viernes, 10 de mayo de 2019

LA SOBERBIA, LA ENVIDIA Y LA HUMILDAD



LA SOBERBIA, LA ENVIDIA Y LA HUMILDAD  
  

             La palabra latina “superbus” se refiere al que está por encima, y de ahí viene “soberbia”; sin embargo vivir en el piso de arriba no significa ser soberbio, ni viajar en avión ni destacar por encima de los demás, ya sea porque sea uno más alto o porque haga las cosas mejor que otro. No. Ser soberbio no es saberse superior, sino creérselo; creérselo en el sentido de comportarse de manera altanera por tener una ventaja, menospreciando a los demás; menospreciándolos, es decir tratándolos como gente que vale menos y hasta gente sin valor, como si ser bueno uno mismo fuera incompatible con que lo fueran los demás.

El orgulloso.

            Es un complejo de superioridad que, en el fondo, brota de un oculto complejo de inferioridad. El orgulloso se muestra superior pero se siente inferior; el orgullo no es, pues, una cuestión de sentimiento (sentirse superior no es malo), sino de voluntad: aplastar a los demás para sentirse superior a ellos es una forma de sentirse inferior; y esa inferioridad que uno siente no sólo se la oculta a los demás aparentando ser mejor que ellos, sino que se la oculta a sí mismo porque no quiere descubrir, ni mucho menos reconocer, que otros nos pueden ganar. La soberbia es un culto a la personalidad. Buscando halagos pretendemos creernos lo que otros nos dicen, aunque en el fondo sabemos que lo que dicen de nosotros, cuando nos halagan, es poco creíble. Pocas cosas hay tan patéticas como creerse las adulaciones de los otros sabiendo que son falsas y comportándose como si las creyéramos; porque en el fondo no nos las creemos aunque lo aparentemos y sabemos que son fingidas, y que quien las finge busca conseguir algo con sus halagos, y a eso le llamamos chuparnos las botas o hacernos la pelota; unas veces lo hacen para librarse de nuestras amenazas y otras para que les demos los que buscan.
            El orgulloso, pues, se muestra superior porque en el fondo se sabe inferior; aparenta lo que no es, crea un mundo ficticio que tape la realidad para que no se vea; que no la vean los otros, pero, en el fondo, que no la vean ellos mismos; y como los otros son el espejo donde miramos, la soberbia es parienta cercana de la envidia. Cuando la madrastra se mira en el espejo no se ve a sí misma, tal y como es, atractiva y bella, sino que ve a Blancanieves que es más bella todavía que ella; el espejo le dice que hay grados de belleza y que Blancanieves ocupa el más alto; y que ella, la madrastra, por alta que esté en el escalafón de la belleza, siempre estará un escalón por debajo del máximo: entonces quiere matarla; quiere hacerla desaparecer porque cree que desapareciendo Blancanieves ella será la más bella: eso es la envidia; la envidia no es querer ser tan bueno como el que más sino quitar al mejor para que ya no haya nadie por encima de ti, sin llegar a ser el mejor puesto que un día tú fuiste peor que aquel a quien has quitado.


El envidioso.

            Ése es el drama del envidioso. Blancanieves siempre será la más bella aunque haya muerto. Y la madrastra siempre estará un escalón por debajo aunque el escalón superior esté vacío; será, sí, la más bella de las que existen, pero no la más bella de las que existieron; aunque hoy sea la más bella, su belleza estará por debajo de la belleza superior, no importa que hoy por hoy ese sitio esté vacío. Ser el mejor no es ser mejor que los que te rodean (pues quizá el mundo en el que vives no sea bueno y tu tiempo sea un tiempo mediocre); tampoco es ser el mejor de todos los que han existido, como pretende, en su soberbia, Cristiano Ronaldo; no: ser el mejor es ser mejor que todos los que han existido o existirán, y eso es algo de lo que nadie puede presumir nunca porque nadie puede saber lo que nos deparará el futuro; todos los récords se superan, y el récord de hoy lo superarán mañana otros; el récord de hace cincuenta años hoy es un reto al alcance de principiantes, y el de hoy quizá sea punto de partida para los principiantes de mañana. Seguramente la naturaleza tiene un límite pero nosotros no lo conocemos. Nadie podrá decir nunca que él ha sido, definitivamente, el mejor.

El orgullo.

            También decimos cuando alguien toca extraordinariamente bien en un concierto que ha hecho una interpretación soberbia. Soberbio es aquí estar por encima de los demás, pero no creerse mejor que nadie, no comportarse como un divo, presumiendo de nuestra excelencia como si lo que hemos hecho nadie, nunca, pudiera volverlo a hacer. Una actuación soberbia es propia de actores soberbios, pero eso nada tiene que ver con la soberbia del actor; una cosa es ser excelente y otra comportarse como si nadie más pudiera ser excelente; como si nosotros fuéramos el grado superlativo de la excelencia, quitando de él a Blancanieves, que algún día llegará a hacer las cosas mejor.

La dignidad.

            Razón tenía Gustavo Adolfo Bécquer cuando nos advertía de no confundir el orgullo con la dignidad. La palabra “orgullo” tiene dos sentidos, uno bueno y otro malo; el bueno es sentirse orgulloso de lo que uno ha hecho cuando ha alcanzado la excelencia; el malo es querer que nadie haga nunca las cosas mejor que uno. Estar orgulloso de sí mismo es lo contrario de pavonearse con orgullo delante de los demás. Hacer cosas soberbias, o hacer soberbiamente las cosas, es lo contrario de mostrar soberbia cuando estamos en público. Tomados como criterio de calidad, el orgullo y la soberbia son buenos; tomados como ambición desmedida son malos. Referidos a nuestros actos son marcas de excelencia (estar orgulloso de sí mismo, hacer una actuación soberbia); referidos a nosotros mismos pueden ser buenos cuando miran a lo que hemos hecho (orgullo entendido como satisfacción, soberbia entendida como excelencia: un intérprete soberbio); y malos cuando sirven para calificarnos con independencia de nuestros méritos, porque entonces desaparecen los límites (el orgulloso, el soberbio que se creen que pueden hacerlo todo y hacerlo bien, sin que les veamos nunca hacer nada, y, mucho menos, cómo lo hacen).


            Pero pasearse con orgullo significa ir por el mundo con la cabeza bien alta: sobre todo cuando alguien nos quita nuestros méritos y nosotros defendemos con ahínco nuestra capacidad de hacer bien las cosas, aunque el reconocimiento público nos lo hayan quitado: esto es lo que llamamos dignidad. Mostrarnos dignos es, literalmente, sentirnos dignos de lo que hemos hecho, estar orgullosos de lo que podemos hacer, aunque nos quiten el mérito; Propp situaba en la estructura del cuento la figura del impostor, el falso héroe especializado en quitarles los méritos a los demás, que son los héroes verdaderos. En sentido peyorativo mostrarse digno es andar por ahí con aires de grandeza presumiendo de los méritos que no hemos ganado, con orgullo, soberbia y altanería, pretendiendo que nos rindan pleitesía sin merecerlo: es lo que hacen los falsos héroes. Héroe es todo aquel que hace grandes cosas; querer que te traten como a una persona grande sin hacer cosas grandes es, por el contrario, lo propio del impostor, del falso héroe; no es lo mismo ser un español grande (o un gran español) que ser un grande de España; lo segundo es un título que se hereda; lo primero depende del mérito; y a veces, quizá, llamamos también grande de España a alguien que ha recibido un título nobiliario por haber hecho grandes cosas: el duque de Vicente del Bosque, el duque de Suárez, por ejemplo; otras veces, las más, el reconocimiento a las grandes obras está en un premio, no en un título nobiliario: el premio Nobel, el premio Princesa de Asturias… Títulos, claro está, que tienen valor cuando son merecidos, no cuando está amañados.

El respeto.

            Ser digno de algo es ser merecedor de ello; la persona indigna no se lo merece. Pero hay un segundo sentido de la palabra “dignidad”: es el que utiliza Kant; tener dignidad es no poder ser tratado como un objeto, no ser considerado simplemente como algo de usar y tirar; porque merecemos respeto aunque ya no seamos útiles; una persona que pierde un dedo ya no puede ser un buen pianista y eso no significa que la gente tenga que perdernos el respeto; somos dignos de vivir, y de crear una vida buena para nosotros, y también para los demás, aunque no seamos dignos de aplauso como pianistas; la dignidad se manifiesta en que hemos sabido buscar nuevas posibilidades para crear nueva vida cuando hemos perdido, involuntariamente, las que teníamos; en ese sentido tener dignidad es lo mismo que ser creador; inventar nuevas cosas, salir adelante, no rendirse, buscar, cuando hemos perdido uno, los otros talentos que también tenemos.
            La dignidad es la madre de la excelencia, y de la propia satisfacción que da el saber hacer bien las cosas para las que valemos, aunque perdamos otras. Para conocer nuestras capacidades hay que conocerse bien, y esto es lo que llaman los psicólogos autoconcepto; ponerlas a trabajar y eso nos hace estar orgullosos de lo que hacemos; y el conocimiento de ese valor (valor del trabajo) nos hace querernos a nosotros mismos, y a eso le llaman autoestima; y tener amor propio, que eso es enfrentarse a las dificultades después de haber averiguado cómo superarlas: eso es dignidad. Dignidad no es otra cosa que tener la moral alta, poner a trabajar nuestras capacidades después der haberlas descubierto, y a ese trabajar en lo que nos gusta y para lo que valemos es a lo que llamamos motivación. No esperes a que te motiven pidiendo entretenimiento, motívate tú: busca entretenimiento en las entretelas de tus capacidades, las que tienes que buscar y conocer, anda por el fondo de ti mismo sin que te tengan que llevar de la mano: a eso lo llamamos autonomía.


La humildad.

            Una persona digna no es orgullosa ni envidiosa. No hace las cosas con soberbia, pero hace cosas soberbias. No envidia a nadie pero hace cosas envidiables. No hunde a nadie con su orgullo sino que su orgullo lo levanta a él y levanta a los demás, dándole valor a todo y volviéndolo todo ligero. No se siente inferior a nadie y por eso no necesita tampoco mostrarse superior. Ni deja tampoco que pisoteen sus derechos. Y ¿cómo llamamos a la persona que hace cosas soberbias y envidiables sin mostrarse envidioso ni soberbio, que aprecia en lugar de despreciar, que no presume nunca y se defiende siempre? ¿Cómo llamamos a esa virtud? La llamamos humildad. Modestia. Ser humilde no es aplastarse ante los demás, sino mostrarse grande sin empequeñecer a nadie. Una persona humilde es la discreción de la excelencia.

EL TRIGO NEGRO

            Había una vez un campo de trigo. El cielo estaba oscuro y se avecinaba una tormenta. Todas las espigas se agachaban para esperar al viento, todas menos una: que se erguía, orgullosa, presumiendo ante las demás, tiesa como un palo, hinchada en su vanidad, creyéndose más que nadie. Pero vino el viento y no pudo con las que estaban agachadas y resistieron: pero a ella la partió porque estaba tiesa; luego la quemó el rayo: y entonces fue trigo negro.
            Gran fuerza es la humildad, que lucha sin parecerlo. Muy débil la soberbia, que, queriendo aparentar, se rinde. Muy triste es el destino de la vanidad, la farsa inútil del trigo negro. Así nos lo contó Christian Andersen: más o menos. Y el evangelio insiste en la inutilidad de venderse a la apariencia: vanidad de vanidades, todo es vanidad; sólo es fortaleza la apariencia que contiene realidad, y lo demás es cuento.




1 comentario:

  1. Lo demás es cuento, sí, en la humanidad la soberbia, la envidia, la vanidad, la humildad pintan el perfil humano y cada quien se reviste como la vida le ayuda a sobrevivir. Resumo el texto con este rayo de grandeza:"Ser humilde no es aplastarse ante los demás, sino mostrarse grande sin empequeñecer a nadie. Una persona humilde es la discreción de la excelencia."

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