APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (4):
LA RAZÓN NACIENTE (MITO II)
Muchos
años atrás se produjeron cambios importantes en el continente europeo. Hace 12
000 años se produce el final de la última glaciación; para entonces hacía 8000
que el homo sapiens había llegado a América. En torno al año -9000 se produce
la revolución agrícola: el ser humano se hace sedentario, se cría a los
animales en vez de cazarlos, aparecen las ciudades (primero aldeas y luego
núcleos de población amurallados). Mil años después aparece la metalurgia del
cobre y, transcurridos otros dos mil, hacia el -6000 aproximadamente, se
inventa el telar; hacia el -4000, con la aparición del bronce, ya se conocía
entre los sumerios la escritura cuneiforme sobre tablillas de barro; cuando,
hacia -2800 aproximadamente, Egipto pone a punto el calendario de 365 días, sus
sacerdotes ya escribían sobre papiro. Habrá que esperar al año -1000 para que
los fenicios inventen la escritura alfabética.
La
Biblia sitúa la creación en torno al año -4000, pero los restos de la primera
ciudad conocida se remontan al año -9000, en los albores de la revolución
agrícola: Jericó. Hacia el -2000 vive Abraham, en -1700 aproximadamente aparece
el código de Hammurabi y en -1500 se desarrolla la historia de Moisés. En el
tercer milenio antes de nuestra era en Europa se construye Stonehenge, en
Mesopotamia se rinde culto a Inanna y Egipto construye pirámides en Gizeh; la
ciudad de Biblos florece en fenicia.
A
mediados del tercer milenio aparece la cultura cretense y los aqueos, primeros
indoeuropeos procedentes de las estepas rusas, se instalan en Argólida;
invadirán Creta aprovechando el declive que supone la erupción del Tera (hacia
-1600). Para entonces vivimos ya en plena cultura del bronce pero la guerra de
Troya, hacia -1250, supondrá en Grecia la entrada del hierro. No será hasta el
-840 cuando aparezca Homero en la época de las pequeñas monarquías, y por aquel
entonces Grecia colonizará el Mediterráneo; pero antes, hacia -1100, se hundía
el mundo antiguo con la invasión de otro de los imparables pueblos
indoeuropeos: los dorios; la guerra de Troya, que habían librado los aqueos, la
retratará Homero bajo ropajes dorios: para entonces hará cerca de 300 años que
se produjo el desplome del mundo antiguo y aqueos, jonios y eolios se
desplazarán hacia Anatolia para instalarse en sus islas y fundar ciudades en la
costa.
En
el siglo –VIII, en Grecia, la vida agrícola gira en torno a la posesión de
tierras por los jefes de clan; el poder económico, político y militar está en
manos de los grandes propietarios de tierras y caballos, y frente a estos
terratenientes los pequeños propietarios, los artesanos, asalariados y esclavos
se ven agobiados por los impuestos; cada ciudad es un centro político,
religioso y militar, defendido por murallas y explotando un llano que
cultivarían los campesinos pobres.
Pero
en -775, poco antes de la fundación de Roma, se producirá la primera
colonización de los griegos: por el este van buscando el mar Negro y por el
oeste llegan a Italia meridional. La escasez de recursos en una tierra
insuficiente o pobre, unida a un auge demográfico, provoca una crisis que
obliga a los griegos a salir de su tierra (menos Esparta y Atenas, que eran en
aquella época ciudades prósperas). Una segunda oleada, entre -675 y -500,
transforma profundamente la vida económica, social y política de los griegos;
para entonces llega a su término la monarquía etrusca y es sustituida por la
república.
2.2. Rasgos característicos de la segunda época del mito.
Los
rasgos que caracterizan la evolución del mito se hacen patentes en la Grecia
arcaica. Hesíodo y Homero son cajas de resonancia del crisol donde el primitivo
pensamiento se ha transformado en otro que, sin salir aún de la órbita del
mito, ya empieza a centrifugarse. Es el siglo –VIII. La religión ha dejado de
ser terror volcado en los dioses, incomprensión y espanto ante los fenómenos
naturales, y también ante los demonios producidos por el inconsciente como
tumores en el pensar. Ahora los dioses pasan a ser más accesibles, más
racionales y sensibles, aunque lejanos aún. Del primitivo pensamiento mítico
hasta ese otro mito cada vez menos maniqueo, menos cortante, cada vez más
cargado de matices humanos, se han destilado las esencias que yacían dormidas
en la corteza primitiva. Del mito I
al mito II se ha producido una lenta
maduración que se manifiesta en unos cuantos rasgos; vamos a verlos uno por
uno.
1.
El pensamiento secuencial (dominado
por las descripciones y los relatos) se hace cada vez más consecuente (porque ya flotan en él las
definiciones sobrevolando lo
descriptivo); y la lógica empieza a invadir el territorio del relato.
2.
Las intuiciones más o menos inconscientes
van ascendiendo a la conciencia.
3.
El pensamiento concreto camina hacia
una conceptualización creciente; las
primitivas imágenes metafísicas (en
las que saltó, sin madurar, la experiencia) se vuelven imágenes físicas ligadas otra vez a la experiencia; y las imágenes
físicas se vuelven metafísicas a su vez en una metafísica intuitiva de artistas, no de filósofos.
4.
El pensamiento sintético (cargado de
metáforas) se vuelve analítico (es decir accesible a los conceptos); la experiencia sin analizar
se vuelve análisis empírico defectuoso (porque
las analogías todavía pesan
demasiado sobre los análisis).
5.
La experiencia estética destila
ciencia a partir de las primitivas intuiciones
científicas aisladas; aparecen, de manera menos fragmentaria, las primeras
manifestaciones de la filosofía y de la ciencia.
6.
El culto (adosado a la tradición) se
abre cada vez más a la investigación y se vuelve cultura; es decir que las ataduras
del poder se deslían en una liberalización
progresiva.
7.
Paralelamente se empiezan a liberar tímidamente
las ataduras del conocimiento; los obstáculos epistemológicos empiezan a
ceder muy, muy lentamente.
8.
El mito sigue siendo un punto de llegada, pero su peso es
menor.
Examinemos
con algo más de detalle cada uno de estos rasgos de la segunda edad del
pensamiento mítico.
2.2.1. El relato empieza a ser invadido por el discurso.
Los
relatos de los primeros tiempos son hermosas historias y descripciones
atractivas, es decir discursos cargados de imágenes (recordadas o inventadas)
que se suceden en el tiempo y el espacio; su lógica interna establece el orden
de aparición de actores y decorados, el lugar donde debe estar decorada cada
cosa, todo ello para servir a los valores que son los del público y el
narrador. En esta lógica descriptiva
se refieren y analizan las cosas del mundo visible, audible y tangible, y es,
por tanto, una lógica que utiliza las cosas del mundo manifiesto; una lógica
secuencial en la medida en que tiene en cuenta el tiempo que influye en la
memoria.
Puede
ser también una lógica de definiciones
cuando, por encima del mundo manifiesto del espacio y del tiempo, o detrás de
él (o dentro de él, si se quiere), la analogía y la inducción producen verdades
que pueden ser válidas para cualquier espacio y cualquier tiempo, no sólo el
espacio y el tiempo del que hablamos; y produce, por lo tanto, más que imágenes
(Aquiles, Agamenón, Héctor), conceptos (griegos, troyanos, seres humanos,
guerreros). Estamos desembocando, a partir del relato, en el discurso;
los primitivos relatos contenían trozos de discurso, pero poco a poco la parte
del relato se va reduciendo hasta quedar en discurso que ya contiene menos
metáforas y muchos conceptos.
´ El
discurso se caracteriza por una lógica combinatoria; el relato, por una lógica secuencial; entendemos por lógica secuencial un circuito
“cuyas salidas no sólo dependen de sus entradas actuales, son también de su
posición o estado actual, almacenado en la memoria”[1]. Los
cuentos, las historias, los relatos, no sólo combinan estados y secuencias,
lugares, hechos y personajes, sino que cada uno de ellos contiene recuerdos
anteriores y de recuerdo en recuerdo la mente de los seres humanos vive
sumergida en una memoria ancestral.
El
pensamiento primitivo vive en el tiempo; el pensamiento abstracto, en un empeño
por salir de él; uno contiene imágenes, el otro conceptos; en uno hay
metáforas, en el otro inducciones; todos razonan deduciendo pero el primero es
abstracto y el otro concreto; para decir con palabras de Cornford, “la
actuación del filósofo consiste en disipar el velo del mito y penetrar ‘en la
naturaleza de las cosas’, una realidad que satisface las demandas del
pensamiento abstracto”[2].
2.2.2. Las intuiciones empiezan a ser controladas por la conciencia.
En
el origen de las religiones está el animismo, y el animismo surge del
racionalismo analógico: sabemos por experiencia que allí donde hay una fuerza
siempre hay otra fuerza que empuja detrás; así también donde la naturaleza
despliega fuerzas (y fuerzas que se manifiestan en movimientos: ríos,
torrentes, nieve, tormentas, vientos y avalanchas), es porque alguien empuja
detrás de ellas: así, la corriente mueve el agua porque el río está vivo y se
mueve, no porque sus aguas fluyan cuesta abajo; la tierra está viva y por eso
provoca terremotos, el aire es un organismo y por eso, cuando quiere, sopla
fuerte, y hasta la roca está animada dentro de su aparente quietud y por eso,
cuando se derrama, se nos echa encima provocando aludes y avalanchas. Hasta
Aristóteles sugiere que los cuerpos pesados no caen porque sean atraídos por el centro de la tierra, sino porque ellos mismos lo buscan y se tiran hacia él.
Aristóteles sugiere que los cuerpos pesados no caen porque sean atraídos por el centro de la tierra, sino porque ellos mismos lo buscan y se tiran hacia él.
La
conciencia del sapiens primitivo sabe que la naturaleza está viva, pero no
porque haya mirado en su interior: lo sabe porque, desde fuera, la compara con
él mismo y sabe que cuando él quiere moverse, él se mueve. Pero otras veces
intuye vida en los seres inertes sin razonar y sin darse cuenta, ni siquiera lo
sospecha: simplemente lo siente. Así se crean en el conocimiento fuerzas que,
sin ser concretas, tampoco son abstractas; la corriente del río es una imagen
en movimiento, pero la fuerza que la provoca es el corazón del río, y ése es
invisible, enigmático, inconcebible, desconcertante; esa fuerza no es una
abstracción sino una presencia imaginada y, siendo imaginada, la sentimos
físicamente; es como cuando sentimos que alguien nos está mirando y sin embargo
nadie nos mira.
Conocemos
lo manifiesto con la vista y el oído, pero lo oculto lo conocemos con el tacto.
Cuando una bola de billar choca con otra, decía Hume, percibimos que ambas se
tocan, y que después del contacto una sale despedida y la otra se para, pero no
vemos (ni oímos) la fuerza que le comunica una a la otra; ahora bien (y esto no
lo vio Hume), si una de esas bolas choca con mi mano yo no siento sólo el dolor
que me produce, sino también la fuerza con que me golpea; del mismo modo las
intuiciones primitivas son, en la mente (muchas veces inconscientemente), obra de
la imaginación, y en el cuerpo son obra del tacto; el tacto y el olfato son, en
los primeros mamíferos, y hasta en seres anteriores a ellos, las primeras
formas de conocer.
Las
fuerzas que provocan los movimientos de la naturaleza están escondidas y
nosotros las identificamos, casi sin darnos cuenta, con espíritus que laten
detrás de la materia; no son obra de la abstracción, sino de la percepción no
visual: en lo que entra en contracto con nosotros es el tacto y el gusto, y en
lo que está más alejado, el olfato. Lejos de ser fuerzas abstractas son fuerzas
concretas, pero no las podemos ver con los ojos: por eso las más de las veces
no tienen forma, aunque percibimos intensidad. Cuando, siglos más adelante,
Platón entronice el pensamiento abstracto, despreciará los demás sentidos, como
fuentes de vicio y perversión, y sacralizará la vista y el oído como únicas
fuentes dignas de conocimiento.
Esas
fuerzas más o menso proteiformes acabaron teniendo formas humanas y
convirtiéndose en dioses: pero fueron formas que el sapiens les dio con la
imaginación, no las extrajo de ellas analizándolas desde entro. Y cuando, poco
a poco, el sapiens se fue dando cuenta de lo falso de esas formas poéticas, se
desprendió de los ropajes antropomórficos y las volvió a observar desnudas,
comparándolas unas con otras, aislando lo que tenían en común y separando las
diferencias: convirtiéndolas lentamente en conceptos. El ser humano ya tenía
muchos conceptos sacados de la experiencia cotidiana, pero ahora se trataba de
conceptualizar, devolviéndolas a la naturaleza, las presencias que había
apartado como sobrenaturales.
Este
proceso se hizo desde la conciencia. En la fase de mito II todavía no se dominaba el manejo de conceptos con ayuda de
una lógica combinatoria, porque predominaban las imágenes manejadas con lógicas
secuenciales; pero la secuencia, como hemos visto, se fue transformando en consecuencia
y esto sucedió cuando junto a las metáforas del mundo oculto (menos físico que
metafísico) empezaron a colarse los conceptos.
2.2.3. La metafísica de artistas convive con una conceptualización
creciente.
Homero
sabe[3] que
la fuerza del choque de un cuerpo sólido depende de su masa y su velocidad y
que hay una enorme energía contenida en el agua, como cuando habla de “un río
furioso y desbordado que saltara con estrépito, derribando los puentes, sin que
los diques ni las cercas de los huertos verdeantes lo parasen”[4].
Habla de la relación entre la temperatura y los vientos (cuando “vuelan en el
aire los copos de nieve congelada al soplo del eterno Bóreas”[5]).
Habla también de la formación de las lluvias, o de la “correlación entre la
fusión de las nieves altas y la crecida de los ríos”[6].
También intuye una termodinámica rudimentaria aludiendo a la “producción del
calor (…) por acciones mecánicas”[7] o a
la “potencia motora” del fuego[8].
Habla
también de la luz que brota del metal (“la tierra iluminada por el brillo del
bronce”[9], y
cómo “el bronce de las armaduras lanza rayos incluso durante la noche”[10].
Hay
en Homero, según Mugler, “intentos de sistematizar los fenómenos físicos” en
“una forma primitiva de proceso cíclico” cuya fuerza motora es una divinidad;
cuando se hayan convertido en los “ciclos recurrentes” estaremos con los
presocráticos[11], será filosofía y
habremos empezado a abandonar el universo del mito.
En
cuanto a la metafísica intuitiva de los artistas, no sólo desde el segundo
pensamiento mítico se alcanzan ideas metafísicas, sino que la propia filosofía
no se desprende todavía, en su primitiva metafísica, del halo del mito;
Cornford destaca que “los filósofos jonios afirmaban la divinidad de la Naturaleza,
una sustancia simple viviente cuya vida era inmanente al mundo”[12]Y
así, cuando oímos decir a Hesíodo que la causa del movimiento es el amor o el
deseo (“el amor es el arquitecto del universo”), los filósofos no tienen más
que sustituir a Eros por la humedad para producir seres vivos; Eurípides se
hace eco de que “la tierra reseca desea la lluvia” y el “Cielo, lleno de
lluvia, desea derramarse sobre la Tierra”[13].
Y
cuando Hesíodo dice que “antes que todas las cosas, en un comienzo, fue el
infinito Caos”, ¿no está prefigurando las cosmologías del siglo XX? ¿Es el Caos
un dios, una metáfora o un concepto? Caos, Gea y Eros son los elementos
primordiales: ¿personajes de un drama, metáforas sugerentes o conceptos de una
metafísica? Los hijos de los dioses y los mismos dioses ¿son seres vivos o
metáforas de la naturaleza? Hay conceptos dobles que apelan a una lógica
interna. Los conceptos implicados, al estar más allá de la experiencia, son, al
tiempo que personajes de un drama, ladrillos de una construcción metafísica:
Cronos se parece al tiempo, Rea a la materia, Caos al universo anterior al
cosmos, Eros a la fuerza de atracción y el amor (mito de Ares y Afrodita)
aparece intrínsecamente relacionado con la guerra. Érebo es, hijo de Caos, la
imagen de las tinieblas primigenias; pero lo más curioso es que los órficos lo
suponen hijo del tiempo y del destino (Cronos y Ananké), y que el día y el
cielo son hijos suyos: curiosa coincidencia con los mitos incaicos, donde
Huiracocha, en su segunda creación, hace surgir la luz del interior oscuro de la
tierra; ¿no hay, en estas metáforas, sugerencias fecundas para la física,
aunque nos empeñemos en separar el mito de la ciencia? Hace falta mucha
imaginación, o mucha inteligencia, para no confundir la oscuridad con la noche;
la noche era la luz del Éter cubierta por la oscuridad de Érebo cuando se le
había quitado la oscuridad (y eso lo hacía Nix, la Noche); y el día era la luz
del Éter cuando se le había quitado la oscuridad (y eso lo hacía la otra hija
del Érebo, el día: Hémera).
2.2.4. Las metáforas completan un análisis empírico defectuoso.
Sabido
es que, cuando no sabemos lo que nos pasa, nos pasa de todo. “¿Qué te duele?”,
le decimos a un paciente que siempre está quejándose; “me duele todo”, nos
contesta, y entonces le contestamos nosotros: “ya, pero aparte de eso, ¿qué más
te duele?”; o le pedimos precisiones: “dentro de todo lo que te duele, ¿qué te
duele más?” Probablemente no lo sepa.
El
pensamiento holístico, que mira el conjunto sin analizar las partes, es propio
de ignorantes. En cierto curso de educación sexual dijo el ponente: “el sexo no
es sólo genitalidad, sino que involucra a la totalidad de la persona”; a lo que
uno de los asistentes dijo: “ya, pero concretamente ¿qué es el sexo? Porque si
yo le doy un beso a mi madre no creo que esté teniendo relaciones sexuales con
ella”. Y es que quizá sea cierto que el sexo compromete a toda la persona, pero
desde un núcleo de genitalidad y erotismo que se extiende al resto; de lo
contrario hablaré del conjunto (la persona) para no hablar de la parte (el
sexo); cuando nos empeñamos en ver el conjunto es porque no podemos ver alguna
de sus partes; si me empeño en mirar el bosque está claro que nunca sabré lo
que es un árbol.
El
pensamiento holístico, o visión de conjunto, se impone cuando no sabemos
analizar las cosas. Y a falta de desmenuzarlas estudiando cada una de sus
partes, las cubre de envoltorios y les busca a cada una un sitio en el
conjunto; y a falta de saber lo que es cada una de ellas, les busca metáforas
atractivas, que articulen un mecanismo global que se mueva con armonía.
Al
principio de los tiempos el pensamiento fue sintético. Hasta que aprendió a
cortar las cosas y comprenderlas trozo por trozo; entonces empieza un análisis
empírico que, por tener dificultades en la observación, debe recurrir a las
analogías; cuando no sé lo que es el pulmón lo comparo con un fuelle que sirve
para refrigerar el calor de la sangre; y cuando no sé lo que es el cerebro me
imagino que los mocos de la nariz son sus secreciones: como le pasaba a
Hipócrates, que creía que al sonarnos la nariz nos estábamos sacando gotas del
cerebro.
Las
grandes síntesis suelen suceder a los grandes análisis (como le pasó a Newton,
que sistematizó en una teoría los análisis de Copérnico, Kepler y Galileo);
pero una síntesis que se construye sin análisis previos no hace más que
esconder nuestra mucha ignorancia. Las visiones del cosmos con el
desconocimiento de sus partes tienen mucho de poesía y poco de ciencia; o mucho
de fenómenos que no sabemos lo que tienen dentro; a veces nos divertimos
describiendo lo que hay en la superficie sin conocer sus causas ocultas (como
hicieron los mochicas); otras nos empeñamos en construir edificios magníficos
(entiéndase, edificios teóricos) sin conocer los ladrillos que hay en su
superficie, y mucho menos los mecanismos que se ocultan en su interior (como
las primitivas cosmogonías); y otras, como Newton, conocen a la vez la
superficie y el interior, dominando buena parte de sus precisos mecanismos.
El
conocimiento empieza siendo holístico, sin conocer ni la superficie ni el
contenido (es el pensamiento sintético);
después analiza la superficie y va perdiendo la visión del conjunto (es el pensamiento analítico); y al final
analiza el interior de las cosas para explicar los fenómenos y poder así
reconstruir el conjunto (es el pensamiento
verdaderamente científico,
caracterizado por un continuo vaivén entre el análisis y la síntesis). El
primitivo pensamiento sintético es religioso y metafísico; el análisis que
viene después es observacional, y en las observaciones se van construyendo los
conceptos (en un análisis empírico todavía muy defectuoso); y con la síntesis
posterior se puede hacer a un tiempo ciencia y metafísica, pero esta vez la
metafísica es más profunda.
2.2.5. La experiencia estética produce intuiciones científicas.
Burnet
afirma que “los rudimentos de lo que luego fueron la ciencia y la historia
jónicas” se encuentran en los poemas de Hesiodo[14].
Cornford irá mucho más lejos: para él las “supuestas cualidades científicas de
Tales” no lo eran y la “razón” que empleaban los primeros filósofos estaba
“contaminada de prejuicios” heredados del pensamiento mítico[15]. Y a
pesar de que la escritura no se estableció en Grecia hasta la época de Homero y
Hesiodo (año -700), aquella sociedad había perdido muchas ataduras de la
tradición a pesar de ser preliteraria; el mito conserva una “importancia
cultural extraordinaria hasta (…) Homero”, pero ya no tenía una influencia tan
decisiva en la sociedad[16].
Hasta
“la libertad de los dioses está limitada por el destino”[17] y la
adivinación, en este mundo predeterminado, puede conocer el futuro; para tener
éxito sólo tenemos que “identificar [nuestra] voluntad con la voluntad de
Zeus”. Todo “lo que pasa en el cielo y bajo la tierra eran signos de la cólera
divina”[18].
Estas afirmaciones, perfectamente compatibles con el pensamiento mítico de los
siglos –VIII y –VII, se refieren, sin embargo, a Epicuro; lo que indica que, si
bien el mito va preparando el advenimiento de la filosofía, también la
filosofía está atada al mito en su forma de pensar; al menos en sus orígenes.
El
vidente se ocupa del futuro; el poeta, del pasado; el filósofo, si bien ancla
el futuro en los terrenos del pasado, se ocupa sobre todo del presente, pero no
del presente manifiesto, sino del que está oculto[19].
Hemos visto en la cultura chimú un estudio muy detallado del presente manifiesto,
pero para que el mito sea filosofía o ciencia
la descripción debe convertirse en explicación, y toda explicación debe
generar definiciones; en los tiempos del pensamiento mítico, y aquí nos
interesa el periodo del mito II, las explicaciones de los
fenómenos naturales están en el mundo sobrenatural, y el estudio de la
naturaleza, si no quiere depender de los dioses, sólo se puede observar,
analizar, describir; mundos como el de los ilustrados tenían cabida en la
Grecia mítica, pero desde luego sólo eran accesibles a la razón descriptiva, de ninguna manera a la razón explicativa; si la razón es la facultad de análisis y
síntesis el pensamiento mítico puede hacer, en la naturaleza, análisis y
síntesis de observaciones, que no es otra cosa que el mundo manifiesto; para
analizar lo oculto sin recurrir a los dioses habrá que cambiar de forma de
pensar. (Véase a este respecto lo que se ha dicho en el rasgo nº 3, de cómo una
metafísica de artistas convive con una conceptualización creciente).
2.2.6. El pensamiento se impone frente al poder sin desafiarlo.
Antes
de los tiempos homéricos, antes de la llegada de los dorios, la organización
social gira en torno a un rey (anax) cuya autoridad se ejercía en la vida
militar, la económica y la religiosa[20]; de
él depende el calendario, la vida ritual, él es el dueño del tiempo. El mundo
micénico polariza la vida social entre el palacio y el mundo rural, que tiene
vida propia[21].
Con
la destrucción del mundo micénico desaparece el anax, pero permanecen las dos
fuerzas sociales que sostenían su poder: la aristocracia guerrera y las
comunidades rurales[22]. Quien
fuera en un tiempo rey divino conserva aún el poder religioso[23],
pero pierde [24] la autoridad guerrera
para compartirla con el polemarca; y poco a poco comparte su poder político con
la asamblea: ahora es el basileus, ya no el ánax. El control de las comunidades
rurales se mantiene, pero ya no es absoluto[25]. El
mundo homérico contempla reinos como Ítaca, con “su basileus, su asamblea, sus
nobles turbulentos, su demos silencioso en segundo término”[26]; el
poder se aparta del basileus, que se convierte sólo en figura religiosa; y al
mismo tiempo el poder de los dioses se aleja de la tierra; como afirma
Jean-Pierre Vernant, “el mundo de los muertos se ha alejado del de los vivos
(la cremación ha roto el lazo del cadáver con la tierra); y entre los hombres y
los dioses se ha establecido una distancia infranqueable”; al mismo tiempo,
echando las bases sobre las que crecerá la obra de Homero, madurará “esta
poesía épica que, en el seno mismo de la religión, tiende a apartarse del
misterio”[27].
Se
difumina, pues, el poder de los dioses. La justicia desciende de los cielos a
la tierra, y lo hace de la mano de la escritura; en efecto, la escritura ya no
será privilegio de los reyes que manejan los archivos en el secreto del
palacio; será, por el contrario, divulgadora de las cuestiones políticas y
sociales[28]. Frente a “la recitación
memorística de los textos de Homero y Hesíodo”[29], y
junto a ella, “la escritura será el elemento básico” de la educación[30]. La
palabra dejará de ser ritual para servir a la argumentación, y la lógica de lo verosímil, propia del
mito, derivará poco a poco hacia una lógica
de la verdad[31].
En el año -4000 ya
había tablillas cuneiformes en Sumer. Hacia -2800 había papiros en Egipto. Y
sólo hacia el año -1000 los griegos heredarán de los fenicios la escritura
alfabética. Hará falta que la escritura secreta se vuelva pública, y que la
palabra ritual se vuelva palabra argumentada. Y entonces surge la necesidad de
escribir las leyes; porque al escribirlas se libera uno de la autoridad del
basileus. En el mundo de Hesiodo la justicia (diké) es, para los campesinos, un
privilegio de la arbitrariedad de los reyes[32];
pero al hacerse pública, cualquiera puede grabarlas para conocer sus derechos y
evitar los abusos. Esta transformación está ligada a la polis en el siglo –VII,
pero en -1700 ya se produjo esta transformación en Mesopotamia con la redacción
del código de Hammurabi.
Paralelamente
se produce una desacralización de los ídolos, y por lo tanto también de los
dioses; las estatuas ya no sirven tanto para manifestar la presencia de un dios
como para ser vistas: nada más[33]. Se
desacraliza el poder, la escritura, la justicia; hay una liberalización
progresiva de las mentes, las ataduras del poder se van soltando; los dioses
que nos impiden movernos van perdiendo fuerza y eso es algo que ocurre en
Grecia; en el mundo de los Andes las ataduras sagradas de Chavín, en el siglo
–VII, no se soltarán ni siquiera en el siglo +XV con el apogeo de los incas;
las culturas mochica y nazca (siglo +VIII) serán mundos ilustrados donde la
conceptualización creciente y las metafísicas de los artistas no crecerán en el
sustrato de la liberación del culto.
2.2.7. Empiezan a caer obstáculos epistemológicos (sobre todo en el
pensamiento extensional).
En
el desarrollo del pensamiento hay, como mínimo, dos tipos de obstáculos: ya
hemos hablado de las barreras sociales, que son ajenas al proceso mismo de
pensar y conocer; ahora vamos a hablar de las barreras internas, que tienen que
ver, primero, con el sujeto que piensa (los límites del pensamiento y del
saber), y segundo, con el objeto que queremos conocer (¿todas las cosas son
accesibles a la mente humana? Y si no se puede conocer todo ¿qué expectativas
podemos tener?).
Los
límites del sujeto existen, y hoy hemos descubierto dos cosas: primero, que no
todo lo podemos conocer, porque la realidad se filtra a través de nuestros
sentidos y como no todas las especies tienen los mismos receptores sensoriales,
cada una conocerá la realidad de distinta forma, o lo que es lo mismo, cada uno
conocerá un trozo distinto de realidad; y lo segundo es que nuestro pensamiento
también está limitado: con Kant sabemos que la lógica se vuelve loca cuando
piensa más allá de los límites de nuestra percepción, y con Gödel sabemos que
no todo se puede pensar. Recapitulando: Heisenberg
ha descubierto los límites de las percpeciones
y sensaciones, porque “lo que observamos no es la naturaleza en sí misma,
sino la naturaleza expuesta a nuestros métodos de investigación”; y Gödel ha descubierto los límites de
nuestros pensamientos, porque no
podemos pensar más allá de la paradoja de Russell.
Empecemos
con la experiencia sensorial:
desprovisto de microscopios, telescopios, tensiómetros y espectroscopios, el
conocimiento propio del mito II
debía conformarse con métodos rudimentarios de observación que difícilmente
podían explicar nada sino sólo describir; y que aparte de zigurats y menhires
no tenía más observatorio que el ojo desnudo y los sentidos reducidos a sí
mismos; el realismo propio de la razón tenía que echarse en brazos de la
metáfora a falta de instrumentos para observar, y la metáfora, ya lo sabemos,
puede ser raptada por el poder político a la vez que nos abre (y esto es
interesante) las puertas de lo sobrenatural.
Continuemos
ahora con la experiencia intelectual:
las leyes de la lógica no estaban sistematizadas y mucho menos los límites del
pensamiento; el pensamiento propio del mito II caía fácilmente bajo las trampas
de todo tipo de falacias, confundiendo un modus ponens con una inducción y
cayendo bajo las garras de generalizaciones indebidas, falsas causas o
confundiendo el sentimiento con la razón; en el terreno político y moral la
opresión se asienta subrepticiamente sobre la falacia naturalista.
A
diferencia del mito I, la siguiente
etapa del mito II empieza a
liberarse de sus limitaciones con la utilización de instrumentos (un
instrumento, según Aristóteles, es la prolongación de la mano). Pero no
hablamos aquí de instrumentos para vivir, como sucede con el homo habilis y el
homo erectus; ahora hablamos (homo sapiens) de instrumentos para conocer, y no
es ya una inteligencia instrumental, sino simbólica; el ojo se prolonga en el
zigurat, que es un observatorio astronómico (mito II); pero también, en el año
-2500, en alineaciones de menhires como los de Stonehenge (mito I), o el
calendario de 365 días que se inventó en Egipto en el año -2800, o el código de
Hammurabi que en el -1700 creyó descubrir las leyes del derecho.
Si
miramos de cerca, la mayoría de los instrumentos de observación tuvieron que
ver con la experiencia extensional (astronomía y matemáticas); la experiencia
intensional tenía herramientas cognoscitivas muy limitadas, y las explotó al
máximo haciendo observaciones descriptivas muy detalladas (como con los
mochicas); el análisis explicativo todavía tendrá que esperar mucho tiempo.
La
cultura del mito, o las razones del mito (que todos los mitos están llenos de
razones), en su fase de mito II, se
escinde en dos grandes bloques; en el bloque
descriptivo tenemos numerosas y atinadas observaciones engrosando eso que
llaman saber popular (a menudo confundiéndose con el folklore); y en el bloque explicativo, a falta de poder
hacer análisis de la realidad oculta, encontramos analogías y metáforas
escritas; como estas últimas fueron acaparadas por los defensores del poder,
han dado lugar a documentos escritos controlados por los escribas (en Egipto
fue el libro de los muertos y en Oriente Medio la Biblia y el Gilgamesh, o en
la India el Ramayana o el Mahabarata).
Debió
haber sin duda textos que conjugaran metáforas y descripciones, conocimiento
escrito y ágrafo, saber religioso y popular; pero como el pueblo llano no tuvo
sus escribas, este tipo de textos no abundan; suponemos. Por otra parte, en la
medida en que el conocimiento ordinario reúne pensamientos y vigencias, saberes
teóricos, prácticos y poiéticos, se convierte en folklore; el folklore
constituye, como vida intrahistórica, el conjunto de saberes prácticos y
costumbres que, como una religión de los iletrados, constituye, más que saber,
sabiduría (la supuesta sabiduría popular: llena de aciertos y errores, de
juicios muchas veces atinados, y de prejuicios también).
2.2.8. El mito es pensamiento hecho que empieza a hacer pensar.
Lo
importante no es la fecundidad de los
mitos para producir abstracciones potentes, sino para explicar los fenómenos
naturales. La alternancia de la tierra y el hades en el mito de Proserpina no
sirve para entender la naturaleza de las estaciones, sino para explicarlas con
razones sobrenaturales. No se trata de salir del mito: se trata de vivirlo, de
aceptarlo, de estar en él; porque él nos lleva fuera del mundo y fuera del
mundo es donde están las fuerzas que explican el mundo; la naturaleza es un
mundo aparente y las cosas ocultas no están en su interior, sino fuera de él.
Ya
hemos visto que los mitos son relatos donde se describen personas y cosas; en
tanto que relatos, están en el tiempo; en tanto que descripciones, en el
espacio. Las descripciones son imágenes y las historias secuencias. Los dioses
son personificaciones de fuerzas naturales y sólo en algunos casos esas figuras
tienen relieve metafísico: es lo que pasa en Hesíodo, que pertenece a la última
fase del mito, ésa que hemos llamado mito
II.
El
mito ya ha sido fecundado por la experiencia, pero también por el pensamiento;
su fecundidad está lista para alumbrar a la razón pero todavía no ha llegado el
momento del parto. El pensamiento mítico ha alcanzado tal variedad de matices,
de enfoques, tal capacidad explicativa, que ya puede romper su cáscara para
derramar toda la sustancia que, como un huevo que hemos roto, son las proteínas
y las fuerzas, las vitaminas y minerales que hacen fecundo el pensamiento; pero
mientras esa corteza no esté rota no aflorarán con realismo los contenidos de
la razón; el niño pugna por salir, ha llegado al final de la gestación, pero la
razón no ha nacido del todo y todavía no es consecuencia que se impone al
pensamiento secuencial. Las historias fantásticas, tan cargadas de filosofía,
todavía no son filosofía: siguen siendo historias; el mito no es todavía el
trampolín de la razón, liberada ya de sus ataduras, sino, atrapada aún en las
cárceles del poder, es el último estadio de la fantasía; el que precede a la
razón fantástica que se asentará en el mundo; el último anuncio del
advenimiento de la filosofía.
2.3. La razón naciente: el pensamiento suelto.
El
saber se libera progresivamente, primero, de las ataduras del conocimiento, y
después, de las ataduras del poder; son flujos racionales todavía aislados,
pero ya firmes; como el pensamiento extensional (matemáticas y astronomía de
observación) mantiene el rigor y la exactitud que le caracterizaban desde el
principio, la evolución se manifiesta aquí en la interpretación de la realidad;
la cual ya no depende exclusivamente de la analogía, sino que empieza a tomar
impulso en el análisis, aunque sea rudimentario, de los hechos. Es la forma de
saber que va de Homero a los presocráticos, y pasa por dos fases sucesivas: la
fase de mito II y la de filosofía I.
Entendemos
por mito II el tipo de pensamiento que
abandona la experiencia sin analizar por un análisis empírico defectuoso (la
analogía se completa ahora con el análisis; o al revés). Así, en la península
de Paracas hay un candelabro que
está grabado en una colina; su eje mayor y sus brazos menores guardan la misma
proporción que los brazos de la Cruz del Sur. Con la cultura nazca encontramos ya el embrión de un pensamiento metafísico, pero esta
metafísica se construye más con imágenes que con conceptos; no dejarán de
desarrollarse las matemáticas y la astronomía (el calendario nazca da fe de
ellos), pero ahora hay un interés por interpretar los fenómenos (completando la
imaginación con el pensamiento reflexivo y matizando las intuiciones con la
inteligencia).
Su interés se
centra apenas en la pluralidad circundante para resbalar de inmediato en la
estructura profunda, huyendo de la apariencia. No busca, pues, enriquecer el
universo empírico, sino metafísico. Trasciende la apariencia para penetrar en
su corteza auscultando lo que guarda dentro: aquí metafísica no es teología.
Hacia el siglo
+VI la cerámica nazca huye del fondo que rodea la figura y lo suprime dibujando
seres que engendran dos seres cada uno, y éstos a su vez engendran cuatro[34];
esta huida del espacio hace presagiar una ontología llena donde el vacío no
tiene cabida; ontología intuitiva.
Pero es, en la cultura nazca, un sentimiento de artista, lejos aún de la
abstracción del filósofo. Esta metafísica intuitiva de artistas (y seguramente,
también, de sacerdotes) quizá no fue capaz de generar una ética respetuosa de
la condición humana.
En
la primera fase del mito todavía prevalecen el relato y las descripciones sobre
las definiciones y la lógica (la secuencia sobre la consecuencia); pero el
mito, en su segunda fase, es un pensamiento cada vez menos secuencial y cada
vez más consecuente.
En
las postrimerías del mito en su segunda fase apunta lo que ya podemos empezar a
llamar pensamiento filosófico; es la primera fase de la filosofía o, más
abreviadamente, filosofía I. Algún
atisbo de libertad rodea ya al pensador frente al poder político (revestido de
oropeles religiosos). El mito, lejos de ser un universo cerrado y un punto de
llegada en el pensar, es ahora invitación a pensar y punto de partida de
analogías que crearán imágenes cada vez más conceptuales; el culto ha segregado
crítica, y convive con la cultura; y el análisis que emergió combatiendo contra
las síntesis holísticas, ahora se vuelve sintético pero para construir
explicaciones que empiezan a apoyarse, ya, en la observación de la naturaleza
(en lugar de flotar entre nubes de metáforas y de imágenes bonitas); y es que
surge tímidamente un análisis conceptual explicativo, fragmentariamente
desligado de la experiencia pero fragmentariamente, también, unido a ella: es
el mundo de los mochicas, de los chimús y, en menor grado también, el mundo
incaico.
El pensamiento positivista encaja muy
bien con la cultura mochica (los mochicas son un pueblo precolombino que
floreció en Perú entre los siglos I y VIII de nuestra era). Las representaciones
del mundo empírico aparecen en su famosa cerámica, una cerámica escultórica
empeñada en “retratar la vida cotidiana”, como hicieron los escritores y artistas del Siglo de Oro
español; veremos que aquí aflora también una atmósfera picaresca. Se representan
palacios, pero también casas humildes. La cerámica representa al médico, al
idiota, al jiboso (reconocible por su rostro triangular), al ciego (“que ya no
tiene necesidad de utilizar determinados músculos faciales”). Se representa “la
cara del individuo (...): al pensativo, al enérgico, al sereno y al colérico,
al que ríe y al que sufre, al de nariz carnosa y al de ojos almendrados; se
representan “partos difíciles, hermanos siameses unidos por el costado, caras
con huella de forúnculos, labios leporinos, sífilis de tercer grado, mal de
Pott, bocio exoftálmico, hemipejia, rostros roídos por la uta, pies y párpados
edematosos”. Por último cabe destacar el huaco pornográfico, que parece remitir
a ritos sexuales sin afán moralizador[35].
Frente
a la metafísica intuitiva nazca podemos hablar de la extraordinaria observación
científica de los mochicas: tal es la cantidad de los datos recogidos que
podría hablarse, salvando todas las distancias, de un positivismo mochica. Y
sería precipitado seguramente hablar de experimentos (¿o no?), pero lo que sí
es cierto es que la observación era muy atenta, minuciosa y detallista; quizá
las descripciones mochicas fueran, con respecto a las explicaciones
científicas, lo que la cinemática de Galileo fue con respecto a la dinámica de
Newton; antes de explicar conviene entretenerse en describir. Lo que sí es
cierto es que el positivismo mochica está más cerca de la ciencia que de la
filosofía, y si todavía no es ciencia sí podríamos calificarlo, por lo menos,
de investigación precientífica. En todo caso se trata de una verdadera
secularización y es difícil no imaginarse a buena parte de la sociedad civil
disputarle el saber, si no el poder, al sacerdote.
Resumiendo;
la segunda fase del pensamiento mítico es, más que un pensamiento secuencial,
un pensamiento consecuente (porque la lógica empieza a invadir el territorio
del relato); además la conciencia se va superponiendo a las intuiciones
anteriores (sin que esto quiera decir que la intuición tenga que desaparecer de
la estela del pensamiento); sobre el primitivo pensamiento concreto va cristalizando
una conceptualización creciente, se refuerza el pensamiento analítico sobre el
primitivo fondo sintético (pues una dinámica sin cinemática, como la que
perseguía Aristóteles, es impotente cuando se quiere comprender la naturaleza);
y por último podríamos decir que las primeras manifestaciones de la ciencia (y
de la filosofía) se imponen progresivamente sobre la experiencia estética.
Corolario
de todo es que la cultura se impone al culto. La crítica empieza a ser aceptada
y surge, frente a la conservación anterior de los conocimientos tradicionales,
un impulso decidido hacia la investigación; lo que no significa que sacerdotes
y soldados no velen peligrosamente sobre el pensamiento amenazado. La sociedad
ha dejado de ser ágrafa.
2.4. Conclusión y apertura.
Si
la oralidad es un rasgo importante del pensamiento mítico, podríamos pensar que
Sumer, Egipto y Grecia se estaban despojando de esta forma de pensar (pues la
escritura cuneiforme se remonta a cerca del año -4000, los papiros se usan ya
en -2800 y en el año -1000 los fenicios llevan a los griegos la escritura
alfabética). Ahora bien, si bien es verdad que la filosofía necesita de la
escritura, el uso de la escritura, por sí sola, no garantiza que el pensamiento
se haya vuelto filosófico. Hace falta algo más.
Ya
sabemos que la inteligencia surge con el lenguaje. La filosofía surge con la
escritura. Si en el primer caso podíamos hablar de pensamiento lingüístico, en el segundo tendríamos que hablar de pensamiento alfabético; no basta la
escritura ideográfica (que casa muy bien con el mito), se necesita además una
escritura de doble articulación, para decirlo con palabras de Martinet. Homero,
en quien cristaliza el pensamiento mítico en su máximo esplendor, vivió entre
los siglos –XII y -VII[36] no
se sabe exactamente cuándo; algunos autores destacan que los poemas homéricos
pudieron haber sido “aprendidos por (…) aedos y rapsodas, sin otra ocupación
que repetir de memoria los poemas que les interesaba transmitir como principal
medio de vida”[37]; el carácter mítico de
este pensamiento viene reforzado, pues, por la oralidad.
[1] Wikipedia, “lógica
secuencial”.
[2] Cornford, F.M. Principium sapientiae. Los orígenes del
pensamiento filosófico griego. Madrid, Visor, 1987, p. 179.
[3] Taton, R. (dir.). Historia general de las ciencias. 2: las
ciencias en el mundo grecorromano. Barcelona, Orbis, 1988, pp. 229-230.
[4] Homero. La Iliada, prólogo y notas por Juan
Alarcón Benito. Madrid, Distribuciones Mateos S.A., 1995, 9. 85.
[5] Ibídem, p. 300.
[6] Ibídem, p. 229.
[7] Ibídem, p. 229.
[8] Ibídem, p. 230.
[9] Ibídem, p. 300.
[10] Taton, R., ibídem,
[11] Ibídem, p. 230.
[12] Cornford, ibídem, p. 234.
[13] Cornford, ibídem, p. 234.
[14] Kirk, G.S. La naturaleza de los mitos griegos.
Barcelona, Labor, 1992, p. 223.
[15] Ibídem, p. 224.
[16] Ibídem, p. 225.
[17] Cornford, ibídem, p. 160.
[18] Ibídem, p. 161.
[19] Ibídem, p. 177.
[20] Vernant, J.P. Les origines de la pensé grecque. Paris,
PUF, 1969, pp. 23-24.
[21] Ibídem, p. 27.
[22] Ibídem, pp. 34-35.
[23] Ibídem, p. 28.
[24] Ibídem, p. 29.
[25] Ibídem, p. 29.
[26] Ibídem, pp. 34-35.
[27] Ibídem, p. 34.
[28] Ibídem, p. 32.
[29] Ibídem, p. 47.
[30] Ibídem, p. 48.
[31] Ibídem, p. 45.
[32] Ibídem, p. 48.
[33] Ibídem.
[34] Del Busto, J.A., p. 182.
[35] Ibídem.
[36] Homero. Iliada, p. 9.
[37] Ibídem, pp. 12-13.
Solo lo he ojeado, me parece que merece revisión, alias mi estimado Mariano, tengo la impresión ahora que te leo de haberte menospreciado un tanto, es la segunda de tus lechuzas y entiendo que hay sapiencia.
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