sábado, 19 de marzo de 2016

Los invasores





LOS INVASORES  

 

            Nos han invadido. Han ocupado nuestro sitio, se han metido en nuestro hogar, se han puesto nuestras ropas, han adoptado nuestras costumbres, se han cogido nuestros vicios, se han camuflado entre nosotros. Los han llamado para educar y han venido para quedarse. Como una invasión de parásitos, han cogido el poder, sedientos de mando; y han vampirizado las clases, las máquinas, los laboratorios, han vampirizado talleres, armarios, se han infiltrado en la administración, lo han inutilizado todo. Han chupado la sangre de la escuela y han sabido vivir a costa de ella. Ahora la escuela es un fantasma escuálido, raquítico, un esqueleto sin carne, un armazón cubierto de pellejo, una caja sin contenido, un producto del ataque, un producto de la invasión, una víctima. Han vivido a costa de la escuela y ya la escuela se ha desangrado. Su savia ha alimentado legiones de parásitos y ahora no tiene fuerza para ser ella: se ha secado.
            Están para servir, pero ellos vienen a servirse. Tienen razones para todo, y en eso se nota que no tienen razón. Se les conoce porque nunca se equivocan. Saben hablar, y engañan a la gente. Tienen la virtud de empobrecernos. Su contacto es un tóxico poderoso que lo desnaturaliza todo. En sus manos la educación se ha convertido en una máquina de controlar niños. Las notas ya no sirven para valorar sus progresos, sino para medir su obediencia. El aula ya no es su hogar, sino su cárcel. El libro ya no es una ayuda, sino un peso; no es un bastón que ayuda a caminar, sino un bulto que se carga a las espaldas. Y la disciplina no es un síntoma de libertad sino una causa de castigo. Han venido los invasores. Se han infiltrado entre nosotros, se han camuflado. Su aliento tóxico se ha colado hasta los últimos tejidos de nuestro ser.
            Han vuelto los invasores. En la televisión eran unos extraterrestes que venían a la tierra para echarnos de la tierra. Se les reconocía porque tenían tieso el dedo meñique. Estos invasores, sin embargo, no pueden ser reconocidos por ningún signo externo. Sólo pueden ser detectados por la inteligencia. Se nota que son invasores cuando evalúan y nunca fallan; cuando les pides cuentas y siempre tienen razón; cuando confunden la educación con el éxito; cuando ven desorden donde hay vida; cuando ven demonios donde sólo hay niños; cuando ven castigos donde hay docencia; cuando ven en la enseñanza un campo de batalla y no un campo de trigo, una lucha contra los niños y no por los niños, una búsqueda del orden y no un desorden que se orienta hacia la vida.
            Han llegado los invasores. Son gestores de las cosas, no animadores ni amigos. Usan el vocabulario de la libertad, pero lo visten con ropajes de servilismo. Han confundido el poder con el despotismo, la autoridad con el poder, y el poder con el castigo. Sólo saben hablar de obediencia, de sanciones, de rigor; hablan mil veces para condenar y ni una sola para dar ánimos, y no te miran para ayudar, sino para medirte, para controlarte, para que te sientas vigilado. Gastan sus energías en reprimir las fuerzas vitales porque desconfían de ellas; las persiguen, porque no pueden controlarlas; y luchan contra la realidad, luchan contra los molinos. No se le pueden poner puertas al campo, y ellos no lo saben; en su afán de poder, creen que pueden controlarlo todo. Y son, a fin de cuentas, sólo esclavos de sí mismos.
            Han llegado los invasores. Han usurpado el lugar del maestro, y han convertido la escuela en un campo de concentración. Lo diseñan todo para vigilar a los alumnos, pero los alumnos se les escapan. Los vigilan porque no confían en ellos. Van a las clases y entran a saco, gritando, amenazando, avasallando. Van de excursión y les avisan, advirtiéndoles de que sean obedientes, amenazándoles si no se pliegan. Y luego se sorprenden de que los alumnos no los quieran. Cuando el maestro, el verdadero maestro, les habla con cariño, los alumnos le escuchan y obedecen; y ellos, que no pueden entenderlo, lo desprecian diciendo que el maestro pierde su autoridad cuando se muestra comprensivo. Confunden la comprensión con la claudicación. Confunden el amor con una rendición total, porque el bando del profesor no puede firmar la paz con el del alumno. Tiene que haber orden, las cosas tienen que volver a la normalidad, y lo normal es que se odien el profesor y el alumno.
            ¿Ves? Han confundido la escuela con un panóptico. Con una cárcel, con un cuartel, con un campo de concentración, con una granja. Todo debe servir a la principal función de la escuela, que es controlar al enemigo: tener sujetos a los alumnos, atarlos como se ata a las gallinas, en fila mirando al frente, para que pongan huevos; y encenderles la luz para que no duerman cuando tengan sueño, para que cumplan la función que les hemos asignado –poner huevos, estar preso, aprender-, no vaya a ser que quieren vivir y divertirse. La escuela y la cárcel, como un panóptico, están construidos para que el profesor pueda vigilar a todo el mundo desde el mirador. La esencia de la escuela no son las aulas, es el mirador; es el lugar donde se pone el vigilante, en lo alto del mástil, como la torre de control, en el puesto de mando. Todos, profesores, padres y bedeles, deben vigilar a los alumnos. Pero la vida es incontenible, la vida es ímpetu; se abre paso entre los virus que han venido a invadirla. Y los bedeles, que han venido para vigilar, están entre los alumnos comprendiendo, escuchando y amando. A pesar de todos los invasores que no tienen el meñique tieso; y que no pueden ser vistos con los ojos de la cara, sino tan sólo con los ojos del alma. Frente a la invasión se ha levantado la resistencia. El planeta de la escuela no será conquistado por los alienígenas del poder; porque, a pesar de todo, la vida emerge por los resquicios del mando. El maestro vencerá al vigilante. Las palabras usurpadas conquistarán su libertad; su significado. Y será la derrota de quien atentó contra la libertad afirmando batirse en su nombre. Los profanadores de la vida. Los usurpadores institucionales. Los que traicionaron a la educación. Los invasores. 

 





1 comentario:

  1. Magnífico artículo. Los que, aunque jubilados, creemos en una escuela donde se quiere a los alumnos sabemos que los maestros y la vida que se abre paso triunfaran. Un abrazo.

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