LOS INVASORES
Nos
han invadido. Han ocupado nuestro sitio, se han metido en nuestro hogar, se han
puesto nuestras ropas, han adoptado nuestras costumbres, se han cogido nuestros
vicios, se han camuflado entre nosotros. Los han llamado para educar y han
venido para quedarse. Como una invasión de parásitos, han cogido el poder,
sedientos de mando; y han vampirizado las clases, las máquinas, los
laboratorios, han vampirizado talleres, armarios, se han infiltrado en la
administración, lo han inutilizado todo. Han chupado la sangre de la escuela y
han sabido vivir a costa de ella. Ahora la escuela es un fantasma escuálido,
raquítico, un esqueleto sin carne, un armazón cubierto de pellejo, una caja sin
contenido, un producto del ataque, un producto de la invasión, una víctima. Han
vivido a costa de la escuela y ya la escuela se ha desangrado. Su savia ha
alimentado legiones de parásitos y ahora no tiene fuerza para ser ella: se ha
secado.
Están
para servir, pero ellos vienen a servirse. Tienen razones para todo, y en eso
se nota que no tienen razón. Se les conoce porque nunca se equivocan. Saben
hablar, y engañan a la gente. Tienen la virtud de empobrecernos. Su contacto es
un tóxico poderoso que lo desnaturaliza todo. En sus manos la educación se ha
convertido en una máquina de controlar niños. Las notas ya no sirven para
valorar sus progresos, sino para medir su obediencia. El aula ya no es su
hogar, sino su cárcel. El libro ya no es una ayuda, sino un peso; no es un
bastón que ayuda a caminar, sino un bulto que se carga a las espaldas. Y la
disciplina no es un síntoma de libertad sino una causa de castigo. Han venido
los invasores. Se han infiltrado entre nosotros, se han camuflado. Su aliento
tóxico se ha colado hasta los últimos tejidos de nuestro ser.
Han
vuelto los invasores. En la televisión eran unos extraterrestes que venían a la
tierra para echarnos de la tierra. Se les reconocía porque tenían tieso el dedo
meñique. Estos invasores, sin embargo, no pueden ser reconocidos por ningún
signo externo. Sólo pueden ser detectados por la inteligencia. Se nota que son
invasores cuando evalúan y nunca fallan; cuando les pides cuentas y siempre
tienen razón; cuando confunden la educación con el éxito; cuando ven desorden
donde hay vida; cuando ven demonios donde sólo hay niños; cuando ven castigos
donde hay docencia; cuando ven en la enseñanza un campo de batalla y no un
campo de trigo, una lucha contra los niños y no por los niños, una búsqueda del
orden y no un desorden que se orienta hacia la vida.
Han
llegado los invasores. Son gestores de las cosas, no animadores ni amigos. Usan
el vocabulario de la libertad, pero lo visten con ropajes de servilismo. Han
confundido el poder con el despotismo, la autoridad con el poder, y el poder
con el castigo. Sólo saben hablar de obediencia, de sanciones, de rigor; hablan
mil veces para condenar y ni una sola para dar ánimos, y no te miran para
ayudar, sino para medirte, para controlarte, para que te sientas vigilado.
Gastan sus energías en reprimir las fuerzas vitales porque desconfían de ellas;
las persiguen, porque no pueden controlarlas; y luchan contra la realidad,
luchan contra los molinos. No se le pueden poner puertas al campo, y ellos no
lo saben; en su afán de poder, creen que pueden controlarlo todo. Y son, a fin
de cuentas, sólo esclavos de sí mismos.
Han
llegado los invasores. Han usurpado el lugar del maestro, y han convertido la
escuela en un campo de concentración. Lo diseñan todo para vigilar a los
alumnos, pero los alumnos se les escapan. Los vigilan porque no confían en
ellos. Van a las clases y entran a saco, gritando, amenazando, avasallando. Van
de excursión y les avisan, advirtiéndoles de que sean obedientes, amenazándoles
si no se pliegan. Y luego se sorprenden de que los alumnos no los quieran. Cuando
el maestro, el verdadero maestro, les habla con cariño, los alumnos le escuchan
y obedecen; y ellos, que no pueden entenderlo, lo desprecian diciendo que el
maestro pierde su autoridad cuando se muestra comprensivo. Confunden la
comprensión con la claudicación. Confunden el amor con una rendición total,
porque el bando del profesor no puede firmar la paz con el del alumno. Tiene
que haber orden, las cosas tienen que volver a la normalidad, y lo normal es
que se odien el profesor y el alumno.
¿Ves?
Han confundido la escuela con un panóptico. Con una cárcel, con un cuartel, con
un campo de concentración, con una granja. Todo debe servir a la principal
función de la escuela, que es controlar al enemigo: tener sujetos a los
alumnos, atarlos como se ata a las gallinas, en fila mirando al frente, para
que pongan huevos; y encenderles la luz para que no duerman cuando tengan
sueño, para que cumplan la función que les hemos asignado –poner huevos, estar
preso, aprender-, no vaya a ser que quieren vivir y divertirse. La escuela y la
cárcel, como un panóptico, están construidos para que el profesor pueda vigilar
a todo el mundo desde el mirador. La esencia de la escuela no son las aulas, es
el mirador; es el lugar donde se pone el vigilante, en lo alto del mástil, como
la torre de control, en el puesto de mando. Todos, profesores, padres y
bedeles, deben vigilar a los alumnos. Pero la vida es incontenible, la vida es
ímpetu; se abre paso entre los virus que han venido a invadirla. Y los bedeles,
que han venido para vigilar, están entre los alumnos comprendiendo, escuchando
y amando. A pesar de todos los invasores que no tienen el meñique tieso; y que
no pueden ser vistos con los ojos de la cara, sino tan sólo con los ojos del
alma. Frente a la invasión se ha levantado la resistencia. El planeta de la
escuela no será conquistado por los alienígenas del poder; porque, a pesar de
todo, la vida emerge por los resquicios del mando. El maestro vencerá al
vigilante. Las palabras usurpadas conquistarán su libertad; su significado. Y
será la derrota de quien atentó contra la libertad afirmando batirse en su
nombre. Los profanadores de la vida. Los usurpadores institucionales. Los que
traicionaron a la educación. Los invasores.
Magnífico artículo. Los que, aunque jubilados, creemos en una escuela donde se quiere a los alumnos sabemos que los maestros y la vida que se abre paso triunfaran. Un abrazo.
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