bella de las que existieron;
aunque hoy sea la más bella, su belleza estará por debajo de la belleza
superior, no importa que hoy por hoy ese sitio esté vacío. Ser el mejor no es
ser mejor que los que te rodean (pues quizá el mundo en el que vives no sea
bueno y tu tiempo sea un tiempo mediocre); tampoco es ser el mejor de todos los
que han existido, como pretende, en su soberbia, Cristiano Ronaldo; no: ser el
mejor es ser mejor que todos los que han existido o existirán, y eso es algo de
lo que nadie puede presumir nunca porque nadie puede saber lo que nos deparará
el futuro; todos los récords se superan, y el récord de hoy lo superarán mañana
otros; el récord de hace cincuenta años hoy es un reto al alcance de
principiantes, y el de hoy quizá sea punto de partida para los principiantes de
mañana. Seguramente la naturaleza tiene un límite pero nosotros no lo
conocemos. Nadie podrá decir nunca que él ha sido, definitivamente, el mejor.
El
orgullo.
También decimos cuando alguien toca
extraordinariamente bien en un concierto que ha hecho una interpretación
soberbia. Soberbio es aquí estar por encima de los demás, pero no creerse mejor
que nadie, no comportarse como un divo, presumiendo de nuestra excelencia como
si lo que hemos hecho nadie, nunca, pudiera volverlo a hacer. Una actuación
soberbia es propia de actores soberbios, pero eso nada tiene que ver con la
soberbia del actor; una cosa es ser excelente y otra comportarse como si nadie
más pudiera ser excelente; como si nosotros fuéramos el grado superlativo de la
excelencia, quitando de él a Blancanieves, que algún día llegará a hacer las
cosas mejor.
La
dignidad.
Razón tenía Gustavo Adolfo Bécquer cuando
nos advertía de no confundir el orgullo con la dignidad. La palabra “orgullo”
tiene dos sentidos, uno bueno y otro malo; el bueno es sentirse orgulloso de lo
que uno ha hecho cuando ha alcanzado la excelencia; el malo es querer que nadie
haga nunca las cosas mejor que uno. Estar orgulloso de sí mismo es lo contrario
de pavonearse con orgullo delante de los demás. Hacer cosas soberbias, o hacer
soberbiamente las cosas, es lo contrario de mostrar soberbia cuando estamos en
público. Tomados como criterio de calidad, el orgullo y la soberbia son buenos;
tomados como ambición desmedida son malos. Referidos a nuestros actos son
marcas de excelencia (estar orgulloso de sí mismo, hacer una actuación
soberbia); referidos a nosotros mismos pueden ser buenos cuando miran a lo que
hemos hecho (orgullo entendido como satisfacción, soberbia entendida como
excelencia: un intérprete soberbio); y malos cuando sirven para calificarnos
con independencia de nuestros méritos, porque entonces desaparecen los límites (el
orgulloso, el soberbio que se creen que pueden hacerlo todo y hacerlo bien, sin
que les veamos nunca hacer nada, y, mucho menos, cómo lo hacen).
Pero pasearse con orgullo significa
ir por el mundo con la cabeza bien alta: sobre todo cuando alguien nos quita
nuestros méritos y nosotros defendemos con ahínco nuestra capacidad de hacer
bien las cosas, aunque el reconocimiento público nos lo hayan quitado: esto es
lo que llamamos dignidad. Mostrarnos dignos es, literalmente, sentirnos dignos
de lo que hemos hecho, estar orgullosos de lo que podemos hacer, aunque nos
quiten el mérito; Propp situaba en la estructura del cuento la figura del
impostor, el falso héroe especializado en quitarles los méritos a los demás,
que son los héroes verdaderos. En sentido peyorativo mostrarse digno es andar
por ahí con aires de grandeza presumiendo de los méritos que no hemos ganado,
con orgullo, soberbia y altanería, pretendiendo que nos rindan pleitesía sin
merecerlo: es lo que hacen los falsos héroes. Héroe es todo aquel que hace grandes cosas; querer que te traten
como a una persona grande sin hacer cosas grandes es, por el contrario, lo propio
del impostor, del falso héroe; no es lo mismo ser un
español grande (o un gran español) que ser un grande de España; lo segundo es
un título que se hereda; lo primero depende del mérito; y a veces, quizá,
llamamos también grande de España a alguien que ha recibido un título
nobiliario por haber hecho grandes cosas: el duque de Vicente del Bosque, el
duque de Suárez, por ejemplo; otras veces, las más, el reconocimiento a las
grandes obras está en un premio, no en un título nobiliario: el premio Nobel,
el premio Princesa de Asturias… Títulos, claro está, que tienen valor cuando
son merecidos, no cuando está amañados.
El
respeto.
Ser digno de algo es ser merecedor
de ello; la persona indigna no se lo merece. Pero hay un segundo sentido de la
palabra “dignidad”: es el que utiliza Kant; tener dignidad es no poder ser
tratado como un objeto, no ser considerado simplemente como algo de usar y
tirar; porque merecemos respeto aunque ya no seamos útiles; una persona que
pierde un dedo ya no puede ser un buen pianista y eso no significa que la gente
tenga que perdernos el respeto; somos dignos de vivir, y de crear una vida
buena para nosotros, y también para los demás, aunque no seamos dignos de
aplauso como pianistas; la dignidad se manifiesta en que hemos sabido buscar
nuevas posibilidades para crear nueva vida cuando hemos perdido,
involuntariamente, las que teníamos; en ese sentido tener dignidad es lo mismo
que ser creador; inventar nuevas cosas, salir adelante, no rendirse, buscar,
cuando hemos perdido uno, los otros talentos que también tenemos.
La dignidad es la madre de la
excelencia, y de la propia satisfacción que da el saber hacer bien las cosas
para las que valemos, aunque perdamos otras. Para conocer nuestras capacidades
hay que conocerse bien, y esto es lo que llaman los psicólogos autoconcepto; ponerlas a trabajar y eso
nos hace estar orgullosos de lo que hacemos; y el conocimiento de ese valor
(valor del trabajo) nos hace querernos a nosotros mismos, y a eso le llaman autoestima; y tener amor propio, que
eso es enfrentarse a las dificultades después de haber averiguado cómo
superarlas: eso es dignidad.
Dignidad no es otra cosa que tener la moral alta, poner a trabajar nuestras
capacidades después der haberlas descubierto, y a ese trabajar en lo que nos
gusta y para lo que valemos es a lo que llamamos motivación. No esperes a que te motiven pidiendo entretenimiento,
motívate tú: busca entretenimiento en las entretelas de tus capacidades, las
que tienes que buscar y conocer, anda por el fondo de ti mismo sin que te
tengan que llevar de la mano: a eso lo llamamos autonomía.
La
humildad.
Una persona digna no es orgullosa ni
envidiosa. No hace las cosas con soberbia, pero hace cosas soberbias. No
envidia a nadie pero hace cosas envidiables. No hunde a nadie con su orgullo
sino que su orgullo lo levanta a él y levanta a los demás, dándole valor a todo
y volviéndolo todo ligero. No se siente inferior a nadie y por eso no necesita
tampoco mostrarse superior. Ni deja tampoco que pisoteen sus derechos. Y ¿cómo
llamamos a la persona que hace cosas soberbias y envidiables sin mostrarse
envidioso ni soberbio, que aprecia en lugar de despreciar, que no presume nunca
y se defiende siempre? ¿Cómo llamamos a esa virtud? La llamamos humildad. Modestia. Ser humilde no es aplastarse
ante los demás, sino mostrarse grande sin empequeñecer a nadie. Una persona
humilde es la discreción de la excelencia.
EL TRIGO NEGRO
Había una vez un campo de trigo. El
cielo estaba oscuro y se avecinaba una tormenta. Todas las espigas se agachaban
para esperar al viento, todas menos una: que se erguía, orgullosa, presumiendo
ante las demás, tiesa como un palo, hinchada en su vanidad, creyéndose más que
nadie. Pero vino el viento y no pudo con las que estaban agachadas y
resistieron: pero a ella la partió porque estaba tiesa; luego la quemó el rayo:
y entonces fue trigo negro.
Gran fuerza es la humildad, que lucha
sin parecerlo. Muy débil la soberbia, que, queriendo aparentar, se rinde. Muy triste
es el destino de la vanidad, la
farsa inútil del trigo negro. Así nos lo contó Christian Andersen: más o menos.
Y el evangelio insiste en la inutilidad de venderse a la apariencia: vanidad de
vanidades, todo es vanidad; sólo es fortaleza la apariencia que contiene
realidad, y lo demás es cuento.
Lo demás es cuento, sí, en la humanidad la soberbia, la envidia, la vanidad, la humildad pintan el perfil humano y cada quien se reviste como la vida le ayuda a sobrevivir. Resumo el texto con este rayo de grandeza:"Ser humilde no es aplastarse ante los demás, sino mostrarse grande sin empequeñecer a nadie. Una persona humilde es la discreción de la excelencia."
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