Breviario de filosofía.
DIVAGACIONES SOBRE LA FE
(VER PARA CREER)
- Credo quia absurdum.
Creo
porque es absurdo: así decía Tertuliano. Nada más absurdo que la virginidad de
María; que una mujer dé a luz sin haber tenido contacto con ningún hombre no
tiene sentido porque, por definición, la especie humana se reproduce
sexualmente. Habrá quien diga que dios la fecundó con el espíritu para que
naciera Jesús. También ha habido pueblos que creían en el poder fecundador de
los espíritus mientras relegaban la unión sexual a mera forma de placer,
despojándola de cualquier influencia en la reproducción: así lo plantea
Jean-Marie Auel en El clan del oso
cavernario. El fondo de la cuestión es reconocer que sólo podemos creer lo
que es absurdo; las cosas que se entienden se descubren investigando, no hace
falta creerlas.
También
era absurdo afirmar que existía la energía negativa; por eso sólo se tomaban,
de las ecuaciones de Maxwell, las soluciones positivas; las que tenían signo
negativo se ignoraban. Hasta que se le ocurrió a Dirac que las soluciones
negativas podían tener sentido físico: lo cual parecía absurdo, y lo trataron
de loco; pero se descubrió que la energía negativa también existe y le dieron
el premio Nóbel de física; acababa de descubrir la antimateria.
Dirac,
como Tertuliano, propuso creer en algo que parecía absurdo, pero había una
diferencia: que el absurdo de la concepción sin espermatozoides se resolvía
mediante intervención divina y había que creer en algo sobrenatural; mientras
que el absurdo de la antimateria se resolvía dentro de los límites de la
naturaleza, ampliando sus leyes. Además, se pudo comprobar experimentalmente la existencia de
la antimateria, mientras que no se ha comprobado nunca que los espíritus
fecunden los cuerpos. Una hipótesis científica es un absurdo provisional que
acabará teniendo sentido lógico o empírico; una creencia religiosa es un
absurdo que no tendrá sentido nunca. La fe del científico es, pues, un salto en
el vacío, pero la orilla desde la que saltas no te deja ver, desde la bruma, la
orilla a la que llegas; y crees que esa orilla existe, pero no lo puedes
demostrar y por eso te arriesgas: calculando y observando lograrás demostrarlo
algún día. Pero el absurdo de Tertuliano no se aclara nunca: creer absurdos
sobrenaturales es lanzarte desde una orilla como si hubiera enfrente otra
orilla, pero ni la hay ni hay ningún banco de niebla que te la oculte.
Los
absurdos científicos son, además de provisionales, definibles. Son ideas locas
que no engendramos para permanecer en la locura, sino para salir de ella. Pero
los absurdos religiosos son locuras permanentes de las que no se sale nunca. Es
verdad que cada cual puede ser feliz abrazando sus propias locuras, siempre que
no se las imponga a nadie ni cimente sobre ellas persecuciones y cazas de
brujas. También hay absurdos ideológicos, cosas que todavía no existen pero
existirán algún día: son las utopías; y, como los elementos de Mendeleiev que
no existen en la naturaleza de nuestro planeta, pero en algún sitio se
descubrirán poco a poco: así también las utopías podrán un día realizarse a
menos que se conviertan en quimeras.
Muchos
misterios hay en la vida. Muchos enigmas que la naturaleza tiene que resolver,
utilizando a los científicos como detectives. De la misma manera si a nadie se
le ocurren posibilidades utópicas, la sociedad no mejorará nunca: pero hay que
vigilar que las utopías no sean quimeras sobre las que se construyan sociedades
terribles; como las locuras del científico, deben estar atentas a que haya
orillas en la niebla donde sólo vemos el vacío de un abismo. Un absurdo es algo
inexplicable con la ciencia que tenemos ahora, pero perfectamente explicable
con la ciencia que vendrá después. Hay que huir de esos otros absurdos,
demasiado peligrosos, que no se explican nunca; sobre ellos pueden levantarse
sociedades opresoras y crueles; y no nos dejan disfrutar del absurdo
vigorizante, apasionante y lúcido, que llena de sustancia las limitaciones de
la vida.
2. La razón y la fe.
Durante
mucho tiempo se han observado huesos que no correspondían a ningún animal de
los que existen. En China se han interpretado los dinosaurios como dragones.
Mucha gente ha creído que eran huesos de animales desaparecidos, han entendido
que sólo de esa manera los podrían explicar.
Pero
otros han supuesto que tales animales desaparecidos eran nuestros antepasados.
En la clasificación de los animales, tal y como la vemos en Linneo, se
comprueba que las ramas muy próximas se parecen mucho entre sí: ¿por qué no
pensar que proceden de un antepasado común? Esos antepasados han desaparecido y
de ellos sólo quedan algunos huesos.
Así,
pues, los huesos de animales desaparecidos pueden interpretarse de dos formas:
o como animales actuales que se han extinguido (al lince ibérico podría pasarle
eso) o como animales pasados de los que procedemos nosotros (como el homo
erectus); el primer punto de vista corresponde al fijismo; el segundo se conoce
como evolución.
¿Cómo
explicar la evolución? Lamarck dijo que si las jirafas estiran el cuello sus
descendientes nacerán con el cuello más largo. Hoy nadie lo cree, porque sería
como afirmar que si yo estudio filosofía mis descendientes nacerán con una vasta
cultura filosófica; o si fortalezco mis músculos en el gimnasio mis hijos
nacerán con músculos fuertes como los míos; sería estupendo que si quiero tener
ingenieros entre mi descendencia bastara con que yo estudiara ingeniería. La
idea, desde luego, es atractiva, pero nada realista: es muy fantasiosa.
Darwin
pensó, por el contrario, que en la naturaleza a veces nacen individuos
extraños: unos nacen con seis dedos, otros con dos cuerpos unidos por la
cintura, otros con los dedos palmeados, unas mariposas blancas de repente
tienen entre su descendencia alguna mariposa negra… Pero no todos perduran.
Sobreviven solamente las formas que encajan mejor con su medio; por ejemplo, si
el bosque está cerca de una fábrica y los árboles están ennegrecidos por el
humo, las mariposas negras no se verán cuando se posan en los troncos y no se
las comerán los depredadores; como pasará, en cambio, con las mariposas
blancas; es como si la naturaleza seleccionase algunas variedades y no otras
que estuvieran menos adaptadas.
Yo
no he visto la selección natural por ninguna parte, pero he supuesto que
existiría basándome en la observación de los hechos: y me conviene creer en
ella, porque gracias a ella entiendo todo lo demás; diremos que la selección
natural es una hipótesis, y de ella deducimos conclusiones que nos permiten
predecir fenómenos nuevos; por ejemplo, si descubro una flor con un cáliz
estrecho y profundo, puedo adivinar que existirán en ese mismo lugar insectos
con una larga trompa o pájaros con picos largos y estrechos; fue lo que predijo
Darwin al ver esas flores, y buscó esos animales y los encontró; el entender la
relación que había entre esas flores y esos animales le hizo creer que esos
animales existirían.
Esto
lo sintetizó San Agustín con dos expresiones famosas: creer para entender y
entender para creer.
Intellige
ut credas: entiende para creer. Si
comprendo cómo y porqué evolucionan las especies, entonces si veo una flor de
cáliz estrecho tendré que creer que existen animales capaces de acceder a su
néctar, y al final los encontraré.
Mendeleiev
creyó que los elementos estaban ordenados por números y pesos atómicos, y su
famosa tabla ayudó a entender numerosos fenómenos químicos; el comprenderlos le
hizo creer a su vez que existirían los elementos de su tabla que aún no se
habían encontrado: se empezaron a buscar y se acabaron encontrando. Creemos para entender, y gracias a que
entendemos nos abrimos de nuevo a la fe. Las creencias de partida son las
hipótesis; las de llegada, las predicciones; todas las ciencias deben crear
hipótesis iniciales para predecir fenómenos que luego tendremos que buscar; y
en algunos casos, encontrar. Si creo que existen los átomos, podré entender las
reacciones químicas y éstas, a su vez, nos harán creer en cosas que aún no
habíamos visto. El caso más curioso es el de la física cuántica, que nos hace
creer (porque lo exige el entendimiento, porque lo exige el cálculo, porque lo
exige la matemática) en fenómenos incompatibles con la experiencia; fenómenos
increíbles como la superposición, que consiste en admitir que una misma
partícula puede estar en dos sitios a la vez.
3. Lo insólito y lo absurdo.
Credo
quia absurdum. Tengo que creer que existen cosas absurdas para que avance la
historia. Pero “absurdo” se puede entender en dos sentidos: como algo contrario
a la experiencia (es absurdo pensar que la tierra da vueltas alrededor del sol)
o como algo contrario a la lógica (es absurdo pensar que existen círculos
cuadrados); el primer absurdo es aceptable (y, más que absurdo, lo podríamos
llamar insólito, extraño, misterioso); el segundo, no, (sería absurdo en
sentido propio: lo inconcebible, lo que no tiene ni pies ni cabeza). La
virginidad de una madre es algo insólito, pero no inconcebible. Y la ciencia es
una inmensidad de islas emergiendo en un mar de cosas insólitas, no en un océano
de imposibles. Es como si el mundo fuera un océano de posibilidades insólitas
rodeado de tierras imposibles y del fondo de ese océano emergieran a la
superficie miríadas de realidades.
El
mundo es un universo de seres animados o no. Entre esos seres hay una
inteligencia agarrada a unos sentidos y a un cuerpo: esa inteligencia soy yo.
Las cosas que me rodean y me envuelven se escinden en dos grandes bloques: por
un lado está lo que conozco, lo que conforma mi experiencia; y por otro las
cosas que no conozco aún, que son el terreno de lo insólito, lo exótico, lo
extraño y misterioso: lo desconocido; pero más allá está lo que no se puede
conocer, lo que, a fuer de absurdo, nos parece inconcebible. Entre lo insólito
y lo absurdo están los límites de la realidad; de mi realidad. Que una
partícula esté en dos sitios a la vez nos parece increíble, pero lo increíble
¿es aquí absurdo o solamente extraño? ¿Puede una partícula contravenir las
leyes de la lógica y formar, al mismo tiempo, parte de la realidad? Quizá es
como el objeto que proyecta dos imágenes en dos espejos, y en ello no hay nada
imposible que nos saque de los límites de la realidad.
Pues
bien, cuando en mi experiencia aparece un hecho insólito tengo que creer que hay
algo (una hipótesis) que me ayuda a comprenderlo, a integrarlo en mi
experiencia, a ensanchar los límites de mi realidad; por ejemplo si veo flotar
en el aire un globo tripulado por seres humanos, debo creer que está lleno de
algo que pesa menos que el aire; y entonces entiendo que flota porque el globo
es tan grande que el peso de sus tripulantes, unido al peso de ese gas ligero,
es inferior al peso del aire que el enorme volumen del globo está desalojando.
Comprender
ese hecho me ayuda a creer también en otras cosas; por ejemplo, que si lo sumerjo
en el agua tapándolo para que no se escape, ese gas también flotará. Así, si me
dicen que si hunden ese globo en el agua y me preguntan qué creo que pasará
contestaré sin pensármelo mucho. Comprender lo insólito gracias a mi creencia
en la hipótesis del gas ligero me ayuda a creer que también flotará dentro del
agua: ver para creer; creer para ver.
Pero
eso supone que tengo un criterio para distinguir lo que puedo creer de lo que
no. En el evangelio se dice: “guardaos de los falsos profetas”. Dios en persona
nos dice que no debemos creérnoslo todo con los ojos cerrados; incluso creer en
él sería cuestionable si lo dice un profeta falso para apartarnos de él.
Curiosa paradoja: si nos hacen creer en dios para apartarnos de él la única
forma de acercarnos a él sería no creer en él; no creer en la palabra “dios”
cuyo significado nos enseñan los profetas falsos; creer en quien habla sería
requisito indispensable para creer lo que dice; el mismo dios nos dice que hay
que pensar y dudar para identificar a quienes hablan en nombre de dios
enseñándonos cosas incompatibles con la naturaleza divina.
¿Creer
en absurdos, como decía Tertuliano? No: el evangelio lo rechaza; pero sí creer
que más allá de nuestra experiencia hay hechos insólitos y estar siempre
abiertos a todo, y dispuestos a admitirlos; ellos nos abren a mundos de
creencias que pueden ensanchar nuestro conocimiento; pero no aceptar como
verdaderas cosas contrarias a la lógica: y para ello debemos cuidarnos de no
confundir lo extraño con lo absurdo, que, como nos pasó con las
contradicciones, podemos pensar equivocadamente que no es sensato contradecirse
cuando lo insensato es negar que nuestro aparato sensorial pueda llenar de
contradicciones nuestra experiencia; y que no sólo confundimos las cosas
insólitas con las absurdas, sino que el mismo absurdo puede ser necesario
muchas veces para interpretar lo insólito.
Pero
la lógica sería un invariable manteniéndose idéntico por detrás de los cambios.
Como la velocidad de la luz que resplandece, en el seno de la relatividad, como
pilar que la sostiene, incombustible, intocable, invariable y absoluto. Y
posiblemente eterno.
Querida Lechuza Literaria, esta es la síntesis que me hace reflexionar y que me queda en el pensamiento crítico, un abrazo porque creo en ti, " que nuestro aparato sensorial pueda llenar de contradicciones nuestra experiencia; y que no sólo confundimos las cosas insólitas con las absurdas, sino que el mismo absurdo puede ser necesario muchas veces para interpretar lo insólito ".
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